Emperatriz Abandonada – Capítulo 8: Una cerradura oxidada y una llave de plata (4)

Traducido por Lugiia

Editado por Yusuke


♦ ♦ ♦

Cuando abrí los ojos, el mundo estaba cubierto de blanco y negro. Parpadeé lentamente ante el extraño fenómeno de que todo lo que me rodeaba era monocromo.

Pero ¿y qué? Era acogedor y cómodo.

—¿Está despierta, señorita?

Pude escuchar una voz a mi lado.

—No puedo creer que se haya desmayado, justo cuando pensaba que estaba bien. Estoy muy disgustada, señorita.

¿Quién es esta mujer que hace un escándalo? Ah, sí. Lina, mi doncella personal. Lina, quien había estado conmigo desde que era joven.

—Avisaré a los demás que se ha despertado. ¡Aguante, señorita!

La oí salir corriendo.

Me quedé con la mirada perdida en el emblema de la familia que habían bordado en la alfombra y desvié la mirada hacia la ventana.

El cielo, que había sido tan azul, era ahora de color gris. Era un color sin emoción que no parecía ni feliz ni triste. Cautivada por su hermosura, me quedé mirando el cielo durante algún tiempo.

—¿Está despierta?

—Oye, ¿qué pasó…? Quiero decir, ¿está bien ahora, señorita?

Levanté la cabeza lentamente. Dos hombres estaban hablando, pero no podía saber lo que decían. Aunque les oía hablar, no podía entender sus palabras. Solo me parecía el canto de los pájaros o el fluir del agua.

—Médico real.

Ante las palabras del joven, un hombre de mediana edad se acercó. El hombre que caminaba hacia mi lado habló:

—Señorita Aristia, ¿ha recuperado el sentido común? ¿Puede oírme?

Me giré, irritada por la voz que seguía oyendo a mi lado. Me encantaba el cielo gris que parecía sereno, por lo que, ignorando la ruidosa voz, miré por la ventana.

—Envía un mensaje al marqués de inmediato.

—Sí, Su Alteza.

—Su Alteza, su agenda es apretada. No tiene tiempo para retrasarse.

—¿Está diciendo que debo dejarla así?

—Pero Su Alteza…

—Ella es mi prometida. Y no es otra que la señorita de la familia Monique. No puedo dejarla así. Aunque las cosas se retrasen, esperaremos hasta que llegue el marqués. Dos días serán suficientes.

—Sí, Su Alteza.

Las interminables voces que escuché se detuvieron y se hizo el silencio. Justo cuando me estaba sumergiendo en la serenidad, oí una voz.

—Tú… Olvídalo, hablaremos más tarde. Descansa un poco por ahora.

El joven, quien había estado a punto de decir algo, cerró los labios con fuerza y se dio la vuelta. Carsein, quien había estado dudando, también le siguió al final.

Cuando todos se fueron y me quedé sola, el silencio volvió a llenar la habitación. En la acogedora tranquilidad, cerré lentamente los ojos.

Cuando el cielo ceniciento se volvió negro y volvió a encontrar su color, me cansé de observarlo a través de la estrecha ventana. Quería caer en una extensión más amplia de color, así que me tambaleé hacia la ventana.

Al abrirla de par en par, mi visión se amplió y vi el cielo ceniciento. Nadando en el incansable color, bajé la mirada mientras oía algunas voces que murmuraban.

En el pequeño campo de entrenamiento que había debajo de la ventana, un joven de cabello azul y un chico de cabello rojo estaban cruzando espadas, custodiados por un anillo de guardias reales a su alrededor. Carsein parecía analizar a su oponente antes de abalanzarse con su espada.

Mientras veía cómo se atacaban repetidamente, levanté la cabeza. Estaba a punto de contemplar el cielo ceniciento una vez más cuando de repente oí que varias personas desenvainaron sus espadas al mismo tiempo.

Ah, qué ruidoso.

Tapándome los oídos mientras miraba hacia abajo, vi a los dos hombres apuntando con sus espadas a la garganta del otro. Los guardias reales tenían sus espadas desenvainadas por si acaso y estaban advirtiendo a Carsein.

Cuando Carsein bajó su espada primero, el joven hizo lo mismo lentamente, diciendo algo mientras se daba la vuelta. Carsein, quien permanecía de pie y sin palabras, pareció molestarse mientras arrojaba la espada al suelo.

Después de mirarlo un rato, levanté la mirada hacia el cielo una vez más. Me gustaba la tranquilidad.

—Señorita… Por favor, entre en razón. Su Excelencia está aquí.

—¿Qué está pasando? ¿Por qué está Tia así?

Me giré ante aquella voz familiar con cabello plateado moteado de polvo blanco y un uniforme color marino. Al encontrarnos con los ojos, el rostro de mi padre se contorsionó.

Justo en ese momento, entró un grupo de personas.

—No esperaba volver a verle tan pronto. Es una pena tener que llamarle por un asunto así, marqués.

—Es un honor para mí verlo, Su Alteza. Me apresuré a venir en cuanto recibí el mensaje. ¿Qué ha pasado?

—Yo tampoco lo sé. Está así desde que se desmayó de repente. El médico real dijo que parecía que estaba gravemente conmocionada por algo, pero no está seguro.

—Ya veo.

—Aunque la he revisado un poco también por si pudiera ser de ayuda, no encontré nada. Ah, tal vez…

—¿Tienes alguna suposición?

—Hmm, no. No quiero sacar conclusiones precipitadas.

—Ya veo. Entiendo, Su Alteza.

Después de que mi padre se inclinara ante el príncipe heredero, se acercó a mí. Me miró durante algún tiempo sin decir una palabra, mientras yo también le miraba sin comprender. En medio del continuo intercambio de miradas, sus ojos marinos temblaron de preocupación.

—¿Qué ha pasado, Tia? ¿Por qué te comportas así? —preguntó, observando mis ojos—. ¿Por qué te has conmocionado tanto? ¿Qué te ha angustiado tanto como para esconderte así? Por favor, cuéntame. Intenta decir algo, es frustrante cuando no dices nada.

»¿Estás enfadada porque he vuelto tarde? Lo siento. Si hubiera sabido que esto pasaría, no te habría dejado sola.

Aunque era una voz muy cariñosa, no podía entenderla. Solo oía las voces, pero no sus significados.

¿Qué me estaba diciendo? Cuando parpadeé lentamente e incliné la cabeza, vi que algo se quebraba en su rostro. Una voz reprimida salió de sus labios fuertemente cerrados.

—¿No vas a entrar en razón? ¿Piensas seguir con tu vida así…? —exclamó, al borde de la preocupación—. ¡Tia!

La grieta pronto se magnificó y se extendió. Su cara, que había estado rígida, pronto se contorsionó y su voz se hizo más fuerte como si no pudiera ser controlada. Me tapé los oídos porque no quería escuchar la voz que había roto el silencio de mi corazón.

En ese momento, unas manos fuertes me agarraron los brazos. Mi padre me apartó las manos de los oídos con gran fuerza y habló con frustración:

—Te he educado mal. Me sentí mal al verte sufrir a una edad temprana y solo te mimé, pero eso te ha convertido en una niña débil… Has perdido la cabeza muy fácilmente. ¿Podré nombrarte heredera de la familia Monique? ¿Querías aprender esgrima con un espíritu tan débil? ¿Cómo puedes ser la sucesora de la familia en este estado? —preguntó sin cesar. Al no obtener respuesta, gritó—: ¡Aristia La Monique!

Al escuchar sus fuertes gritos impregnados de una tristeza desconocida, el mundo gris comenzó a colorearse.

Las voces y las palabras que había escuchado empezaron a cobrar sentido poco a poco. Mi cuerpo entumecido empezó a sentir de nuevo y a temblar sin control. Empecé a sentir dolor en mis hombros que eran agarrados con fuerza.

¿Qué está pasando?

Aquellos ojos azul marino se llenaron de ira, mezclados con un sentimiento de culpa. Sobresaltada por esa mirada desconocida, rápidamente acerqué mi mano a su rostro.

—¿Padre?

—¿Has recuperado el sentido común?

—¿Por qué estás aquí?

—¿Estabas tan fuera de sí…? Ha, está bien por ahora. Descansa un poco. Volvamos a hablar mañana.

Mi padre se levantó lentamente, tragándose las palabras que iba a decir. El joven que había estado apoyado en la puerta con los brazos cruzados se despegó de la pared.

—Me disculpo por hacerle ver a mi hija en este estado, Su Alteza.

—Está bien, marqués. Aunque no me siento bien diciendo esto en una situación así, debo irme ya. No puedo retrasar más mi agenda.

—Está bien. No hay que preocuparse.

—Gracias. Pero lo más importante, ¿me dejaría hablar con la señorita Aristia?

—Por supuesto.

Incluso después de cerrar la puerta con fuerza, no dijo nada. ¿Qué estaba tratando de decir? Me puse más ansiosa ante el prolongado silencio.

Jugueteé con las sábanas, con la cabeza firmemente agachada durante algún tiempo, antes de que sonara una voz carente de energía fría:

—Habrás oído, pero tengo que irme ya.

—Sí, Su Alteza.

—Tú… Ha, no importa. Descansa. Te veré la próxima vez —dijo, impidiendo que me levantara. ¿No tenía nada más que decirme? Aunque lo dudaba, no tuve valor para preguntarle, y me limité a observar mientras se daba la vuelta. Se despeinó el cabello azul y se sacudió la capa blanca, cerrando la puerta con fuerza tras su salida.

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