Dejaré de ser la subordinada de una villana – Capítulo 54

Traducido por Lucy

Editado por Yonile


—Hola, lo siento, acabo de salir del país. Por eso… ¿Qué pasa aquí?

—Creo que alguien se está portando mal. Tengo que ir para allá y no puedo mostrarte el lugar. Ten cuidado, abuela.

—Muchas gracias.

El bondadoso guardia saludó y corrió hacia la entrada de la mansión.

La menuda anciana vestida con ropas sucias desapareció al doblar la esquina por el lateral de la vasta mansión.

Tras doblar la esquina, comprobó su entorno y empezó a correr a una velocidad diferente a la anterior, y desapareció en la oscuridad de la noche.

Buenas noches, damas y caballeros.

Me llamo Cosette.

Ahora mismo estoy corriendo por las calles de la ciudad aristocrática.

Está muy oscuro y da miedo.

¡Eso es todo lo que tengo que decir desde el campo!

Escapar de la casa del marqués fue pan comido.

Solo había un simple pestillo en la ventana.

Mi habitación estaba en el tercer piso, pero até juntas las sábanas, cortinas y demás telas de la habitación, las sujete a la cama y salté hacia abajo a toda prisa.

Después, me escondí entre unos arbustos y trepé a un árbol que crecía cerca de la pared.

Por fortuna, era uno fácil de trepar.

Si fuera un Salisbury, estaría muerto.

Menos mal que George me había enseñado a trepar un árbol.

Me amarré los calcetines altos de seda a los tacones, los lancé desde el árbol por encima de la valla, envolviéndolos con firmeza alrededor del muro, trepé y emprendí la huida.

¿Vergüenza? Ya dejé esas cosas en mi vida pasada, así que no importa.

Menos mal que hago ejercicio.

Para poder escapar con tanta facilidad, me pregunto si la seguridad de esta mansión está bien o no.

Por lo visto, parece que mi cautiverio era un secreto y solo unos pocos en la mansión lo sabían.

Además de eso, el hecho de que Alfred estuviera fuera y algunos de los guardias estuvieran asignados a él podría ser otro factor para mi exitosa fuga.

Cuando llegué a salvo fuera de los muros, me embadurné la cara y la ropa con barro y me envolví en las gruesas cortinas que me habían prestado.

No olvidé cubrir también las cortinas de tierra y polvo.

Así parecería una anciana en la oscuridad.

Y así llegamos a la escena del principio.

Caminaba por las murallas y pronto fui descubierta por un guardia.

Me dejó escapar porque había una conmoción en la puerta principal de la mansión, pero en circunstancias normales, me habrían atrapado.

¡Gracias por el alboroto, quienquiera que seas!

El barrio de los nobles estaba desierto y muy poco iluminado.

Corri con una sensación de inquietud, preguntándome cuándo me perseguirían.

Mis zapatos de tacón hacía tiempo que habían desaparecido y los pies descalzos me escocían por los guijarros, pero no sentía nada porque estaba muy nerviosa.

Mientras corría con frenesí hacia mi casa, me di cuenta de que un carruaje se acercaba por delante.

Iba muy rápido.

Por un momento pensé en pedir ayuda, pero decidí agachar la cabeza y dejar que pasara a mi lado, lo más desapercibido posible, por si era el carruaje de Alfred.

No había donde esconderse porque era una sola calle.

El sonido de los cascos del carruaje se acercaba cada vez más y las manos me sudaban de la tensión.

El escudo de armas era visible mientras se acercaba.

¿Un escudo real? ¿Podría ser Su Alteza?

Antes de que pudiera pensarlo bien, mi cuerpo se movió y me puse delante para pasar.

—¡No es seguro! ¡Quítate del medio!

Ignoré los gritos y grité tan fuerte como pude a la ventana.

—¡Alteza! ¡Su Alteza Leonhardt! ¡Hola, soy Cosette! ¡Aquí Cosette Edelweiss!

¡Qué suerte! Levanté la vista con frenesí mientras los guardias me agarraban de los brazos y me sujetaban contra el suelo.

—¡¿Cosette?! ¡¿Es Cosette?!

—¡Su Alteza! ¡Es peligroso!

Su Alteza Real se sacudió la mano de su guardaespaldas y saltó del carruaje.

—Su Alteza… ah.

¿Estaba más ansioso de lo que pensaba?

En cuanto vi su cara, no pude dejar de llorar.

—Cosette, Cosette me alegro tanto de que estés bien. Debe haber sido aterrador, ahora está bien.

—Me alegro tanto de verte.

La mano de Su Alteza acariciando con suavidad mi espalda era cálida, y mis lágrimas no pudieron parar durante mucho tiempo.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

 

error: Contenido protegido