Espada y Vestido – Vol 3 – Capítulo 1 (3): Leyendo novelas románticas como referencias

Traducido por Ichigo

Editado por Meli


—Ro… —murmuró el capitán.

Cuando separó los labios para hablar, profundicé el beso e introduje mi lengua. Él no sabía qué hacer, así que se quedó inmóvil. Mi lengua rozó un poco la suya, sorprendido, intentó rehuir el contacto. Pero fue inútil, ¿a dónde podía ir? Disfruté persiguiendo su lengua, que movía con torpeza, para evitar que nuestras lenguas se entrelazaran. Lamí su paladar…, lo hice como si lo arañara.

No aguantó más y me agarró el hombro con la mano, pero no me empujó, se limitó a fruncir el ceño. ¿Sería su primer beso? Hasta las jovencitas habían dado su primer beso antes de los veinte años.

Con pesar, me aparté. Sus ojos húmedos brillaban, llenos de vergüenza. El capitán Jullius, que jadeaba con la cabeza levantada, se mordió un poco el labio y luego bajó la mirada.

—¿Es tu primera vez?

En lugar de responder, se tapó la boca con la mano que me sujetaba el hombro. Me agradó ver que la zona alrededor de sus ojos y hasta su nuca se volvía roja, pero no me gustó ser yo la que tuviera más experiencia. Aunque de hecho, era la primera vez que besaba a un hombre, aprendí a besar teniendo como compañeras a damas nobles, hasta que fui descubierta y regañada con severidad por el ayudante Sieg y el Sumo Sacerdote, este último, me repitió por más de medio año: «besar, es algo que se hace con un amante». Y bueno, los clérigos no pueden tener relaciones románticas.

—No pasa nada. Porque estamos comprometidos.

No nos amábamos, pero éramos pareja, así que besarnos no estaba mal ¿verdad? Además, el beso de buenos días era solo un saludo. El capitán Jullius permaneció en silencio un momento y sin quitar la mano de la boca dijo:

—Roel… —Su voz era ronca.

—¿Sí?

—Sería mejor que te fueras.

—¿Qué…? ¿Por qué?

—No me preguntes la razón, solo hazlo por favor…

¿Se ofendió porque lo besé? ¿Estaba enfadado?

Asentí, aturdida. Al salir del dormitorio, escuché un largo suspiro más allá de la puerta cerrada.

¿Qué hice mal…?

De camino al edificio principal, pensé en lo que había pasado, pero no podía entender por qué me echó. En el libro, cuando la protagonista le dio un beso matutino al protagonista, él sonrió y se besaron. Qué raro.

Tal vez reaccionó así por su falta de experiencia.

—Creo que debería comprar un libro para hombres y dárselo al capitán… —pensé y en lugar de ir a mi dormitorio, me dirigí al del ayudante Sieg, que también le servía de despacho.

Llamé a la puerta y me respondió que entrara. Estaba ordenando unos documentos. La escena me era muy familiar, pero él ya no portaba uniforme de caballero sagrado, sino la ropa de un hombre común. Me resultó agobiante, de verdad se había convertido en mi mayordomo por mera diversión. Si tan solo estuviera interesado en otra cosa que no fuera yo, qué agradable sería.

—Ayudante Sieg.

Sus ojos violetas me miraron. He oído que la señorita Kidea tiene el pelo rubio platino y los ojos morados. Su color de pelo es diferente, pero el de sus ojos es el mismo. No he tenido la oportunidad de conocerla. Ni siquiera en el banquete que organizó… Acaso, ¿él interceptó mi invitación? Claro, no hay evento de damas al que no haya sido invitada.

—Señorita —Sonrió y me corrigió—: Ahora ya no soy ayudante, sino mayordomo.

—¿Hablas en serio…?

—Se lo he dicho repetidas veces.

Diosa, por favor: devuelve a este príncipe a donde pertenece…

No hay ningún lugar en el mundo donde un príncipe trabaje como mayordomo en la residencia de una condesa. Como clérigo ya había renunciado a su estatus y a lo mundano, pero sigue sin estar bien.

—Pero me siento agobiada.

—No te preocupes.

—Pero me molesta.

—Entonces sigue preocupándote por ello —concluyó.

No puedo derrotarlo en una discusión, ni de otra manera. Aunque tengo ventajas como su ama, no es como en el pasado, donde yo era superior en: apariencia, habilidades de combate y rango.

Ahora no tengo nada, reflexioné y me senté abatida en el sofá.

—Por favor, siéntate con más recato.

—Estamos en casa, ya sabes.

—Señorita, aunque esté en casa, debe cuidar sus modales.

—Si me molestas demasiado, me iré de casa.

—Entonces haré responsables a Sofía y al caballero Rizar.

—¡Ellos no tienen nada que ver con esto!

—No, pero es una forma eficaz de persuadirla.

—Maldita sea.

—Por favor, tenga cuidado con la forma en que habla también.

Si quiero huir, entonces tendré que llevarme a ambos conmigo… Suspiré de manera profunda y cambié de tema:

—He oído que hay un libro romántico para hombres.

—¿Qué…?

Me miró con cara de asco, como si me preguntara de qué idioteces hablaba.

—¿No sabes de qué hablo? Ayer, Sofia me prestó algunas novelas románticas para mujeres y me dijo que también hay libros románticos hechos para hombres.

—¿Quieres decir como una historia de amor…?

—¿Sí? Intenté hacer algo del libro con el capitán Jullius, pero no pareció gustarle mucho. Estaba tan avergonzado, que me echó. Sin embargo, si le consigo una copia, podrá adquirir experiencia y hacer cosas cariñosas.

—¿Qué hiciste…? —inquirió, boquiabierto.

—Beso matutino.

—¿Dónde lo besaste?

—En los labios.

—¿Le metiste la lengua…?

—Por supuesto.

Fue un beso, sé que solo los niños hacen algo como rozar sus labios. El ayudante Sieg, permaneció en silencio por un momento, absorto en sus pensamientos.

—Esta vez usted tiene la culpa, señorita —declaró con firmeza.

—¿Por qué…?

—Un beso matutino suele consistir en dar un ligero beso en la mejilla o en la frente.

—¿Es así?

—Sí.

—¿Algo como eso se considera un beso?

—Mientras tus labios lo toquen, se llama beso.

—Pero el beso de un adulto…

—¡¿No te he dicho antes que te olvides de las travesuras de esas señoras?!

Sí, ya lo había hecho. Me rasqué la mejilla y rumié el contenido del libro que leí anoche: no hay ninguna descripción sobre lo que hice.

—Aun así, un beso en el que se mete la lengua tampoco está tan mal. No tenía que echarme así. ¿No exageró?

Aunque reconozco que me excedí, estamos comprometidos, no hay nada de malo en un beso.

—Debe haber sido inevitable.

—¿Qué quieres decir con inevitable? —presioné, porque por más vueltas que le daba, no conseguía sacar nada en claro.

—El caballero Rizar también es un hombre después de todo.

—Eso ya lo sé.

—Eso debe ser.

¿De qué estás hablando?

—Por favor, explícalo en detalle.

—Solo sé que es así.

¿Qué? ¡No dijiste nada! ¿Debería preguntarle al capitán Jullius?

—Ni se te ocurra preguntarle al caballero Rizar —me advirtió, fue como si me leyera la mente.

—¿Por qué…?

—Si le preguntas, seguro se avergonzará. Podría huir de ti. E incluso podría no ser capaz de hacer contacto visual con usted, señorita.

Vaya, eso sería difícil. Al huir de mí, regresaría a la sede del Escuadrón de Tareas Especiales y yo tendría que pedirle ayuda a Ortzen.

—Creí que solo las mujeres eran complicadas, pero resulta que los hombres también lo son.

—Bueno, es un tipo diferente de complejidad. Sin embargo, si lo entiendes, es bastante simple.

Si por saberlo es más sencillo, entonces deberías enseñarme un poco. Estás siendo tacaño.

—Olvídalo, solo consígueme una novela romántica para hombres.

No quiero que me vuelva a echar por besarlo.

—No hay.

—Me dijeron que sí.

—No la hay.

—Pero Sofía…

—Y de todas formas es todo ficción, así que no te confíes y léelo con moderación.

—También sé que es todo ficción.

—¿Ya lo sabes, pero aún así lo pones en práctica?

—¿Pero la gente no hace lo del beso matutino…?

—Bueno, sí lo hacen.

—¡Entonces está bien que yo lo haga!

—Eres tan despreocupada, podrías haberle hecho algo raro al caballero Rizar.

Eso sería problemático. En el futuro, preguntaré a Sofía o al ayudante Sieg antes de hacer nada.

♦ ♦ ♦

Decidí disculparme con el capitán Jullius, así que regresé al edificio separado, pero no lo encontré por ningún lado. En la cama vacía, las cortinas rosas del dosel se agitaban con el viento que entraba por la ventana.

—¿Ya se ha ido?

Qué rápido. Entonces, ¿debería ir al cuartel general del Escuadrón de Tareas Especiales?

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