Traducido por Lugiia
Editado por Gia
Aristia La Monique, una mujer nacida para el emperador. Su única esposa, la Flor del Imperio. Por un tiempo, ese fue mi nombre.
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El Imperio Castina era el único que había en el continente. Un imperio con casi mil años de historia, el cual creció y cayó bajo el gobierno de varios emperadores. En este momento, se encontraba en pleno renacimiento, bajo el buen mando del trigésimo tercer emperador, Mirkan Lu Shana Castina.
El emperador era impecable en casi todos los aspectos, incluyendo su carácter y personalidad. Sin embargo, la única deficiencia que tenía era que no contaba con ningún hijo. La familia imperial solo tenía unos pocos descendientes en cada generación, por lo que si el emperador moría sin tener uno, el imperio se vería sumido en la confusión de la lucha por la sucesión.
Preocupado cada vez más y volviéndose más severa la lucha de los nobles por sus propios beneficios políticos, llegó a nacer su único hijo, Ruvellis Kamaludin Shana Castina. Todos en el imperio aclamaron su nacimiento. Su nombre significaba: “El hombre que traerá la gloria del nuevo mañana”.
El único problema era que Ruvellis nació demasiado tarde. No había ninguna hija, perteneciente a una gran familia noble, que fuera adecuada como su esposa en términos de edad. Según la ley imperial, la candidata a emperatriz debía ser elegida entre las hijas de las familias nobles con títulos de marqués o superiores. Fue extraño que, después de su nacimiento, no naciera ninguna niña en esas familias. Hubo un debate entre los aristócratas sobre si se debería revisar o no la ley imperial. Al final, llegó una profecía sobre el próximo nacimiento de una niña, quien se convertiría en la esposa del príncipe.
Un año después, Aristia La Monique nació en la casa del marqués Monique, el único padre fundador del Imperio Castina, a excepción de los duques. La cálida chica de ojos dorados y cabello plateado fue elegida como la futura esposa del príncipe tan pronto como nació. Cuando dio sus primeros pasos, comenzó a ser disciplinada como la próxima emperatriz.
Poco después de que el príncipe cumpliera veintitrés años, el emperador Mirkan murió.
Como tal, Ruvellis se convirtió en el trigésimo cuarto emperador del Imperio Castina. Sin embargo, la emperatriz, quien estaba a su lado, no era la hija del marqués, la de ojos dorados y cabello plateado, sino una joven de cabello negro. Esa chica misteriosa apareció repentinamente en el lago del palacio imperial, el año en que el príncipe heredero cumplió veintiún años y, Aristia, dieciséis.
Pronto, la gente comenzó a pensar que ella era la protagonista de la profecía antes de que Aristia naciera, es decir, la misteriosa joven enviada por Dios para ser la esposa de Ruvellis.
Aristia fue olvidada el día en que todo el imperio celebró el coronamiento de Ruvellis como nuevo emperador. La fecha que ella había estado esperando con impaciencia, en la cual debía estar a su lado como emperatriz. Había sido un día en el que el polen volaba por el aire y la gente aplaudía.
Viendo a Ruvellis, quien siempre la trataba con frialdad, sonriendo a la misteriosa joven y tomando su mano con alegría mientras recibían las coronas como emperador y emperatriz, Aristia, quien fue criada para convertirse en la futura emperatriz, recibió el título de concubina del emperador. Teniendo ese puesto, se inclinó ante la joven que entraba en el palacio de la emperatriz, el cual pensó que sería su hogar algún día.
A pesar de que estaba destinada a ser la primera dama del palacio imperial, Aristia comenzó su vida como una de las concubinas del emperador.
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—¡Oh, cabello plateado! ¡Ese color de verdad existe! Eres muy bonita. ¿Hola? ¿Cómo te llamas?
La Hija de la Profecía, una misteriosa niña enviada por Dios al Imperio Castina. Siendo alguien que es amada por todos, me sonrió alegremente. Elogiada por tanta gente a causa de su inocencia… Tal sonrisa inocente la hacía parecer una idiota.
—Yo, Aristia La Monique, me siento honrada de saludar a la Luna del Imperio, Su Alteza.
Si yo hubiera sido la emperatriz, me habrían dado Castina como apellido, pero mi nombre actual es Aristia La Monique. Castina solo se le da a la esposa oficial del emperador, la emperatriz. Como concubina del emperador, nunca se me permitiría tener tal glorioso apellido.
—¿Aristia? Tu nombre es bastante largo. ¿Puedo llamarte Tia?
—Sí… Será un honor para mí, Su Alteza.
Tia. ¿Acaso no lo sabía? Para los aristócratas, el primer nombre solo se usaba entre aquellas personas que tenían algún tipo de relación. Los apodos se permitían únicamente entre parientes de sangre, amigos muy cercanos o amantes.
—Encantada de conocerte. Me llamo Jieun. Vamos a llevarnos bien en el futuro.
—Sí, Su Alteza.
—Tia, eres bonita, pero tu forma de hablar es muy rígida. ¿No puedes tratarme de una forma más amena?
—Lo lamento, Su Alteza.
—¿Lo lamentas? Oh, Dios mío… Esa es la frase que escucho a menudo en las telenovelas históricas. No me hables así. ¿Puedes hablarme de una manera más informal? Me siento muy incómoda cuando me hablas así.
Es básico el uso de un lenguaje formal entre los aristócratas, también es costumbre de la familia imperial utilizar un lenguaje más respetuoso. Esta joven, la Hija de la Profecía, amada por Dios y llamada chica misteriosa, usaba el lenguaje vulgar de los plebeyos, ignorando todos los modales de la realeza.
¿Es torpe en la etiqueta? ¿O acaso me ignora solo porque soy una concubina y no merezco su buen trato? Será mejor que no haga una suposición alocada. Puede que aún no sea buena en modales. No creo que sepa quién soy.
—Tia, ¿te gustaría salir a jugar conmigo?
—¿A dónde quiere ir?
—Bueno, quiero salir del palacio, pero mis hermanas no me dejan ir. Entonces, por qué no vamos a dar un paseo.
—¿Sus hermanas?
—Sí, me refiero a esas chicas que me cuidan. ¡Vaya! ¿Sabes lo aterradoras que son? No sé por qué hay gente aquí que es mayor que yo. Me hacen sentir incómoda.
Miré atónita a la emperatriz mientras ella agarraba mi muñeca a ciegas, diciendo algo como “la amable tierra del este” [1]. Me sentí muy incómoda, pero había algo más ofensivo en sus palabras. ¿Hermanas? Si la cuidaban, se llamarían doncellas, no hermanas.
Escuché rumores de que el emperador era amable y generoso con las personas que la rodeaban. ¿Era debido a acciones como esta?
Dejé escapar un suspiro. Era una virtud que los señores trataran a sus sirvientes con ternura y calidez, pero todo tiene un límite. Si una persona es gratificada por el trato demasiado generoso de su señor, es culpa de este.
Por supuesto, era necesario que la emperatriz fuera amable y cálida con sus doncellas para que así, se sintieran cómodas y la consideraran una buena emperatriz.
Sin embargo… ¿Acaso no sabe que es presuntuoso que las doncellas se entrometan en las acciones del emperador, siendo la primera dama del Imperio?
Me parece que tal vez debería disciplinar nuevamente a las doncellas. Si ese es el caso, tengo más trabajo por hacer.
—¿No es este lugar muy bonito?
Aunque la emperatriz es delgada, es bastante fuerte. Guiada por ella, llegamos al jardín privado de la emperatriz, donde tuve que ocultar mis desagradables sentimientos. Era un lugar donde el difunto emperador, quien me tenía aprecio, solía invitarme a menudo cuando era joven. También fue el lugar donde conocí a Ruvellis por primera vez, quien pensé que sería mi otra mitad el resto de mi vida.
—¡La dulce Aristia! ¡Mi encantadora hija política! —solía decirme.
El viento soplaba a través de las coloridas flores y el fresco verdor del jardín.
Sentí como si pudiera oír su voz en algún lugar de este jardín familiar, donde podía caminar fácilmente incluso con los ojos cerrados. De repente, me sentí muy conmovida, tanto que las lágrimas comenzaron a derramarse por mis mejillas.
Aquellos viejos tiempos, en los que pensaba que sería feliz con todos, pasaron por mi mente en un abrir y cerrar de ojos.
Siempre trabajó duro. ¿Es feliz ahora en los brazos de Dios, Su Majestad? Realmente quisiera verlo hoy.
—¿Tia? ¿Estás bien?
—Estoy bien… Lamento haberla preocupado, Su Alteza.
La chica me miró, inclinando su cabeza hacia un lado. Chasqueé la lengua en mi mente.
Todavía necesitas más autodisciplina, Aristia. No importa cuánto extrañes al difunto emperador, ¿cómo es que muestras tus sentimientos frente a los demás?
—¿En qué estás pensando? ¿Te ha pasado algo malo?
—No. Solo estaba pensando en alguien a quien extraño bastante.
Su expresión, que pensé que siempre era brillante, de repente se oscureció.
—Alguien a quien extrañas… —mencionó. La miré sin decir nada—. Mamá, papá, incluso mi travieso hermano, Jisu… Los extraño mucho.
Oh, ya veo. Probablemente ella también tenga una familia. He oído que este año cumple dieciocho. Al igual como me sucede a mí, todavía echa de menos a su familia. Yo tengo un padre, a pesar de que no es muy amable; en cambio, ella no tiene a nadie en este lugar. Abruptamente la separaron de su familia y la convirtieron en una emperatriz sin tener en cuenta sus sentimientos. Probablemente sea una víctima.
—Mamá, papá…
Me sentí mal por haberla odiado hasta ahora. Abrí la boca para decir algo que la consolara, pero, de repente, oí una voz a mis espaldas.
—¿Qué está pasando aquí?
Era una voz muy fría. No lo había escuchado acercarse… Sin embargo, en un abrir y cerrar de ojos, ya estaba cerca de mí, mirándome fijamente.
—Me siento honrada de ver al Sol del Imperio, Su Majestad.
—Jieun, ¿qué pasa? ¿Por qué estás llorando?
—Ruve.
Ruvellis Kamaludin Shana Castina. ¿Ruve? Sonreí amargamente ante eso. Durante los últimos dieciséis años nunca me permitió decir su nombre, pero ella lo llamó por su apodo tan fácilmente.
—¿Qué le hiciste a Jieun? ¿Qué le dijiste para hacerla llorar así? ¿Por qué está llorando?
—¿Su Majestad?
Sentí que estaba siendo injusto. ¿Por qué soy la primera en culpar? ¿Acaso le hice algo a ella?
—No, Ruve. Tia no me hizo nada. Solo lloraba porque extrañaba a mi familia.
—Oh, entiendo… Jieun, ve y descansa un poco. Te seguiré pronto.
Sentí mucho resentimiento cuando la miró con ternura, pero mi corazón se rompió al verlo calmarla con una cálida voz, la cual nunca la había oído antes. Comencé a derramar lágrimas al observar su melancólica mirada en ella, como si fuese la persona más maravillosa en su vida.
Después de que ella se retiró, me miró fríamente y con desprecio, mostrando una cínica sonrisa en sus labios. Ante ello, solo bajé la cabeza sin decirle que me sentía afligida.
—Déjame advertirte —comenzó a decir.
—¿Perdón, Su Majestad?
—No te acerques a ella. A diferencia de ti, ella es tierna e inocente. No es el tipo de mujer con la que te puedas meter.
—Su Majestad…
Cada vez que me regañaba de esa manera, sentía que me ahogaba con mis emociones.
—¿Pensaste que el puesto de emperatriz sería tuyo? No puedo creerlo. Una vez fuiste respetada como la futura emperatriz porque malinterpreté las palabras del oráculo. En realidad, ese puesto estaba reservado para Jieun, no para ti. —Mantuve la mirada baja, sin poder responder a lo que me dijo—. Te perdonaré esta vez, pero si esto sucede de nuevo, habrá problemas.
—Lo tendré en cuenta, Su Majestad.
Después de advertirme, me rompió el corazón al verlo darse la vuelta tan fríamente. ¿Qué le hice a ella? Nada. Solo traté de entenderla.
—Oh, estás aquí.
—¿Qué sucede?
—Te he buscado durante mucho tiempo porque hay algunos papeles que debes firmar con urgencia. Como el emperador no está disponible, no podemos manejar muchas cosas…
—¿En serio…? Entiendo. Volvamos.
Miré atónita al funcionario principal del palacio. Muchas cosas no funcionan sin mí, como papeles que necesitan ser firmados con urgencia y algunos asuntos de la oficina en el palacio. Ese es el valor de mi existencia. Se supone que debo compensar el papel de la emperatriz, debido a que aún no está acostumbrada a los modales y costumbres reales. Es por eso que me encuentro aquí, en el palacio.
Con un suspiro, le dije al funcionario que caminara delante de mí. Comencé a seguirlo, ignorando las lágrimas que caían sobre mi vestido.
[1] En la cultura tradicional coreana, así como en la tradición cultural de Asia oriental, la tierra de Corea ha asumido una serie de apodos a lo largo de los siglos, entre ellos: La amable tierra del este.
Muchas gracias por la traducción y la nota aclaratoria. Me da mucha pena la prota y el emperador se nota en verdad que solo la veía como su única opción.