Contrato con un vampiro – Capítulo 60: Impotente

Traducido por Herijo

Editado por Tsunai


—Iouta ha caído a la clasificación F.

Esas fueron las primeras palabras que Azusa escuchó al recuperar la conciencia.

Incapaz aún de comprender su significado, giró lentamente la cabeza hacia la voz. Frente a ella, reconoció dos espaldas familiares: Kyouya y Sukiharu, enfrascados en una discusión silenciosa pero tensa.

Un escalofrío le recorrió la espalda al ver la figura reflejada en el espejo hacia el que ambos estaban mirando. Solo necesitó un segundo para identificar el aura.

Un F.

Lo sabía sin dudar. Haber sido atacada por uno en el bosque le había dejado suficiente impresión como para reconocerlos de inmediato, con tan solo percibir su presencia. La criatura reflejada en el espejo —el caminar errático, la mirada vacía, el aura corrompida— se parecía demasiado al F que casi la había matado.

Las palabras que había oído al despertar se reactivaron en su mente, ahora más clara.

—Iouta…

Kyouya se giró de inmediato al oír su voz.

—¡Lo siento! —masculló Sukiharu, y sin dar más explicaciones, salió corriendo de la habitación.

Azusa se incorporó con esfuerzo, mirando el espejo con incredulidad. Señaló la figura tambaleante reflejada en él.

—Kyouya… ¿ese es Iouta?

—Sí —respondió, su voz quebrada —Iouta acaba de caer a la clasificación F.

Azusa solo pudo jadear, paralizada. No encontraba palabras. Pero no las necesitaba: la expresión de Kyouya lo decía todo. Sabía exactamente lo que estaba pensando. Sabía lo que sentía que debía hacer.

Azusa comprendía el papel que Kyouya desempeñaba en aquella ciudad gobernada por vampiros. Su deber era erradicar a los antiguos miembros de su especie que habían caído a la clasificación F, convertidos en sombras de lo que alguna vez fueron.

No le costaba imaginar a las familias de los Caídos odiándolo, gritando su nombre con rabia, llorando por los seres queridos que él había eliminado. Pero alguien tenía que hacerlo. Y Kyouya lo había hecho… durante décadas.

Nunca hubo excepciones. Ni amigos. Ni antiguos camaradas.

Y ahora… ni siquiera su propio hermano.

—Iré yo. Quédate aquí —dijo, con voz baja pero firme.

Su mano se alzó para acariciarle suavemente el cabello, como si ese único gesto pudiera amortiguar la dureza de sus palabras. Pero su expresión seguía rígida, marcada por la resignación.

Azusa, impulsivamente, lo sujetó del brazo, con fuerza.

—¡No puedes ir! —le gritó al borde de las lágrimas —Si vas, Kyouya… tendrás que…

—Ese es mi trabajo —la interrumpió con dureza —No puedo hacer excepciones para mi familia, no después de haber matado a tantos otros que también lo eran para alguien.

—¡Pero es tu hermano menor!

—Y por eso debo hacerlo yo. ¿Cómo podría dejar que otro lo haga? —Su voz apenas vaciló, pero se mantuvo firme —Iouta jamás habría querido convertirse en una amenaza. Nunca habría querido vagar como una bestia hasta que atacara a alguien.

Azusa percibía que la resolución de Kyouya se sostenía sobre una delgada capa de hielo. Una palabra más, un último esfuerzo… quizás bastaría para hacerlo dudar. Abrió la boca para hablar, pero alguien la interrumpió.

—Así que aquí estabas, Kyouya.

—Patriarca.

Un hombre de cabello negro ébano, igual al de Kyouya, estaba de pie en el umbral de la enfermería. Azusa lo había visto solo una vez antes, pero lo reconoció de inmediato. Era el padre de Kyouya, Akashi Doumeki, el hombre del que se murmuraban cosas incluso entre los altos mandos de la Orden Roja.

El Patriarca se acercó con calma.

——Recibí noticias del cambio repentino de Iouta al salir de la Casa Kisaragi —dijo con frialdad —¿Ya tienes claro el panorama?

Su “hermano menor”, como mencionó con naturalidad, era el director de la escuela. Por lo visto, había recibido el aviso al pasar por allí.

Kyouya apartó la mirada y gruñó en voz baja:

—Iouta ha caído a la clasificación F.

—Ya veo… Entonces sabes lo que debes hacer, ¿verdad, Kyouya?

—Sí.

—¡Kyouya! —gritó Azusa, desesperada.

Pero él ya no la escuchaba.

Su voz se volvió imperturbable, su rostro inexpresivo mientras hablaba con Akashi como si tratara un procedimiento rutinario.

—El objetivo se dirige al campus. Enfrentarlo dentro de la ciudad sería demasiado peligroso. Solicito usar las instalaciones de la escuela para interceptarlo. ¿Tengo tu permiso?

—Te concedo autorización —respondió Akashi, sin vacilar —¿Deberíamos evacuar a los estudiantes?

—No. Podrían cruzarse con él camino a casa. Será más seguro mantenerlos dentro. Emite una advertencia oficial para que nadie salga del edificio. Yo me encargaré del resto.

—Lo haré. También he enviado a los hermanos Shiranui por precaución. Deberían llegar pronto.

—Entendido.

El cambio en la forma de referirse a Iouta —de “hermano” a “objetivo”— fue suficiente para que Azusa entendiera cuán decidido estaba Kyouya… y cuánto dolor estaba ocultando tras esa determinación.

No hubo espacio para interrumpirlos. Azusa no pudo decir ni una palabra mientras lo veía marcharse.

Una vez que Kyouya se fue, Akashi se volvió hacia ella.

—Acompaña a los demás estudiantes. Escondeos en el edificio. Kyouya se encargará del caso. Debería resolverse rápido, pero no te acerques a la batalla. Será peligroso —dijo con una expresión serena, casi paternal.

Azusa lo miró con incredulidad.

—¿No le importa lo que está pasando, señor Akashi? ¿No son sus propios hijos los que van a matarse entre sí?

—¿De verdad crees que no me importa? —respondió, sin levantar la voz —Por supuesto que me duele. Pero alguien tiene que hacerlo. ¿Qué otra opción hay? Es mucho mejor que Iouta muera a manos del hermano mayor que adoraba… que vagar como un monstruo, hiriendo a inocentes.

—¡Puede que tengas razón, pero eso no lo hace menos cruel! ¡Kyouya no quiere matar al hermano que tanto amó! ¿Y hacerlo delante de todos? ¡Solo lo aislarán más! ¿De verdad no hay nada que pueda hacer?

Por primera vez, Akashi alzó el tono, seco y directo:

—Si pudiera, ya lo habría hecho.

Azusa se estremeció.

Luego, Akashi volvió a su tono calmado, casi melancólico:

—Además, aunque le pidiera a otro que lo hiciera, Kyouya no aceptaría. Quiere ser él quien acabe con Iouta… porque lo amaba. Lo sé. Yo también llevé ese peso, hasta que él me lo quitó de las manos..

—¿Lo dice en serio…? ¿Él lo hizo por usted?

—Sí. Lo hizo. Y yo… maté a mi esposa. —admitió Akashi, con la voz baja y firme

—Ella también había caído a la clasificación F. La asesiné con estas manos.

Azusa contuvo el aliento ante la absurda confesión que acababa de escuchar.

Akashi, como si nada, le sonrió con gentileza.

—Es cosa del pasado, ahora. Pero supongo que ya entiendes el punto, ¿verdad? Este no es un asunto sobre el que un forastero como tú tenga derecho a opinar. Haz lo que debes y escóndete con los demás estudiantes dentro del edificio. No interfieras.

»He liberado a uno de mis familiares hace unos minutos. —añadió —En breve, se emitirá un anuncio por los altavoces instruyendo a todos a reunirse en la azotea. Es una medida de seguridad. No podemos arriesgarnos a que los estudiantes de los primeros y segundos pisos terminen atrapados si un cuerpo llega a estrellarse contra el edificio.

Y tal como había dicho, un segundo después, la voz del sistema de altavoces comenzó a sonar por toda la escuela, emitiendo una orden de evacuación hacia la azotea. Ninguna explicación. Ningún detalle. Solo instrucciones.

Azusa apretó los puños. Sabía que, aunque quisiera hacer algo, no tenía cómo detener lo que estaba a punto de ocurrir.

—No puedes hacer nada —sentenció Akashi, con una leve sonrisa curvándose en sus labios —Si quieres resentir algo, resiente tu propia impotencia.

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