Emperatriz Abandonada – Extra II: La sombra que persigue a la luna (2)

Traducido por Lugiia

Editado por YukiroSaori


♦ ♦ ♦

La confianza y la obsesión en sus ojos no se irían fácilmente. Sin embargo, yo estaba nervioso. Temía que su confianza ciega en mí desapareciera. Tenía miedo de que mirara a otra persona con sus ojos dorados.

Pensaba que había ganado perfectamente contra el mocoso zanahoria, pero aun así, ¿por qué no sabía que ella se había hecho daño con el entrenamiento? Estaba aterrorizado.

¿Por qué no me lo dijiste, Tia? ¿Por qué?

¿Es que ya no confías en mí? ¿O es que le diste tu corazón a alguna otra persona mientras yo no estaba? Si no es así, ¿el príncipe heredero mostró interés en ti? ¿Por qué no me lo dijiste? ¿Por qué?

Pensé que podría volverme loco. Aunque solo me miraba a mí, aunque su mirada hacia el mocoso zanahoria distaba mucho de ser cariñosa, y aunque estaba aterrorizada por el príncipe heredero, seguía temiendo que me abandonara. Me inquietaba mucho su posible cambio de opinión. ¿Y si me equivocaba en mis suposiciones? Ya soy incapaz de vivir sin Tia. Ya he probado su encanto y mi corazón se ha llenado.

Tal vez por mi extrema inquietud, perdí el contacto con mi sensatez. Y así, cometí un terrible error que no tenía vuelta atrás.

—¿No quieres confiar en mí, mi señorita? Podría cargar con parte de tu peso.

Aunque ella mostraba una confianza infinita en mí, esto era lo único que mantenía en secreto. Quizás esto era lo que causaba su profunda oscuridad y locura.

Sabía que no era fácil contarle a la gente esas cosas, incluso a alguien en quien confiabas. A mí me pasaba lo mismo.

No pregunté a propósito. Por eso me enamoré de ella en primer lugar. Sus ojos dorados se engarzaron con una profunda oscuridad, su mirada se llenó de locura. Pensé que sería mejor si no la trataban. Si ella superaba su oscuridad interior, podría descubrir mi locura que no se veía debido a sus propias cicatrices. Si se volvía más brillante, otras personas podrían ver su valor y ella podría dejarme.

Además, su yo destrozado era realmente hermoso. Su ciega obsesión por una cosa también me excitaba locamente. Su obsesión por su padre, su obsesión por mí, incluso por el manejo de la espada. Cómo ignoraba todo lo demás y solo corría hacia esa única cosa hizo que mi corazón palpitara con fuerza.

Pensé que sería estupendo que las cosas siguieran así, y que estaba bien ir despacio, pero mi corazón se volvió más apremiante al acercarse la ceremonia de mayoría de edad del príncipe heredero. Pensar en que tendría que pasar tiempo con él me hacía hervir las entrañas. No me gustaba la idea de que tuviera más gente a su alrededor una vez que saliera a la sociedad.

Ella era mía. Mi propia dama.

Me molestaba mucho que hubiera cada vez más gente a su alrededor. Me inquietaba pensar que ella podría dar su mirada a otros aparte de mí.

No mires a los demás. Solo mírame a mí. Te deseo tanto. ¿Hmm? Por favor. Por favor, sigue siendo mi única dama, como ahora.

Por impaciencia la insté a confiar en mí a pesar de que no estaba preparada. La seduje con palabras dulces. Pensé que confiaría aún más en mí si conseguía que me hablara de su oscuridad interior. Entonces, sería cada vez más difícil para ella dejarme. Tenía que hacer que, por mucha gente que hubiera a su alrededor, o incluso si el príncipe heredero se fijaba en ella, nunca pudiera separarse de mi lado.

Le prometí que nunca la abandonaría ni la dejaría, pidiéndole que me lo contara ya que compartiría su peso. Utilicé su fuerte obsesión por mí. De todos modos, no tenía intención de curarla. Solo quería que se aferrara a mí en su estado de naufragio.

—Quería escapar de este sueño como fuera. No quería albergar el dolor posterior, pero… Ahora tampoco lo sé. No sé qué hacer ni cómo puedo escapar de él.

No sabía por qué hablaba de sus sueños. Me sentí traicionado de que pudiera estar mintiendo. En ese momento, empecé a olvidar mi resolución de acercarme a ella lenta y cariñosamente y domarla poco a poco.

Ah, debería haber hecho caso a las palabras de Tia en aquel entonces.

Ojalá hubiera pensado por qué ella, que nunca había dicho tonterías, había sacado a relucir su sueño. En lugar de decirle que no tenía ni idea de lo que decía, si le hubiera pedido que me lo contara con más detalle, qué grande habría sido… Aunque no pudiera creerle, debería haber accedido en ese momento, como hacía siempre, y haberla consolado diciéndole que debía de ser duro antes de volver a casa a reflexionar sobre ello. ¿Qué grande habría sido si hubiera sabido que ella se esforzaba por explicarme?

Me arrepentí una y otra vez.

Su mirada cautivadora y hermosa, esos ojos dorados llenos de confianza ciega, se habían hecho añicos. No podía olvidar su mirada en ese entonces. No dejaba de pensar en ella. Su locura y obsesión hacia mí, así como su confianza, se habían esfumado en un momento.

No podía olvidar cómo me rechazó con todo su cuerpo, y cómo su mirada cambió a una que parecía mirar a otros.

♦ ♦ ♦

—¿Puedo solicitar el primer baile de mi mayoría de edad?

—Sería un honor, Su Alteza.

Mi señorita era cegadoramente bella cuando la vi en la ceremonia de mayoría de edad del príncipe heredero. Si Tia tenía un aire soñador y de otro mundo cuando la conocí, ahora estaba llena de un vacío. Ese lado de ella era tan encantador que me hacía doler el corazón.

Llevaba ropa a juego con otro hombre, sostenía la mano de otro hombre, miraba a otro hombre, bailaba con él. Viéndola así, me sentí torturado. Al verla charlar cariñosamente con el príncipe heredero, no pude apartar los ojos de ella a pesar de encontrar su mirada. Me había capturado por completo.

No lo mires. No le sonrías. No le hables. Solo te miro a ti. Mírame, mira cómo te estoy mirando.

Dame otra oportunidad, confía en mí una vez más.

Por favor, no me abandones. No me dejes. Has hecho que no pueda vivir sin ti, has hecho que me enamore de tu belleza cautivadora. No seas así. Por favor, te lo ruego. Te lo ruego. ¿Hmm? Mi señorita.

Mientras dudaba de estar completamente abandonado, mi pequeña dama había bajado a la finca Monique. Sentí que me iba a volver loco. Me aferré a mi dañado corazón que ardía.

¿Debería ir a buscarla ahora mismo? Podría encerrarla donde nadie lo supiera. No podría mirar a nadie más que a mí.

Todos los días me decidía, solo para cambiar de opinión. Maldita sea. Aunque quería ir y arrastrarla aquí en ese mismo instante, su padre estaba con ella.

Ahora que lo pienso, aunque siempre había dicho que me la llevaría, no había preparado una casa para ella. Qué estúpido soy. ¿De qué servía que la gente me llamara genio? Mi cerebro no funcionaba bien para esos asuntos.

Así que busqué el lugar adecuado con sinceridad y diligencia. El dinero no era un problema porque ya tenía una fortuna. Los fondos que tenía guardados por si tenía que competir con el estúpido Alexis crecían rápidamente incluso ahora.

Conseguiría una casa en un campo pequeño y desconocido. Digno de un lugar en el que vivirá mi señorita, todo tenía que ser de la mejor calidad, y lo llenaré con todo lo que a ella le gusta. A Tia le gustará sin duda. Me mirará de nuevo con una mirada encantadora.

Así que espera un poco. Lo prepararé todo perfectamente para ti, mi pequeña dama de cabello plateado.

Cuando lo tenía todo preparado, le escribí a Tia una carta. Reprimiendo mis violentos sentimientos, la escribí con la mayor delicadeza posible, manteniendo mi imagen cariñosa que siempre había mostrado. Pensé que una vez que la viera, me respondería sin duda.

Pero, por mucho que esperara, no recibí respuesta alguna de ella.

Me puse un poco ansioso. Mientras decoraba en secreto la casa para Tia, mi ansiedad empezó a apoderarse de mí una vez más. Volví a escribirle una carta. No hubo respuesta. Volví a escribir una. Seguía sin haber respuesta.

Si no me hubiera enterado de que el mocoso zanahoria iba a la finca Monique, habría ido allí y la habría llevado conmigo. Al pensar que se quedaría a su lado, la rabia empezó a subir en mí, pero era prioritario persuadir a Tia primero

No obstante, me molestó el comportamiento del príncipe heredero durante su ceremonia de mayoría de edad. Podía eliminar al mocoso zanahoria en cualquier momento, pero el príncipe heredero estaba comprometido con Tia. De alguna manera era peligroso. Mi aguda mente, que se llamaba el genio de la generación, seguía enviando advertencias. Tenía que tener cuidado con el príncipe heredero. Tenía que alejarla de su mirada.

—¿Por qué estás aquí?

—Hola, Zanahoria.

—¿Qué pasa con tu cara? ¿Por qué actúas tan triste después de venir de repente?

—Tú también viste cómo estaban el príncipe heredero y Tia durante la ceremonia de la mayoría de edad, ¿verdad?

—¿Y?

—Así que vamos a unir fuerzas primero. Maldita sea, si Tia llama la atención del príncipe heredero, se acabó para los dos, ¿no lo entiendes?

El mocoso pelirrojo lo consideró por un momento y estuvo de acuerdo. ¡Maldita sea! Aunque realmente no me gustaba, estaba enfadado porque esto era lo mejor que podía hacer.

—Dale esto a Tia.

—¿Por qué no vas tú mismo? Con tu personalidad locamente obsesionada, pensé que irías en persona.

—Todavía no tengo derecho a visitarla en persona. Maldita sea, no quería usar esas palabras contigo pero te lo ruego. Cuida de ella.

Solo por esta vez. La dejaría en manos de otro hombre. Era una petición que no haría dos veces.

Después de enviarle la carta, pude recibir una respuesta. El papel plateado, bellamente doblado, no tenía ninguna palabra escrita, pero me conformé con esto primero. Fuera cual fuera el contenido, era la prueba de que Tia había empezado a abrirme su corazón de nuevo.

Esta vez no me equivocaré. Estamos empezando de nuevo, Tia. Seré más cuidadoso, más lento y más cálido que la última vez al acercarme a ti.

Las cartas de ella comenzaron a alargarse. Mi corazón roto gritaba que apenas era suficiente, pero tenía que pasar desapercibido para recuperar la confianza que ya se había perdido una vez.

Mientras pensaba en que la chica de cabello plateado no había vuelto en dos temporadas y pasaba el tiempo con el mocoso de cabello rojo, me vinieron todo tipo de pensamientos. Pensé en ir y destruir todo, arrastrarla de vuelta en ese instante y encerrarla en la casa que había preparado. Aunque mi corazón hervía, me esforcé por reprimirlo. Cada vez que sentía que me volvía loco, tomaba el bolígrafo en su lugar.

♦ ♦ ♦

—No quiero.

—Piénselo bien, joven. ¿Quiere vivir como la sombra de su hermano para siempre? ¿Más aún cuando usted es mucho más sobresaliente que él? Siempre y cuando se una a nuestra facción, le garantizaremos la posición de duque. ¿No es un trato razonable? Obtendrá una posición, y nosotros obtendremos información.

—Lo pensaré.

Cuando la facción de los nobles descubrió que me había opuesto cuando se decidió el sucesor de mi casa, intentaron llegar a un acuerdo conmigo en secreto. En realidad, no era un mal trato. Su facción carecía de nobles de alto rango, por lo que tener el hijo de un duque les permitiría recabar información sobre la facción imperial, y yo recibiría un título.

Sin embargo, también era un trato muy peligroso.

No se podía jugar con el actual emperador, y aunque no podía compararse conmigo, mi padre también era muy inteligente. Por lo tanto, estaba posponiendo la toma de una decisión, caminando en una peligrosa cuerda floja.

—Tia.

Después de enterarme de que el príncipe heredero iría a la finca Monique, mi contacto con Tia se cortó. Aunque me consumía un inquietante presentimiento, no podía hacer nada. Mi madre y mi hermano me impedían desesperadamente bajar a la finca. Quería rebanarlos con mi espada. Si no fuera por mi padre, que había cuestionado lo que podía hacer incluso si iba a la finca, podría haberlos matado de verdad a los dos y haber corrido a Tia.

Un día, mientras estaba inquieto por no poder hacer nada, escuché la noticia de que Tia había llegado a la capital. Pensé que ella, por supuesto, vendría a visitarme en pocos días.

Sin embargo, a medida que pasaban los días hasta convertirse en una semana, no llegó ninguna carta suya, ni pude verla. Me preguntaba si estaría enferma, pero cuando oí los rumores de que había dirigido una carga para apagar el fuego, supe que no era así. No pude soportarlo y envié una carta, pero no recibí respuesta. Incluso cuando escribí, preguntando cuidadosamente si estaba ocupada, no hubo respuesta.

Mi corazón latía inquieto.

¿Qué está pasando, mi señorita? ¿Por qué no viene a verme? Siempre me habías puesto en primer lugar. Me necesitabas. Yo era tu todo. Pero ¿por qué ahora no me respondes? ¿Acaso me estás abandonando? ¿No me necesitas ahora? ¿Vas a dejarme? ¿Es eso, Tia?

 

Joven Allendis,

Mantendré mis palabras directas al asunto.

Espero que se abstenga de socializar con mi hija. No ha olvidado que es la prometida del príncipe heredero, ¿verdad? Ella también ha debutado en la sociedad, así que me temo que pasar tiempo con ella creará malentendidos innecesarios.

He oído que es sabio, así que confío en que habrá entendido lo que quiero decir.

Keirean La Monique

 

Mis inestables sentidos se dispararon de repente ante la carta que había recibido del padre de la chica, el marqués Monique. ¿Me pedía que me abstuviera de relacionarme con ella? ¿Era la prometida del príncipe heredero? Tia ya lo era todo para mí. Era una mujer que se asemejaba a mi propia vida.

Hum, que se joda.

Me había esforzado por tratarlo bien, ya que era el padre de mi dama. Aunque no estuviera satisfecho, había intentado mantenerme tranquilamente a la sombra de la facción imperial por mi señorita, quien tendría que ser absolutamente leal al emperador dado que era hija de la casa Monique. No obstante, mis pensamientos cambiaron.

¿A quién le importa la casa Monique? La destruiré.

Si se quedaba sola, me sería más fácil traerla a mi lado. De todos modos, me disgustaba compartir la obsesión ciega de mi pequeña.

—Me uniré a ustedes.

—Bien pensado, joven. No se arrepentirá.

Me uní a la facción de los nobles y sonreí a aquellos que me daban la bienvenida.

Solo tienes que esperar, mi señorita. Me estoy preparando poco a poco para llevarte conmigo.

♦ ♦ ♦

El día que empecé a recopilar información robando uno a uno los documentos de mi padre, mi señorita, a la que tanto había esperado, vino a visitarme.

Al principio, pensé que era mi imaginación. Tenía un cerebro maldito que me permitía recordar vívidamente cualquier cosa aunque no estuviera decidido a hacerlo. Mi duda se adelantó incluso cuando escuché su voz tranquila llamándome.

En el momento en que me di cuenta de que era realmente mi señorita, cuando extendí la mano, vi cómo se estremecía y daba un paso atrás, haciendo que mi corazón se hundiera.

En el momento en que ella misma estiró una mano para agarrarse a la mía rígida, me di cuenta. La persona que tenía ahora delante podía ser mi dama, pero al mismo tiempo, tampoco lo era.

La profunda oscuridad, la locura y la ciega obsesión de sus ojos dorados que siempre me habían cautivado habían desaparecido. Aunque no había desaparecido del todo, no era tan fuerte como la recordaba. ¿Qué le había pasado? ¿Cómo había cambiado tanto?

¿Quién eres, Tia? No eres la misma chica que conocía.

—Tia, ¿eres realmente tú? ¿Hmm? ¿Eres mi señorita?

—Sí.

—Tia.

—Sí, Allen.

—Tia, Tia, Tia…

Como tenía miedo de mirar su cara familiar y a la vez desconocida, la acerqué a mí en su lugar. La llamé por su nombre una y otra vez. Ella solo me miraba a ciegas. Mi dama, con esos ojos dorados llenos de obsesión, con su hermosa oscuridad. No obstante, mi corazón helado y mi el pecho hundido ya se dieron cuenta de que la chica que había amado, la chica que solo tenía ojos para mí, había desaparecido y ya no estaba. Me di cuenta de la verdad de que no podría volver a verla.

La soledad me invadió de repente. La había echado mucho de menos, pero aunque la abrazaba con fuerza, estaba triste. De mis ojos cayeron lágrimas que nunca antes se habían mojado.

—Lo siento, Tia. ¿Te he asustado?

Aunque la chica que solía amar ya no estaba, la chica que tenía delante seguía siendo mi señorita. Incluso si su mirada era diferente, ella todavía tenía todo lo que yo atesoraba.

Su leve sonrisa apenas perceptible, su voz tranquila y sosegada, su suave y largo cabello plateado que ahora le caía por la espalda, y sus ojos dorados tan cálidos como siempre aunque ya no fueran ciegos.

Cuando nos habíamos encontrado con su padre frente a su casa, la llamé a propósito por su apodo. En ese momento, el rostro del marqués se endureció. Me di cuenta de que comprendía que no me importaba su advertencia, y que intentaría separarnos como fuera.

Pero no podía dejar ir a Tia. Ella era la única persona como yo en este mundo, y comencé a enamorarme de esta pequeña estrella de plata una vez más.

¿Qué debo hacer, mi señorita? Te has vuelto tan encantadora, Tia. Ahora, incluso cuando no estás arruinada, haces que mi corazón revolotee. ¿Debo arruinarte o protegerte?

Pero la sonrisa que me mostraste antes hizo que mi corazón revoloteara demasiado como para arruinarte.

He llegado demasiado lejos para protegerte.

¿Qué hago ahora, Tia? ¿Qué hago, mi señorita?

♦ ♦ ♦

—Hola, Allendis. He oído que has entrado en la oficina de administración. Felicidades.

Un día de invierno, tres meses antes de mi decimoséptimo cumpleaños, entré en la oficina de administración. No fue tan difícil. Por supuesto, la facción imperial estuvo furiosamente de acuerdo, mientras que la facción de los nobles fingió estar en desacuerdo pero lo acogió en secreto.

Como aún no había decidido qué hacer, rondaba a la joven que se unió al escuadrón de caballeros. Cada vez que la veía cerca del mocoso pelirrojo, me hervían las entrañas, pero afortunadamente no parecía gustarle más que un amigo. Por supuesto, me disgustaba que le gustara.

Me preocupaba varias veces al día. Me preguntaba si debía dejarlo todo y encerrarla.

Cada vez que le veía acariciar su cabello plateado, quería cortarle la mano. ¿Cómo se atreve a tocarla? Es mía, mi única dama. Aunque notó la creciente ira en mis ojos, no pareció importarle en absoluto. Quería matar al mocoso que solo sonreía. Quería deshacerme de él al instante, pero no podía ser obvio frente a mi dama. Reprimí mis sentimientos explosivos.

Todavía necesitaba al mocoso. No tenía suficiente fuerza para mantener a raya al príncipe heredero. Se aferraba a mi dama bajo el nombre de su compromiso. Era molesto, pero no podía hacer nada más que reprimir mis sentimientos y quizás sacarle de quicio de vez en cuando.

—¿Ha oído los rumores? Dicen que la señorita Aristia, la Dama de la Profecía, y el joven Carsein, el segundo hijo de la casa Rass, son amantes. ¿No está ella comprometida con el príncipe heredero?

—¿Qué acaba de decir?

—¿No lo sabía? Los rumores vuelan.

Maldita sea.

Los rumores deben haber comenzado por la forma en que se quedaron juntos en la finca. Gracias a los excitados nobles que estaban difundiendo los rumores, lo que parecía ser un simple chisme se había convertido en un escándalo.

—Necesito tu ayuda, madre.

Visité a mi madre por primera vez. Los rumores que circulaban en la sociedad debían ser atajados dentro de ella. Solo nuestra casa estaba en condiciones de resolver este asunto como tercera parte, como una de las casas más poderosas de la facción imperial, y para encubrirlo sin levantar las sospechas de la facción noble, no tenía más remedio que pedir la ayuda de mi madre.

Evité aquellos ojos marrón chocolate que parecían conmovidos.

No creas que te he perdonado solo porque te he pedido ayuda una vez. Solo te estoy utilizando porque lo necesito.

Maldita sea. Me sentí muy asqueado.

Apreté los dientes, pensando en mi señorita, quien había mostrado una delicada consideración hacia ese mocoso. Reprimí mi ira hirviente mientras ella seguía mostrando su consideración hacia los demás. Aunque no quería definirme como un amigo, hice que aquellos jóvenes nobles a los que mi madre invitaba con sumo cuidado reconocieran que el rumor sobre Tia y Carsein era una tontería.

Pensé que había manejado esto lo suficientemente bien como para que mi señorita no lo notara. No, casi lo creía. Si no fuera por una chica estúpida.

—Un rumor de que la señorita Aristia y el joven Carsein son amantes…

Iba a matarla. Ya estaba bastante irritado.

La estúpida chica palideció al notar mi mirada asesina, pero no me importó lo blanca que estuviera. De todas formas, mi señorita no podía verme la cara ahora mismo. Todos, excepto Tia y el mocoso zanahoria, se estremecieron, se sobresaltaron y se congelaron.

Estaba siendo amable con ustedes, pero parece que no saben cuál es su lugar.

Mirando una por una sus caras azules, recordé información sobre cada una de sus casas. ¿Debería destruirlas todas? De todos modos, me sentí disgustado por haberles mostrado la calidez de mi dama.

—E-Está bien, joven Allendis. No puedo quedarme en este estado, así que regresaré primero.

Esa es la decisión más sabia que has tomado en todo el día. Si me hubieras molestado más, tampoco sé qué habría hecho.

¿Quiénes eran los amantes? ¿Cómo te atreves a decir tales palabras? Tia es mía. Es mi mujer, mi dama, toda mía. No la entregaré a otros. No dejaré que otros la roben. Yo la descubrí primero, y fui el primero en enamorarme de ella. Así que es mía. No es de nadie más que mía. Ella es solo mi dama. ¿Cómo te atreves a mencionarla con otro hombre?

—Señorita Niave, sobre las minas de gemas, son lugares muy peligrosos. No se sabe cuándo pueden ocurrir accidentes. También hay muchos que las codician.

—J-Joven Allendis.

—Hay rumores sobre gente que codicia las minas en las fincas Nuen. Debería tener cuidado.

—G-G-Gracias.

Mirando fijamente a la estúpida chica que había respondido con voz temblorosa, sonreí.

Antes de que destruya toda tu casa, sería bueno que cuidaras tus palabras. No quiero ni verte, así que si lo has entendido, piérdete. Estaba extremadamente molesto incluso sin esa chica idiota aquí.

Sin embargo, mi furia hirviente, se derritió de inmediato al ver la brillante sonrisa de la chica que me miraba al entrar.

Ah, Tia, mi señorita, mi ángel, mi todo. No hay nadie más que tú.

Aunque todo el mundo me sea hostil y me tenga miedo, tú siempre me has sonreído. Estoy bien aunque solo sea porque no has visto la oscuridad que hay en mí. Porque llenas mi alma vacía. Haces que mi corazón revolotee.

Te quiero, Tia. Sigue sonriéndome como ahora. Mi cegadora y hermosa dama de plata.

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