Emperatriz Abandonada – Capítulo 14: Luz y sombra (1)

Traducido por Lugiia

Editado por YukiroSaori


—Señorita, despierte.

Tenía que volver a reportarme a trabajar con el escuadrón de caballeros a partir de hoy, pero mis ojos no se abrían.

—Lina —dije a duras penas.

—¿Señorita? —Lina se apresuró a acercarse a mi cama y me palpó la frente—. ¡Señorita, tiene fiebre! Debería haberme dicho si no se sentía bien.

—¿Oh? Estaba bien ayer.

—Espere un momento. Se lo diré al marqués y volveré enseguida.

No es necesario que lo haga…

Probablemente esto se debía a que había estado pensando en lo que había pasado con el príncipe heredero hasta tarde. Intenté levantarme, pero mis brazos no tenían fuerza. Justo cuando estaba luchando, mi padre entró con una expresión de sorpresa.

—Tia, he oído que estabas enferma. Ayer parecías estar bien, pero parece que te has esforzado demasiado.

—Papá.

—Tienes mucha fiebre. Descansa un poco hoy.

—Pero tengo que ir a trabajar…

—Se lo haré saber a Arkint. —Mi padre se acercó a mi cama y me abrazó suavemente mientras intentaba levantarme. Cuando me inclinaba hacia su abrazo, me palpó la frente—. Debería llamar al médico.

—Ah, no, papá. Estaré bien después de descansar un poco.

—Entonces, descansa primero. Si no te baja la fiebre por la tarde, llamaré al médico —dijo mi padre y me cubrió con las sábanas.

Lo miré por un momento mientras se iba y cerré los ojos.

¿Cuánto tiempo había pasado? Cuando volví a abrir los ojos, vi a Lina de pie con una expresión preocupada.

—Lina, ¿puedes darme un poco de agua?

—Ah, aquí, señorita.

Mojando mi garganta con el agua tibia, solo entonces me sentí un poco mejor.

Lina tomó el vaso vacío y dijo:

—Perdón, señorita, algo vino del palacio…

—¿Hmm? ¿Qué es?

—Tome. —Lina me entregó una pequeña caja y una carta.

En cuanto vi el sobre, se me cortó la respiración. Un sobre de color azul marino rociado con purpurina dorada. Su carta. Me quedé sin aliento y abrí la caja. Dentro había hojas de lavanda de la mejor calidad. El aroma único de la lavanda rondaba el final de mi nariz, estabilizando mi respiración. ¿Era porque tal aroma tenía un efecto calmante? Mientras respiraba profundamente, abrí el sello del sobre.

 

Me enteré de que estaba enferma.

 

Dejé escapar una profunda respiración. Por lo general, su letra era impecable, pero las últimas palabras estaban un poco desordenadas y garabateadas en ángulo. Me sentí ansiosa de nuevo.

—¿Disculpe, señorita?

—¿Hmm?

Volví a mis sentidos al oír una voz que me llamaba con vacilación. A diferencia de lo habitual, Lina estaba dudando nerviosamente.

—Um, bueno… El joven Allendis está aquí.

—¿Allendis?

—Sí. Llegó hace rato y dijo que solo se iría después de ver su cara.

—¿Por qué me dices eso solo ahora?

Sorprendida, me levanté. Si tenía una visita, debería haberme despertado antes. ¿Cómo podía hacerle esperar?

Me cambié a toda prisa a mi atuendo diario y me dirigí a la sala de estar.

—Hola, Allen.

—Ha pasado un tiempo, Tia.

—¿Hmm? Solo han pasado tres días.

—¿De verdad? De todos modos, he oído que estabas enferma. ¿Te encuentras mal? ¿No deberías descansar más?

—Ya estoy bien. Estoy mejor ahora que he descansado.

De repente, pensé en nuestro primer encuentro. Fue cuando volví por primera vez en el tiempo, un día hace ya cuatro años. Recordé cómo el chico de cabello verde claro se había levantado de su asiento al verme, el mismo asiento donde estaba sentado ahora.

Entonces, había llamado a Lina y le había ofrecido un té.

Atrapada en mis recuerdos, hice el mismo pedido a Lina.

—Lina, ¿podrías traer una taza de té? Si es posible, té de romero.

—Sí, señorita.

Allendis sonrió ante mis palabras. En ese entonces, solo era un niño de trece años, pero ahora se había convertido en un joven de diecisiete.

Aunque su cabello verde claro y sus ojos esmeralda eran los mismos de siempre, su cabello corto había crecido de alguna manera hasta tocarle el pecho. Ya no era un joven de rostro pálido, sino que ahora tenía un aspecto bastante varonil.

El tiempo ha pasado volando.

Había pasado mucho tiempo desde el día en que había vuelto a ser una niña de diez años, el día en que había empezado una nueva vida.

—Tia, eso fue más o menos lo que dijiste cuando nos conocimos.

—Sí, tienes razón. Te acuerdas.

—Por supuesto. Recuerdo todo lo que veo o escucho vívidamente.

—Eso debe ser duro.

—¿Hmm?

Sonreí amargamente a Allendis, quien me miraba confundido. Imágenes del pasado pasaron por mi mente… Si nunca hubiera podido olvidar hasta cierto punto los recuerdos que me atormentaban antes de aceptar una nueva realidad, me hubiera vuelto loca. No quería ni imaginarlo.

—Recordar todo vívidamente, ¿no significa que seguirás recordando malos recuerdos o cosas que deseas olvidar? ¿No es difícil?

—Hmm, definitivamente sí. Sin embargo, ¿no depende de cómo lo pienses?

—¿Qué quieres decir?

—Puedo simplemente crear más buenos recuerdos para que no se mantengan los malos o las cosas que quiero olvidar.

Tal vez.

Cuando acababa de regresar en el tiempo, me torturaban los recuerdos del pasado que me venían a la mente, pero a medida que iba haciendo nuevas amistades y relaciones, recordaba menos cosas que antes.

No obstante, eso no significaba que estuviera completamente libre de esos recuerdos. Después del día en que había soñado con la habitación de los espejos y había escrito locamente todas las cosas que habían sucedido, aunque mis recuerdos vívidos se iban desvaneciendo poco a poco, eso no significaba que me hubiera librado del dolor del pasado.

—He traído el té, señorita.

—Ah, sí. Ponlo ahí y puedes retirarte.

Me desperté de mis pensamientos cuando entró Lina. Al levantar la taza de té, vi de repente la pequeña cesta que Allendis había colocado a su lado. ¿Qué es eso? Nunca le había visto llevar algo así.

Cuando se dio cuenta de lo que estaba mirando, Allendis bajó la taza.

—Vine a darte esto, pero se me olvidó mientras pensábamos en el pasado.

—¿Hmm?

—Pensé en ti cuando fui al pueblo. Toma, ábrelo.

Me levanté apresuradamente y recibí la cesta que Allendis me entregaba. ¿Qué era esto? ¿Por qué hay un bulto de pelo? Cuando estaba a punto de preguntarle qué era, vi que el bulto redondo se movía. ¿Qué?

—¿Una gatita?

—Sí. Dijeron que había nacido hace solo dos o tres meses. Se parecía demasiado a ti como para pasar de largo. En cuanto la vi, pensé en ti.

Dentro de la cesta había una gatita. Era muy pequeña, con un suave y largo pelo plateado. Mientras la acariciaba fascinada, la gata se estiró y levantó la cabeza. Levantó la pata derecha y se frotó los ojos dorados, maullando por lo bajo. Era muy bonita.

—Es hermosa…

—¿Qué te parece? ¿Te gusta?

—Sí. Muchas gracias, Allen.

La gatita bostezó con suavidad y se acurrucó de nuevo, quedándose dormida plácidamente. Puse la cesta a mi lado con cuidado para no despertarla y levanté la cabeza. Vi que Allendis me miraba cálidamente con sus ojos esmeralda.

—Allen, ¿cómo se llama?

—¿Hmm? Deberías nombrarla tú, Tia.

—¿De verdad? Hmm, ¿cuál sería un buen nombre?

—Piénsalo bien y ponle un nombre bonito. Tienes que decírmelo después.

—Sí, por supuesto.

Asentí con la cabeza mientras sonreía alegremente. ¿Qué sería bueno? Tenía que ponerle un nombre muy bonito. Aunque pensé varias veces en mi mente, no había nada que me gustara.

Mientras pensaba repetidamente en ello durante algún tiempo, me acordé de repente de Allendis, quien me estaba mirando sin comprender.

Había estado tan distraída con la gatita que había descuidado a Allendis. Ahora que lo pienso, habíamos prometido ir juntos al pueblo. Aunque me había recuperado, hoy no podíamos ir. ¿Qué debería hacer? Ah, eso es. Ya que estábamos recordando el pasado, sería bueno jugarlo por primera vez en mucho tiempo.

—Allen, ¿quieres jugar una partida de ajedrez ya que ha pasado un tiempo?

—¿Hmm? Me encantaría. Veamos si has mejorado, mi señorita.

Allendis sonrió al responder. En aquel tiempo cuando entrenábamos juntos esgrima, los momentos en que llovía y no podíamos entrenar bien, a veces echábamos una partida de ajedrez en el salón. Aunque pensaba que era mejor que la media, ganar a Allendis, al que llamaban el genio de la generación, era un sueño lejano. Siempre había sido derrotada por él. Por mucho que practicara, Allendis siempre había utilizado todo tipo de tácticas y al final ganaba. Esos eran los días.

—Jaque mate. ¿Esta es mi septuagésima octava victoria de las setenta y ocho veces que hemos jugado?

—No hace falta que me lo restriegues.

Allendis se limitó a sonreír. Qué injusto. ¿Cómo podía sacrificar la mayor parte de sus peones, usar un caballo como cebo y ganar solo con un alfil? Lógicamente, no tenía sentido. ¿Cómo es que no puedo ganarle?

—¿Debo darte un consejo?

—Sí. ¿Cuál es?

—Tia, tienes tendencia a obsesionarte con el caballo y la torre. Deberías intentar utilizar los otros. Como el alfil o la reina.

—Hmm, ya veo. Gracias, Allen. Juguemos una vez más.

—De acuerdo. —Allendis reprimió su risa y volvió a colocar las piezas.

Hmm, así que dijo que había que aprovechar el alfil y la reina. Y que dejara un poco el caballo y la torre.

—Oh, es un empate —dije.

—Oh, realmente es así.

—No puedo creer que por fin hayamos conseguido nuestro primer empate en la septuagésima novena partida.

—¿No me dijiste que no contara? Estuviste contando todo el tiempo, ¿no?

A pesar de que Allendis hablaba en tono de burla, yo me sentía feliz. Moviendo mis piezas tal y como me había aconsejado, había conseguido un empate por primera vez. Aunque no podía ganar, esto seguía siendo raro. Allendis me sonrió disfrutando de mi resultado y se levantó.

Mientras yo le seguía, me acarició el cabello con cuidado.

—Debería irme. Tú también deberías descansar.

—De acuerdo. Por cierto, Allen.

—¿Hmm? ¿Qué pasa, Tia?

—Sobre ir juntos al pueblo. ¿No quedan solo dos días? ¿Mañana y pasado? ¿Cuándo puedes ir?

—Pensaba que te habías olvidado pero supongo que no. Entonces, ¿no sería mejor ir el último día?

—De acuerdo, nos vemos ese día.

Acompañé a Allendis a la salida y volví a mi habitación, mirando a la gatita dormida junto a Lina. Cuando finalmente llegó la noche, yo también me dormí mientras la miraba.

♦ ♦ ♦

Al día siguiente, cuando me disponía a ir al trabajo con el cuerpo más ligero, oí un maullido grave. Levanté a la pequeña gatita que me maullaba con sus brillantes ojos dorados.

—Hola, Luna. ¿Has dormido bien?

Después de deliberar toda la noche, había bautizado a la gata con el nombre de Luna, ya que su brillante pelaje plateado se parecía a la luz de la luna. Cuando me miró con sus ojos dorados, no pude soportar irme.

Como hoy voy a trabajar en mi mesa todo el día, ¿debería llevarla conmigo? No, no debería, ya que voy a ocuparme de mis obligaciones.

Después de deliberar un rato, dejé a Luna en el suelo. Aunque me dolía el corazón al ver cómo lloriqueaba suavemente y se aferraba a mí, subí al carruaje pensando que jugaría más con ella cuando llegara a casa.

Al llegar al palacio, estaba a punto de bajar del carruaje, pero me di cuenta de que había una pequeña bola de pelo plateado acurrucada cerca del escalón. La gatita tenía la cabeza enterrada en sus patas delanteras, temblando. Al ver su aspecto lamentable, me sentí mal por ella, en lugar de preguntarme cómo me había seguido.

Aunque el carruaje iba a poca velocidad, ya que estábamos en la capital, debía de estar muy asustada.

Al ver cómo temblaba, no pude soportar enviarla de vuelta y finalmente la recogí y me dirigí al Primer Escuadrón de Caballeros.

La coloqué en una silla mullida, la acaricié un par de veces y sus ojos dorados se cerraron suavemente. Después de confirmar que Luna se había dormido, comencé con mis tareas atrasadas.

Mientras me ocupaba de mi trabajo, antes de darme cuenta se acercaba la hora de la cena. Enderezando mi adolorida espalda, estuve estirando los brazos por un momento cuando oí que llamaban a la puerta.

—Adelante.

—Hola. ¿Ya estás de salida?

—Hola, Carsein. Ya casi he terminado.

—¿De verdad? Entonces te espero. Vamos juntos.

—De acuerdo. Oh, ¿podrías esperar un momento? Podemos ir juntos.

—De acuerdo.

Carsein asintió y estaba a punto de sentarse en la silla frente a la mesa cuando se sobresaltó y dio un paso atrás. Luna, quien se había despertado, le maulló en voz baja a Carsein.

—Oh, me asustó. ¿Qué es eso?

—¿Hmm? Mi gatita. Es Luna.

—¿Luna? ¿De verdad? Le pusiste un buen nombre. Aun así, se parece a ti. ¿De dónde la has sacado?

—Allendis me la dio ayer. Dijo que tiene dos o tres meses.

—¿Te la regaló Hierba? —preguntó Carsein con tono indiferente. Él había estado a punto de agarrar a Luna, pero ella se acunó rápidamente en su mano. La gatita, que había arañado a Carsein con una garra afilada, se escondió bajo la mesa. En la oscuridad, sus ojos dorados se encendieron con cautela.

—¡Ah, esa pequeña!

—¿Te has hecho daño, Carsein? Déjame ver.

—Es solo un pequeño rasguño. Tiene bastante temperamento. Es igual que el mocoso que te la regaló.

—Lo siento. ¿Estás bien?

—Olvídalo, estoy bien. ¿No vas a terminar tu trabajo?

—Debería.

Aunque fuera una gatita, sus garras estarían afiladas. Yo había pensado que ella era bastante gentil, pero ¿estaba asustada en un ambiente extraño?

Aunque estaba apenada por Carsein y molesta por Luna, quien se lamentaba debajo de la mesa, me dediqué primero a mis documentos. Trabajando duro en ello, terminé lo último y recogí la pila de documentos que había organizado.

—Voy a llevarlos al despacho del comandante.

—Oh, ¿has terminado? Muy bien, adelante.

—De acuerdo.

El duque no estaba en su asiento de nuevo. Como era una persona ocupada, no sabía dónde estaría. Aunque esperé un poco, parecía que no volvería pronto, así que dejé los documentos sobre la mesa con una nota que lo resumía, como siempre hacía, y volví al despacho del escudero.

Al abrir la puerta, una bola de pelo plateada salió de repente disparada de la habitación. ¿Luna? Aunque me apresuré a estirar el brazo, la gatita se convirtió en un pequeño punto al desaparecer en la distancia.

—¡Ugh, esa pequeña!

—¿Carsein?

—Y además es una revoltosa. ¿Qué estás haciendo? Tenemos que ir a buscarla.

—Ah, claro.

En mi pánico, simplemente había estado mirando en blanco hacia donde Luna había desaparecido, pero volví a mis sentidos al escuchar las palabras de Carsein. Él se dirigió en dirección a la puerta del castillo mientras yo iba en dirección contraria hacia el interior del palacio.

¿Dónde podría estar Luna? Todavía es joven, así que no puede haber ido muy lejos.

Pensando en cómo era antes, pensé que Luna podría estar escondida en algún lugar oscuro, así que busqué cuidadosamente bajo los árboles y arbustos. Sin embargo, no estaba en ninguna parte. ¿Dónde podría estar Luna? No importaba lo lamentable que pareciera, debería haberla enviado a casa.

—¿Qué está haciendo aquí?

Solo había estado mirando al suelo mientras daba vueltas en busca de la gatita plateada, pero de repente, al oír una voz, me quedé rígida. Esa voz familiar, ese tono familiar. Aunque sabía que debía enviarle una nota de agradecimiento por las hojas de té que me había enviado, no tuve el valor de encontrarme con él, y por eso había extendido el papel de plata y mojado la pluma en tinta antes de volver a dejarla en el suelo repetidamente la noche anterior. Al final, no pude enviarle una respuesta. ¿Quién iba a saber que me encontraría con él tan rápidamente?

Aunque no quería confirmarlo, giré la cabeza a regañadientes y comprobé quién me había llamado. Aunque esperaba que no, como era de esperar, fueron un par de ojos azul marino los que saludaron a los míos.

—¿Luna?

—¿Luna? ¿Esta gatita te pertenece?

—Ah, Su Alteza, el Futuro Sol del Imperio. Sí, me pertenece.

La pequeña gatita plateada, que no había sido encontrada, estaba profundamente dormida mientras roncaba en sus brazos. ¿Cómo ha sucedido eso? Aunque quería preguntar, mis labios no se separaron. Mientras dudaba, mirando a Luna en su abrazo, me miró descaradamente y abrió la boca.

—De repente salió y se aferró a mí. Como parecía que había perdido a su dueño, la mantuve conmigo.

—Gracias, Su Alteza. —Mojando mis labios secos, agaché la cabeza. Era tan incómodo cómo me miraba con ojos azul marino y cómo me explicaba la situación con amabilidad.

—No sabía que le gustaban los gatos —comentó.

—Bueno…

—Hmm, parece que fue un regalo de alguien que le aprecia.

Dudé, sin saber cómo responder. Tal vez entendió solo eso, ya que me devolvió a la dormida Luna respetuosamente y se dio la vuelta.

Ah.

Aunque respiré aliviada por su partida cuando dio unos pasos hacia delante, se giró de repente. Acercándose a mí, su rostro parecía tan tranquilo como de costumbre. Aunque por un lado pensé que era un alivio, también me molestó.

¿Acaso esto no era nada para él cuando yo me encontraba tan conflictiva?

Fue justo anteayer cuando me había pedido que dejara de compararlo con otra persona.

—Sé que tenía prisa por encontrarla, pero ¿qué es esto?

Me estremecí por reflejo y me paralicé. Su mano se acercó, quitando suavemente el pelaje plateado y las hojas que se habían pegado a mi uniforme negro. Sus pestañas azules estaban fijas en mí, y su ligero toque parecía que solo pasaba rozando. Aunque me había asustado por su mano que se acercaba repentinamente, solo duró un momento y volví a sentirme conflictiva por la consideración con la que manejaba mi ropa para mí. En mi cabeza daban vueltas palabras cuyo significado desconocía.

Debí apretar por accidente a Luna mientras caía en la preocupación. La pequeña gatita que estaba en mi abrazo se estremeció y gimió. Me miró con sus ojos dorados, como si me consolara, mientras se enterraba en mi abrazo. El calor de Luna calmó un poco mi corazón aterrado.

El príncipe heredero, quien me había estado mirando, dejó escapar en silencio un profundo suspiro y retiró su mano de mí. Sin palabras, seguí observando cómo se alejaba cada vez más.

—¿Qué debemos hacer? No pude encontrarla por más que… Ah, la encontraste.

—Sí.

¿Cuánto tiempo había pasado? Volví en sí al escuchar la voz de Carsein en mi oído.

Miró a Luna en mis brazos y suspiró aliviado mientras hablaba.

—Deberías haberme dicho que la habías encontrado. Estaba preocupado.

—Ah. Lo siento, Carsein.

—¿Estás bien? Pareces un poco perdida. ¿Te ha impactado tanto haberla perdido?

—Ya estoy bien.

—¿De verdad? Bueno, eso es bueno entonces. Ya que estamos fuera, podemos irnos a casa. Vamos.

—De acuerdo.

Ante la prisa en sus palabras, miré hacia donde había desaparecido el príncipe heredero. Abrazando a la pequeña gatita plateada, me dirigí a casa con Carsein.

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