Sin madurar – Capítulo 69: En la tormenta (7)

Traducido por Den

Editado por Lucy


¿Por qué me convocó el emperador? Hasta no hace mucho solo era una doncella. ¿Cómo le llamé la atención?

Me rondaban preguntas por la cabeza mientras seguía al sirviente del palacio fuera del salón de baile. En cuanto posé la mirada en el rostro silencioso pero colérico de Leandro, di con la respuesta a una pregunta.

Ah, es cierto. Es porque ahora estoy cerca del segundo protagonista masculino.

—De verdad que no entiendo las intenciones del emperador —comentó Leandro.

—Al menos debería llamarle «Su Majestad» aquí. Nos dirigimos a su propiedad…

Él chasqueó la lengua y giró la cabeza. Sentada en el cómodo carruaje, fijé la mirada en el suelo.

—¿Sabes por qué me convoca Su Majestad? —le pregunté al sirviente.

—Solo soy un humilde sirviente, no conozco su voluntad. Me limito a seguir sus órdenes.

Eso quiere decir que… nadie sabe por qué me llama. ¿De verdad voy a tener una reunión a solas con la figura de rango más alto de todo el imperio? Me siento abrumada…

Suspiré con pesadez y contemplé el cielo nocturno estrellado a través de la ventana.

Al cabo de poco, el carruaje se detuvo frente a la finca. Bajé del vehículo en los brazos de Leandro. Cuando me incliné hacia él, exclamé sorprendida ante la magnificencia de la propiedad.

—Vaya…

—Me tienes que contar todo lo que pase ahí dentro. Estoy preocupado por ti —me susurró al oído.

—Tranquilo. Tampoco es que me vayan a mandar a la horca.

—Lo sé, pero…

Sonreí mirando sus ojos azules para ayudarlo a calmarse, pero frunció el ceño. No había funcionado en absoluto. Así que le tiré de la manga y le levanté el pulgar. Sin embargo, su expresión no hizo más que empeorar.

Signorina, por favor sígame.

—Ah, sí.

Seguí al sirviente del palacio, dejando atrás a Leandro. Al oír mis pasos, el criado apuró.

—¿Podemos ir un poco más despacio? —le pedí.

—Me temo que no es posible. Su Majestad aguarda.

Nada de flexibilidad, ¿eh? Hice un puchero y aceleré el paso. En lo alto de las escaleras, sentí dolor en la planta de los pies. Había caminado mucho, pues la sala de audiencias del emperador estaba en lo más profundo de la finca.

Cuando por fin llegamos ante una enorme puerta roja con adornos dorados en las esquinas, el sirviente se hizo a un lado e inclinó la cabeza.

—Hemos llegado. Por favor, entre.

Hizo una seña a los guardias apostados a ambos lados. Las puertas se abrieron sin hacer ningún ruido y me encontré con la espaciosa sala de audiencia. Observé con cuidado a mi alrededor al entrar.

El emperador me miraba con atención desde el trono con los brazos apoyados en los reposabrazos.

—Acércate, hija mía.

Caminé por la alfombra roja mientras echaba un vistazo a los numerosos retratos y estatuas de la sala. Tragué saliva, nerviosa, pues los ojos dorados del emperador parecían escrutarme de pies a cabeza. Me esforcé por ser valiente, pero me temblaba todo el cuerpo.

—Cielo santo, estás temblando. ¿Me tienes miedo?

—Sí, Majestad…

—¡Ja! Supongo que no eres de las que sueltan palabras vacías. Te he dicho que te acerques.

A esta corta distancia, de verdad se parecía a Diego. Tenía canas aquí y allá y arrugas alrededor de los ojos, pero era corpulento como un armario e intimidaba.

—No estés nerviosa, hija mía. No te convoqué para reprenderte.

—Majestad, si me permite preguntar, ¿por qué me convocó?

—Ah, directo al grano, ya veo. Me recuerdas a Bellavitti.

Guardé silencio.

—¿Por qué tienes tanto miedo, hija mía?

¿Cómo podría no tener miedo? Me miras desde un lugar tan alto como un tigre encaramado a un árbol. Además, el emperador era uno de los principales villanos de la historia original. Él fue quien le arruinó la vida a Leandro solo para salvar a su propio hijo. ¿Por qué me daría una buena sensación una persona así? Pero eso no significaba que podía quitarme los zapatos, correr hacia él y darle un puñetazo en la cara. Solo quería acabar cuanto antes con esta agobiante reunión.

—¿Conoces la maldición de Bellavitti?

—¿Perdón, Majestad…?

—Sí, has oído bien. Te pregunto si sabes sobre la maldición. He oído que eres la doncella que le servía.

—Escuché que se curó con poder divino.

—¿Eso es todo?

—Sí, Majestad. Cuando Su Excelencia el duque estaba postrado en cama, iban y venían muchos magos y sacerdotes.

El emperador apoyó la barbilla en la mano y esbozó una sonrisa serena, mostrando los dientes.

—Mientes, ya veo.

Muchas personas me habían dicho que era malísima mintiendo, pero estaba bastante segura de que esta vez había logrado poner cara de póker. Aun así, el emperador se dio cuenta.

—No era una maldición fácil de romper. Sabes más al respecto, ¿cierto? Dime la verdad —agregó.

—No sé nada más, Majestad.

—Bellavitti estaba al borde de la muerte, pero mejoró tras tu aparición. Luego se rompió la maldición. Cuando te fuiste, te buscó como loco para traerte de vuelta. Eso fue lo que me informaron. Dime, ¿no te resulta extraño?

—No lo sé, Majestad…

—¿Cómo puedo creerte cuando tiemblas de miedo y ni siquiera puedes mirarme a los ojos? Te lo repito, dime lo que sabes.

—De verdad que no sé nada más, Majestad. Estoy nerviosa porque estoy ante alguien tan magnificente como usted…

Los ojos dorados me observaron con disgusto. Cuando bajó las comisuras de sus labios, el ambiente se heló. Desvié la mirada, como si acabara de cometer un pecado mortal. Había juntado las manos para parecer lo más educada posible, pero temblaban de miedo.

—Es un delito grave mentir a la familia imperial. Puedes ser castigada con severidad.

Era una cobarde, por lo que me quedé aterrorizada ante la acusación del emperador. Aun así, me apresuré a negar con la cabeza.

—C-Como desee, Majestad —respondí—. De verdad que no sé nada.

Me palpitaba el corazón. ¿Cómo demonios se supone que le diga que un día me desperté dentro de este libro y cuando recé de corazón que se rompiera la maldición, ¡zas!, se levantó? Sería absurdo. De seguro me impartiría un castigo aún más severo por loca.

El silencio reinó en la sala durante un tiempo. Entonces le oí chasquear la lengua. Levanté despacio la cabeza para comprobar el humor del emperador. Cuando mis ojos se encontraron con su mirada amenazante, respiré hondo y volví a inclinar la cabeza.

Estoy con Leandro, así que es imposible que me mate… Mm, pensándolo bien, podría hacerlo. Después de todo, es el emperador. Espera, ¿quién demonios se cree que es? ¡Abajo con el sistema de clases!

Mientras estos pensamientos me rondaban sin cesar la cabeza, el emperador habló.

—Es suficiente. Levanta la cabeza, hija mía.

—¿Voy a morir?

Sin querer di voz a ese pensamiento.

—¿Qué?

Entonces el emperador dejó de fulminarme con la mirada y empezó a reírse a carcajadas.

No le veía la gracia, así que me limité a observarle.

Al cabo de un rato, cambió su expresión facial y dijo:

—No, todavía no.

♦ ♦ ♦

Después de que me despachara, hice una reverencia ante él y abandoné la sala de audiencias. En medio del regocijo por haber escapado, reflexioné sobre sus últimas palabras.

—¿Todavía no…? ¿Eso quiere decir que me matará más adelante…?

Me quedé distraída en medio del pasillo, mordiéndome los labios.

¿Acaba de marcarme la muerte? Pero ¿por qué? ¿Qué demonios he hecho?

Se me puso la piel de gallina. Todavía podía sentir la mirada feroz del emperador a través de las puertas cerradas de la sala. Me sentía asfixiada, como si las garras de una bestia me presionaran el pecho. Quería salir de la finca del emperador lo antes posible.

Cuando seguí al sirviente, vi a Leandro de pie junto al carruaje, inquieto.

—¡Excelencia!

—¿Por qué llegas tan tarde?

—Solo ha pasado media hora, Excelencia… —respondió con educación el sirviente.

—No te he preguntado. Cierra la boca —le contestó Leandro, irritado.

Apretó los puños con tanta fuerza que se le marcaron las venas.

Le agarré el puño con ambas manos y le dediqué una sonrisa para tranquilizarlo.

—No ha pasado nada.

Leandro se estremeció un poco, luego me miró inexpresivo.

—Siempre dices eso. ¿Qué ha dicho el emperador?

—Me preguntó si sabía algo sobre su maldición.

—Yo era el que estaba maldito.

Se acarició la barbilla y se quedó pensativo un momento, pero luego sacudió la cabeza como si no lo entendiera.

—No sé por qué te preguntó al respecto.

También me encogí de hombros. En cualquier caso, la maldición está rota y todos están contentos, ¿no? Por más que lo pensara, no se me ocurría ninguna razón por la que el emperador quisiera indagar en el caso.

♦ ♦ ♦

Era tarde por la mañana. Me desperté y me recliné contra la cabecera de la cama.

Anoche, Leandro y yo habíamos regresado a la villa en el carruaje. El baile continuó hasta bien entrada la noche, pero ninguno de los dos se sentía con ganas de volver. Fue desagradable saber que el emperador había estado investigando a Leandro y que en el proceso había descubierto quién era yo.

Mientras pensaba sobre los acontecimientos de la noche anterior, cepillándome el pelo con los dedos, Serena entró corriendo.

—¡Señorita! —me llamó con tanta energía que respondí con el mismo vigor.

—¿Sí?

Dejó el cubo de agua delante del tocador y se acercó a la cama corriendo.

—¡Hay una conmoción en todo el palacio! —gritó, secándose el sudor de la nariz—. ¡La princesa ha desaparecido!

—¿Qué…? ¿La princesa? ¿Dices la princesa Eleonora?

—Cuando las sirvientas fueron a su habitación esta mañana, ¡ya no estaba! Solo encontraron una pila de almohadas bajo la sábana.

Me revolví en la cama y sacudí la cabeza.

—Eso es terrible.

Luego me calcé las pantuflas.

Serena se me acercó.

—¿Cómo puede estar tan tranquila, señorita? Le he dicho que la princesa ha desaparecido.

—Bueno…

Eso se debe a que conozco la historia original.

No recordaba todos los detalles, pero sí grandes acontecimientos como el compromiso de Eleonora y Diego. También recordaba que al día siguiente Eleonora se disfrazaba de sirvienta y se escabullía del palacio para disfrutar del festival. La escena involucraba a Leandro, por lo que no la olvidé.

En la historia original, ella pasea sola, come comida callejera y se cruza con unos rufianes. Leandro la seguía en secreto, por lo que la salva y luego jura protegerla por el resto de su vida…

—Hm… En cualquier caso, ¿y Su Excelencia?

—Se despertó antes y está en el salón.

—¿E-En serio?

Me lavé la cara, me puse el chal y me dirigí al salón. Cuando abrí la puerta, vi a Leandro con una camisa de lino blanca. Leía el periódico mientras bebía té aromático.

Me acerqué a él con una sonrisa.

—¿Durmió bien, Excelencia?

—Buenos dí…as.

Me dio la espalda. Se le pusieron rojas las orejas y, sin mirarme, suspiró.

—De nuevo estás usando el pijama. No puedes ir por ahí con eso puesto.

—Ah… Así que eso era lo que me intentaba decir Serena. Me iré a cambiar ahora mismo.

Regresé al salón con un vestido azul claro con mangas bordadas. Leandro me saludó y dio unos golpecitos en el asiento de al lado.

Me senté y escuché cómo pasaba las páginas del periódico. Apoyé la cabeza en su hombro y leí las letras escritas en el periódico. Así que…

—Los am-ambroambrosettianos… causaron otro…

—Los ambrosettianos causaron otro incidente. Ocurrió en una aldea ubicada entre las tierras de Vittorie y Forza.

—Ah, ya veo.

—Esto es serio. Se están acercando cada vez más al norte. También tengo tierras cerca de ahí.

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