El contrato de la Princesa y la Duquesa Monstruosa – Capítulo 86

Traducido por Ichigo y Ichigo

Editado por Lucy


—Solo la conozco gracias al mago Ruenti.

Konrad saltó con elegancia sobre su caballo y apretó las riendas con la sonrisa serena de siempre.

—Podríamos llegar tarde si no nos damos prisa.

—Cambiando de tema, ¿eh?

Pero el paladín dejó de burlarse y siguió su ejemplo. Cinco paladines en total abandonaron el templo. Aunque a cada candidato se le asignarían dos paladines una vez que entraran en el templo, Leslie aún no había llegado pero estaba cerca. Así que se le asignaron cinco paladines para escoltarla hasta el templo.

Cabalgaron un rato hasta que el paladín líder hizo una señal para que el grupo se detuviera.

—¿Hmm? ¡Alto!

Tiraron de cinco riendas, y los caballos relincharon al detenerse, descontentos por la repentina parada en medio de una agradable carrera panorámica. Konrad se agachó para acariciar el cuello del caballo cuando un hombre saltó delante de ellos. Él era la razón por la que el grupo se había detenido.

—¡Por favor, ayúdennos! —gritó el hombre en voz alta y desesperada, resoplando para recuperar el aliento.

—¿Qué ha pasado?

—El restaurante de la colina… Está ardiendo, y unos desconocidos han venido a atacar a todos los que allí se encontraban. Estaba envuelto en llamas oscuras y… ¡Es peligroso allí! ¡Ayuda, por favor!

El hombre sudaba mucho. Debió correr hasta el templo para pedir ayuda.

—¿El restaurante de la colina? ¿Podría ser más concreto? —preguntó Konrad, y el hombre asintió mientras se enjuagaba las cejas.

—Es… el restaurante de Leah, situado justo al lado de las carreteras principales y entre los callejones… Vinieron unos desconocidos, unos hombres enmascarados, y estaban atacando a la gente de forma temeraria.

En cuanto el hombre explicó la situación, el caballo de Konrad se soltó del grupo y desapareció como el viento.

—¡Konrad!

El caballo apenas rozó al hombre que estaba ante el grupo, pero sucedió muy deprisa. Los paladines lo persiguieron, pero él los ignoró y pateó los costados de su caballo.

Antes incluso de acercarse a los límites de la ciudad, vio una gruesa columna de humo negro en el cielo.

Cuando por fin llegó, todo era un caos. Un fuego negro de aspecto siniestro ardía con uerza. Había crecido tanto que un edificio vecino ya estaba siendo engullido por sus codiciosos dientes. El viento seco del invierno tampoco ayudaba. La gente se desparramaba por las calles desde el interior de los edificios mientras gritaba y bramaba.

Con un fuerte ruido, el cartel que rezaba “Restaurante de Leah” cayó y se hizo añicos en muchos pedazos, haciendo llover fuego y escombros junto con él. Pero el ruido era total en medio de todos los gritos y el metal chocando de las espadas.

—¡Mátenlos a todos! ¡Que nadie salga vivo!

Alguien gritó y Konrad vio a los enmascarados y a los caballeros de Salvatore luchando.

—¿Qué está pasando aquí…?

Konrad no entendía lo que sucedía ante él.

—Lord Altera.

Konrad sintió que la mano de alguien le agarraba los tobillos. Era Madel, cubierta de sangre. De cerca, Konrad pudo ver que sus hombros sangraban.

—Señorita Leslie… Está… ahí dentro… Por favor, sálvela… Tiene miedo… del fuego. Por favor, Lord Altera.

La cara de Madel se contrajo de dolor, pero su agarre se tenso. Konrad se agachó rápido y le puso una mano sobre la herida. Pronto unas luces doradas envolvieron el torso de Madel.

—¿Estás bien?

—Sí. Gracias.

En cuanto las luces desaparecieron, sus heridas se cerraron. Madel asintió rápido y habló con voz frenética.

—¡Pero la señorita Leslie! Todavía está en el edificio. La puerta está cerrada, y estos hombres, salieron de la nada… Por favor, salve a la señorita Leslie. Tiene miedo al fuego. Por favor…

Madel tosió al hablar tan rápido sin respirar. Konrad le palmeó la espalda y la ayudó a levantarse.

—Las heridas están curadas, pero necesitas descansar. Por favor, ponte a salvo y no te preocupes. Yo salvaré a la señorita Leslie.

Luego, Konrad se enderezó y corrió hacia el edificio en llamas. Cuanto más se acercaba, más incómodo se sentía, como si muchas hormigas y ciempiés se arrastraran por su piel.

¿Cuál es la naturaleza de este fuego?

¿Es demoníaco?, pensó Konrad mientras examinaba rápido el fuego negro. Pero pronto sacudió la cabeza. No era el momento para eso.

Primero, rescatar a la señorita Leslie…

Justo cuando se quitaba la capa para aligerarse y liberarse de ropa que pudiera incendiarse, una espada se balanceó frente a él, fallándole por escasos centímetros. Konrad esquivó le ataque con flexibilidad, echándose hacia atrás y blandiendo su propia espada. Otro ataque llegó antes de que Konrad pudiera siquiera mirar a su atacante.

La espada bien afilada golpeó el camino de grava con un fuerte ruido.

—¿Qué demonios…?

Uno de los enmascarados se acercó para atacar a Konrad, y sus movimientos se volvieron mucho más agresivos cuando vio que éste desenvainaba su propia arma.

Los ataques eran rápidos y malintencionados, con una clara intención asesina de no dejar entrar a nadie en el edificio en llamas. El enmascarado lanzó una daga a la cabeza de Konrad, y ésta le rozó la mejilla, dejando un fino corte sangrante.

No tengo tiempo para esto. Konrad esquivó los ataques y corrió hacia las puertas. Al ver esto, el enmascarado se interpuso en el camino de Konrad y bloqueó su entrada. Él bajó rápido la espada y le asestó un corte en la parte media del cuerpo. Cuando se puso en pie, estaba más lejos de las puertas de lo que se había acercado al principio.

Está luchando por ganar tiempo. Konrad se mordió los labios.

No quiere matarme. Solo intenta retenerme el mayor tiempo posible.

¿Cuánto tiempo lleva ardiendo? Está atrapada y sola. Debe estar llorando.

Solo necesito que lleguen los otros paladines, y entonces podré irme.

Pero por ahora, no me dejará pasar, calculó Konrad con ojos agudos. Pero sin los paladines…

Hay demasiados.

Konrad escudriñó rápido y vio que decenas y más hombres enmascarados lo rodeaban a él y a los caballeros Salvatore. Incluso si mataba a uno de ellos, otro solo ocuparía su lugar.

Tal vez deje que me corten una vez entonces…

Puedo curarme con poderes divinos, así que dejaré que me corten y entraré en el edificio mientras están distraídos, concluyó Konrad. Pero el enmascarado escupió sangre y cayó de espalda justo en ese momento. Konrad vio una sola daga clavada en el pecho del hombre.

—Lord Altera.

Konrad se giró y vio que Sairaine se acercaba a él con una daga en una mano y un hacha gigantesca en la otra.Sus ojos brillaban con un destello de locura.

—Te voy a pedir un favor. ¿Puedes buscar a ese maldito desgraciado de Sperado mientras yo me encargo de estos canallas? Conoces el pueblo mejor que yo. Así que por favor, lord Altera.

Konrad asintió con prontitud.

—La señorita Leslie sigue adentro.

—No tienes que preocuparte por nuestra hija —respondió Sairaine,clavando la daga en el pecho de otro enmascarado.

Sus manos en forma de garra de oso apretaron mango tallado con finura del hecha y sus ojos escrutaron peligrosos a sus enemigos.

—Mi encantadora esposa también está ahí.

♦ ♦ ♦

Necesito huir. Ese era el único pensamiento dentro de la cabeza del marqués.

Algo va mal. Algo ha ido muy mal.

Ria, o como se llamara, dijo que había una mujer a la que Leslie estaba muy unida,y el marqués no tenía ninguna duda de que esa niña insolente caería en su trampa. Parecía que la mujer había dejado una gran impresión en la mente de Leslie, ya que sonaba como la única persona que había tratado bien a Leslie.

Así que el marqués contrató a alguien para que indagara y averiguara más cosas sobre la mujer. Se alegró mucho cuando recibió un informe sobre su marido, adicto aljuego y con una deuda enorme, una hija enferma y el negocio moribundo de su tía. no tenía a nadie en quien confiar para buscar cuidados para su bebé.Su vulnerabilidad la convertía en la principal candidata para sus planes.

Su otra hija, Eli, y el marqués juntaron sus cabezas durante muchas horas para tramar y planear. Este, quizás, fue el tiempo serio más largo que pasaron juntos.

—Ya que tiene un restaurante, ¿por qué no lo usamos para atraer a Leslie y le prendemos fuego?

Eli sonrió maravillada cuando ella añadió que la leña de invierno arde mejor y que los dioses estaban de su parte.

Una vez decididos, ordenó a sus empleados que movieran el fuego del sacrificio.Las llamas negras eran mágicas y solo podían arder en un estado contenido con magia.Si se colocaba en otro lugar, se convertía de a poco en cenizas en menos de dos días. No importaba lo que se añadiera para alimentarlo. Solo se consumía.

El pabellón ritual del acantilado estaba situado a más de dos días de camino del marqués.

Tras considerarlo con seriedad,el marqués lo trasladó todo; el pabellón y el fuego fueron deconstruidos y reconstruidos en medio de los jardines del marqués. Un puñado de empleados murió durante el traslado, pero al marqués no le importó. Para él, sus muertes valían la pena por el bien mayor de su amo. De hecho, justificó con crueldad que debían estar contentos de haber dado la vida por él.

Una vez trasladado el pabellón, la distancia de viaje con el fuego disminuyó en medio día a caballo.

Todo iba según lo previsto, y solo quedaba persuadir a la mujer llamada Amroa. Al principio,envió cartas amistosas que sugerían un número considerable de recompensas y favores. Pero Amroa se negó a cooperar. Esto ocurrió a lo largo de un par de cartas, lo que le molestó mucho. El marqués, sin embargo, no se dio por vencido. Se acercó de nuevo a ella por la fuerza.

Envió a sus hombres a buscar al marido de Amroa, que se refugiaba entre los mendigos del callejón más oscuros, escondiéndose de los usureros y los cobradores de deudas. Le dio algo de oro y medicamentos y le ordenó que le robara el bebé a Amroa. Cuando la frenética y desesperada Amroa por fin acudió a él, el marqués tentó con timidez a la mujer. Mieló sus palabras con promesas de curar al bebé y revivir el negocio de la tía de Amroa.

“Lo haré.”

La carta de respuesta fue breve y bastante grosera, pero el marqués quedó satisfecho. Pensó que podría dormir bien esa noche por primera vez en mucho tiempo.

También preparó una copia de seguridad. Había aplastado las ataduras mágicas en pedazos, que Amroa tejió en un brazalete doblándolo entre paños. El marqués incluso probó la fuerza de la atadura en Eli, y tanto padre como hija rieron encantados al ver el estado de impotencia de Eli con el brazalete en la muñeca.

Ya está hecho. Ahora solo me queda volver a subir a mi trono y llegar más alto. Es el viaje de un héroe. Aunque hay pruebas devastadores,siempre sale victorioso al final.

Es la hora de la venganza… ¡Lo recuerdo y les daré su merecido!

¡Conde Rabon y toda esa escoria que se atrevió a darme la espalda después de todo lo que he hecho por ellos! Esos sucios plebeyos que osaron desafiarme y exigirme oro.

¡Y la Duquesa Salvatore!

Su inútil hija arderá, pero, ¿cómo torturar a la Duquesa? El marqués tarareaba con alegría mientras él y Eli se dirigían al Templo de Shinraph.

Su encantadora Eli le sonreía como un ángel, y él le devolvía la sonrisa con orgullo. Luego, los dos se acomodaron para ver cómo se desarrollaban sus planes.

Al principio, se preocupó al ver aparecer a Leslie con tantos caballeros. Pero se sintió aliviado al ver que dos caballeros que habían entrado con Leslie salían por cualquier motivo y se colocaban justo delante de las puertas. Por supuesto, no habría importado de cualquier manera ya que el fuego del sacrificio ya estaba colocado dentro del restaurante, arriba en el ático.

Solo tenía que agitar la mano y se dispararía una flecha para romper el recipiente que estaba rodeado de papel empapado en aceite y ramitas secas. El fuego se propagará de manera implacable, y todo irá según sus planes.

Pero entonces.

¿Por qué?

El marqués echó a correr. Se alejó a toda prisa del mercado, internándose en las callejuelas desiertas.

—¡Marqués Sperado! ¡Por favor, llévanos a nosotros también…!

Sirvientes y caballeros se revolcaban y caían unos sobre otros en el estrecho pasadizo entre los edificios, gritando al marqués que se detuviera y los esperara. Pero el marqués no miró atrás. Con exactitud, no podía permitirse el lujo de detenerse, ya que oía muchos pasos tintineantes de los caballeros y paladines Salvatore sonando detrás de él.

Un ruido de latigazos surcó el aire, y el marqués arrojó al hombre que corría a su lado para proteger su propio cuerpo. Aquel hombre era uno de sus sirvientes más fieles, que le servía desde hacía mucho tiempo.

—¡Ay!

Su sangre salpicó y nubló la vista del marqués.

—¡Ack!

El marqués tropezó con su propio pie sobresaltado, ensuciando de tierra y suciedad su hermosa chaqueta y sus pantalones.

—E-Eli, amor mío, ayuda a tu padre a levantarse.

El marqués extendió su mano sucia y enguantada hacia Eli, que resoplaba y jadeaba unos pasos por delante de él. Pero Eli no respondió. Se limitó a mirarle con frialdad.

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