Traducido por Lucy
Editado por Yonile
Acababa de despedir a George de la Condesa y estaba dando órdenes a mi ejército privado cuando recibí un informe de mis hombres.
—¿Hubo algún testigo?
—Sí, alguien vio a la señorita Cosette y a Remias entrar en la casa del Duque durante el baile. Y luego alguien más también los vio salir de la escuela…
—Llámalos de inmediato. Entonces iremos a la casa del Duque. Llevaremos algunos hombres con nosotros.
—¡Sí, señor!
No pensé que habría dos testigos.
Eso estuvo mal de hecho, entonces, si fue obra del Duque de Orange.
A menos que… ¿No me digas que fue Remias solo…?
Pensaba en él como en un lindo hermanito, aunque no del todo.
Cuando pensaba en él, a quien he tenido la oportunidad de conocer desde que era un niño, el pensamiento de por qué haría esto se deslizaba en mi corazón.
Pero de quien debo preocuparme ahora es de Cosette.
Ya han pasado varias horas desde que desapareció del salón de baile.
Qué asustada debe estar.
No puedo evitar querer estar a su lado cuando pienso que puede estar llorando de ansiedad.
Me digo a mí mismo que me calme y aparto los oscuros pensamientos que estoy teniendo.
No hay duda de que Remias debe haberse llevado a Cosette, pero el otro implicado es el duque.
No puedo interrogarles sin pruebas sólidas.
—Su Alteza, su mano…
Un asistente señaló la sangre que manaba de mi puño, cerrado con tanta fuerza que mis uñas se clavaban en la piel.
Poco después, los soldados trajeron a los dos testigos.
Uno era una estudiante que agarraba con nerviosismo su pañuelo y temblaba con la cara azul.
El otro era un hombre anodino del pueblo.
Él parecía asustado y sus ojos vagaban de un lado a otro.
—¿Son ustedes los que dicen haber visto a Cosette y Remias?
Ante la indiferencia del asistente, la estudiante abrió la boca.
—Sí, Alteza. Tenía que hacer un recado para la señorita Cosette. Mientras trataba de encontrarla, vi a los dos subir al carruaje.
—Ya veo. Seguro eran ellos, ¿no?
—¡Sí! No hay duda.
Asentí una vez a la chica y luego me volví hacia el hombre.
—¿Y tú?
—Sí, los vi entrar a los dos en casa del duque.
—Ya veo. ¿Y estás seguro de que también eran ellos?
—Sí, estoy seguro.
—Bueno, ¿por qué?
—¿Por qué?
—¿Cómo sabes tú, un ciudadano normal, qué aspecto tienen? ¿Cómo puedes estar tan seguro?
—Bueno, eso es porque le pregunté al soldado por sus nombres, pero tal vez entendí mal.
—Hm… bueno, eso está bien. Lo más importante. La casa del duque se encuentra en una zona muy apartada del distrito noble, cerca del castillo real. ¿Qué hacía usted, un plebeyo, en un lugar así?
—¡Huh…!
—¡Arresten a este hombre! Interrógenle y averiguen quién está detrás de esto.
El hombre fue capturado de inmediato por los soldados.
Intentó huir despavorido, pero varios le agarraron y le empujaron al suelo.
Pero vengativo, solo movió la cabeza y me miró fijo con una mirada fulminante.
—¡Cómo te atreves! ¡Farsante! Los pecados siempre saldrán a la luz. ¡Todo será devuelto al linaje de los justos! Puedes lavarte el cuello y esperar.
Tras gritar esto, se mordió la lengua y se quitó la vida.
Linaje de los justos…
Me concentré en estas palabras.
Por fortuna, los soldados que me rodeaban lo habían descartado como una declaración agonizante y delirante, pero en mi mente, había una persona que me venía a la mente.
—Llama a Angie. Llámala ahora.
Angie no había estado en el salón de baile.
No estaba claro si ya se había marchado o dónde se encontraba en ese momento, así que tardaría algún tiempo en encontrarla.
Le dije que me llamara en cuanto la encontrara, y me dirigí a la casa del duque.