Espada y Vestido – Vol 3 – Capítulo 2 (3): Beso de buenos días por la mañana

Traducido por Ichigo

Editado por Meli


Reprimí las ganas que tenía de huir, Si él quería besarme, no había nada de malo en eso. Nerviosa, esperé en silencio, incluso escuché cuando tragué en seco.

Cerré los ojos. Cuando lo sentí frente a mí, una sensación de picor me invadió. Era como tirar la espada y quedarme indefensa justo antes de empezar un duelo. Si prolongaba esto más tiempo,saldría corriendo.

Los segundos parecían minutos. El capitán Jullius se movió y yo temblé, mi corazón comenzó a latir con más fuerza. Apreté los puños mientras pensaba si él iba a ser capaz de hacerlo bien.

Entonces, sus labios tocaron mi mejilla. Fue ligero, como el roce de una pluma. Estupefacta, abrí los ojos, su rostro apareció frente a mí.

¡¿Eso fue todo?! ¿Se veía tan tímido y avergonzado por hacer algo que incluso los niños hacían?

—Capitán… No, Jullius.

—¿Sí?

¡No me mires con esa cara de satisfacción, como acabaras de hacer un buen trabajo! Contuve la rabia hirviendo dentro de mi corazón.

—Siéntate, por favor.

Desconcertado, volvió a sentarse en el sofá. Parpadeó y en cuanto lo miré, mi ira desapareció. Él no hizo nada malo, solo me dio un beso en la mejilla como un saludo de buenos días, maldita sea.

Pero no existe una regla que diga que solo se pueda dar un beso por la mañana. Podemos besarnos más de una vez por la mañana, por la tarde e incluso por la noche.

Doblé una de mis piernas y la puse sobre su regazo.Incliné la parte superior de mi cuerpo hacia delante, pero él, por reflejo, se echó hacia atrás, pegándose de manera estrecha al respaldo del sofá. Si quería escapar, tendría que empujarme.

Puse una de mis manos en su hombro y bajé la cabeza. Sus ojos grises pálidos, muy avergonzados, temblaron.

—¿Roel…?

Pronunció mi nombre como si preguntara qué iba a hacer. Sonreí, ¿de verdad era tan despistado? Ya lo había besado, ¿fingía no saber lo que pretendía? Bueno, con la personalidad del capitán, era casi imposible.

Incliné la cabeza hasta que nuestros labios se encontraron. Presioné y froté un poco antes de retroceder. Aunque se puso rígido y se estremeció, pude notar que se sentía aliviado.

¿Qué pensaba? Estoy segura que no se presentó, tan confiado, en mi dormitorio solo para volver.

—Saca la lengua.

—¿Eh…?

—Solo un poco. Así.

Aunque estaba perplejo, obedeció. Algo que parecía una pequeña fruta con la piel desigual, emergió de entre sus labios. Parecía delicioso.

Mordí un poco la punta de su lengua con los dientes delanteros. Se sorprendió tanto que metió su lengua en mi boca, pero no fue el movimiento correcto. ¿Cómo podría enseñarle?

Otra vez, fui la única que profundizó el beso.

Terminé con el beso y le miré de arriba abajo. Negaba con la cabeza y, aunque su cara seguía pareciendo desconcertado, no parecía tan sorprendido como ayer. Tampoco me pidió que saliera. Bueno, estábamos en mi habitación.

—¿Estás bien?

—Uh, sí —musitó.

El movimiento de su cabeza dejó a la vista su nuca, que estaba un poco roja. Lamí mis labios ante la vista apetitosa, puse mi boca sobre él y lo mordí sin vacilación.

—¡Ah! —exclamó, sorprendido.

No lo mordí fuerte, de modo que solo quedó una leve huella. Si lo hacía con toda mi fuerza, su arteria se desgarraría. Era un punto vital. Si alguien me tocara así, nunca podría mantener la calma.

Dejé más marcas en su nuca antes de alejarme, el capitán Jullius habló con una mirada un poco avergonzada:

—¿Roel quiere comerme?

¿Qué estás diciendo?

—No me interesa el canibalismo. No te comeré.

Hay tantas cosas deliciosas, ¿por qué iba a comer seres humanos? Si me muriera de hambre durante medio mes y no hubiera nada que comer, entonces podría considerarlo.

—Pero si eres tú, está bien que me comas.

—Gracias, pero prefiero no hacerlo. Es mejor estar vivo.

Un capitán vivo era mucho mejor que uno muerto.

Le di un beso en la mejilla, luego bajé la rodilla y me puse derecha.

—Aún es temprano. ¿Quieres dormir un poco más?

—Pero me han dicho que no use la misma cama hasta que estemos casados. Si nos encuentra el mayordomo Sieg, tendremos problemas.

—Podemos hacerlo mientras no nos encuentren. O puedes dormir en el sofá.

Debía estar cansado, porque aunque dudó un momento, asintió con la cabeza. Entonces fui rápido al dormitorio y saqué una manta extra.

♦ ♦ ♦

Aquí está la calle Ginsae.

Las calles a primera hora de la mañana eran tranquilas. Los carros que recogían las latas de leche vacías paseaban traqueteando y las pocas tiendas abiertas, se afanaban en limpiar y ordenar sus cosas. Me pregunté si había llegado demasiado pronto, pero no podía volver a casa, sería difícil encontrar otra oportunidad. Salí para desayunar con el capitán Jullius y le prometí al ayudante Sieg, no, al mayordomo, que iría directo al Escuadrón de Tareas Especiales, nunca dije que iría a casa de inmediato luego de salir de allí, así que no rompí mi promesa.

Ese debe ser el callejón. Tiré del caballo por las riendas y me acerqué al estrecho callejón. Los destartalados edificios estaban muy unidos entre sí. ¿Por qué se venden libros románticos para hombres en este tipo de sitios?

Cuando me adentré un poco más, me llamó la atención la única tienda abierta entre los edificios que tenían sus puertas y ventanas bien cerradas. No sabía qué vendían porque no había ningún cartel.

—Disculpe —llamé al entrar.

Estaba oscuro, pero vi montones de libros apilados aquí y allá. Parecía el lugar correcto. El hombre de mediana edad que dormitaba sentado en la silla, se despertó sobresaltado por mi voz. Parecía ser el dueño, se frotó los ojos con brusquedad con el dorso de la mano y me miró.

—Creo que todavía estoy soñando…

—No es un sueño, así que despierte por favor. ¿Este lugar es una tienda que vende libros románticos para hombres? —pregunté con tranquilidad.

Debía recordar usar un lenguaje informal. Es probable que él fuera un plebeyo y yo soy una dama noble.

En el clero, por lo general se trata a todos con respeto sin importar su estatus: «Como sirvientes de la Diosa, debemos tratar con amabilidad y compasión a los jóvenes corderos que nos siguen». Sin embargo, de acuerdo al lugar, tratamos a los demás según su estatus. Incluso en mi caso, recibí el mismo trato que cualquier otro caballero comandante en el Palacio Imperial y actué en consecuencia. Además, dentro de la Iglesia también existía la discriminación de estatus.

El dueño se levantó de su asiento mientras se rascaba la cabeza.

—¿Tiene algún… libro romántico para hombre?

—Se llaman libros porno, ya sabe.

Ortzen los llamó así. El dueño se turbó por mis palabras y miró a su alrededor. Parecía estar comprobando si había alguien acompañándome.

—Vaya, qué hace una como usted joven en un sitio como éste… Parece usted una noble, pero ya ha pasado la hora de cerrar.

—Creo que es hora de abrir la tienda…

—Este callejón suele abrir de noche y cerrar al amanecer. Me quedé dormido un rato… —Observó otra vez hacia afuera. Tras confirmar que no había nadie más que un caballo, se aclaró la garganta—: ¡Válgame Dios! Qué mujer tan atrevida. No importa lo brillante que sea el día, no debe andar sola.

—Le he preguntado si vende libros románticos.

—La mayoría de los libros que hay aquí son de ese tipo, así que búsquelos usted misma —declaró, con sus ojos puestos hacia afuera—. Pronto cerraremos, así que elige uno rápido y vete.

Estaba segura que me echaría, pero desistió. Al parecer no era un gamberro sin futuro, sino alguien que hacía buenos negocios. Además, no había nada bueno en caerle mal a un noble.

Asentí con la cabeza y miré a mi alrededor. ¿Cómo es que todos los libros tienen una cubierta lisa? Tampoco tienen título. No se podía saber nada del contenido con solo mirar el exterior, así que tomé un libro que estaba cerca y lo abrí.

No sabía que habría ilustraciones a color.

Sería bastante caro. No solo porque la pintura es cara, sino porque cada dibujo se haría a mano en todos y cada uno de los libros.

La imagen que apareció en cuanto giré la cubierta era una mujer desnuda. Una hermosa mujer de grandes pechos y cintura esbelta contorsionaba su cuerpo con una expresión extraña. No me molestó porque yo también soy mujer, pero no podía mostrárselo al capitán Jullius. Pasé una página más, había un texto en el reverso. Todo iría bien si pudiera arrancar la ilustración.

Cuando hojeé la historia, quizá porque ese libro era para hombres, el protagonista era un hombre, a diferencia del libro que me regaló Sofía.

En mitad de la noche, el protagonista se cuela en el dormitorio de una esbelta belleza que ha sido vendida como amante a un malvado señor.

Eso es un crimen.

Aunque fuera obligada a ser amante, la acusarían de adulterio. Intenté creer que la rescataría, no obstante, basándome en la descripción de la mente del protagonista, ¡está a punto de acostarse en secreto con la belleza a espaldas del señor! Grité por dentro. El protagonista entró en el dormitorio y se encontró con una hermosa mujer vestida solo con un delgado negligé tumbada en la cama. No llevaba ropa interior. La prenda estaba tan suelta que sus pechos quedaban al descubierto. ¿Acaso el Señor no le había comprado un camisón apropiado? El protagonista se excitó al ver a aquella belleza semidesnuda y saltó sobre la cama. Agarró y acarició sus voluptuosos pechos con sus grandes manos. Bajo sus manos ásperas, sus pechos se levantaron y se contorsionaron. El protagonista puso su lengua en el pezón rosado…

—¡Señorita!

—¡Eek!

¡Dios mío! Sorprendida, me di la vuelta y vi al ayudante Sieg, no, al mayordomo, allí de pie. ¿Cuándo había llegado? No lo sabía porque estaba leyendo un libro. Más bien, ¿cómo supo que yo estaba aquí?

—¿Qué demonios estás haciendo aquí? —Frunció el ceño.

—Estoy comprando algunos libros de romance… ¡Dijiste que no había ninguno!

—¡No los compres! ¡Vámonos a casa ya!

—¡Ah, espera un momento! ¡Déjame terminar esto!

¡Creo que la parte importante empezará pronto! Pero el mayordomo SIeg me agarró de la muñeca y tiró de mí sin piedad.

—¡Ni se te ocurra volver aquí! ¡Tú…! —Señaló al dueño de la tienda—. Si dejas entrar a la joven una vez más, demoleré todo el callejón.

Ante la amenaza del príncipe, que era capaz de cumplirla, el asustado hombre se puso pálido de muerte e inclinó la cabeza.

—¡No seas tan mezquino! ¡Solo es un libro!

—Si vuelves a buscar libros así, haré que te prohíban entrar en el Escuadrón de Tareas Especiales.

—¡Eso es demasiado!

Era el único lugar al que me dejaba salir. No pude leer la última parte del libro porque me atrapó Sieg y me sacó a rastras de la tienda.

Me empujó al carruaje que esperaba fuera del callejón, me senté frente a él y lo miré con ojos llenos de descontento.

—¿Cómo sabías dónde estaba?

—Ortzen me lo dijo.

¡Vaya, ese chismoso!

—¿Ese hombre te lo cuenta todo?

—No. Es una especie de trato.

Un trato. Bueno, dado que no me ha regañado más que por el libro, creo que Ortzen ha mantenido en secreto el lío que monté ayer en el cuartel. Sin embargo, él me contó de este lugar y me pidió que guardara el secreto, solo para delatarme.

No pude comprar un libro romántico para hombres. Bueno, me sentiría un poco incómoda al regalarle ese libro al capitán Jullius, pero… quiero leerlo.

—¿Por qué no hay un libro así en la biblioteca? Allí no hay más que cosas aburridas.

—No hay ninguno porque es algo que se supone que no debes ver.

—¿No lo venden para que lo lean otros?

—¿No piensas que hacen negocio en ese callejón porque la gente no puede mantener la cabeza alta cuando lo lee?

Hasta donde leí, no parecía haber nada malo. Tengo aún más curiosidad por la última parte. No es un delito, así que debo conseguirlo en secreto como sea.

Cuando volví a casa refunfuñando, allí me esperaba una persona inesperada. Inercia, la chica cuyo pelo blanco le caía por la espalda, estaba sentada en el sofá del salón con modestia. ¿Qué ha hecho salir a la Santa de la Iglesia? Aún quedaba mucho tiempo hasta que fuéramos a atrapar al Rey Demonio.

—Señorita Roel.

Iner, que había solicitado una reunión privada, puso la taza de té que sostenía con ambas manos sobre la mesa y la miró.

—He hecho una visita para entrenar a la capitana a petición del Sumo Sacerdote.

—¿Entrenar?

—Sí. —Se incorporó un poco—. Más que el estilo de combate del Caballero Sagrado, mi método sería más adecuado para la actual señorita Roel.

Se acercó, me tomó la mano y jugueteó.

—Parece que has entrenado un poco. Pero no es suficiente.

Bueno, eso era cierto. En este cuerpo, mi poder era de un cuatro en una escala del uno al diez, incluso vertiendo mi poder sagrado. Si lo forzaba a un siete u ocho, estaría enferma una semana.

—No obstante, no se puede hacer en poco tiempo.

En el pasado, entrené mi resistencia blandiendo una espada de madera a una edad temprana. Era imposible alcanzar los resultados de más de una década en un cuerpo esbelto de una adolescente. Iner asintió a mis palabras.

—Lo sé. Por eso, la señorita Roel quiere dejar la Iglesia.

—¿Qué? No, eso es…

—El Sumo Sacerdote me lo dijo. La señorita Roel no trataría de permanecer en una posición que está más allá de su capacidad.

Sentí como si me hubieran agarrado con la guardia baja. Lo que dijo era cierto, aunque yo nunca lo dije en voz alta. Si tan solo me hubieran puesto en un cuerpo que estuviera en un nivel de habilidad similar al de mi cuerpo original. Habría vuelto a la Iglesia enseguida, dado una paliza a los que trataran de impedirlo. Aunque mi cuerpo hubiera cambiado, habría anunciado el regreso con vida del capitán del Escuadrón de Caballeros Sagrados.

Pero, aunque me mate entrenando, no puedo volver a ser lo que era. Por lo tanto, prefiero irme que quedarme en una posición ambigua. Incluso causé que el vicecapitán Testa se negara a ocupar el puesto de capitán porque sigo vivo. Lo correcto era marcharme.

Dejé escapar un pequeño suspiro y me rasqué la mejilla.

—Así es. Así que, por favor, dile al vicecapitán Testa que asuma rápido el puesto de capitán.

—Es cierto que el vicecapitán Testa se negó a asumir el puesto porque la señorita Roel sigue viva, pero no es para que vuelvas a tu puesto.

—¿Entonces por qué?

—Es por tu promesa con él.

¿Hablaba de la apuesta en la que el que pierde la pelea se convertirá en subordinado del ganador?

—Uh… si el vicecapitán Testa quiere convertirse en mi subordinado ahora…

—Dijo que va a ser el capitán de los caballeros de la condesa Epheria, así que estuvo rogando y pidiendo al Sumo Sacerdote que le permitiera dejar el sacerdocio, y después de ser regañado, fue puesto bajo libertad condicional.

De verdad merecía ser regañado… No solo un príncipe, sino que incluso un duque quiere ser contratado también. Era demasiado.

—¿Por qué dejó ir con facilidad al ayudante Sieg? Debería haberlos puesto juntos en libertad.

—No se sentía bien al dejar sola a la señorita Roel. Sin embargo, con ese tipo, Sieg, la casa de la condesa Epheria ya parece sospechosa, pero si incluso el vicecapitán Testa se entromete, sería demasiado peligroso.

Al oír el nombre de Sieg, mis ojos miraron de manera inconsciente a los alrededores. Sé que la Santa lo odia, pero como él ya no es un clérigo, ¿no debería mostrarle respeto? Si alguien que conozca la identidad del príncipe, la escucha, podría comenzar una protesta contra la Iglesia.

—Cuido bien de este cuerpo, así que solo estoy entrenando mi resistencia de manera moderada.

Estoy adecuando mis manos a armas que pueden manejarse con menos fuerza que una espada larga y un escudo. Pensé que ya me había retirado, así que pasé el tiempo con tranquilidad.

—Te falta un entrenamiento físico adecuado —refutó Inercia con firmeza—. No importa lo que pase, tienes que ser capaz de esquivar y escapar. Además, a diferencia de los Caballeros Sagrados donde atacabas al enemigo de frente, ahora aprenderás a acercarse de manera sigilosa y lidiar con ellos a gran velocidad.

—Como un asesino…

—Es una vieja historia. Ya no actúo así.

Me pregunto si formó parte de una banda de asesinos. Sieg y también los Ancianos deberían cuidarse el cuello.

—No sé si podré hacerlo bien.

—No te preocupes. Cualquiera que tenga experiencia real de lucha y poder sagrado como la señorita Roel podrá aprenderlo con facilidad a menos que sea un tonto.

No, no creo que sea tan fácil. Tenía la triste corazonada de que la oiría reprenderme muchas veces.

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