Dejaré de ser la subordinada de una villana – Capítulo 25.8: Ese día, parte 2

Traducido por Herijo

Editado por Michi

Corregido por Sharon


[POV Leonhart]

Se llamaba Angie.

Como esperaba, resultó ser la hija de la mujer del retrato… la Consorte Rose.

Sin embargo, ella había muerto a causa de una enfermedad. La persona a la que llamaba madre era una niñera que la acogió como su hija.

Desde ese incidente cuando era más joven, he investigado todo lo referente a la mujer del retrato.

Debido al inusual tono de cabello, pude identificar su parentesco de inmediato. Pero cuando preguntaba algo relacionado con la Consorte, la única respuesta que obtenía era el silencio.

Cuando examiné los archivos del palacio real en persona, estaba escrito que la Consorte Rose vivió sus últimos momentos en desesperación.

A pesar de estar un poco decepcionado, seguía teniendo un profundo anhelo por la bella mujer, lo que hacía que me preguntara cada vez más por qué padre atesoraba su retrato.

No puede ser… ¿Acaso padre y ella eran…?

Desde entonces un sentimiento brumoso hacia padre ha permanecido en el fondo de mi mente.

Guíe a Angie hacia la recepción de la casa del conde Edelweiss.

Puesto que era consciente de su propio linaje real, parecía no importarle entrar a la casa de un conde sin su permiso.

Mientras éramos guiados por el mayordomo, no pude dejar de observar alrededor de la casa. El interior desprendía un sentimiento atractivo.

Ya que Angie se perdía mientras observaba, no me quedó más opción que tomar su brazo para guiarla. A pesar de que se vio sorprendida en un inicio, no pareció molestarle ya que caminaba con una gran sonrisa en su rostro.

Por alguna razón, tal sonrisa encantadora mandaba un escalofrío a través de mi columna.

El conde ya nos estaba esperando en la recepción. Se paró para recibirnos y bajó su cabeza en señal de disculpa.

—Su alteza, alguien ha traspasado nuestra propiedad durante la fiesta de té. Por este problema de seguridad le ofrezco una disculpa de todo corazón.

Detuve las palabras del conde, al mismo tiempo que le pedí levantar su cabeza.

En lugar de una disculpa, preferiría hablar lo referente a esta señorita.

—No se preocupe por ese asunto, y en lo referente a padre, lo hablaré con él. Levante su cabeza.

—Su majestad… Le agradezco su consideración. Regresaré esta buena voluntad sin falta.

El conde levantó su cabeza al mismo tiempo que se secaba el sudor frío, pero cuando notó a mi acompañante sus ojos se abrieron por completo.

—Como se esperaba, ¿sabe quién es?

—Sí, ella es… de la Consorte Rose…

—Correcto, y también fue quien entró a su propiedad durante la fiesta de té. De aquí en adelante, me gustaría que me ayudara a buscarle un lugar para quedarse. ¿Le importaría?

El conde es una persona con una reputación ya establecida.

No tenía un deseo de poder, y era conocido por mantener como prioridad la seguridad de su esposa e hija. Podía decir después de observarlo en las ocasiones que fue al castillo que no era un hombre que poseyera dos caras.

Después de observar la forma en que se disculpó hace un momento, la confianza que le tenía creció aun más. Era la persona indicada para pedirle consejo sobre Angie.

—Ciertamente, ella es…

—Angie —respondió la persona en cuestión de manera descuidada a la mirada del conde, quien solo le devolvió una sonrisa amable.

—Con que es la señorita Angie. Mi nombre es Edward Edelweiss. Se ve algo cansada, ¿debería pedir que le preparen un baño caliente?

—Yo… no estoy cansada…

Trató de refutar la propuesta, pero la línea de visión del conde le hizo notar que su ropa estaba manchada con tierra.

—Supongo que estaría bien tomar un baño caliente.

—Entendido. ¡Sebastián!

El conde le pidió al mayordomo que preparara el baño, mientras Angie era llevada a otra habitación por una sirvienta.

Una vez que dejó el cuarto, la mirada del conde se volvió severa.

Inconscientemente, tragué saliva con lentitud.

—Es un familiar de la Consorte Rose… quizás su hija, ¿cierto?

—Fue algo que ella misma dijo, aunque aún no lo confirmo.

—Permítame investigarlo. Aunque no parezca ser mentira.

—Eso parece…

—Por cierto, ¿por qué conoce a la Consorte Rose? Si mal no recuerdo, dejó la corte imperial antes de que usted naciera —preguntó, así que decidí contarle la historia del retrato.

—Por lo tanto, conde, me gustaría recibir su respuesta.

Ante la repentina solicitud, hizo una cara de cansancio antes de aceptar mi petición con toda honestidad.

—Por favor, por todos los medios permítame responderle.

—Después de la muerte del rey anterior, ¿qué pasó con la Consorte Rose? ¿Realmente perdió la vida? —pregunté. Su expresión decía que sabía que diría eso.

—Es lo que dice en los registros, pero la realidad es diferente. Ella huyó del palacio real y su paradero permanece desconocido hasta el día de hoy. En su momento, fue una situación conocida por todos los de la corte.

—¿Por qué se la declaró muerta oficialmente? ¿Por los derechos de herencia al trono?

—Me temo que es lo más probable: en el momento en que la Consorte Rose huyó, llevaba a Angie en el vientre, y aquellos que conocían esta delicada información eran pocos. Fue decidido declararla muerta para eliminar cualquier derecho de sucesión que pudiera tener Angie. Era lo mejor por hacer, ¿no cree?

—Aun así… Angie está viva y con solo un vistazo a su pelo se puede descubrir su parentesco.

—Si esto llega a conocerse, no tendrá un final fácil. ¿Qué es lo que hará, Su Alteza?

—¿Qué tal si…¿

Levanté mi vista ante la mirada inquisitoria del conde.

Si lo ordeno, no habrá ningún problema en eliminarla sin que sea de conocimiento general.

Ahora mismo su vida estaba en mis manos. Si deseara protegerme a mí mismo, eliminarla sería lo mejor.

Sin embargo, no era alguien capaz de dar esa orden.

Mientras observaba al abismo reflejado en los ojos del conde, mis manos temblaban frenéticamente.

—¿Existe alguna manera de mantenerla con vida?

Siento que el conde sonrió ante mi pregunta.

—Lamentablemente, en mi situación no soy capaz de cuidar a otra niña en la edad de mi hija, aunque me encuentro honrado de recibir la confianza de Su Alteza.

—¡¿Entonces…?!

—Sin embargo, si toma esa decisión, pondría su propia seguridad, así como el futuro de este reino, en peligro. ¿Tiene la resolución para tomar ese riesgo?

Podía sentir la fuerte mirada proveniente del conde.

—¡Sí, la tengo!

Pensándolo ahora, solo fue por la emoción del momento y un acto de terquedad. De alguna manera, pensé que no quería perder en contra del conde… que no quería equivocarme.

Él mostró una gran sonrisa. Estaba llena de afecto, casi como si estuviera viendo a su propio hijo.

—Entendido, príncipe heredero. Este humilde Edward hará todo lo que esté en su poder para cumplir con su solicitud.

—Es así… Gracias.

—Es demasiado pronto para recibir su gratitud. En cuanto a la situación con los derechos al trono de Angie… deshagámonos de ellos de manera externa.

—¿Es posible?

—Le confiaré su cuidado a un barón que es mi buen amigo. A partir de ahí, que comience una nueva vida. Entrará a la Academia como alguien de origen plebeyo que fue adoptada.

—Ciertamente, para entrar a la Academia es necesario tener un registro familiar sólido. Una vez registrada como plebeyo, el reino así la reconocerá. Sería como abandonar su derecho de sucesión.

—Después de eso, incluso si alguien comenta algo acerca de su color de pelo, podemos fingir ignorancia. Lo cual no será difícil puesto que oficialmente la Consorte Rose nunca tuvo hijos. Sin embargo, siempre existe la posibilidad de que ella cambie de opinión y peleé por su derecho al trono.

—¿Qué más da? La vida es un riesgo. Incluso si cambia de opinión haré todo lo posible para que cambie de nuevo. Sería difícil si es alguien con talento, pero…

—Su Alteza, téngase algo de confianza. Se ha estado preparando desde muy temprana edad, suceder el trono no es algo que se pueda lograr solo con desearlo.

Confianza… Un sentimiento de calor creció en mi pecho ante las repentinas palabras del conde.

Era la primera vez desde que tenía memoria que sentí algo de valor en mi esfuerzo por convertirme en rey.

Sin saberlo, lágrimas se empezaban a formar en mis ojos. Levanté la cabeza para evitar que se derramasen.

—Entiendo… Le agradezco, conde. Y en cuanto al problema de Angie, estaré contando con usted

—Será un honor —respondió con una elegante sonrisa que le abarcaba todo el rostro.

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