Bajo el roble – Capítulo 109

Traducido por Tsunai

Editado por YukiroSaori


Max se quedó perpleja al ver la determinación que había en los ojos de la chica. Idcilla, que tenía cuatro años menos que ella, era cien veces más valiente que ella. Sintiéndose incómoda bajo su mirada, Max apartó la vista.

—I-Idcilla, no hay ninguna razón para que… te vayas y recorras todo el camino hasta allí.

—¿Por qué no?

Idcilla respondió con brusquedad.

—¿Porque soy noble y mujer? No fue mi elección ser cualquiera de esas dos cosas.

—Si algo te sucede, I-Idcilla… tu familia se quedará devastada.

—Eso se aplica a todos. Todas las personas que van a la guerra dejan atrás a sus familias. Todos soportan el mismo sacrificio.

Max solo pudo mantener la boca cerrada. De repente se le ocurrió que no todos soportarían el mismo sufrimiento. Si Riftan cayera, ella lo lloraría con todo su corazón. Pero ese no sería el caso para ella, ni el duque de Croix, ni Rosetta, parpadearían ante su frío cadáver.

De repente, Max sintió que se le hacía un nudo en la garganta. La voz de Riftan diciendo que ella era su única familia resonó en sus oídos.

En este momento, la única persona que me trata como a una familia está peleando en un lugar peligroso, ¿qué diablos estoy haciendo aquí? ¿De qué sirve vivir cien años si no lo vuelvo a ver?

Mientras Max estaba perdida en sus pensamientos depresivos, Idcilla comenzó a hablar sobre su propósito.

—El año pasado, mi hermano sufrió una grave lesión en el brazo derecho durante una justa. Aunque fue curado con magia divina, las consecuencias no desaparecieron y su mano de vez en cuando flaqueaba. Cuando llegó la orden de sumarse a la expedición, toda la familia luchó para impedir que se marchara. Aun así, decidió prestar atención a su honor como caballero. Entonces, ¿por qué no puedo ser yo también como mi hermano?

Había ira en el tono de Idcilla y Max hizo todo lo posible para apaciguar su agitación.

—I-Idcilla, no hay necesidad de tomar una decisión imprudente… por la indignación que sientes por tu h-hermano.

—No hago esto porque tenga malos sentimientos hacia Elba. No importa lo que diga la Señora, mi decisión no flaqueará.

Dijo la chica mientras levantaba obstinadamente la barbilla.

—No le cuento esto a la señora porque esté indecisa sobre irme. La unidad de apoyo se marchará en cinco días. Antes de partir, tengo la intención de aprender al menos un hechizo curativo útil. Sé que el tiempo que queda es poco, pero quiero llevarme lo que pueda aprender. ¿Me ayudarás?

Los labios de Max permanecieron cerrados. Se sentía como si hubiera un tifón arrasando sus pensamientos. Todo le gritaba que informará a los sacerdotes y a Alyssa de inmediato sobre el imprudente plan de Idcilla, pero su corazón le decía algo completamente diferente.

Abrió la boca, pero no salió nada. Después de tartamudear por unos momentos, finalmente soltó su respuesta.

—Y-Yo… yo también iré contigo.

Incluso ella quedó sorprendida por su propia declaración. ¿No le suplicó Riftan que se quedara aquí y esperará? Max prácticamente podía ver el rostro enfurecido de Riftan frente a ella. Max metió la mano en el bolsillo y tocó nerviosamente el siclo. Idcilla le dedicó una sonrisa insegura.

—Creo que la Señora Calypse es más impulsiva que yo. No es necesario que te presionen para que vengas.

—Tal vez… soy irracional. Sin embargo…

Max no supo justificar su razonamiento e Idcilla también mantuvo la boca cerrada. Idcilla parecía estar en conflicto sobre si estaba bien que ella arrastrará a alguien más a una expedición peligrosa. Después de un momento de dudas, Idcilla volvió a hablar.

—Para mí solo hay dos opciones; Ir a casa o unirme a la unidad de apoyo. Los sacerdotes planean enviar a casa a la mayoría de las damas que se alojan en el monasterio. Pronto me llamarán para que me vaya a casa de inmediato. Cuando eso suceda, será aún más difícil recibir noticias sobre las fuerzas aliadas. No podré soportar eso. Sin embargo, la Señora puede permanecer en el monasterio, por lo que no tiene que correr el mismo riesgo que yo.

—E-Eso no es cierto… Yo también…

Max se mordió el labio.

El dolor en su corazón se acumulaba hasta el punto de hacerse insoportable. Realmente lamentaba haberse quedado atrás y no haber puesto más empeño en persuadir a Riftan para que la llevara con él. No había nada más doloroso en este mundo que estar lejos de él.

Max tenía un extraordinario talento para torturarse a sí misma, se imaginaba el peor escenario posible, un futuro oscuro y sombrío. Hubiera sido mejor entrar en el campo de batalla que atormentarse durante meses con pesadillas.

Max abrió la boca de nuevo, su tono era áspero como si tuviera espinas clavadas en la garganta.

—Yo también… quiero ir. Tengo que ir.

—¿Está segura?

Max asintió lentamente y vio que los ojos de Idcilla se llenaban de alivio. La chica volvió a mirar a su alrededor para asegurarse de que estaban solas y le contó a Max con todo detalle sus planes para colarse en la unidad de apoyo.

—Entonces señora, prepare sus pertenencias con adelantado. Tengo una amiga entre las sacerdotisas, buscaré su ayuda. Estoy planeando disfrazarme de sacerdotisa. Ya que las túnicas de las sacerdotisas cubren todo el cuerpo incluyendo la cara, será una manera perfecta de ocultar la identidad y unirme a la unidad de apoyo.

—¿Y qué hay de mí… qué debo hacer?

—También te conseguiré una de las túnicas de sacerdotisa.

—¿Q-Qué pasa si descubren nuestro disfraz… no sería eso un gran p-problema?

—Estará bien. Muchas de las hermanas que fueron asignadas a la unidad de apoyo aún no han sido nombradas oficialmente sacerdotisas. Si nos atrapan, podríamos afirmar que estábamos pensando en convertirnos en sacerdotisas pero que cambiamos de opinión.

Max miró a Idcilla con escepticismo, no estaba segura de que alguien fuera a creerse absurdamente una simple excusa, pero no tenía otra opción

—Pero, ¿estás realmente segura de que quieres venir conmigo?

​Max asintió y se lamió los labios. El día que Riftan se enterara de esto, tendría terribles consecuencias. Sin embargo, aunque Riftan la regañara sin cesar por ello, tenía que hacerlo porque se estaba volviendo loca de deseo por él.

—De acuerdo. Entonces… más tarde, cuando termine el servicio, ven al patio. Tenemos mucho que preparar.

Las dos abandonaron el huerto y se dirigieron a la capilla para las oraciones matutinas como si nada hubiera ocurrido. Al terminar el oficio, las nobles damas se reunieron entre ellas para discutir su futuro con rostros sombríos. Con sus expectativas aplastadas por el nuevo giro de los acontecimientos, Alyssa regresó al dormitorio, diciendo que quería estar sola.

Esto dejó a Max e Idcilla mucha intimidad para planear su infiltración en la unidad de apoyo. Max empacó un generoso suministro de hierbas y algunas piedras de maná, un equipo de costura, yesos y otros suministros de socorro en su bolsa de cuero que había traído de Anatol. También se llevó algunas sábanas del monasterio.

Mientras no estaban ocupadas preparándose para partir, le enseñó a Idcilla las hierbas medicinales y lo que debían tener en cuenta si se encontraban con monstruos. Idcilla no tenía experiencia práctica, pero viniendo de una familia de caballeros, su conocimiento en monstruos estaba al mismo nivel que el de los caballeros.

—Hay dos formas de matar a un troll. Lo primero es cortarles la cabeza.

Explicó Idcilla mientras dibujaba un diagrama en el suelo con una ramita delgada.

—Se dice que los trolls se regeneran rápidamente, cualquier daño sanará en un abrir y cerrar de ojos. Los libros incluso llegan a decir que una extremidad amputada podría simplemente volverse a unir. La única parte que no puede regenerarse es su cabeza. En segundo lugar, son vulnerables al fuego. Si se queman, sus heridas no pueden sanar inmediatamente, por eso los magos de fuego son extremadamente efectivos contra ellos.

La descripción del monstruo solo avivó su miedo, y Max se tragó el nudo que tenía en la garganta. Cuando pensó en ir a un lugar infestado de monstruos aterradores que son resistentes a los ataques la hizo estremecerse. Sin embargo, estos eran los tipos de monstruos contra los que su marido estaba luchando en ese momento. A medida que pasaban los días, Max estaba cada vez más decidido a partir con Idcilla.

El tiempo pasó tan deprisa que el día en que por fin partirían con la unidad de apoyo ya era el siguiente. Max esperó hasta bien entrada la noche para salir a escondidas de su habitación. Idcilla la esperaba en un rincón del jardín, y suspiró aliviada al ver a Max.

—Me preocupaba que de repente cambiaras de opinión y no vinieras.

—Estoy aquí a-ahora, eso es una tontería.

Respondió Max y miró a su alrededor para asegurarse de que nadie la estuviera siguiendo.

—Idcilla… dime sinceramente si te lo estás pensando. No es demasiado tarde si lo dices ahora.

—Nada me hará cambiar de opinión. Lo único que lamento es no haber pensado en esto antes.

Exhaló por la nariz y caminó hacia las habitaciones de la sacerdotisa. Max caminó de puntillas detrás de ella con el mayor cuidado posible. En plena noche, solo se escuchan los gritos de los insectos y el suave sonido del viento. Salieron del jardín oscuro y entraron en un edificio pequeño y tranquilo. Mientras Idcilla caminaba por el lúgubre pasillo, se acercó a una puerta en la esquina y llamó. La puerta se abrió inmediatamente y se escuchó un leve susurro.

—Adelante.

Max entró rápidamente detrás de Idcilla. En el pequeño dormitorio iluminado por tenues velas se encontraba una mujer de piel oscura y rostro rígido de unos treinta años. Miró entre Idcilla y Max, que tenía su bolso atado a su espalda, y frunció el ceño, como si no pudiera creer que esto realmente estuviera sucediendo.

—¿Están realmente seguras de esto?

—Sí, como te he dicho muchas veces.

​—Esperaba que cambiaras de opinión en el último momento…

Los ojos de Max se abrieron de par en par con sorpresa, pensaba que la sacerdotisa sería cooperativa como Idcilla había afirmado. La sacerdotisa observó la expresión desafiante de Idcilla con una mirada conflictiva. Finalmente, se resignó con un suspiro, luego fue a sacar dos túnicas de sacerdotisa de su baúl de ropa y se las entregó.

—Parece que nadie detiene a la señorita. Por favor, no dejes que me castiguen por esto.

—No te preocupes. Incluso si nos torturan, nunca confesaremos que fue Selena quien nos ayudó.

Idcilla la tranquilizó con absoluta confianza y se fue detrás del tabique para ponerse la túnica. Max se acurrucó en el sitio mientras miraba con inquietud a la sacerdotisa.

De mala gana, la sacerdotisa se presentó.

 —Mi nombre es Selena Keyman. Yo era la compañera de juegos de la señora Calyma cuando éramos niñas. Desde pequeña he sido un pobre alma obligada a ser cómplice involuntario de la testaruda señorita.

—Puedo oírte.

Idcilla gritó desde detrás de la pantalla, pero Selena no se inmutó.

—Tal que así —Selena suspiró pesadamente y miró a Max de arriba abajo—. Aún estás a tiempo de volver a tu habitación. No tienes que dejarte atrapar por sus travesuras.

Max frunció el ceño ante su actitud irrespetuosa.

—Y-Yo soy Maximillian Calypse. Encantada de conocerla. —Intentó ser lo más educada posible pero directa al mismo tiempo—. Y por tu sugerencia… aunque te lo agradezco, tendré que negarme —añadió.

La sacerdotisa se frotó la dolorida cabeza como si acabara de cargar con todos los problemas del mundo. Max esperó en silencio a que Idcilla terminara de cambiarse antes de ir detrás del biombo a cambiarse de ropa. En cuanto su vestido de seda cayó al suelo, ya no hubo vuelta atrás. Max se puso la larga túnica sobre la cabeza y la dejó caer sobre los tobillos, luego se puso la capucha sobre la cabeza.

—Ya terminé.

—La túnica me queda un poco grande. Aunque no se nota mucho…

Murmuró Idcilla mientras se la ajustaba. Max alisó los pliegues de la túnica. Quería comprobarlo y verse delante de un espejo, pero como era la habitación de una sacerdotisa, no había tocadores ni espejos alrededor.

—No te preocupes, la mayoría de las sacerdotisas ni siquiera se han visto las caras. Solo las que entraron en la vocación al mismo tiempo se han visto. Mientras mantengas la boca cerrada, no te pillarán.

Explicó Selena mientras ataba los cordones alrededor de la cintura de Max.

—Además, nadie sospecharía que dos mujeres de la nobleza intentaron entrar en una zona de guerra disfrazadas de sacerdotisas.

Su tono estaba lleno de sarcasmo ante el ridículo plan, pero Idcilla simplemente lo ignoró.

—Gracias. Escuchar esas palabras hace que me sienta más tranquila.

Las dos se quedaron en la habitación de Selena para descansar hasta el amanecer. En cuanto el sol empezó a entrar por la ventana, todas las sacerdotisas salieron de sus habitaciones una a una. Selena se asomó por las rendijas de su puerta y, en cuanto el pasillo estuvo casi despejado, se escabulló fuera.

Max e Idcilla siguieron a Selena hasta el patio del templo. Al pie de las escaleras, docenas de carros llenos de equipaje y suministros llenaban el gran espacio. Al frente, se alineaban los caballeros que llevaban el escudo real de Livadon.

Max se frotó las palmas sudorosas en la túnica y se unió a la fila de sacerdotisas que entraban en los carros cubiertos tirados por caballos. Como había dicho Selena, habían pasado desapercibidas, ya que los soldados estaban revueltos y ni siquiera encontraron algo sospechoso en sus identificaciones falsas, dejándolas subir a los carruajes sin mediar palabra.

En cuanto subió al carruaje con otras docenas de sacerdotisas, Max se arrastró hasta el rincón más alejado y abrazó con fuerza su bolsa. Selena e Idcilla se sentaron frente a ella. Después de que todos subieron, sonó una fuerte señal en todas direcciones, indicando que estaban listos para partir. Pronto, el carromato en el que iba se sacudió y se deslizó en un lento balanceo.

El corazón de Max corría el riesgo de salirse de su pecho.

Nos vamos de verdad. De verdad.

Max levantó la cabeza con cuidado y miró a Idcilla, pero era difícil leer la expresión de la muchacha más joven por encima de la túnica que le tapaba la cara hasta el puente de la nariz. Sin embargo, Max pudo ver que los nudillos de sus rodillas estaban blancos por la tensión.

Max quería consolar a Idcilla y decirle que todo estaría bien, pero ella tenía miedo de abrir la boca y atraer atención no deseada.

Todas las mujeres estaban cubiertas por sus túnicas y no podía ver sus rostros con claridad, pero la mayoría eran mujeres jóvenes. Y estaban demasiado tensas como piedras endurecidas: cada vez que el carruaje se balanceaba al rodar sobre una superficie rugosa, traqueteaban como guijarros en un saco.

Max se apoyó contra la pared del carruaje y miró por la ventana. Docenas de carros llenos de suministros se alinearon para salir por la puerta de la gran ciudad en una fila organizada.

—¿Cuánto tiempo se tarda en llegar al castillo de Servyn?

Idcilla de repente abrió la boca. Aunque su voz era un sonido suave, sonaba fuerte en medio del silencio lo que hizo que todos los ojos se dirigieran hacia ella.

Max temía que alguien ya las hubiera reconocido, pero Selena respondió con calma.

—Alrededor de una semana a 10 días.

—No pensé que estaría tan lejos cuando lo miré en el mapa…

—Con un puñado de tropas y suministros para transportar en carro, se necesita mucho más tiempo.

Después de la conversación, el silencio volvió a invadir el carruaje. Solo el sonido de los cascos de los caballos, el traqueteo de las ruedas y el crujido ocasional de las armaduras de los soldados llenaban el aire.

El resplandor del alba se filtró en la atmósfera tensa. La unidad atravesó las puertas de la capital y, en un punto cercano, se detuvo en un descampado.

—¿Por qué nos detenemos? Acabamos de salir.

Murmuró Idcilla nerviosa. Max notó que le preocupaba que las descubrieran disfrazadas.

—Los caballeros del archiduque Aren nos acompañarán.

Selena se apresuró a explicarle en un susurro para calmar su inquietud.

—He oído que el archiduque estará al mando de esta procesión. Como tenemos una cantidad excesiva de alimentos con nosotros, se necesitan guardias adicionales para garantizar la seguridad

Ante la explicación de Selena, los rostros de Idcilla y de todas las demás sacerdotisas suspiraron aliviados. Solo Max se acobardó. Si lo que decía Selena era cierto, tendría que evitar los ojos del archiduque hasta que llegaran al castillo de Servyn dentro de siete o diez días.

Max se mordió el labio. Quería tomar contramedidas y hacérselo saber a Selena e Idcilla, pero no se atrevía a hablar, temiendo ser descubierta por alguna de las sacerdotisas. Temía que alguien pudiera reconocerla por su tartamudeo tan característico.

Max se volvió muy cauteloso y no pronunció ni una sola palabra. Cuando llegó el mediodía, los soldados y caballeros se detuvieron en un gran campo de maleza para comer. Las sacerdotisas empezaron inmediatamente a repartir comida entre los hombres. Como Max e Idcilla ocultaban sus nobles identidades, también se unieron a la tarea asignada.

Distribuyeron pan, queso y vino a los hombres, y luego repartieron comida a las sacerdotisas. Cuando terminaron, las sacerdotisas se reunieron cerca de la orilla del río y comieron su propia comida.

Max se sentó con Idcilla y masticó la rancia hogaza de cebada que le raspaba el paladar.

Caminando bajo la intensa luz del sol se le formaban gotas de sudor alrededor de la nariz y el calor que sentía bajo las túnicas era similar al de estar dentro de una sauna. Pero por muy roja que tuviera la cara por el calor atrapado, no se atrevía a quitarse la capucha para que entrara la brisa.

Se concentró en su comida y observó atentamente a su alrededor. Los caballeros del Archiduque estaban al frente y detrás de la masiva procesión. Ella sería capaz de evitar ser vista por ellos si tenía cuidado.

—Vamos demasiado despacio.

Se quejó Idcilla tras regresar de lavarse la cara y las manos en el río.

—Si el templo descubre nuestra ausencia demasiado pronto, no tardarán en alcanzarnos a la velocidad a la que viajamos

—D-Dijiste que… te habías ocupado de todo antes de partir

Max, que estaba constantemente en guardia, preguntó en voz baja. Aunque nadie podía oírla ya que estaban sentados a cierta distancia, todavía estaba preocupada por lo peor.

—Lo he hecho. Pero siempre existe la posibilidad de que algo salga mal.

—¿Qué diablos hiciste?

 Preguntó Selena con la mandíbula apretada, pero Idcilla simplemente se encogió de hombros.

—He pagado a algunas personas para que se hagan pasar por nosotras. En cuanto amanezca esta mañana, se unirán a las demás damas y actuarán como si fueran a casa en carruajes alquilados.

Selena se rió, atónita ante el ridículo plan.

—Es imposible que el templo central se trague un plan tan poco convincente. Seguramente ya se habrían dado cuenta…

—Eso sería cierto si la guerra no fuera a tan gran escala. Pero ahora mismo, no pueden permitirse prestar mucha atención. Si dos mujeres de nuestra complexión llevan velo y muestran su identificación subirán fácilmente al carruaje. También pagué al cochero.

Selena suspiró exasperada.

—¿No lo sabrá la Señora Alyssa?

—Ahora está completamente en su mundo. Puede que le parezca extraño que me haya ido a casa sin hablar con ella, pero mientras los sacerdotes le digan que me he ido a casa… se convencerá.

Entonces Idcilla añadió amargamente.

 —Solo rezo para que no entre en razón demasiado pronto… o de lo contrario sospecharía de mi comportamiento y se pondría en contacto con mi familia…

Selena enarcó las cejas ante el plan fracturado de Idcilla y luego se volvió hacia Max.

—¿Qué pasa con la señora?

—Yo… dejé una c-carta… diciendo que Idcilla me ha invitado… a quedarme con ella. Y hablando de eso…

La persona a la que dirigió la carta está con ellos ahora mismo. Suspiró un momento y finalmente confesó.​

—L-La persona… que se suponía que debía cuidarme… es el archiduque A-Aren. Es cercano a mi marido… y mi marido me dejó a su cuidado antes de ir a la guerra…

Ante la nueva revelación, las atravesó un momento de silencio. Selena se agarró bruscamente la cabeza con frustración y gimió en voz alta mientras Idcilla le acariciaba la barbilla pensativamente.

—No te preocupes. Nadie presta atención a las sacerdotisas. Estamos en la retaguardia y ellos delante, así que mientras no te acerques demasiado a él al distribuir la comida, no te pasará nada.

Idcilla la consoló con su habitual optimismo.

—En realidad es mejor. Si Su Excelencia recibió la carta, solo complicará las cosas, ya que podría verificar si realmente se queda conmigo en mi casa. Los sacerdotes no quisieron entrar en ese detalle.

Sus palabras sonaron plausibles y Max se sintió recuperada un poco de la compostura, terminando su ración de pan. Cuando terminó el almuerzo, la expedición continuó sin demora.

Max subió al estrecho vagón donde ni siquiera había sitio para estirar las piernas hasta la puesta de sol. Max tenía todo el cuerpo rígido y acalambrado, y el sudor frío le goteaba por las mejillas, pero no podía evitarlo. Descansó un rato sus caderas palpitantes sobre una gruesa manta.

Estaba absolutamente agotada pero no tuvo tiempo suficiente para descansar ya que tuvieron que ayudar a montar el campamento. Mientras los caballeros y soldados cuidaban los caballos e inspeccionaban la zona, las mujeres tenían la tarea de preparar los fuegos y la cena.

Max siguió los pasos de las sacerdotisas y recogió ramas secas y paja para el fuego. Idcilla ayudó a traer agua para llenar el caldero y recogió piedras para construir una estufa improvisada.

Eso no fue todo. Debían preparar los ingredientes, cocinarlos y luego distribuirlos. Solo después se sentaron junto al fuego para disfrutar de una abundante sopa y patatas asadas.

Dormir en el suelo cubierto con una manta era incómodo, pero Max no estaba en condiciones de quejarse. Cerró los ojos y trató de conciliar el sueño bajo el cielo despejado y estrellado.

A la mañana siguiente, se despertó con cinco picaduras de mosquitos en los dedos y las pantorrillas. También había hormigas arrastrándose por la falda de su túnica y su espalda estaba cubierta de tierra. El descanso que adquirió en realidad no fue dormir, fue más bien cerrar los ojos.

Después de lavarse la cara, volvió al carro. El día transcurrió con la misma rutina monótona. Salieron al amanecer, se detuvieron al mediodía para almorzar y se trasladaban inmediatamente después.

Tal como dijo Idcilla, el archiduque ni siquiera miró en su dirección. Max lo vio explorar los alrededores con sus caballeros en busca de monstruos, pero ninguno de ellos echó un vistazo a las sacerdotisas vestidas con ropas monótonas. A nadie le importaba en absoluto.

Gracias a ello, Max pudo relajarse y adaptarse a las exigencias de la expedición. Sorprendentemente, Idcilla era la que luchaba por adaptarse.

No lloraba ni se quejaba, pero todas las noches daba vueltas en la cama, y el reducido espacio le resultaba difícil, ya que tenía brazos y piernas largos.

—El viaje puede ser más largo de lo que pensaba

Comentó Selena con expresión inquieta mientras observaba el pálido y cansado rostro de Idcilla.

—Escuché a los caballeros decir que están tomando la ruta más larga a Servyn por seguridad. ¿Estarás bien?

—Por supuesto —Idcilla respondió sin perder el ritmo—. Puedo adaptarme como todos los demás.

El orgullo de la chica era tan feroz que cualquier acto de compasión y preocupación por ella era intolerable. Sin embargo, cuando Max preparó té de hierbas para ayudarla a dormir, Idcilla no se negó.

A juzgar por el cutis de Idcilla a la mañana siguiente, parecía haber podido dormir profundamente.

Cada vez que el carro traqueteaba y se balanceaba, todas las mujeres rebotaban de sus asientos. Y cuando el carro daba la vuelta, todas salían despedidas hacia un lado del vehículo como guijarros rodantes. No había un centímetro de piel que no estuviera cubierto de moratones por el duro viaje.

Cuando por fin se acercaron a su destino, Max se dio cuenta de que el viaje había sido sorprendente y sospechosamente tranquilo. Como si estuviera gafado, el sonido de una flauta aguda resonó por toda la comitiva, e inmediatamente todos los carruajes empezaron a sacudirse violentamente como si se hubiera desatado un terremoto. Gritos procedentes de todas partes taladraron sus oídos.

Max se agarró al alféizar para no caer al suelo del carruaje y miró por la ventana. Todos los soldados se apresuraron hacia sus caballos y desenvainaron sus espadas al unísono. Pronto, Max vio por qué. Unos monstruos gigantes de color verde oscuro corrían hacia ellos, provocando una tormenta de polvo con sus pisadas.

La horda de monstruos alborotó a los hombres y los persiguieron como toros bravos. La súbita detención del carruaje les hizo revolverse dentro, y Max cayó al suelo, temblando. Los estruendosos rugidos de los trolls golpearon sus oídos como un látigo.

—¡Todos! ¡Cojan sus cosas y salgan ahora mismo!

El soldado les gritó mientras abría la puerta. Las mujeres estaban acurrucadas, sollozando de miedo mientras las obligaban a salir.

—No podemos poner una barrera en cada carro. Si nos reunimos todos en un solo lugar, podremos construir un escudo mágico para todos. ¡Deprisa!

Tomaron sus cosas y saltaron del carro a instancias del hombre. Los soldados condujeron a las sacerdotisas al centro de la procesión.

Max apenas pudo seguir el ritmo mientras ella luchaba por encontrar el equilibrio en el caos. Sin embargo, en el momento en que aparecieron los trolls, sus piernas se congelaron de miedo. Si no fuera por los rápidos reflejos de Selena, se habría desplomado en el suelo.

Max se dejó guiar como oveja mientras se apretujaba entre la multitud. Una vez que todos los indefensos estuvieron reunidos en un mismo lugar, los sacerdotes de alto rango lanzaron inmediatamente una barrera a su alrededor con magia divina.

Max se aferró a Idcilla y miró a su alrededor, con los ojos desenfocados en el caos que se desplegaba ante ellos. Los monstruos verde oscuro, enfundados en armaduras de hierro blandían, sus enormes mazas y los cuerpos de los soldados volaban por los aires como meros espantapájaros.

Los caballeros avanzaron a una velocidad increíble para rebanar los cuerpos de los trolls, pero los monstruos ni se inmutaron. Cuando Max vio que la herida se cerraba en segundos, sus ojos se oscurecieron con un miedo inexplicable.

Lo que había leído en los libros era completamente diferente en la vida real. ¿Cómo demonios habían luchado los humanos contra seres tan monstruosos y poseedores de una fuerza tan formidable?

Con un golpe de martillo de hierro, el gigante aplastó a un puñado de caballos de guerra. Max reprimió a duras penas las ganas de vomitar y cerró los ojos. Incluso Idcilla se aferró a Max como si estuviera al borde de la muerte,

En ese momento, la voz rugiente del archiduque Aren perforó sus oídos.

—¡Han llegado refuerzos! ¡Todos, entren en razón!

 

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