Herscherik – Vol. 4 – Capítulo 1: Los rayos de sol de la primavera, el general invicto y el deber de la realeza (2)

Traducido por Shisai

Editado por Sakuya


Sin prestar atención al aletargado Heath, Herscherik miró alrededor de la sala del consejo mientras ponía una expresión confusa. Estaba apostado en un rincón de la sala junto a sus hermanos, observando a su padre, el cual estaba sentado junto a su hermano mayor, Mark, y al ministro Barbosse. Junto con los altos cargos de los distintos departamentos y algunos de los nobles más poderosos, todos ellos estaban sentados alrededor de una larga mesa situada en el centro de la sala.

—El ejército imperial se encuentra aproximadamente…

Había un gran mapa sobre la mesa, aunque Herscherik no podía verlo desde donde estaba sentado, y alguien de Defensa Nacional lo estaba utilizando para informar sobre la situación actual. Herscherik dibujó un mapa en su cabeza mientras escuchaba el informe, analizando la situación en silencio.

Un nuevo emperador, eh… Bueno, supongo que ganar una guerra sería la forma más rápida de establecer su reinado, pensó. No sólo le permitiría demostrar su poder tanto en el interior como en el exterior, sino que también ampliará su propio territorio. Dependiendo del resultado, el imperio podría avanzar con un ejército aún más grande en el futuro.

Ahora, ¿qué está tramando? Intercalado entre sus hermanos, Herscherik desplazó su mirada hacia el ministro Barbosse… El hombre que manipulaba a la gente a su antojo y sacrificaba vidas sin dudarlo, todo ello mientras disfrutaba del espectáculo desde una distancia segura, controlando el país desde las sombras. La persona responsable de robarle a Herscherik tantas personas que le importaban.

Herscherik se llevó la mano derecha al bolsillo que guardaba su reloj de plata, y luego acarició el pendiente de color cobrizo que brillaba suavemente en su oreja izquierda antes de volver a llevar la mano a su regazo. Los propietarios originales de estos objetos ya no estaban con él. Uno de ellos había sido ejecutado como resultado de los planes de este ministro, y el otro se había sacrificado para proteger a Herscherik. El príncipe recordó las expresiones de sus rostros al morir y apretó el puño.

—¿Cuántos hay en el fuerte de la frontera? —preguntó un oficial, devolviendo a Herscherik a la realidad.

—Tenemos ahí unos tres mil soldados. Sin embargo, el informe indica que las reservas de alimentos se están agotando, ya que se vieron obligados a albergar a civiles que no pudieron ser evacuados a tiempo. Eso significa que una batalla prolongada sería difícil. Hemos organizado la evacuación de los pueblos cercanos, los refuerzos y las provisiones en cuanto se nos informó de la situación, pero… —En respuesta a la pregunta del noble, el jefe de la Defensa Nacional puso una cara hosca, que lo decía todo—. El principal problema es la baja moral.

Herscherik tenía una buena idea de por qué podía ser así. Había tres razones por las que los soldados estaban probablemente intranquilos. En primer lugar, hacía mucho tiempo que no se enfrentaban a un ejército de ese tamaño, por lo que no estaban acostumbrados a la batalla. En segundo lugar, el imperio enemigo poseía una fuerza militar a la altura del reino, lo que significaba que la victoria no estaba asegurada. En tercer lugar, el muy querido Roland Aldis, también conocido como el General Ardiente, se había retirado hacía tres años. Habiendo salido victorioso de numerosos campos de batalla, el General Ardiente seguía siendo influyente incluso ahora, después de su retiro. Si Roland volviera al frente, podría reunir a los soldados y desmoralizar al enemigo al mismo tiempo, tanto si querían una guerra como si no. Supuestamente los números lo eran todo en la guerra, pero eso no era exactamente toda la verdad. Incluso ante un oponente abrumador, si el enemigo no tenía voluntad de luchar, la situación siempre podía darse la vuelta.

Un nuevo general tan influyente como Roland aún no había aparecido en el ejército de Greysis. Por ello, el jefe de la Defensa Nacional estaba muy preocupado por la moral en el campo de batalla.

—Yo… tengo una sugerencia. 

Quien habló fue el ministro, quien hasta ahora sólo había facilitado la reunión desde su lugar junto al rey. El aire de la sala se volvió tenso en respuesta a sus palabras. El ministro dirigió su mirada a Herscherik, sus ojos color avellana se encontraron con los ojos esmeralda de Herscherik. 

—¿Qué tal si dejamos que el príncipe Herscherik acompañe a la expedición como apoderado del rey, para animar a los soldados y levantar la moral?

Es casi como si el tiempo se hubiera detenido, pensó Herscherik, como si no le preocuparan los acontecimientos que se estaban desarrollando. Pudo sentir cómo las miradas de todos se volvían hacia él mientras los presentes contenían la respiración. El primero en romper el silencio fue Marcus, sentado junto al rey.

—¿Entiende lo que está diciendo, ministro? —Mark, quien normalmente era cuidadoso con su conducta, llevando siempre una sonrisa en el rostro, agitaba ahora su pelo rojo mientras dirigía su mirada penetrante hacia el ministro—. Herscherik sólo tiene siete años. Tenerlo en el campo de batalla está fuera de lugar. Si es necesario alguien de la familia real, iré yo en su lugar.

Habló sin vacilar, poniendo la mano en el pecho para indicarse a sí mismo. Sin embargo, Barbosse negó con la cabeza en respuesta.

—Príncipe Mark, ¿qué está diciendo? Su Alteza es el príncipe heredero, —dijo Barbosse con una expresión de preocupación en su rostro. En respuesta, uno de los hermanos que estaba a su lado se levantó.

—En ese caso, iré. 

Herscherik levantó la vista hacia la persona que había hablado, sólo para encontrar al Segundo Príncipe William dirigiendo una mirada aún más severa que la habitual al ministro. Su pelo, del mismo color plateado que el de su padre, estaba trenzado, y miraba al ministro con unos ojos azules tan profundos y fríos como el fondo del mar. 

—Soy el Segundo Príncipe, y tengo la edad suficiente para ello.

—Oh no, Su Alteza tiene la importante tarea de asistir al Príncipe Mark. ¿Y no tiene usted sus propios deberes que atender?

William frunció el ceño. Habiéndose graduado de la academia este año, además de sus deberes reales, William también se había unido al departamento de Relaciones Exteriores. Aunque era miembro de la familia real, todavía era nuevo en su trabajo y por eso siempre se encontraba ocupado.

—Entonces…

—Ni el Príncipe Arya, ni el Príncipe Reinette, ni el Príncipe Eutel son adecuados para esta misión de estímulo, tampoco. —El ministro interrumpió al Tercer Príncipe Arya, quien acababa de levantarse para ofrecerse—. La princesa Cecily no hace falta decir que es una mujer, y junto con los príncipes Arya y Reinette, sus contribuciones a la investigación mágica de este país son inestimables. Su investigación sobre la magia combinada en particular es de interés nacional. El Príncipe Eutel aún se está recuperando de su enfermedad, por lo que el campo de batalla sería duro para él. El sexto príncipe está estudiando en el extranjero, mientras que la princesa Meno está recibiendo tratamiento fuera de la ciudad.

Herscherik pudo oír a su hermano conteniendo la respiración por encima de él. Al levantar la vista, vio a los trillizos haciendo una mueca de frustración, sus habituales expresiones cálidas habían desaparecido, mientras que la cara de Eutel se torcía en una mueca maliciosa. Todo lo que había dicho el ministro era correcto. Los trillizos, que habían ido mejorando poco a poco su técnica de magia combinada, eran indispensables para el país. Y para Eutel, quien estaba postrado en la cama desde hacía pocos días, una misión como ésta sería demasiado exigente.

—Y así, —dijo el ministro, con la mirada fija en Herscherik—, considerando que el príncipe Herscherik es ya una figura popular y conocida desde el incidente con la Iglesia, seguro que inspiraría a los soldados, si los acompañara. —El ministro continuó con una radiante sonrisa en su rostro—. No hay nada de qué preocuparse. La expedición será más del doble que las fuerzas enemigas. No hay ni una sola posibilidad de que Su Alteza se exponga al peligro. Le ruego, Alteza, ¿no aceptará esta misión por el bien del país?

Herscherik puso los ojos en blanco como respuesta. Déjate de tonterías, viejo intrigante. Como si no fuera obvio lo que intentas hacer.

Hasta el más mínimo sentido común diría que enviar a un niño de siete años al campo de batalla era una propuesta ridícula, y aunque el ministro había intentado dar los mejores argumentos que podía, todos eran rebuscados y forzados. Simplemente estaba haciendo todo lo posible para aprobar su absurda propuesta. El hecho de que ninguno de los demás funcionarios y nobles se pronunciara debía significar que el ministro ya los había comprado.

Había rechazado la idea de enviar a cada uno de sus hermanos, había predicado sobre el bien del país para bloquear cualquier argumento, y luego había dado su consejo sabiendo perfectamente que Herscherik no tendría otra opción que aceptar. 

A Herscherik se le había dado una, y sólo una, respuesta posible. Por supuesto, aunque le hubieran dado otras opciones, Herscherik ya había tomado una decisión. Sin embargo, antes de que pudiera responder, una voz resonó en la habitación.

—Absolutamente no. —Una declaración breve pero contundente. Todos los ojos se posaron en el dueño de la voz. Ese dueño era el rey, el padre de Herscherik, el vigésimo tercer rey de Greysis, el rey Soleil Greysis. Con el rostro pálido, Soleil repitió su declaración—. De ninguna manera.

—Su Majestad, entiendo que lo desapruebe, pero es una cuestión de orden público. El príncipe Herscherik puede ser joven, pero como miembro de la realeza, ¿no tiene un deber hacia el reino? —Barbosse, aparentemente un simple ministro, rechazó de plano la objeción del rey.

—Aun así…

—¿No será que Su Majestad se opone porque se trata del príncipe Herscherik en particular? ¿Le da un trato preferente porque es el único hijo de su esposa favorita?

Soleil no pudo responder nada. Nunca había tratado mal a sus otros hijos. No obstante, para Soleil era inevitable que Herscherik acabará siendo su hijo favorito. Los hermanos de Herscherik lo entendían, y todos lo consideraban su querido hermano menor. Por no hablar de que Herscherik tenía tendencia a lanzarse de cabeza al peligro, así que todos habían hecho lo posible por protegerlo.

Pero de repente, el objeto de la discusión se levantó y dio un paso adelante.

—Voy a ir, —dijo Herscherik con una dulce sonrisa en el rostro, en un tono tan casual que uno podría haber pensado que estaba hablando de ir a algún recado menor.

—¡¿Hersche?! —Soleil se levantó con tanta fuerza que casi hizo caer su silla. Los hermanos de Herscherik le observaron, estupefactos. Aun así, continuó hablando, sin que su sonrisa decayera—. Están en un aprieto, ¿verdad? Soy impotente por mí mismo, pero si hay algo que pueda hacer para ayudar, entonces lo haré con gusto.

—Pero, Hersche, es peligroso. —Eutel habló en un tono suave y con una expresión gentil -aunque para Herscherik, quien sabía cómo era realmente, parecía una amenaza más que nada. Sin embargo, Herscherik seguía negándose a cambiar de opinión.

—Estaré bien, —dijo, mirando directamente a Barbosse. Tras quitarse la máscara de joven príncipe confundido, la persona que ahora estaba ahí sonriendo era el verdadero Herscherik. Continuó, con la voz ligeramente más seria—: Tengo a mis hombres a mi servicio para protegerme.

Los únicos que notaron el cambio en su voz fueron sus familiares. Aunque el cambio fue muy sutil, sabían que era Herscherik declarando la guerra. Como si se tratara de un impulso, las puertas de la sala principal del consejo se abrieron de golpe. Por ellas entraron los hombres de confianza de Herscherik.

—Discúlpenos. 

Un hombre con el pelo desordenado de color naranja y dorado entró en la sala. El atuendo que llevaba, parecido al uniforme de la guardia real, lo señalaba como el caballero al servicio del príncipe más joven. Sus ojos, ligeramente achinados y azules como el cielo, recorrieron la sala con la mirada. Al encontrar a su maestro, mostró una expresión de alivio durante una fracción de segundos antes de volver a ponerse serio.

—El caballero del príncipe Herscherik, Octavian Aldis, solicita permiso para entrar. —Aunque ya había entrado en la sala, Octavian -llamado Oránge u Oran por su amo- levantó el brazo derecho frente a su pecho e hizo un saludo de caballero.

En respuesta a esto, los nobles, muchos de los cuales ya estaban disgustados de que se le hubiera concedido este estatus en primer lugar, comenzaron a despreciarlo y criticarlo. 

—¡Estamos en medio de una reunión! Puede que seas un simple caballero, pero ¿acaso careces de los más elementales modales?

—Perdóneme, —interrumpió una voz fría y tranquila—. Mi señor ya ha dispuesto nuestra participación en esta reunión. Además, un hombre de servicio es alguien que ha sido reconocido por el propio rey. ¿Acaso un simple noble tiene derecho a menospreciar eso?

La persona que hablaba, con una brillante sonrisa en el rostro, era un hombre de brillante cabello negro y ojos como rubíes oscuros que brillaban con una luz amenazante. Vestido con un traje bien confeccionado, Schwarz Zweig -o Kuro, como le gustaba llamarlo- hizo una reverencia, tras la cual miró a la sala.

—No servimos al país, sino a nuestro amo y a nadie más. Hemos recibido permiso de Su Majestad para permanecer al lado de nuestro amo y ponerlo siempre por encima de todo. ¿Acaso criticarnos y despreciarnos no es lo mismo que criticar a Su Majestad?

Los nobles se callaron al escuchar el despiadado sermón de Kuro. Por mucho que el ministro controlara el país desde las sombras, el rey seguía siendo el verdadero gobernante. Era impensable que un noble menospreciara al rey en voz alta.

—Oye, ¿está bien Herscherik? —dijo Shiro, sin saber leer la sala y olvidándose de dirigirse a su señor por su título. 

Mirando a su alrededor con la misma expresión de mal humor que había tenido la última vez que se separaron, Shiro vio a su maestro y su expresión se suavizó ligeramente. Sin embargo, eso sólo duró un momento. Al notar que Herscherik estaba de pie al frente solo, torció su bendito rostro en una mueca. Para él, sólo parecía que su maestro estaba siendo reprendido públicamente.

—¿Oh? —dijo Shiro, entrecerrando los ojos, mientras el ambiente en la sala se volvía aún más tenso. 

Casi parecía que la temperatura había bajado también. Se decía que las personas más bellas tenían los temperamentos más fieros, pero Shiro estaba más allá de lo “fiero” y se adentraba en el territorio de lo “aterrador”, o eso decían los chismes del castillo. Era famoso por utilizar la magia para vengarse de aquellos que persistían en confundirlo con una mujer, a pesar de haber sido informados de lo contrario.

En una ocasión, un funcionario de alto rango incluso trató de acercarse a él, a lo que Shiro respondió enviándolo por los aires con magia de viento, y eso fue sólo el principio. Al mismo tiempo, la peluca del funcionario también salió volando, dejando al descubierto la calva que había intentado ocultar a la vista de todos. Aunque salió ileso físicamente, no se puede decir lo mismo de su orgullo.

En otra ocasión, un noble había intentado manosear a Shiro. En represalia, Shiro lo había atrapado dentro de una barrera mágica y luego lo había rodeado de hielo, creando algo parecido a una nevera mágica, sin perder su expresión pétrea. Shiro había dicho: —Bueno, dijo que le gustaba mi comportamiento frío, así que le di lo que buscaba. —En un alarde de minuciosidad, también había colocado una barrera adicional para bloquear cualquier magia exterior, evitando que otros Hechiceros se apresuraran a ayudar. Si no fuera porque Herscherik se apresuró a obligar a Shiro a retirar las barreras, el noble habría sufrido sin duda por la congelación, aunque no necesariamente hubiese estado en peligro de muerte.

Cuando un caballero, también convencido de que Shiro era una mujer, empezó a seguirle, Shiro le persiguió con una bola de fuego con el pretexto de entrenar, dejando al hombre aterrorizado. Kuro informó más tarde a Herscherik de que Shiro parecía muy divertido en ese momento.

El Hechicero al servicio de Herscherik, quien hacía lo que le daba la gana a pesar de la prohibición de la magia dentro del castillo -aunque la verdadera culpa solía recaer en sus objetivos-, era ahora tan temido que la gente había empezado a decir: —No juegues con Weiss y no te quemarás. —Sin embargo, seguía siendo popular entre las doncellas del castillo, a las que también habían molestado el funcionario calvo, el noble refrigerado y el caballero con bolas de fuego. Los tres habían sido conocidos por abusar de su estatus para acosar a las mujeres.

Gracias a una combinación de las fechorías de los objetivos y a las súplicas de las criadas, Shiro había conseguido salir con sólo una advertencia por sus acciones. Cuando las sirvientas habían acudido a dar las gracias a Shiro, éste se había limitado a responder: —Como sea. No es que lo haya hecho por ti, —sus mejillas se pusieron ligeramente rojas. Por lo visto, esta visión había hecho que los corazones de todas las chicas presentes dieran un vuelco, y Shiro era ahora más popular entre ellas que nunca.

Shiro tenía la tendencia de hacer que hasta el comentario más inocente sonara amenazante, poniendo a los demás en tensión. En el castillo se entendía que Herscherik era la única persona capaz de domar a esta bestia salvaje.

Ligeramente preocupado por la forma en que cada hombre a su servicio había hecho su entrada, Herscherik abrió la boca.

—Weiss, cálmate. Ustedes también, Orange y Schwartz, —dijo en tono de reproche mientras se acercaba a sus hombres. Al escuchar esto, Shiro comenzó a enfurruñarse, mientras que los otros dos se encogieron de hombros. Para ellos, la seguridad de su amo estaba por encima de todo.

Herscherik hizo que sus hombres se colocaran detrás de él, inspeccionó la sala y luego continuó hablando.

—Mis disculpas por interrumpir la reunión. Pero, padre, estaré bien —dijo con decisión, su expresión rebosaba confianza—. Tengo un mayordomo invencible, el más fuerte de los caballeros, y el mayor Hechicero de la tierra. No hay muchos que puedan presentar una buena batalla contra mis hombres a mi servicio, ya sea en el reino o en otro lugar. —Con una sonrisa brillante, continuó—: Si alguien quiere hacerme daño, tiene que estar preparado para lo que viene.

Su mirada se fijó en una persona mientras hablaba. Era un desafío indirecto.

—Pruébame.

Todos los presentes sabían que los hombres al servicio de Herscherik no eran individuos ordinarios.

Su mayordomo de servicio, Schwartz, había servido a Herscherik desde que el muchacho era aún más joven como su perro guardián y su sombra. Aunque ahora se apellidaba Zweig, nadie conocía su verdadero pasado. Se decía en la clandestinidad que cualquier persona que intentara indagar en sus antecedentes desaparecería sin dejar rastro. Cualquiera con el suficiente entrenamiento, al observar sus movimientos y su figura, podría decir de un vistazo que no era un mayordomo corriente.

Octavian, su caballero de servicio, era el tercer hijo del General Ardiente, el marqués Roland Aldis, y había sido la persona más joven en ganar los Juegos de Combate. Además, era muy conocido por haber salido ileso recientemente de una batalla contra un centenar de templarios drogados mientras frustraba un ataque terrorista de la Iglesia.

Por último, el Hechicero de servicio, Weiss, podía ser la cara más nueva aquí, pero su amplio conocimiento de la magia -junto con su extraña habilidad que le otorgaba una Magia Interior prácticamente ilimitada- había conmocionado a los principales Hechiceros del reino. Construía complicadas fórmulas mágicas sin sudar, y si utilizaba al máximo sus vastas reservas de poder, podría reducir literalmente a cenizas a todo un país.

¿De verdad crees que saldrás vivo con ellos en tu camino? Estas fueron las palabras implícitas de Herscherik.

—Entonces estaré bien, padre —dijo en voz baja al rey Soleil, quien se había puesto pálido, y luego miró a sus hermanos y asintió.

Me libraré de cualquier plan que ese ministro esté tramando, sonrió hacia su familia.

—Herscherik… —Soleil seguía sin poder desprenderse del todo de sus preocupaciones. Era como si una fría esquirla de hielo estuviera clavada en su pecho. Pero, como un rayo de sol primaveral, Herscherik dirigió una sonrisa hacia su Padre, como para derretir el hielo de su corazón.

—Por favor, confíe en mí, Padre.

Luego dirigió su mirada al ministro.

—Ahora bien, ministro Barbosse. Como apoderado del rey, seré el comandante en jefe de esta misión, ¿correcto? —Aunque no fuera más que un testaferro, un miembro de la realeza que participará en una expedición militar sería automáticamente el oficial de mayor rango presente.

Barbosse dio una respuesta afirmativa, tras lo cual Herscherik pasó revista a los líderes de cada departamento presentes en la sala.

—Por favor, hágame saber una vez que tenga un calendario, personal, un proyecto de presupuesto, datos de expediciones anteriores y sugerencias sobre las contramedidas contra el imperio. Además, me gustaría tener la oportunidad de reunirme con las personas de cada departamento responsables de manejar estos asuntos. Ahora me despido para poder empezar a hacer los preparativos —habló Herscherik, habiendo abandonado su fachada de niño amable e inofensivo. A continuación, hizo una reverencia y se dio la vuelta para marcharse—. Schwartz, prepara un despacho inmediatamente y modifica mi agenda para incluir las reuniones necesarias con los representantes del departamento. Oran, recoge toda la información disponible de los encuentros anteriores con el imperio y tráela a mi habitación. Shiro, ¿hay alguna investigación del departamento de Magia…?

Herscherik salió galantemente de la sala principal del consejo mientras repartía órdenes a sus hombres de servicio, y la sala quedó en silencio. Heath observó la salida de las cuatro figuras de diversa altura con una expresión de estupefacción en el rostro, y luego no pudo evitar soltar una carcajada, rompiendo el silencio.

—General Blaydes… —dijo una voz desaprobadora detrás de él.

—Oh, ups. Lo siento. Lo siento mucho. —Heath intentó disculparse, pero antes de que pudiera terminar de hablar volvió a estallar en carcajadas.

Vamos, ¿cómo esperas que mantenga la cara seria después de presenciar eso? Toda la sala acababa de ser sobrecogida por un niño de siete años. Si esto hubiera sido una obra de teatro, Heath estaría dando una ovación de pie en este momento.

Volviendo su mirada hacia la familia real, los encontró a todos suspirando y encogiéndose de hombros con una expresión de resignación, como si dijera: —Por supuesto que acabaría así. —En otras palabras, en sus mentes todo esto estaba dentro del ámbito de lo posible. Y también estaba claro lo mucho que les importaba el príncipe más joven.

Ciertamente no esperaba que prácticamente todos los miembros de la familia real se ofrecieran como voluntarios en su lugar. Los que tienen poder tienden a valorar su propia seguridad por encima de todo. Independientemente de la seguridad que uno crea tener, estar en un campo de batalla es una experiencia aterradora, ya que uno se expone al peligro de muerte. La mayoría de la gente se alegraría de no arriesgar su vida, pero todos los miembros de la realeza se habían levantado para intentar proteger al príncipe. Eso debe ser lo que llaman amor familiar.

Heath decidió que había tenido una impresión equivocada de la familia real, aunque sólo fuera un poco.

Sin embargo… Volvió su mirada hacia el ministro, quien miraba fijamente la puerta por la que había desaparecido el príncipe más joven, con ojos fríos pero llenos de ardiente rabia. El discurso de Herscherik había sido claramente dirigido al ministro en un intento de provocarlo. Parece que esta misión podría ser un poco más problemática de lo normal.

A Heath le importaba poco el conflicto entre la familia real y los nobles. Sin embargo, el príncipe más joven había captado su interés. Dejó escapar una pequeña risa, a lo que su ayudante pateó su silla por enésima vez.

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