Herscherik – Vol. 4 – Capítulo 1: Los rayos de sol de la primavera, el general invicto y el deber de la realeza (1)

Traducido por Shisai

Editado por Sakuya


Los mercados rebosaban de artículos, la ciudad del castillo era bulliciosa y las risas de los niños se oían por todas las calles, como cabía esperar del país más grande del continente al dar la bienvenida a la primavera. Sin embargo, bajo esta apariencia superficial de paz, acechaba una sombra preocupante.

En el subsuelo de una biblioteca iluminada por la suave luz primaveral, un niño pequeño ocupaba el asiento más soleado de la planta. Su pelo rubio, aparentemente tejido por los propios rayos del sol que caían sobre él, era apenas lo suficientemente largo para ocultar sus orejas. Su rostro era aniñado y a la vez hermoso, y sus ojos brillaban como esmeraldas mientras recorrían las páginas que tenía delante.

Su nombre era Herscherik Greysis, el séptimo príncipe del Reino Greysis. Con siete años de edad, pronto comenzaría su primer año en la academia. Sin embargo, los libros de historia que estaba leyendo estaban muy por encima del nivel de cualquier niño de siete años. Incluso muchos adultos habrían encontrado estos libros difíciles de leer, pero Herscherik los leía sin problemas, sin mostrar ni una pizca de aburrimiento. De hecho, sonreía como si estos áridos tomos fueran entretenidos.

Cualquier persona normal dudaría de sus propios ojos y se preguntaría si realmente estaba leyendo estos libros. No obstante, no sólo los leía, sino que comprendía su contenido e incluso lo analizaba mentalmente. No era una hazaña de la que fuera capaz un niño normal, pero él no era un niño normal. Herscherik poseía recuerdos de su vida anterior.

En su vida anterior, su nombre había sido Ryoko Hayakawa, una mujer nacida y criada en la Tierra, en un país llamado Japón. Había trabajado en una oficina corporativa, mientras vivía para sus aficiones como una solterona otaku promedio. El día antes de cumplir los treinta y cinco años, había sufrido un accidente de tráfico, cuyo resultado fue su desafortunada salida anticipada de este mundo mortal. Cuando volvió a abrir los ojos, se encontró en un mundo donde la magia era real, reencarnada en el príncipe más joven de un reino.

Ya habían pasado siete años desde que Ryoko se reencarnó en Herscherik, que había aprendido la cruda verdad sobre su país a la tierna edad de tres años. Ahora, estaba haciendo pleno uso de sus conocimientos de su vida anterior para luchar contra la oscuridad que infestaba el país. Recientemente, con la ayuda de sus ayudantes, había conseguido evitar un ataque terrorista de la Iglesia; como resultado, su popularidad había aumentado exponencialmente entre la gente de su país, jóvenes y mayores.

Así, mientras que Herscherik podía ser un niño de siete años por fuera, por dentro era una mujer de más de treinta años. Si sumamos esto a los años que había vivido después de su reencarnación, Herscherik podría considerarse de unos cuarenta años, una edad perfectamente normal para estar leyendo libros académicos tan especializados. Por no hablar de que en su vida anterior había sido un ratón de biblioteca.

Pero, a los ojos de los demás seguía siendo sólo un niño, por lo que su extraño comportamiento tendía a atraer miradas curiosas. Hoy, sin embargo, tenía a su lado a alguien aún más llamativo que le robaba cualquier atención que, de otro modo, hubiera recaído sobre él. Herscherik levantó la mirada de la fina escritura del libro, movió la cabeza para aliviar su cuello rígido y, en silencio, echó un vistazo a la persona sentada frente a él.

El objetivo de su mirada tenía una larga melena blanca que le llegaba hasta la cadera, unos ojos ambarinos que podían confundirse con el oro líquido y un aspecto que sólo podía describirse como una bendición de la propia diosa de la belleza. Con una sola sonrisa, podría haber cautivado a innumerables hombres; cualquiera habría pensado que esta rara belleza era una mujer preciosa. No obstante, para decepción de muchos, era un hombre, y uno famoso en el castillo por sonreír raramente, si es que lo hacía. Se llamaba Weiss, el hechicero al servicio de Herscherik, al que su amo suele llamar Shiro. Por cierto, Herscherik tenía además un mayordomo y un caballero a su servicio, pero en ese momento ambos estaban preocupados por su propio trabajo.

Shiro, famoso por su malhumor, lucía en ese momento una rara sonrisa en su rostro, ocupado en juguetear con el objeto que tenía delante.

—¿Te estás divirtiendo, Shiro?

—Mm-hmm.

—Ya veo…

Shiro respondió a su maestro con una sola palabra, dedicando en cambio toda su atención al objeto que tenía en la mano. El objeto en cuestión pertenecía al propio Herscherik, y era un reloj de bolsillo de plata de aspecto antiguo que le había confiado el difunto conde Klaus Luzeria. Para Herscherik -quien no poseía ni una pizca de talento con la espada o la magia, por no hablar de que tenía un aspecto más sencillo comparado con el resto de su familia- era un objeto útil, ya que le permitía utilizar algo de magia limitada.

Recientemente se había revelado que este reloj de bolsillo era en realidad una reliquia de los Antiguos muy valiosa. Por ello, el amante de la magia Shiro, al que sus compañeros llamaban “maniático de la magia”, había mostrado un gran interés por el. La mayoría de las reliquias de los Antiguos, que se habían descubierto hasta el momento, ya no funcionaban, y aunque había reliquias que se habían duplicado con éxito a través de la investigación o se habían utilizado como referencia para otros dispositivos, era raro encontrar una que siguiera funcionando. Así, el empollón mágico interior de Shiro se había activado.

Shiro jugueteaba con el reloj de bolsillo siempre que podía -de hecho, si no tenía tiempo para ello, hacía tiempo- para intentar averiguar cómo funcionaba y cómo se habían diseñado sus fórmulas. Incluso ahora, lo miraba fijamente mientras movía el dedo por su superficie, para sacar de repente su pluma estilográfica y garabatear algo de vez en cuando. Luego se volvía a sus libros de magia para buscar algo, y después volvía a juguetear, una y otra vez, hasta el infinito.

Observando tranquilamente a esta belleza que revisaba cuidadosamente el reloj de bolsillo, Herscherik recordó la pasión que había tenido por sus aficiones en su vida anterior. Sabía por experiencia que nada bueno resultaba de invadir los intereses de otros. Por supuesto, lo había aprendido de que otras personas metieran sus narices en sus propias obsesiones.

—No lo rompas, ¿vale? —Herscherik advirtió a Shiro para estar seguro, pero éste sólo asintió como respuesta. 

Herscherik no era de los que hacían aspavientos sobre su autoridad como maestro, pero aun así no pudo evitar sentirse excluido. Volvió a dirigir su mirada apenada a su libro, justo cuando alguien abrió de repente las puertas con un violento golpe que sonó fuera de lugar en una biblioteca.

Herscherik se giró instintivamente para ver el origen del ruido, sólo para encontrar a un funcionario sin aliento, aparentemente buscando a alguien. Mientras lo hacía, se pudo ver al bibliotecario acercándose a él a gran velocidad. Este hombre, uno de los compañeros de Herscherik aficionados a los libros, solía tener un carácter más bien tranquilo y apacible; sin embargo, no escatimaba en piedad con cualquiera que se atreviera a perturbar su biblioteca.

—¿Cuál es su problema?

Herscherik se volvió hacia la fuente de la voz para ver a Shiro, quien había estado de buen humor unos segundos antes, mirando con irritación al funcionario.

—Buena pregunta. Parece que está buscando a alguien, —respondió Herscherik con una mirada contemplativa. 

Por si acaso, Herscherik repasó mentalmente su agenda del día. Antes del almuerzo había asistido a una de las conferencias de Shiro sobre magia, pero no tenía nada en particular planeado para la tarde. Normalmente habría pasado ese tiempo estudiando en su habitación o visitando la ciudad del castillo, pero hoy se había pasado por la biblioteca tras enterarse por el bibliotecario de que habían conseguido el último volumen de una serie particular de novelas en colaboración. Después de tomar prestado el libro en cuestión, había decidido pasar el resto del día ahí, leyendo un libro de historia que no podía sacar del recinto. Al oír que su amo iba a la biblioteca, Shiro le había acompañado también, como un patito que sigue a su madre.

No, no se me ocurre nada en particular para lo que me necesiten, concluyó Herscherik y volvió a su libro. Sin embargo, con su voz elevada casi hasta el grito, el funcionario desmintió la conclusión de Herscherik.

—¡¿Está el príncipe Herscherik aquí?! —gritó demasiado fuerte para una biblioteca, tras lo cual Herscherik pudo oír la voz acusadora del bibliotecario. Herscherik cerró su libro con un suspiro.

—Supongo que éste es el último de mis días fáciles —murmuró y se puso en pie. Siguió al funcionario por un pasillo hasta llegar a la sala principal del consejo.

♦ ♦ ♦

La cámara del consejo principal era un salón de actos donde se reunían los líderes del reino, incluido el rey. Teniendo esto en cuenta, Herscherik supuso que la reunión a la que iba a asistir era lo suficientemente importante como para influir en el destino de toda una nación.

En el camino, se cruzaron con un funcionario tras otro, todos cargados de papeles y con miradas angustiadas, corriendo como si estuvieran en una especie de carrera, lo que dio más credibilidad a su teoría.

—Por favor, dese prisa, Su Alteza —le instó el funcionario a Herscherik.

No puedo hacer mucho con la longitud de mis piernas… se quejó Herscherik internamente, mientras le venía a la mente la imagen de su hechicero a su servicio, del que acababa de separarse. Herscherik había pedido a Shiro que fuera a buscar a sus otros hombres. También había informado al funcionario de que los hombres a su se unirían a la reunión, aunque con retraso. Cuando el funcionario frunció el ceño ante la sugerencia, Herscherik había puesto sus mejores ojos de cachorro y dijo en tono preocupado: —Pero si no están conmigo, probablemente no entenderé mucho, —a lo que el funcionario accedió inmediatamente.

Shiro, al haber sido separado de su querido reloj de bolsillo, estaba ahora de mal humor. Además, como el uso de la magia en los terrenos del castillo estaba generalmente prohibido, se veía obligado a buscar a sus compañeros de servicio a pie, lo que no hacía más que ponerlo más gruñón. Herscherik se imaginó a Shiro intimidando a todos los que se cruzaban con él como un gato molesto, y no pudo reprimir una sonrisa triste.

Como resultado de su educación, Shiro tenía algunos -o más exactamente, importantes- problemas para confiar en los demás. Además, como su aspecto tendía a atraer la atención no deseada, estaba constantemente de un humor hostil. Pero Herscherik sabía que su hostilidad hacia los demás no era más que un mecanismo de defensa.

Si tan sólo Shiro pudiera aprender a comunicarse un poco mejor… No necesitaba que Shiro fuera perfectamente agradable con todo el mundo, pero que se aislara de los demás era un problema. Su apariencia de otro mundo ya le hacía destacar lo suficiente.

Pero ese es un tema para otro día. Ahora, veamos qué tenemos aquí… pensó Herscherik mientras miraba la entrada de la sala principal del consejo. Las puertas eran grandes y magníficas, como corresponde a una de las salas más importantes del castillo. El funcionario las abrió y mostró a Herscherik el interior.

Al otro lado de las pesadas puertas esperaban todos los implicados en la política del país: nobles, funcionarios importantes, generales, el rey, así como la familia real. Era un lugar extraño para un niño que aún no había entrado en la academia.

Vamos a ver cómo se desarrolla esto, entonces. Ahora el centro de atención, Herscherik fingió parecer confundido, mientras se reía sin miedo en su cabeza.

♦ ♦ ♦

El hombre se encogió de hombros y suspiró, cansado del ambiente de preocupación que había en el salón de actos.

No aguanto más, murmuró internamente, esperando que comenzara la que ya era la quinta reunión sobre el asunto. Molesto, se pasó los dedos por el pelo corto de color gris azulado, entrecerrando los ojos del mismo color mientras dejaba escapar un bostezo. Se llamaba Heath Blaydes. Con una cicatriz en forma de cruz que adornaba su frente y una barba incipiente en la barbilla, era un mercenario convertido en general de treinta y cinco años, y uno bastante singular.

Por un lado, era casi inaudito en Greysis que antiguos mercenarios alcanzaran el rango de general. Además, Heath nunca había querido ser general. Por no hablar de que era terriblemente joven para su posición.

En un principio, Heath se había afiliado al gremio de mercenarios, pero su vida había dado un extraño giro cuando, buscando una carrera más estable, decidió alistarse en el ejército. No le había importado la vida de mercenario cuando era joven, pero a medida que crecía, cumpliendo los veinte y luego los veinticinco, empezó a preocuparse por su futuro. Ante la posibilidad de elegir entre dos carreras que implican un riesgo para su vida, decidió que, en lugar de recorrer el peligroso e inestable camino de un trabajador autónomo, tenía más sentido convertirse en un soldado empleado por el Estado. Por suerte, el ejército estaba reclutando soldados por esas fechas, y él decidió alistarse, obteniendo un salario regular, vacaciones garantizadas y un plan de jubilación más seguro. O eso creía.

El brillante futuro de Heath pronto se desvaneció ante sus ojos. Durante una batalla concreta, el sargento de su escuadrón perdió la vida, y Heath, con experiencia previa como mercenario, recibió temporalmente el mando en su lugar. Luego, tras distinguirse en la batalla, fue ascendido de verdad.

Heath estaba desconcertado. Los ascensos no formaban parte de su plan de jubilación. Para bien o para mal, había planeado seguir como un simple soldado durante unos años, tras los cuales iba a dejar el frente para realizar trabajos administrativos antes de retirarse finalmente al campo, donde pasaría su tiempo cuidando tranquilamente una granja.

Sin embargo, lo hecho, hecho está. Nunca era buena idea ponerse en el lado malo de los que estaban por encima de ti, así que se convirtió en sargento como le pidieron, ejecutando sus funciones de forma impecable sin esforzarse nunca más de lo necesario.

Durante otra batalla, su comandante superior -un teniente- murió en combate. A Heath se le pidió una vez más que ocupará el lugar de su comandante, se distinguió y volvió a ser ascendido. Lo mismo ocurrió una y otra vez, hasta que se encontró con un capitán, y luego con un coronel, ascendiendo en el escalafón con extraordinaria rapidez. Para un antiguo mercenario, y además plebeyo, era algo sin precedentes alcanzar ese nivel de prestigio.

Finalmente, su suerte se agotó cuando el jefe de la familia Aldis -famosa por su linaje caballeresco- y el entonces general Marqués Roland Aldis puso sus ojos en él. Roland tenía la costumbre de destacar los logros de Heath, y cualquier estrategia temeraria que se le ocurriera a Roland, Heath, a regañadientes, la llevaba a cabo sin problemas. Como resultado, Heath se distinguió en una batalla tras otra antes de encontrarse finalmente como un mercenario convertido en general patrocinado personalmente por la familia Aldis.

—¿Por qué he acabado siendo general? —le decía a menudo a su ayudante, mirando a lo lejos mientras fumaba un cigarrillo. Por supuesto, sabiendo que sólo intentaba escapar del papeleo que se acumulaba en su escritorio, el ayudante no se esforzaba por consolarlo. Sin embargo, consideraba que Heath era un general muy capaz; aunque se pasara todo el tiempo quejándose y descargando el entrenamiento de los soldados, las reuniones con el departamento de Defensa Nacional y cualquier papeleo en sus subordinados, nadie era más fiable en el campo de batalla. Siempre que Heath estaba en el frente, se distinguía sin falta.

Su hacha cortaba a sus enemigos y regaba la tierra con su sangre. En una batalla campal, podía enfrentarse al mismísimo General Ardiente. También destacaba en la predicción de los movimientos de su enemigo, tomaba decisiones a la velocidad de la luz y siempre emitía las órdenes adecuadas. Como resultado, la tasa de supervivencia de los soldados bajo su mando era de magnitud superior a la de otras divisiones. Los soldados decían que, si te asignaban a la división de Heath, volvías a casa sano y salvo de cualquier batalla. Con el tiempo, la gente de Greysis empezó a referirse a él como el “General Invicto”, aunque al propio Heath no le hacía ninguna gracia el apodo.

Ahora, sin embargo, Heath estaba sentado en una reunión de emergencia, junto con la familia real y los líderes de cada rama del gobierno. Ayer mismo había regresado de una expedición para matar algunos monstruos, y entre la expedición y su siempre creciente pila de papeleo, estaba agotado. Usando esto como excusa, había estado planeando huir de sus responsabilidades y esconderse, pero fue descubierto y regañado por su ayudante, que le obligó a asistir a la reunión. Si parecía aflojar, aunque fuera un momento, Heath tenía a uno de sus subordinados más serios sentado detrás de él, esperando para toser o patear ligeramente la silla de Heath como recordatorio.

En definitiva, Heath se sentía muy incómodo en estos momentos.

La reunión versaba sobre cómo responder a que el Imperio Atrad del suroeste hubiera aumentado su presencia en la frontera del reino.

—Según nuestras investigaciones, el imperio ha estacionado unos diez mil soldados a lo largo de la frontera.

Varias personas jadearon al escuchar este informe. Sin embargo, Heath no estaba entre ellos.

Sí, las cosas han estado bastante sospechosas por ahí últimamente, murmuró Heath internamente, como si el asunto en cuestión no le concerniera. Aunque no se trataba de un gran ejército ni mucho menos, era demasiado grande para calificarlo como un simple roce menor con el enemigo. El reino y el imperio habían tenido varias escaramuzas en los últimos años, pero nunca habían implicado a más de unos cientos de soldados.

Greysis y Atrad llevaban mucho tiempo en malos términos. Aunque ambos países se parecían en que estaban gobernados por un monarca -un rey y un emperador, respectivamente-, sus gobiernos estaban estructurados de forma muy diferente. 

Mientras que Greysis estaba nominalmente gobernada por un rey, la nobleza también poseía un poder significativo y, en la práctica, era la que realmente controlaba el país. Atrad, en cambio, era una autocracia encabezada por el emperador, que tenía un control absoluto sobre lo que ocurría dentro de las fronteras de su nación. El emperador era considerado un ser superior; llevado al extremo lógico, si el emperador afirmaba que el blanco era negro, eso se convertía en la verdad para los ciudadanos de Atrad.

El imperio había lanzado invasiones, grandes y pequeñas, contra el reino en múltiples ocasiones en el pasado, pero hasta ahora el reino había conseguido repeler la fuerza enemiga en cada ocasión. El propio reino había declarado la guerra al imperio en muchas ocasiones. La última gran batalla contra el imperio había tenido lugar unos diez años antes, cuando un ejército imperial de cien mil soldados había asaltado el territorio del reino. Sin embargo, el comandante en jefe de entonces, el general Roland Aldis, había derrotado a las fuerzas imperiales con la ayuda de sus capaces subordinados, lo que acabó costando al imperio casi la mitad de su ejército.

Heath, quien entonces tenía veinticinco años, también había participado en esa batalla como mercenario, y lo que había ocurrido ante sus ojos había sido realmente una pesadilla. Los mercenarios en particular, considerados prescindibles, fueron enviados directamente al centro de la refriega, y Heath se había felicitado por haber salido de ahí de una pieza. Ese fue también el momento en que pensó: A este paso, moriré antes de tener la oportunidad de envejecer, y decidió alistarse como soldado.

Había pasado algo más de una década desde entonces, y en parte debido al conflicto interno del imperio, las pocas invasiones que habían tenido lugar en el intervalo habían sido más bien a pequeña escala. Sin embargo, esa lucha interna se había apagado, y el nuevo emperador que tenía el control del país había ordenado un ataque al reino como demostración de su poder. La división de inteligencia del departamento de Defensa Nacional ya era consciente de ello, y los planes para reforzar la frontera ya estaban en marcha. No obstante, el ejército imperial había llegado mucho antes de lo que el reino esperaba, y aunque no era tan grande como el ataque de hace diez años, las fortificaciones de la frontera tenían pocas esperanzas de derrotar a un ejército que le doblaba en tamaño. Lo mejor que podían esperar era mantener la situación actual.

Esta reunión se refería al despliegue de más tropas para hacer frente al enemigo en la frontera, así como al aprovisionamiento de suministros.

Y apuesto a que soy yo quien va a tener que comandar ese ejército… pensó Heath, dejando escapar una risa exasperada. Al oír al ayudante aclararse la garganta detrás de él, se apresuró a poner una cara de seriedad, pero seguía estando harto internamente. Todos los presentes eran nobles, excepto Heath. Aunque era un general, lo consideraban de menor rango que ellos, y harían que se encargará de cualquier cosa remotamente problemática. Sin embargo, él cumplía todas las tareas que se le encomendaban sin problemas, lo que a su vez no hacía más que molestar a los nobles. Heath sólo podía reírse de ello.

Su mirada recorrió la sala. Ahí encontró a alguien que parecía estar fuera de lugar en esta sala del consejo: Herscherik, el príncipe más joven, con una mirada confusa. Estaba sentado tranquilamente en una silla reservada para él en un rincón del salón de actos, rodeado por sus hermanos en todas direcciones.

Algo tiene que estar pasando aquí. Una cosa sería que se estuvieran preparando para una guerra total, pero era muy inusual que toda la familia real estuviera presente para enfrentarse a un ejército de apenas diez mil soldados enemigos. Aunque se trataba de un asunto urgente que afectaba al imperio, para un ataque de esta envergadura normalmente bastaría con que la Defensa Nacional delibere internamente sobre el asunto, redacte un informe y pida la aprobación del ministro y del rey una vez que hubieran tomado una decisión. Pero esta vez no sólo se reunieron los altos cargos de Defensa Nacional, sino también otros funcionarios importantes, nobles, el ministro e incluso el rey. Cabe destacar la presencia de los hijos del rey.

Heath echó un vistazo al asiento de honor, donde estaba sentado un hermoso y joven rey. Tenía un cabello plateado que parecía hilado con la luz de la luna, unos magníficos ojos color esmeralda y un rostro agraciado que mostraba una pizca de tristeza, quizá por el cansancio. Aunque parecía tener unos veinte años, el rey Soleil tenía en realidad unos cuarenta.

Junto al rey estaba el príncipe heredero, Mark. Su rostro irradiaba la misma seducción que el de su padre, con un pelo rojo intenso que parecía haber sido formado fundiendo los más finos rubíes, y unos ojos penetrantes del mismo color que delataban su fuerte voluntad.

Al otro lado del rey, estaba el ministro, el marqués Volf Barbosse. Barbosse se acariciaba el pelo castaño claro mientras sus ojos del mismo color recorrían los papeles que sostenía en sus manos. Su expresión severa le pareció a Heath poco sincera.

Heath conocía la verdad sobre el estado del reino, pero no tenía ningún interés en intentar hacer nada al respecto. Se mantenía alejado de la política, preocupándose únicamente de proteger a su país. Su deber era proteger a la nación y a su pueblo, no al rey. Sin embargo, cada vez que expresaba sus pensamientos sobre este asunto, su ayudante le reprendía por su falta de lealtad, pero teniendo en cuenta que la única razón por la que se alistó en el ejército fue para llevar una vida tranquila y cómoda después de la jubilación, la lealtad no estaba entre sus principales preocupaciones. Sin embargo, estaba lo suficientemente apegado al país como para interponerse si alguna vez el poder que debería proteger al pueblo se utilizaba para perjudicarlo.

Ahora bien, ¿qué sucederá a continuación? Heath suspiró en silencio, por lo que su ayudante pateó la pata de su silla para reprocharle.

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