Espada y Vestido – Vol 3 – Capítulo 2 (1): Beso de buenos días por la mañana

Traducido por Gatonegro

Editado por Meli


Me dirigí al cuartel general junto con Sofía, la dejé en la cocina y sin perder el tiempo, busqué al capitán Jullius; sin embargo, él ya había partido hacia la Corte Imperial. Se marchó más temprano que de costumbre, entonces, regresaría temprano. Tomé algunos bocadillos recién hechos de la cocina para comerlos y pasar el tiempo. Sofía se jactó de su buena habilidad al prepararlos.

—¿No debería estar aquí ya? —le pregunté a Sofía y agregué—: Pon esas tartas de huevo en la cesta. Junto con el pastel de maní.

—Hice esto para que la señorita coma —se quejó, mientras sostenía una pequeña canasta.

—Ya he comido mucho. ¿Por qué odias tanto al capitán Jullius?

—No lo odio.

—Entonces, ¿cuál es el problema?

—Eso, la cosa es…—Se sonrojó, como avergonzada—. N-No solo cuide al caballero Rizar, por favor cuide también al mayordomo.

El ayudante Sieg comería y viviría bien incluso sin que yo lo cuidara. No obstante, asentí con la cabeza para asegurarle que lo había entendido. Con la canasta llena de bocadillos, salí de la cocina hacia el establo.

Blackie no estaba allí, así que Jullius aún no había regresado.

El lugar estaba bien cuidado, pero no significaba que no olería a estiércol de caballo. Salí de allí y me senté en una roca decorativa en un jardín de flores, de cara a los caminos alrededor de los edificios que conducían al establo, puse la canasta en mi regazo, saqué una tarta de huevo y la mordí.

—¿Cuándo vendrá?

Si él tenía que ir con el Escuadrón para trabajar, podríamos haber ido juntos, ¿por qué se fue solo? Quería disculparme por mi error en la mañana, para que la próxima vez fuéramos juntos a su trabajo. En casa, el ayudante Sieg solo me reprendía, además, la comida en el Escuadrón de Tareas Especiales era más deliciosa. Después de terminar tres tartas de huevo, volví a cubrir la canasta con el paño, quería dejar algo de comida para el capitán.

—Aún no llega.

No hay mucho que hacer en la Corte Imperial, no sé por qué tiene que ir allí todos los días. Si estuviera en mi cuerpo, me quejaría ante Su Majestad el emperador. Mientras pensaba si debía comer una rebanada del pastel de maní o no, escuché el sonido de los cascos de los caballos.

—Ooh, ya viene, está aquí.

Me puse de pie de un salto y me paré en la roca, luego agité la mano hacia el caballo negro que apareció a la vuelta de la esquina.

—Capitán Julliu…

¿Eh? ¡Qué diablos!, ¿por qué saltó del caballo? ¿Por qué dio la vuelta al edificio y desapareció?

Lathy, a su lado, miró perplejo hacía mí y luego al capitán. Blackie también parecía confundido, pero incluso sin su dueño, se dirigió al establo por su cuenta.

¿Qué sucedió?

—Señorita Silla, ¿qué le pasó al capitán? —preguntó Lathy, aún montado en su caballo.

Salté de la roca.

—No fue gran cosa —contesté.

Solo lo besé una vez, negué con la cabeza.

—Pero, ¿por qué se escapa el Capitán?

—¿Se escapó?

—Huyó tan pronto como la vio señorita.

¿Hizo eso porque me vio? No, ¡maldición! ¿Odiaba tanto besarse conmigo? Le lancé la canasta a Lathy.

—Cómetelos.

—¿Señorita?

—Voy a atrapar a ese cobarde.

¡Si tienes alguna queja no huyas, dilo de frente! ¡¿Por qué diablos estás huyendo?! ¿Crees que te voy a comer? ¡Eres más fuerte que yo!

Recogí el dobladillo de mi vestido en una mano y comencé a correr con rapidez, pero cuando llegué a la esquina en la que desapareció, ya no estaba allí.

¿Adónde se fue ese hombre?

—¡Capitán Jullius!

Dado que no podía escapar al exterior, debía seguir dentro de la sede. Como no lo vi en el campo de entrenamiento, me dirigí al edificio principal. Abrí la puerta de una patada y el subterráneo fue el primer sitio que revisé, pero el lugar estaba desierto.

¿Fue con Ortzen, al piso superior?

Rechiné los dientes y subí las escaleras de dos a tres escalones a la vez. Cuando llegué al segundo piso, ingresé sin previo aviso a la oficina de Ortzen.

—¿Señorita Epheria? —Retrocedió, sorprendido.

—¿Dónde está el capitán?

—Eso también es algo que me gustaría preguntarte. ¿Ha vuelto?

—¡Maldición!

¿Dónde diablos está?

Ortzen dijo algo, pero lo ignoré. Corrí hacia el corredor y subí al tercer piso. Allí, finalmente vi la espalda de la persona que estaba buscando.

—¡Capitán! —le grité

Él se estremeció, se giró para verme y actuó de inmediato.

—¡Espera!

Había saltado por la ventana. Me acerqué y cuando miré hacia abajo, él veía en mi dirección. Nuestros ojos se encontraron un instante antes de que me evitara, otra vez.

Me sentí tan culpable por ser la responsable de su actitud.

¡Por favor, vuelve!

—¡Capitán Jullius!

Me preparé para saltar, pero me detuve al recordar que el ayudante Sieg me reprendería por un día completo. Además, los techos del edificio eran muy altos, el tercer piso podría tener la misma altura que los de un cuarto piso; y con mi cuerpo actual y los zapatos que traía puestos no podía garantizar un aterrizaje seguro.

—¡Es mi culpa por meter la lengua cuando nos besamos! ¡Vuelve por favor!

Puse toda la fuerza en la parte inferior de mi abdomen para que mi voz resonará. El capitán retrocedió. Los guardias, absortos por el chisme, se le acercaron y comenzaron a hablar a su alrededor.

¿Qué, qué diablos están haciendo esos bastardos?

¿Qué debo hacer? ¿Debería saltar?

No podía ver la cara del capitán Jullius, pero de alguna manera, su espalda pareció encogerse ante las palabras de los miembros. Entonces tembló y paciencia se agotó.

¡¿Se están metiendo con mi prometido?!

Maldita sea, el ayudante Sieg me quitó todas las armas que escondía en mi falda…

¿Debería lanzarles mis zapatos? Decidida a llegar a él, levanté mi falda para poder saltar, entonces, el capitán Jullius giró su cuerpo, me miró con el ceño fruncido y luego caminó hacia la puerta del edificio.

¿Está entrando? ¿Qué diablos balbucearon esos bastardos que te hizo tener una mirada tan deprimida? No importa, tú es mi prioridad. Me vengaré de esos malditos tipos más tarde.

Salí corriendo al corredor y comencé a bajar las escaleras de tres a cuatro escalones a la vez, luego, agarré la barandilla y salté hacia el segundo piso. Afortunadamente, nadie lo vio.

Me disponía a ir al siguiente piso cuando vi entrar al capitán Jullius. Ya no huía de mí, así que me pregunté cómo debía actuar para no volverlo a asustar, quería retenerlo.

—¡Capitán!

Nerviosa porque escapara otra vez, me apresuré a él, sin mirar donde aterrizaba mi pie.

—¡Ah!

Perdí el equilibrio en las escaleras, mi cuerpo se inclinó hacia adelante. Al pie de las escaleras, el capitán Jullius estiró los brazos con pánico.

Giré mi cuerpo hacia un lado, coloqué la mano en uno de los escalones y me impulsé hacia enfrente para aterrizar sobre mis pies a un costado del capitán. Le sujeté de inmediato la muñeca, sin ocuparme de arreglar mi vestido arrugado.

—Debes mantener en secreto lo que hice hace un momento del ayudante Sieg.

—Ah, sí..

—Es mi culpa por besarte así de repente… Por favor, no huyas —miré a sus ojos gris pálido—. No huyas, por favor, habla. No me enojaré, bueno, trataré de no enojarme y escucharé lo que quieras decir.

Honestamente, era imposible no enojarse en absoluto. Me estaba poniendo un poco emocional.

—No vuelvas a evitarme así nunca más. Incluso si huyes por el Desierto Negro, te perseguiré y te encontraré. Te capturaré y te ataré para que no puedas volver a escapar…

No sería fácil ir tras él, pero me las arreglaría para conseguir el apoyo del Escuadrón de Caballeros Sagrados y el de Tareas Especiales, entonces es posible.

—Lo diré a partir de ahora… —concedió con obediencia.

—Bien. Si me lo dices, te escucharé e intentaré entenderte, así que no te preocupes por nada más. —No fingiría no entender—. Lo que hice en la mañana sucedió porque me equivoqué en algo..

Solté la muñeca del capitán y subí un escalón en las escaleras.

—Por favor, baja un poco la cabeza.

A pesar de lo que había ocurrido, él inclinó la cabeza dócilmente. Lo besé suavemente en la mejilla.

—El ayudante Sieg dijo que esto es lo que es un beso matutino..

—¿Beso de buenos días?

—Sí. Es como decir buenos días. Por supuesto, no es algo que hagas con cualquiera, pero si con tu amantes o familiares. Estamos comprometidos, así que deberíamos hacerlo.

—¿Es eso así?

—Sí.

—Entonces también tendré que hacérselo a usted señorita.

¿Eh?

—Oh, sí. Supongo que… ¿sí?

El libro decía que las parejas se besan.

—Bueno, otras parejas se dan besos, así que supongo que tienes razón —declaró y se acercó.

Me sentí nerviosa, volteé rápidamente y subí las escaleras.

—¿Señorita Epheria?

—¡Ya no es de mañana!

Si quieres hacerlo, ¡hazlo por la mañana! Pensar en recibir un beso me hizo sentir avergonzada.

Corrí por el corredor del segundo piso, me detuve al ser bloqueada por un obstáculo. El estorbo era Ortzen, nos miró a mí y al capitán Jullius, que subía las escaleras para ir tras de mí.

—Ustedes dos, —entrecerró los ojos— síganme.

¿Qué pasa? No hice nada malo, pero sentí que hice algo mal.

Nos sentamos uno al lado del otro en el sofá de la oficina de Ortzen, que estaba sentado frente a nosotros, dejó escapar un largo suspiro y me miró.

—¿El caballero Siegfred te dijo que difundieras tu beso con el capitán por toda la ciudad?

—¿Qué bastardo se atreve a decir cuentos sobre mí?

—Escuché todo desde el interior de la habitación.

—Bueno… —Grité un poco demasiado fuerte—. Pero no es algo por lo que debas desconcertarte, ¿verdad?

—¿Entonces que?

—Deja que los rumores se propaguen.

—No puedes hablar en serio.

—No me importa. Capitán, ¿tiene ningún problema con eso? Este tipo de rumor podría ser desfavorable para las mujeres, pero en todo caso, es algo beneficioso para los hombres

El capitán Jullius se estremeció y habló:

—Si es desfavorable…

—Ah, estoy bien con eso. No hay nada de qué preocuparse.

—No creo que el caballero Siegfred piense lo mismo.

En ese momento, mi corazón se hundió. Lo había olvidado. Miré a Ortzen con la expresión más lamentable que podía ofrecer.

—¿Estará enojado?

—Probablemente.

—Lo mantendrás en secreto, ¿verdad?

—¿Crees que solo con mantener mi boca cerrada es suficiente?

—Entonces deberías prohibir que los miembros del Escuadrón de Tareas Especiales hablen de esto.

—¿Por qué lo haría …?

—Hazlo por mí, por favor. ¿Puedes?

—Es por eso que en primer lugar…

—¡Capitán! —Le di un codazo—. ¡Ortzen está siendo injusto!

—Sería bueno si pudieras hacerlo —Me ayudó el capitán.

—No es que no pueda hacer eso, pero…

—Entonces por favor, hazlo por mí. De todos modos, si no tuvieras ninguna intención de ayudarme, ¿no se lo habrías dicho directamente al ayudante Sieg?

Tenía que acceder, pero estaba tan serio, como si estuviera pasando por un mal rato.

—Cuando lo pones así, —levantó una de sus cejas— no me siento inclinado a ayudarte.

—Entonces, ¿debería mantener la boca cerrada?

—Está bien, lo haré. Pero a juzgar por la actitud del caballero Roel, parece que lo difundirás otra vez aunque te ayude.

—No te preocupes. Difícilmente cometo el mismo error.

En realidad, no me importaba si las palabras se extendían, pero me preocupaba la reprimenda del ayudante Sieg.

—Por cierto, para capturar al Rey Demonio que te maldijo, el capitán y Clauen se tomaron una licencia del Escuadrón de Tareas Especiales como estaba planeado. Al capitán no se le permite salir de la capital, pero el Sumo Sacerdote dijo que le daría el permiso.

—Si se trata de un asunto relacionado con los demonios, Clauen es alguien de fiar. Este es un asunto del que no se debe hablar de forma imprudente.

—Y el caballero Silac también está programado para ir contigo.

—¿Qué? Esa bastar…, no, quiero decir, ¿por qué viene ese hombre con nosotros?

—Porque es la unidad más confiable.

—¿Enserio?

Estaba confundida por la elección, pero si Sieg y Ortzen lo decidieron, significaba que era de total confianza… Tal vez porque solía tener mucho prejuicio contra él, todavía me sentía un poco incómoda.

—Iré a decirles que mantengan la boca cerrada antes de que sea demasiado tarde. No pude entregarle el informe ya que hoy ingresó a la corte de inmediato, así que capitán, espere aquí. Y caballero Roel, debería regresar a su casa.

—¿Ya?

—El caballero Siegfred me pidió que te enviara de regreso antes del almuerzo.

Chasqueé la lengua, inconforme. Pero temía las consecuencias, así que salí de la oficina y caminé por el pasillo junto con Ortzen. Estaba triste por la idea de volver a casa.

—Ortzen.

—¿Sí?

—¿Sabes si hay algún libro de romance para hombres?

—¿Libro de romance para hombres?

—Sí. Sofia dijo que sería mejor si no hubiera ninguno, lo que significa que si existen, pero el ayudante Sieg dijo que no hay tal cosa.

Ortzen se veía preocupado antes de preguntar:

—No te estarás refiriendo a libros pornográficos, ¿verdad?

—¿Libros de qué…?

—Si dices que es mejor que no existiera ninguno, entonces tal vez es ese tipo de cosas.

—¿Ese tipo de cosas? ¿Cómo qué?

—¿Nunca has oído hablar de ellos? Bueno, no hay forma de que esa clase de cosas puedan ser traídas a la iglesia.

¿Qué es? ¿Es algo ilegal?

Bueno, creo que nunca había visto nada como los libros de mujeres que leí ayer dentro de la biblioteca de la iglesia. Aunque no revisé todos los libros de la biblioteca.

—Entonces, si hay un libro de romance para hombres, ¿verdad? ¿Dónde puedo conseguirlo?

—Hay una librería famosa en el callejón trasero de la calle Ginsae norte, pero por favor, nunca le digas al caballero Siegfred que te lo conté.

—Entendido. No te preocupes.

El callejón trasero de la calle Ginsae norte. Tendré que ir allí pronto.

Dejé el carruaje para Sofía y tomé prestado un caballo para ir a casa. Al llegar, vi un carruaje desconocido parado frente a la entrada del edificio principal, el escudo de armas, grabado en él, me hizo desear no haber vuelto.

Parece que el primer ministro está aquí.

Vaya, por eso querían que regresara temprano.

Cuando la serpiente de tres cabezas y las monedas de oro del escudo de armas, aparecieron ante mis ojos, sentí un escalofrío en la espalda. Sin bajarme del caballo, exhalé un profundo suspiro.

—Señorita, el primer ministro Mord y el mayordomo la están esperando adentro —me avisó una sirvienta.

—Ah, está bien.

—La acompaño dentro.

—Sí. Supongo que debería ir.

Me bajé del caballo y seguí a la doncella al interior de la mansión. Casi no había gente, era silencioso, excepto por el sonido de los pasos. Sin darme cuenta caminé de manera sigilosa y palmeé el dobladillo de mi vestido arrugado para alisarlo mientras me movía.

¿Mi cabello está despeinado por la voltereta en las escaleras? ¿Se manchó el vestido con migas? ¿Qué comí hoy? ¿Tengo restos de crema o mermelada? Los vestidos son más ancho que un pantalones, por lo que es más probable que se ensucie.

Mientras revisaba mi cuerpo aquí y allá, la criada se detuvo frente a la habitación que deduje era el salón. El vestido se veía bien de frente, pero no podía inspeccionar la parte de atrás. Incluso me senté en una roca.. Debería hacer todo lo posible para que solo vean mi parte frontal.

—Está aquí —anunció la criada, detrás de la puerta.

—Que entre por favor —dijo el ayudante Sieg vino desde el interior de la habitación.

Cuando vi a la doncella abrir la puerta, tragué saliva.

—Bienvenida, señorita.

Entré y el ayudante Sieg se levantó de su asiento y me saludó con una sonrisa. Había un hombre, que parecía tener cuarenta y tantos años, sentado en el sofá frente a él. Tenía el cabello blanco plateado, vestía de forma tan pulcra, que sería difícil encontrar una mota de polvo en los cristales de sus gafas, en su traje negro, incluso en sus zapatos. Me sentí cohibida, así que me acerqué al del ayudante Sieg, procurando que mi espalda no fuera vista. Una mirada aguda, me inspeccionó de arriba abajo.

—Esta chica es Roel.

—Sí, eso es lo que he oído.

—Ha pasado un tiempo. Su Excelencia, primer ministro. Se ve saludable.

—Roel, tú… —Se ajustó los anteojos usando la punta de su dedo, como era su costumbre—. Veo que la forma en que caminas es extraña para una dama.

—Eso es porque estoy nerviosa de ver a Su Excelencia.

Quizás el ayudante Sieg intercedió por mí, porque fui tratada mejor de lo que pensé. Me sentí un poco aliviada y me senté, dispuesta a hablar y crear una impresión favorable para el capitán Jullius.

—¿De verdad piensas en casarte con el caballero Rizar?

—Sí. —Me sorprendió su pregunta—. Tal vez.

—¿Tal vez?

—No, lo hago. Sí.

El primer ministro Mord miró al ayudante Sieg y luego a mí.

—Siegfred dijo lo contrario.

¿Qué diablos le dijiste? ¡Se supone que solo debes decir cosas buenas sobre el capitán Jullius!

—¿Sí? —Fijé mis ojos en el ayudante Sieg, con mirada acusadora lo interrogué—: ¿Qué dijiste?

El primer ministro Mord chasqueó la lengua y agregó:

—Tanto la forma en que hablas hasta cómo te comportas, todos y cada uno de tus gestos…

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