Traducido por Lugiia
Editado por YukiroSaori
Yo era un niño especial al que todos llamaban genio. No un genio común, sino el de una generación. Aunque siempre había recibido elogios, en realidad me resultaba indiferente. Era un hecho para mí ese tipo de situaciones.
Recuerdo el momento en que nací, la conversación entre las doncellas que ayudaban a mi madre en ese instante, las palabras que me dijo mi padre por primera vez, así como el dolor de cuando me abofetearon las nalgas.
Cualquier libro, palabra o acción, una vez que lo había experimentado, aunque intentara no hacerlo, podía recordarlo vívidamente como si acabara de suceder.
El año, el mes, el día, la hora y el lugar. Las personas, sus atuendos, los objetos que estaban presentes, cómo eran, de qué color eran. No había nada que no pudiera recordar. Por mucho que me dieran libros, lo que otros tardaban años en aprender, yo lo memorizaba después de verlo una sola vez.
Mientras la gente me admiraba, mi familia estaba feliz y a la vez asustada. Mi madre era una persona normal, mi hermano inteligente pero débil, e incluso mi padre, que era uno de los mejores de nuestra familia, famoso por ser inteligente. Gracias a mi talento especial, no tardé en darme cuenta de lo que sentían a través de sus expresiones o su forma de hablar.
Me esforcé por no mostrar mi genialidad, pero había un límite en cuanto a lo ordinario que un niño extraordinario podía pretender ser. Poco a poco me fui aislando.
Cuanto más inteligente es una persona, más miedo tiene de alguien que es más inteligente que él. Todavía no puedo olvidar la expresión de mi padre cuando era incapaz de resolver un cálculo a pesar de haberlo revisado durante mucho tiempo. Yo lo resolví en cuestión de segundos. En ese entonces, solo tenía cinco años.
No, decir “todavía no puedo olvidar” es una expresión equivocada. Olvidar las cosas no existía para mí desde el principio.
Adoraba a mi hermano, Alexis, mucho más que a mí, ya que él tenía un nivel que mi padre podía aceptar. Podía entender por qué. Mi padre también era humano, después de todo. Tal y como decían mis libros, los humanos eran esas criaturas.
No obstante, mi corazón estaba vacío. Me dolía el corazón cada vez que veía a mi hermano sonriendo alegremente a mis padres.
Maldita sea. Ambos somos sus hijos.
Al principio, solo me dolía el corazón, pero el resentimiento fue creciendo poco a poco. Odiaba a mis padres por querer a alguien que era menos inteligente y tenía menos talento que yo, y me repugnaba mi hermano, que no tenía mucho que contar. A pesar de las protestas de mis familiares, mi padre también lo había nombrado sucesor de nuestra casa. Y cuando me enteré, tuve el impulso de matarlo.
Si él no existiera, todo estaría bien. Si mi estúpido hermano no existiera, lo tendría todo.
Aunque era fácil para mí ganar un título trabajando en la oficina de administración, no podía compararse con la riqueza y el poder de un duque. Reprimiendo mis emociones, hice planes para el futuro. Como todavía era joven, no tenía las fuerzas para revocar la decisión de mi padre, así que esperaría hasta ser adulto.
♦ ♦ ♦
Un día, escuché una conversación que salía de la habitación de mi padre cuando pasaba por los pasillos. Estaban hablando de la chica que cambiaría mi vida.
—Sobre la señorita Aristia. ¿Qué te parece tenerla como compañera de Alexis?
—¿Qué? ¿Por qué dices tal cosa? ¿No es la señorita Aristia la prometida del príncipe heredero? Alguien podría malinterpretar tus intenciones.
—Es cierto. Lo siento. No debería haberlo dicho.
No pude evitar reírme. ¿No era a la que llamaban la Dama de la Profecía?
¿Están intentando que alguien que fue elegida como la próxima emperatriz sea la esposa de ese idiota? Qué sueño tan majestuoso.
Chasqueé la lengua y me di la vuelta, pero entonces me detuve. A menos que estuvieran planeando una traición, mi padre, quien por lo general era sensato, no habría dicho esas palabras fácilmente. Tal vez el compromiso quería ser cancelado. El emperador no dejaría de lado a la casa Monique tan fácilmente, así que quizás el marqués o la señorita Aristia habían querido cancelar el compromiso con la familia imperial.
¿Iban a hacer uso del juramento de la casa Monique?
Sin embargo, esa familia también es bastante hilarante. ¿Por qué están echando su propia suerte? Debido a la profecía, ninguna otra casa puede competir por el puesto.
Me dio curiosidad. También pensé que esa ruptura era para mejor. Tenía curiosidad por saber cómo era la chica que estaba a punto de rechazar al príncipe heredero y qué había hecho para llamar la atención de mi padre. Además, era la única hija del marqués Monique.
¿Debería seducirla?
Si atraigo a la chica a la que mi padre ha echado el ojo para Alexis, se enfadaría. Eso no era todo. La casa Monique era una familia prestigiosa que tradicionalmente había sido tratada como una casa ducal por su lugar como una de las familias fundadoras del Imperio. Si me casaba con ella, podría asumir el título nobiliario de su padre. Esto podría ser matar dos pájaros de un tiro.
♦ ♦ ♦
—Soy el segundo hijo de la casa Verita, Allendis De Verita. Me gustaría ver a la señorita Aristia.
Sabía que no era de buena educación ir allí sin solicitar formalmente una visita con antelación, pero tuve que moverme en secreto para dar un golpe a mi padre y a Alexis. Visité su casa sin previo aviso, pero me complació bastante que su personal permaneciera tranquilo a pesar de la sorpresa. Al llegar a la sala de estar después de ser escoltado, por supuesto, también me agradó mucho. Un ambiente acogedor y confortable, una decoración moderna sin ser demasiado llamativa.
Las casas de prestigio son realmente de otra clase.
Tras una breve espera, entró una chica con una mujer que parecía ser su doncella personal. ¿Dijo que había cumplido diez años este verano? La niña, que parecía mucho más pequeña que las de su edad, estaba lejos de ser bonita. Su rostro esbelto, su cuerpo delgado y su vestido azul, tranquilo pero sencillo, la hacían parecer más misteriosa y elegante que bonita.
Me sorprendió. Aunque tenía una edad parecida a la de esas niñas ruidosas e ignorantes que a veces venían a visitarme, no tenía el singular aire infantil de esas personas. Tal vez se debiera a su cabello plateado, rizado y sutilmente brillante, pero tenía un aire de ensueño, de otro mundo, en lugar del aura brillante propia de las chicas jóvenes.
—Encantada de conocerle, joven Allendis. Soy Aristia La Monique.
Me sorprendió una vez más su saludo. Su voz era tranquila como ninguna otra, algo difícil de ver en niñas de diez años. Cuando me miró desde su asiento frente al mío, lo sentí.
Es el mismo tipo de persona que yo. Aunque ahora lo oculta, puedo ver una profunda oscuridad y una locura arremolinada dentro de sus ojos dorados.
Mi frío corazón, que no se había agitado desde que nací, empezó a latir más rápido.
—¿Eres tú quien sugirió el nuevo impuesto de lujo?
—Sí.
Aunque no era rival para mí, era mucho más inteligente y rápida para entender las cosas que la variedad de chicas tontas que me rodeaban y el estúpido Alexis.
A pesar de haber venido aquí por orgullo, mi interés en ella comenzaba a ser sincero. Su expresión de pánico fue bastante adorable cuando de repente le hablé informalmente.
Me gustaba su presencia soñadora que la hacía parecer alejada de este mundo, así como el hecho de poder conversar con ella, a diferencia de otras personas.
Sin embargo, la razón más importante por la que me interesé fue por la forma en que miraba a su padre, quien había detenido de inmediato mi repentina propuesta.
Cuando vi el remolino, la oscuridad profunda, la locura en sus ojos dorados, pensé que quizás no era amada, como yo. Cuando la agarré de la mano y ella se estremeció y la apartó, vi cómo se ponía pálida y temblaba. Supuse que la habían maltratado.
Pero no era así. Me quedé fascinado mientras observaba a su padre, quien la miraba con cariño. Me sorprendió cómo la profunda oscuridad que emanaba de sus ojos cambió de inmediato cuando miró a su padre.
Era tan hermosa. La deseaba.
¿Qué sentiría al tenerla ciegamente obsesionada conmigo?
Aunque solo lo había pensado, mi corazón empezó a latir con locura. Mi pensamiento inicial de dar un golpe a Alexis se evaporó. Estaba decidido a utilizar cualquier medio posible para dirigir su mirada hacia mí.
Sin embargo, cometí un grave error. Me dejé llevar. Estaba tan enamorado que fui incapaz de controlar mi expresión por un momento y su padre me descubrió. Al ver que sospechaba de mí, resoplé para mis adentros.
De igual forma, es inútil. Como ya me he dado cuenta de que es débil con su hija, mientras se enamore de mí, ya está. No podrá oponerse abiertamente. Bueno, está bien, ya que estoy acostumbrado a esperar. Haré que se enamore de mí poco a poco.
♦ ♦ ♦
—Aristia.
—¿Hmm?
Aunque no me pareció una persona normal desde el principio, resultó ser aún más extraña.
Parecía estar fuera de la realidad, como si fuera de otro mundo. No se reía, pero, dicho esto, tampoco lloraba. Tampoco la había visto enfadarse nunca. No le gustaba entrar en contacto físico con la gente y, aparte de cuando miraba a su padre, no tenía emociones, como una muñeca.
Me volví obstinado. Quería que me mostrara ese lado cautivador que le muestra a su padre. Quiero tenerlo. Quiero verlo. Esa obsesión ciega, esa locura oscura, muéstramela también. ¿Hmm? Muéstrame ese lado inimaginablemente hermoso de ti.
Por favor, mi adorable muñeca.
Me llevó dos años completos ver alguna emoción en sus ojos soñadores. Después de numerosos intentos, hice que se acostumbrara también a mi tacto físico. Suave, cálido y sin prisa. Repitiendo esas palabras, hice el papel de amigo amable y amante cariñoso. No podría conseguir su confianza ciega para siempre si descubría la oscura locura que se escondía en mi interior. Comencé a domar lentamente a la chica abrazándola con cariño cuando la atraía hacia mí, y acariciando su cabello suave y ondulado.
—Allendis.
—¿Me ha llamado, mi señorita?
¿Era esta la recompensa por mi esfuerzo? Sus ojos dorados empezaron a brillar ante mí, tal y como había esperado.
Obsesión, locura, oscuridad y confianza ciega.
Fue apasionante. Era hermosa. Quería encerrarla y que solo me mirara a mí. Cada vez que recordaba su mirada, mi corazón latía enloquecido. Por eso la visitaba todos los días. Si no fuera por el maldito compromiso con la familia imperial, podría llevármela, esconderla donde nadie lo supiera y no mostrarla a nadie. Empecé a enamorarme poco a poco de la pequeña dama de cabello plateado a la que veía obsesionada y con una confianza ciega.
—¿También vas a ir al palacio hoy?
—Sí.
Maldita sea.
Aunque intentara con todas sus fuerzas escapar, la chica seguía siendo la prometida del príncipe heredero. A veces, tenía que pasar tiempo con él por orden del emperador.
No quería enviarla allí. No quería dejar que la viera. Tenía miedo de que el príncipe heredero se fijara en su brillante belleza. Cada vez que la chica iba a palacio, era como un infierno para mí. Por fuera, sonreía como si no pasara nada. Sabía por nuestro servicio de inteligencia que el príncipe heredero no estaba interesado en mi dama, pero aun así temblaba de inquietud cada vez que esto ocurría. Tenía miedo de que ella pudiera ser robada.
♦ ♦ ♦
—Otra vez —dije, vertiendo el té caliente en el suelo.
El té claro voló y se extendió sobre la alfombra bordada con dos llaves cruzadas entre las hojas secas de laurel redondo: el emblema de mi familia. Pronto, la doncella volvió a traer el té con las manos temblorosas. Después de tomar un sorbo, incliné la taza de té.
Es asqueroso.
El té volvió a caer sobre la alfombra ya empapada.
—Otra vez.
Maldita sea, ni siquiera puede preparar bien una taza de té. No puede hacerlo ni de lejos tan sabroso como el té que hace mi señorita.
Me apreté el corazón dolorido. ¿Estaría ella bebiendo té con el príncipe heredero en estos momentos? No le estaría mostrando esa hermosa mirada que nos muestra a su padre y a mí, ¿verdad? Quizás estaría hablando con calma y tranquilidad mientras sonríe con esa única y tranquila sonrisa suya.
Mis celos ardían. Quería ir al palacio de inmediato y arrastrarla fuera. Agarrando mi corazón hirviente, volví a arrojar sobre la alfombra el nuevo té que la doncella había traído.
—¡Otra vez!
—L-L-Lo siento, joven amo.
Los ojos de la doncella se llenaron de lágrimas y dejó caer la taza de té vacía mientras intentaba recibirla. Los trozos rotos de la taza de té se esparcieron por la alfombra empapada. Mis agudizados sentidos se dispararon.
Estúpida mujer, no puede hacer nada bien. Por supuesto, esta casa estaba llena de gente estúpida. Mi padre que no puede ver mi valor, mi madre que solo trata de aplacarlo, y ni siquiera tengo que empezar con mi inútil hermano.
—Fuera.
La doncella derramó gruesas y silenciosas lágrimas y se apresuró a salir.
Miré los trozos destrozados de la taza de té una vez y tomé un libro con rabia. No hace mucho, dijo que había disfrutado leyendo este libro, Los cuentos de la tierra firme. Aunque lo había leído hace mucho tiempo y lo había memorizado todo, como dijo que lo había leído, lo abrí de nuevo. Teniendo en cuenta la personalidad de la pequeña dama de cabello plateado, analicé qué partes le habrían parecido interesantes y de qué partes le gustaría hablar.
—Allendis.
—¿Qué sucede? ¿Tienes algo que hablar con las personas como yo?
—No pareces estar de buen humor. ¿Qué sucede?
—¿Por qué te importa?
—Hoy has llegado temprano a casa. ¿Pasó algo con la señorita Aristia…?
—Por favor, vete. No te preocupes por mí y ve a cuidar de mi hermano.
Me aparté de los llorosos ojos marrón chocolate.
No me mires así. Si no vas a quererme solo a mí, no me mires así. No finjas que te preocupa después de todo este tiempo. Vete a vivir feliz con el hijo que tanto quieres y del que estás orgullosa. No te necesito. ¡Si no me miras como mi señorita, piérdete!
No me importó que mi madre se fuera llorando.
Maldita sea, me hizo perder el tiempo.
Volví a concentrarme en el libro. Tenía que hacer una lista de lo que tenía que decirle a la chica mañana cuando la viera.
♦ ♦ ♦
—Allendis, el emperador quiere que esta vez te lleve conmigo a las labores de ayuda.
Aunque debería haberme controlado, si no veía esa hermosa mirada que me volvía loco, aunque solo fuera por un día, me volvería loco. Por eso iba todos los días a la mansión de la casa Monique hasta que, finalmente, parecía que había problemas por mis continuas visitas.
Originalmente, iba a ir con mi padre en lugar de mi débil hermano, pero era una exageración enviarme a hacer trabajos de ayuda cuando solo tenía quince años.
Parece que el emperador lo ordenó. No le debía gustar que estuviera cerca de ella.
No tuve más remedio que abandonar la capital con mi padre. Todavía no tenía poder para rechazar sus órdenes. Aunque me sentía infeliz por la situación, ya que tenía que irme de todos modos, debía ir y hacerme un nombre antes de regresar. Consideraría estos preparativos para el futuro, para el día en que pudiera tener a mi dama a mi lado.
Sin embargo, cuando finalmente regresé a la capital en primavera, la chica ya no estaba sola. Había un mocoso que revoloteaba a su alrededor, que parecía haberse dado cuenta de su valor. También había guardias reales que parecían haber sido enviados por el astuto emperador.
Apretando mi enfado, la abracé como para presumir de nuestra relación. Al ver que sonreía alegremente y se aferraba a mí, sentí como si mi corazón vacío se llenara por fin, desde el fondo.
Era la primera vez que me sentía así.
La timidez y el temblor de cuando la conocí habían desaparecido. Ahora esta pequeña de cabello plateado inició el abrazo y se enterró profundamente en mis brazos. Su suave cabello en mis manos era tan encantador.
—Allen.
Maldita sea. Al principio, solo me había acercado a ella para tratar de robársela a Alexis, intentar apoderarme de la casa Monique, y porque me gustaba su mirada obsesiva. Pero, de alguna manera, se había convertido en algo precioso para mí. Cuando me puso el apodo que no se le permitía a nadie más y sonrió tímidamente, mi corazón vacío se llenó. Al ver sus lágrimas llenas de afecto, me dolió el corazón.
Maldita sea. Ahora no solo quería su mirada, sino toda ella. Estaba tan cautivado como siempre por la confianza ciega que mostraba en mí. Pero otras cosas también se habían vuelto tan valiosas como esa confianza. Su tenue sonrisa, su voz tranquila cuando me llamaba Allen, y su cabello plateado brillante como un lago, así como sus ojos dorados que estaban llenos de mí.
Estoy jodido.
Pensé que la había atrapado en mi red, pero resulta que ella me había atrapado a mí. Una risa vacía se me escapó. Sin embargo, no todo era malo. Mientras me mirara, podría dedicarle mi cuerpo y mi corazón.
—¿Deberíamos movernos a otro lugar, joven Carsein?
—Bueno, está bien.
Primero tenía que lidiar con este mocoso. Carsein De Rass.
Lo conocía ya que su nombre me era familiar. Había nacido el mismo año que yo y también lo llamaban genio. Ambos éramos hijos de duques. Aunque tenía habilidades de espadachín insuperables, me sorprendió que se le tratara al mismo nivel que a mí cuando solo tenía una cosa en la que era bueno.
—Joven Carsein, gracias por proteger a Tia mientras yo no estaba. —El chico de cabello rojo solo me observó, así que continué—: Quería conocerle. Aunque no sé si nos veremos con frecuencia en el futuro, es un alivio que pueda conocerle al menos una vez así.
—¿Qué?
Parecía que no era estúpido, ya que entendía que le estaba diciendo que se perdiera. Aunque intenté mantener una sonrisa pacífica, mis ojos estaban llenos de burla. Si estuviéramos en otro lugar, no me habría molestado en sonreír, pero ahora mismo estábamos en la casa de mi señorita.
—Ja, increíble. Oye, tú. Me doy cuenta de la clase de persona que eres, así que ¿por qué no muestras tus verdaderos colores?
—¿De qué está hablando?
—Sé que solo tratas de actuar con delicadeza frente a ella, así que te digo que muestres tu verdadera personalidad, mocoso color hierba.
Ah, míralo. Parece que sabe cómo jugar. Es el hijo de un duque, después de todo. Curvé mis labios en una sonrisa.
—Parece que eres bastante ingenioso, mocoso color zanahoria.
—¿Qué has dicho? ¿Zanahoria?
—Me has llamado “Hierba”. Seguro que te estabas burlando infantilmente de mi color de cabello. Tu cabello es igual que las zanahorias.
—¡Oye, mocoso!
—¿Eso es todo lo que puedes hacer? Qué infantil. Pruébame. No puedes ganar contra mí con semejante cerebro.
Sonreí con fuerza ante la cara de estupefacción y enrojecimiento del mocoso color zanahoria. Al ver al tipo que había estado rondando a mi señorita mientras yo no estaba, se me retorcieron las entrañas.
—Parece que te has interesado por Tia mientras yo no estaba.
—¿Y qué?
—Piérdete, mientras estoy siendo amable. Ella es mía. No se la voy a dar a nadie.
—¿Por qué es tuya?
—Ah, mocoso. ¿Qué sabes tú de Tia?
Sin necesidad de cerrar los ojos, rumié uno a uno los vívidos recuerdos que me venían a la mente. De repente, eché de menos a mi pequeña dama de cabello plateado. Tenía que ir a verla pronto. Terminaré esto con una dura advertencia a este mocoso.
Solo me separé de ella por un momento, pero ¿por qué la extraño tanto?
Mi señorita, usted también siente lo mismo, ¿verdad? Espere un poco más. Pronto iré a verle.
—Ella y yo nos vimos por primera vez a las 2:33 p.m. del tercer día del noveno mes del año 958. Aquel día, Tia llevaba un sencillo vestido azul que le llegaba a la altura de las rodillas. Después de eso, nos hemos visto un total de 561 veces y hoy es la número 562. En términos de horas que hemos pasado juntos, son 3226 horas.
—¿Qué has dicho?
—Hemos bebido 1358 tazas de té juntos, y el que más hemos bebido es el de bálsamo de limón, 373 tazas. Luego sería el de hibisco con 294 tazas. La he abrazado 901 veces. Le he acariciado el cabello 1384 veces.
La cara del mocoso zanahoria se arrugó. Su rostro pálido era un espectáculo. Mis retorcidas entrañas comenzaron a soltar un poco.
—¿Cuánto tiempo has pasado con Tia? ¿Acaso te acuerdas?
—Estás totalmente loco.
—Quizás.
—Oye, Hierba, ¿sabe ella que estás así de loco?
—¿Qué te parece a ti? ¿Te parece que ella lo sabe?
—¡Qué lunático!
Vi que el mocoso se daba la vuelta y salía corriendo con una expresión de estupefacción. Tal vez agarraría a Tia y armaría un escándalo, diciendo que le diría mi verdadera identidad.
Estúpido mocoso. ¿Crees que se creería lo que le dices cuando confía en mí tan ciegamente? Probablemente no te tendría en muy buena estima por hablar mal de mí. Bueno, ya que eso era lo que esperaba, adelante, díselo.
—No está bien hablar mal de alguien. No lo escucharé, Carsein.
Por supuesto.
Por la forma en que lo cortó sin dudar, mi corazón hizo cosquillas.
Ah, qué encantador. Mi chica, mi amor, mi dama. Aunque había intentado atraparte, de alguna manera, fui yo quien se dejó atrapar. Solo brillas más bellamente atrapada en la oscuridad, mi señorita.
Sigue mirándome solo a mí. Y yo solo te miraré a ti.
Obsesiónate, como yo me obsesiono contigo. Quiéreme solo a mí, como yo me vuelvo loco por no poder tenerte.
Tia, eres hermosa. Te quiero a ti, mi bella dama. Llevémonos así de bien también en el futuro. ¿De acuerdo? Mi adorable y preciosa muñeca.