El contrato de la Princesa y la Duquesa Monstruosa – Capítulo 84

Traducido por Ichigo

Editado por Lucy


—¿Amroa?

Pero desapareció en un abrir y cerrar de ojos cuando Madel la llamó.

—Ah, bueno. Mi bebé es muy tímida, y podría asustarse y llorar cuando vea a los caballeros. Te enseñaré al bebé dentro de un momento.

Luego, Amroa ató el brazalete alrededor de la muñeca de Leslie.

Ella se miró la muñeca. Aunque parecía de tela, la pulsera pesaba.

—¿Qué es esto?

—Es un regalo que he hecho para usted, señorita Leslie. En mi pueblo regalamos pulseras para desear buena suerte a alguien.

Tanto Leslie como Madel miraron la pulsera con los ojos muy abiertos. A ella le encantó el regalo, pero se preguntó por qué pesaba tanto.

—He insertado un alambre para mantener su forma. ¿Pesa demasiado? —preguntó Amroa, y Leslie sonrió comprensiva.

Por eso pesaba tanto. Luego, hizo un gesto con el brazo para mostrar que estaba bien.

—Yo también llevo uno.

Amroa se levantó las mangas y mostró la misma pulsera, con la cara un poco enrojecida por la vergüenza.

—Es un conjunto.

A Leslie le brillaron los ojos de emoción al mirar las dos pulseras, y Amroa asintió.

—Sí, es un conjunto. Lo hice para usted, señorita Leslie.

—La envidio, señorita Leslie.

Madel miró la pulsera. Parecía que quería una para ella y para Sulli.

—Puedo hacer más y traérselas, o puedo enseñarle a hacerlas.

—¡Oh, vaya! ¿Te importaría enseñarme entonces?

—Por supuesto.

Amroa se ofreció con amabilidad, y las dos mujeres charlaron con alegría. Leslie, mientras tanto, se tocaba incómoda la pulsera.

Pesa mucho. ¿Por qué pesa tanto? No tiene piedras ni joyas, pero me siento como si tuviera un ladrillo en la muñeca. ¿Los cables suelen pesar tanto?

Quiero quitármelo.

Leslie jadeó ante la idea y sacudió rápido la cabeza, culpándose a sí misma por tener semejante pensamiento sobre un regalo.

—Por favor, señorita Leslie, dígame si quiere quitárselo. Tiene un nudo tradicional, y puede resultar difícil deshacerlo —dijo Amroa, al ver que Leslie se tocaba la pulsera con demasiada frecuencia.

Madel apartó la mirada de su cuenco de estofado e intervino.

—¿Es muy difícil? ¿Podrías enseñarme?

Madel sería la encargada de cuidar la ropa y los accesorios de Leslie, así que sería ella quien la ayudaría a quitarse la pulsera en el futuro. Así que Amroa se sentó junto a Madel y empezó a darle instrucciones para deshacer el nudo.

—¿Así, dijiste? Es más difícil de lo que pensaba.

—Sí, es más difícil de lo que parece. Es una tradición de mi pueblo natal, así que no lo conoce mucha gente de fuera…

Mientras Madel y Amroa se enfrascaban en el nudo, los ojos de Amroa no dejaban de viajar para mirar a Leslie. Parecía ansiosa, casi asustada, pero Leslie estaba demasiado ocupada comiendo el guiso y no se dio cuenta.

Algún tiempo después, Leslie terminó el estofado y se acordó de los regalos.

¿Los dejé en el carruaje?

¿No los traje conmigo? Leslie miró a su alrededor pero no encontró nada más que su pequeño bolso, en el que era imposible que cupiera la gran caja de regalos para el bebé y Amroa.

Tal vez sí los olvidé.

Recuerdo haberlos vistos con Madel en el carruaje. Leslie se esforzó por recordar y pensó en lo distraída que estaba con las cartas y el bonete. Luego, concluyendo que los regalos debían de estar en el carruaje, habló en voz baja a las dos mujeres que seguían discutiendo sobre el nudo.

—Madel, creo que hemos dejado los regalos en el carruaje.

Madel también se giró para mirar pero tampoco los localizó.

—Iré al carruaje y los traeré. Está debajo de mi asiento, así que los caballeros no podrán encontrarlo. También enviaré las cartas mientras tanto —añadió.

Luego, se giró para mirar a Amroa disculpándose.

—Lo siento mucho, pero enviaré a un caballero. Me ordenaron que no dejara a la señorita Leslie sin supervisión.

—Está bien. Haz lo que tengas que hacer.

Con eso, Madel salió del restaurante. Justo al otro lado de la puerta, se oían voces mientras ella llamaba a un caballero para que se acercara a explicarle la situación.

—Amroa, sobre lo de antes…

Pido disculpas de nuevo por la inspección, pensó Leslie y llamó a Amroa. Pero ella le dio la espalda a Leslie y se alejó hacia las puertas.

—¿Amroa?

Algo no iba bien. Amroa se balanceaba sobre sus pies y no podía caminar derecho como una borracha o alguien en una desesperación irrecuperable.

Leslie no podía deshacerse de los malos presentimientos. ¿Qué está ocurriendo? ¿Podría estar…? No, eso no puede ser posible.

Por instinto, se levantó despacio de la silla y llamó a la mujer.

—¿A-Amroa? ¿Me has oído?

Pero la mujer no respondió. Se acercó a las puertas y apoyó la mano en la cerradura mientras se giraba despacio para mirar a Leslie.

—Lo siento, señorita Leslie.

Ella vio el amable rostro de Amroa distorsionado por la culpa y la tristeza, con lágrimas cayendo de sus ojos tan vacíos. La niña empezó a temblar.

—Lo siento mucho.

La cerradura giró ahogando el susurro de disculpa de Amroa.

Leslie sintió que el suelo se ablandaba bajo ella y que sus pies se hundían en el vacío. Era su primera traición desde que se convirtió en una Salvatore.

No podía hablar. Tenía la lengua entumecida y la voz entrecortada. Quería gritar y preguntar por qué, pero no podía. Mientras Leslie luchaba por recobrar la compostura, el cuerpo de Amroa se giró por completo para mirarla.

—Lo siento, señorita Leslie…

Susurró con debilidad una y otra vez, ella se sintió entumecida, pero de algún modo despejada, mientras los engranajes de su cabeza empezaban a girar. Tenía que huir y salvarse. Interrogar a Amroa podría ocurrir después, siempre y cuando sobreviviera a esto.

—Si de verdad lo sientes, déjame ir —exigió mientras se tambaleaba hacia atrás, alejándose de Amroa, que se acercaba cada vez más con una sonrisa triste.

—Lo siento. Pero no puedo hacerlo.

—Los caballeros están justo delante de las puertas. Pronto romperán la barricada y la cerradura.

—Sí, lo harán —murmuró ella en voz baja—. Pero no podrán entrar con facilidad.

Tras las puertas resonaron fuertes ruidos metálicos y, a continuación, un grito agudo de mujer. Era, sin lugar a dudas, la voz de Madel.

Leslie se estremeció y, distraída, se volvió hacia las puertas, perdiendo de vista a Amroa. En un instante, ella saltó sobre la niña y la agarró por las muñecas con fuerza. Leslie hizo una mueca y chilló de dolor.

—¡Déjame!

—No puedo. Lo siento, señorita Leslie.

Amroa temblaba, más lágrimas goteaban de sus ojos desorbitados.

—Mi marido vendió a mi bebé… ese maldito bastardo… ¡vendió a mi bebé! Tengo que encontrar a mi bebé… a mi preciosa Leah.

Pero ella dijo que el bebé estaba con sus vecinos…

Y dijo que su marido murió en un accidente, ¿no? No podía decir qué era verdad y qué era mentira. Pero antes de todo eso, necesito alejarme de ella primero. Leslie se lanzó a morder la mano de Amroa con todas sus fuerzas.

—¡Ack!

La mujer soltó un grito corto y sorprendido y su mano se aflojó. Leslie corrió hacia las puertas mientras sacudía y retorcía los brazos para escapar del agarre como garras de Amroa. Pero ella era mucho más alta, rápida y fuerte. Se lanzó y abrazó la cintura de Leslie para detenerla, apretando sus largos brazos como una enredadera.

—¡Suéltame!

Leslie se agitó, agitando los brazos y pateando. Pero la mujer no la soltó. De hecho, apretó con más fuerza, lo que le impidió respirar. La niña se retorcía sin poder evitarlo y se preguntaba de dónde procedía la fuerza monstruosa de Amroa.

—¡He dicho que me sueltes!

El puño de Leslie golpeó la cara de la mujer, pero ella no la soltó. Se limitó a soltar un gemido de dolor entre dientes apretados.

No entendía por qué ni qué estaba pasando allí. Eran los mejores caballeros Salvatore. Quienquiera que se interponga en su camino solo puede detenerlos por un momento. Así que no podían ser más hábiles que ellos.

¡Necesito salir de aquí!

En ese momento, se oyó un estruendo procedente de algún lugar del ático.

Con eso, la chimenea se incendió. Lo que se rompió en el ático debió haber sido aceite o algo inflamable porque el fuego comenzó a extenderse rápido.

—Ah…

Leslie se congeló con los ojos fijos en las llamas que le resultaban demasiado familiares.

“¡Echenla dentro ya! Si el sol se pone antes, yo mismo te tiraré con ella.”

Voces crueles resonaron en su cabeza. Fuego de ofrendas. Los ardientes zarcillos negros avanzaban hacia Leslie.

Más de ellos gotearon también desde los techos, inundando el suelo de abajo mientras el ático ardía hasta convertirse en carbón negro. Llovían gruesas gotas de fuego. Deben de haber rociado el ático con aceite. Leslie pensó y de inmediato supo quién habría cometido este horrible incendio provocado.

—¡El marqués! —gritó con furia.

Nadie más que el marqués podía hacer esto. Intenta sacrificarme porque ya no estoy bajo su control. De seguro esté viendo esto en algún lugar seguro.

—¡Tráiganlo aquí! ¡Voy a matarle!

La niña gritó hasta quedarse ronca, sabiendo que su voz no le llegaría. Estaba furiosa por haber caído en su trampa. Las lágrimas corrían por su pequeño rostro. Su voz pronto empezó a quebrarse por el calor del fuego abrasador.

—¡Atrás!

Otro grito agudo resonó en el aire, pero no pudo ver si era a causa del fuego o de Madel o si los demás estaban bajo otro asalto. El fuego y el humo llenaba el edificio de madera seca. Las cubiertas de las ventanas eran herméticas y contenían a la perfección la sequedad del invierno dentro del edificio.

Debo salir. Pero…

Tengo miedo. Tengo miedo. La respiración de Leslie se aceleró mientras jadeaba en busca de aire.

Tengo que recomponerme…

Tengo que pensar en una forma de salir. Leslie cerró los ojos con fuerza, esforzándose por borrar las llamas negras que se apoderaban de ella, con la esperanza de que no verlas pudiera ayudarla a despejar la mente. Por favor, por favor, ¡piensa! Leslie resopló y jadeó. Entonces, una débil vocecita surgió de detrás de ella.

—Bebé, mi bebé…

La voz y el cuerpo de Amroa temblaron con violencia. Leslie también se estremeció mientras los brazos de la mujer seguían rodeando con fuerza su sección media.

—Lo siento, cariño. Mi bebé, mi preciosa hija… Mi Leah…

Mi hija. Mi dulce y querida hija Leslie. Las voces de la Duquesa y Sairaine resonaron en la mente de la niña, superponiéndose a los débiles susurros de Amroa. Las voces afectuosas de Ruenti y Bethrion también inundaron su mente, lo que hizo que las lágrimas corrieran por su rostro.

—A-Amroa. ¿Planeas morir conmigo?

Leslie habló mientras sus lágrimas caían al suelo y se convertían en vapor. Sintió que su coraje volvía a ella en recuerdo del amor de su familia.

No soy la hija del marqués. Soy una Salvatore.

No tengo miedo. Soy la única hija del Santo Caballero. Leslie se tragó sus lágrimas y llamó a la mujer detrás de ella.

—¡Amroa!

La cabeza de la mujer estaba enterrada en el trasero de Leslie, con los brazos entrelazados con fuerza alrededor de la niña. Parecía que la mujer estaba dispuesta a perecer en el fuego con ella. Se limitó a sentarse en el suelo, temblando sin control y gimiendo lo que sonaba como el nombre de su hija.

El techo se derrumbó bajo el poste de madera carbonizada y bloqueó por completo la entrada.

—¡Amroa! ¿Planeas morir conmigo?

Leslie volvió a gritar, esta vez más fuerte, y golpeó a la mujer en la cabeza.

—¡Es imposible que Leah se alegre de esto!

—Lo estará —respondió ella, casi gruñendo.

Mencionar el nombre de su hija pareció devolverla a la realidad.

—Mi hija está enferma, señorita Leslie. Está muy, muy enferma. Mi marido se la llevó. Ese bastardo es un apostador y lleno de deudas, la vendió mientras yo estaba postrada en cama por enfermedad… Si muero hoy con usted, prometió hacer feliz a mi hija. Dijo que la curaría y le daría una vida de niña noble. También prometió salvar el negocio de mi tía.

Amroa se aferró al vestido de Leslie con manos temblorosas.

—Así que, por favor. Por favor, muere conmigo.

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