Herscherik – Vol. 4 – Capítulo 2: El Príncipe, el pueblo y la ceremonia de partida (1)

Traducido por Shisai

Editado por Sakuya


Disfrazado bajo un poncho con capucha, Herscherik visitaba la ciudad del castillo por primera vez en mucho tiempo. No había podido hacerlo las dos últimas semanas, porque había estado ocupado con los preparativos de la próxima expedición militar en la que debía actuar como apoderado del rey.

Tras la reunión, el padre de Herscherik se había preocupado por él, sus hermanos le habían regañado y sus hombres a su servicio le habían sermoneado hasta que no pudo más. Y después de sufrir unas cuantas horas de sermones, todo lo que le esperaba eran preparativos, preparativos y más preparativos. Por muy urgente que fuera todo, Herscherik no podía evitar sentir que la infame crisis empresarial que había experimentado en su vida anterior no era nada comparada con esto.

En realidad, Herscherik estaba en la cima de la cadena de mando de esta expedición, ya que era el apoderado del rey y, por tanto, la persona de mayor rango sobre el terreno. Por ello, los funcionarios de los distintos departamentos implicados acudían a su despacho, preparado a toda prisa, día y noche. Estas dos últimas semanas había trabajado tanto que casi había olvidado que sólo tenía siete años. Si alguien de su vida anterior hubiera estado ahí, ahora mismo estaría temblando de miedo ante el regreso de la “militar del cuartel del infierno”.

Ante todo este papeleo, la mayoría de los niños de siete años no habrían tenido ni idea de qué hacer con el; probablemente, se limitarían a firmarlo sin siquiera hojearlo. Y eso era, de hecho, lo que muchos funcionarios esperaban que hiciera, ya que empezaron a entregar documentos rellenados de forma extremadamente descuidada.

Sin embargo, Herscherik echaba un vistazo a un documento así y empezaba a señalar hasta la última cosa que estaba mal. 

—Estos cálculos son erróneos.

—La redacción aquí es demasiado vaga.

—¿Cuál es su fuente para estas cifras? 

Se extendía mucho antes de sellar el documento con un gran “rechazado”. Si un funcionario se atrevía a discutir con él, Herscherik le preguntaba: —¿Y en qué se basa para afirmar eso? —y le daba una paliza verbal antes de despedirse con una sonrisa del funcionario de ojos cansados. Según el mayordomo que le ayudaba en su trabajo, era como “una suegra que se mete con la mujer de su hijo”.

Por cierto, los jefes de Ryoko Hayakawa habían dicho más o menos lo mismo después de haber presenciado su trabajo, hecho que era bien conocido por todos menos por ella.

♦ ♦ ♦

El día antes a la ceremonia de salida, Herscherik visitó la ciudad del castillo en solitario. A sus hombres de servicio no les hizo mucha gracia su sugerencia de que lo hiciera solo, a lo que Herscherik respondió: —¿De verdad crees que Barbosse intentaría asesinarme en la ciudad después de haberse esforzado tanto en tender esa evidente trampa?

Herscherik declaró que el ministro nunca perdería su tiempo de esa manera.

Sin embargo, esa no era la única razón de su sugerencia. Sus hombres a su servicio eran extremadamente atractivos, encantadores y probablemente tenían un brillante futuro por delante. Por lo tanto, era inevitable que, si salían de excursión todos juntos, acabarían rodeados de mujeres que intentarían cortejarlos. Eso en sí mismo no era necesariamente malo, pero hoy Herscherik necesitaba moverse por la ciudad sin obstáculos, como lo había hecho la primera vez que la visitó. Tras muchas discusiones, llegaron a un acuerdo por el que Kuro le vigilaría desde las sombras, mientras que Oran y Shiro se reunirían con él al atardecer.

Herscherik saludó con una sonrisa a la gente del pueblo del castillo.

—Ahora bien, ¿a dónde me dirijo primero? —murmuró para sí mismo, antes de decidirse por el orfanato. Era el mismo orfanato que había sido víctima de uno de los complots de la Iglesia cuando Herscherik tenía cinco años, y que en la actualidad estaba dirigido por la familia Aldis.

Al detenerse en la puerta, observó las instalaciones. Había sido muy bien renovado, y Herscherik se relajó un poco cuando percibió el sonido de las risas de los niños. De repente, la puerta del orfanato se abrió y una niña pequeña se asomó. Por el cubo que llevaba en las manos, Herscherik dedujo que debía estar limpiando.

Esa es…

—¿Vivi? —Herscherik se dirigió a la niña, a lo que ésta se giró rápidamente y sonrió como el sol. Llevaba el pelo de color siena atado a la nuca y sus alegres ojos avellana brillaban. 

Algún día se convertirá en una hermosa mujer, pensó Herscherik mientras se acercaba a él, con su sencillo vestido de una pieza ondeando.

—Príncipe Her…

—Vivi —interrumpió Herscherik a la chica, llevándose un dedo a los labios. Al darse cuenta de lo que quería decir, la chica se corrigió rápidamente.

—¡Ryoko! Ha pasado demasiado tiempo.

La chica se llamaba Vivi. Originalmente había sido Violetta, y era la hija del marqués Barbosse, pero había dejado a la familia Barbosse y ahora vivía en el orfanato.

—Hola, Vivi. ¿Cómo has estado?

—¡He estado muy bien! —respondió alegremente.

—¿Tienes un momento para charlar? —preguntó Herscherik, a lo que Vivi se sonrojó y asintió con alegría. 

Se sentaron uno al lado del otro en un banco bajo un árbol cercano y comenzaron a conversar con entusiasmo. Vivi habló de cómo había horneado pan por primera vez y de lo mal que lo había hecho; de lo contenta que estaba de haber aprendido a lavar la ropa y a limpiar las cosas; de cómo había hecho muchos amigos; de cómo a todos en el orfanato les había gustado la canción que había escrito su hermana; de cómo estaba estudiando mucho.

—Me alegra mucho ver que te va bien, Vivi.

—¿Ryo… ko…? —Vivi miró al sonriente Herscherik con cara de desconcierto. Parecía de algún modo diferente a lo habitual—. ¿Qué pasa?

Al oír el tono de preocupación de Vivi, Herscherik dejó de sonreír y arrugó la frente.

—Bueno, el caso es que…

—¡Eh, mira, es Ryoko! —gritó otra chica, interrumpiendo a Herscherik. 

Los dos miraron detrás de ellos para encontrar a alguien que se asomaba por la puerta del orfanato. Era una chica de pelo castaño y ojos grandes y redondos, una chica que Herscherik había conocido por primera vez cuando investigaba el incidente de tráfico de drogas de hacía dos años. Se llamaba Colette.

—Hola, Colette. ¿Cómo están todos?

—¡Están todos muy bien! Voy a por ellos —contestó Colette, y luego corrió de vuelta al edificio, mientras Herscherik la despedía con una sonrisa. Entonces se dio cuenta de que alguien le observaba, y se giró para encontrar a un chico que le miraba desde la sombra del edificio. Herscherik puso cara de preocupación.

El chico se llamaba Rick. El barón Armin, el antiguo propietario del orfanato que había fallecido durante el incidente del tráfico de drogas, había sido como un padre para él, y creía que Herscherik era responsable de la muerte del barón y estaba resentido por ello. Aunque no era una imagen exacta de lo que había sucedido en realidad, Herscherik había aceptado la ira del muchacho. Al fin y al cabo, Herscherik tenía cierta responsabilidad, ya que había causado indirectamente la muerte del barón al insistir en investigar el incidente.

Rick se dio cuenta de que Herscherik lo miraba y se retiró rápidamente. Herscherik lo vio partir con pesar en los ojos, pero al mismo tiempo se alegró de que el pequeño no hubiera cedido a su tristeza.

Entonces, Herscherik volvió a mirar a Vivi, quien le miraba con expresión preocupada.

—Ryoko, ¿estabas a punto de decirme algo?

—No, no es nada. Todo está bien, —respondió Herscherik, forzando una sonrisa mientras acariciaba suavemente la cabeza de Vivi.

Herscherik pasó el resto de la mañana en el orfanato hablando y jugando con los niños que Colette había traído y hablando con Ana, la esposa del marqués Aldis, la cual trabajaba ahí como maestra. Luego se despidió de todos y se dirigió al mercado. Le dedicó una cálida sonrisa a Vivi, quien aún parecía preocupada, mientras se marchaba.

Su siguiente parada fue la frutería de un matrimonio con el que Herscherik había pasado mucho tiempo en la ciudad del castillo. De camino a la tienda, pasó por el barrio rojo, donde algunos hombres y mujeres somnolientos le saludaron. Por cierto, todo el mundo le había dicho a Herscherik que evitara esta ruta por la noche.

—¡Oh, hola, Ryoko!

—Hola, Luisa —respondió Herscherik a la señora que dirigía la tienda, que se había remangado para dejar al descubierto su piel de aspecto saludable y llevaba una caja de fruta en los brazos. Tan vigorosa y trabajadora como el día en que la conoció, atendía la tienda con la misma alegría de siempre. Sin embargo, había una cosa en ella que era diferente.

—Luisa, ¿estás segura de que deberías levantar algo tan pesado? —Herscherik preguntó mientras dirigía su mirada hacia su estómago. Su cintura, de la que Herscherik habría estado inmensamente celoso en su vida anterior, se había hinchado visiblemente. Estaba esperando un hijo.

—¡Ja, no es que esté enferma ni nada! Estaré bien, —respondió alegremente. No había cambiado desde el día en que se conocieron.

De repente, alguien alargó la mano para quitarle la caja de madera. Era un hombre con aspecto de oso, tan grande y musculoso que podía cargar con cuatro Herscheriks sin apenas sudar, y tan inexpresivo que su rostro podría estar congelado. El hombre era un leñador de profesión, el marido de Luisa y el propietario de esta frutería. Aunque no hay que juzgar un libro por su portada, a Herscherik le resultaba difícil imaginar a alguien de aspecto tan gruñón puliendo cuidadosamente la fruta con sus grandes y ásperas manos, a pesar de haberle visto hacer exactamente eso muchas veces en el pasado.

—¡Hola! —dijo Herscherik con entusiasmo, a lo que el marido de Luisa puso la caja sobre su hombro, sosteniéndola con una mano, y utilizó su mano libre para dar una palmadita a Herscherik en la cabeza. A continuación, le dio a Herscherik una pieza de fruta del puesto antes de darle la espalda. Herscherik le dio las gracias, y el hombre se limitó a levantar la mano y saludar en respuesta.

—Ahora bien, ¿vas a ayudarnos hoy de nuevo, Ryoko?

—¡Me encantaría! Sobre todo, porque deberías estar sentada, Luisa. —Herscherik sabía que ella estaría bien, pero aun así no pudo evitar preocuparse.

Herscherik pasó entonces un tiempo atendiendo la tienda. Utilizaba su voz juvenil y brillante para atraer a los clientes; al oírle, algunos clientes habituales aparecían para comprar y para pasar un rato hablando con el pequeño ayudante. Los habitantes de la ciudad del castillo, que habían escuchado su alegre risa o habían oído hablar de Herscherik a otro cliente habitual, empezaron a reunirse en la frutería sólo para verle. El marido de Luisa sacaba la fruta de sus cajas y Luisa manejaba el dinero sentada, mientras Herscherik entretenía a los clientes. Mordisqueando la fruta que el marido de Luisa le había dado, Herscherik charlaba incansablemente con los clientes que pasaban por ahí. Al poco tiempo, el sol empezó a ponerse, tiñendo el cielo de rojo.

—¡Gracias por pasarte, Ryoko!

—¡Por supuesto! Me he divertido mucho. ¿Volverás a trabajar mañana, Luisa? —Secándose el sudor de la frente con el dorso de la mano, Herscherik empezó a llevarse las cajas de fruta. Luisa le observó trabajar, acariciando su estómago, antes de responder.

—Los soldados harán un desfile mañana como parte de la ceremonia de partida, así que el mercado estará cerrado. Pero al día siguiente abriremos como siempre. ¿Vendrás a ayudar de nuevo, Ryoko?

Al escuchar la pregunta de Luisa, Herscherik se paralizó por un segundo, pero luego respondió rápidamente como si nada.

—Lo siento, en realidad voy a viajar a un lugar lejano mañana…

—¿Ah, sí? ¿Te vas de viaje con tu familia? —Luisa había oído que el padre de Herscherik solía estar ocupado y que su madre había fallecido. Si se iba de viaje con la familia, podría pasar un tiempo valioso con sus seres queridos, y la idea emocionó a Luisa.

—Algo así, —respondió Herscherik, lo que hizo a Luisa inmensamente feliz. Después de quedarse embarazada, empezaron a aflorar en su interior fuertes sentimientos de amor hacia su hijo aún no nacido. La vida que llevaba en su seno era tan preciosa y querida para ella. Tal vez por eso se preocupaba tanto por la cara de tristeza que a veces veía poner a Herscherik.

Pensando en los niños, Luisa se acordó del desfile que iba a tener lugar al día siguiente.

—Oh, sí, hablando de la ceremonia de salida, creo que uno de los príncipes participará. El príncipe más joven, el príncipe Herscherik, si no me equivoco. Creo que tiene la misma edad que tú.

—Sí, eso es… eso es correcto. —Luisa no notó la vacilación en su voz.

—He oído que el príncipe más joven resolvió algunos problemas hace poco, junto con sus subordinados.

Un joven príncipe, el cual no había cumplido los siete años, había acudido con sus subordinados a impedir un ataque terrorista de una facción extremista de la Iglesia. La gente de la ciudad del castillo había empezado a decir que aquello les recordaba al Príncipe de la Luz viajero -el protagonista de un cuento que se había hecho popular en la zona últimamente- y Herscherik había visto cómo su reputación se disparaba. Y ahora, iba a viajar al frente para levantar la moral de los soldados que luchaban en un conflicto fronterizo.

Sin embargo, para Luisa, el Príncipe de la Luz era un mero cuento de hadas, y desaprobaba a cualquier país que enviará a un niño pequeño al campo de batalla.

—Honestamente, ¿puedes creer que están enviando a un niño pequeño a la guerra? Increíble.

—Pero es un príncipe, —replicó Herscherik, con la mirada perdida, sin que la alterada Luisa lo supiera.

—Supongo que lo menos que puedo hacer es despedirlo mañana…

—¿Asistirás al desfile en tu estado? —Se esperaba que una gran multitud se reuniera para despedir a los soldados. El joven noble lanzó a Luisa una mirada de preocupación, pero ella simplemente se rio en respuesta.

—¡Estaré bien! En todo caso, ¡necesito mantenerme activa todo lo que pueda!

—Luisa… ¿Te importa si toco tu estómago? —dijo Herscherik, vacilante. Luisa le hizo un gesto para que se acercara, le cogió la mano y se la puso en el vientre.

—¿Sentiste esa patada?

—Sí, la sentí.

—Intenta escuchar.

Herscherik acercó el oído a su estómago. En su interior, pudo escuchar el pulso de una pequeña y nueva vida.

—Verás, parece que el país ha mejorado últimamente. Por eso los dos decidimos finalmente tener un hijo.

Había sucedido poco a poco. De la nada, el impuesto del gremio se redujo y las tasas que el gremio tenía que pagar a la policía desaparecieron. La policía también había dejado más o menos de hacer de las suyas y de presentar cargos escandalosos, lo que facilitaba mucho los negocios. 

Los nobles que solían acosar a sus rivales en los negocios se habían callado, y se podían ver más sonrisas en los rostros de los habitantes de la ciudad. A Luisa le parecía que estos cambios habían comenzado desde que su joven ayudante había llegado a la ciudad del castillo.

Por supuesto, no todo era perfecto. Pero todo el mundo tenía que enfrentarse a alguna dificultad en la vida. Cuando Luisa se encontró a sí misma siendo capaz de pensar de esa manera… fue cuando finalmente encontró la determinación de criar a un niño.

Todo esto podría ser gracias a Ryoko. Siempre sonreía brillantemente, como el sol de primavera. La gente acudía a él de forma natural y cuando sonreía, también lo hacían todos a su alrededor. Esa sonrisa le recordó de repente a Luisa algo de su pasado lejano: una chica con un brillante pelo dorado y una sonrisa inolvidable.

¿No era ella…?

—Te juro que te protegeré. —Un débil susurro sacó a Luisa de su mar de recuerdos, pero no pudo distinguir lo que había dicho esa voz tan silenciosa.

—¿Eh? ¿Has dicho algo, Ryoko?

—¡No, no ha sido nada! —respondió el joven noble, apartando la oreja del estómago de Luisa y sonriendo, pero esa sonrisa parecía de algún modo diferente a la habitual. Sin embargo, justo cuando Luisa estaba a punto de llamarle de nuevo, otra persona la interrumpió.

—Ryoko, es hora de irse.

—Hemos venido a buscarte.

Era un hombre con el pelo del color del sol, un hombre que ella había visto muchas veces antes, junto con una mujer impresionantemente hermosa, aunque con una voz terriblemente profunda. La mujer, la cual parecía poseer la belleza de una diosa, tenía una larga cabellera blanca trenzada, iluminada por el sol poniente, un sol del mismo color que el del hombre. Sin embargo, llevaba ropa de hombre, y le faltaban algunas de las curvas que normalmente uno esperaría encontrar en una mujer. Fue entonces cuando Luisa se dio cuenta de que en realidad estaba viendo a un hombre.

—Oh, debe ser la primera vez que nos encontramos. ¿No está ese joven de pelo negro con ustedes hoy?

—Sí, bueno… De todos modos, tengo que ir a casa ahora. Muchas gracias por lo de hoy, —respondió vagamente el joven noble, antes de hacer una profunda reverencia y marcharse. El hombre hermoso le siguió, y el hombre del pelo color del atardecer se inclinó rápidamente para saludar a Luisa antes de correr tras los demás.

—¡Ryoko, cuídate!

—¡Lo haré! —respondió. Tras un momento de duda, añadió—: ¡Adiós!

Luego saludó a Luisa con la mano y comenzó a caminar de nuevo.

Luisa observó al chico mientras se marchaba, sin darse cuenta de que el número de sombras que le rodeaban había aumentado en algún momento. Algo le parecía raro, pero no podía saber qué era. Hasta el día siguiente no se daría cuenta de lo que era.

♦ ♦ ♦

La banda de música comenzó su actuación, señalando el inicio del desfile de la ceremonia de partida. Las banderas con un sol brillante ondeaban al viento mientras los soldados marchaban por la calle principal de la ciudad. Era el momento de que el personaje central del día -el príncipe más joven, Herscherik- hiciera su primera aparición ante el público.

—¿Ese es…?

Luisa, la cual observaba el desfile cerca del castillo y alejada de la multitud, su marido, que la vigilaba, y todos los habitantes de la ciudad del castillo que estaban presentes, se quedaron boquiabiertos ante la aparición del príncipe.

La primera persona que llamó la atención de la multitud fue la hermosa mujer que cabalgaba junto al príncipe, de pie en la parte trasera del carruaje sin techo. Si alguien hubiera afirmado que era la reencarnación de la diosa de la belleza, la multitud lo habría creído fácilmente. Su túnica blanca y azul pálido de manga larga, parecida a las que llevan los poderosos Hechiceros, ondeaba al viento junto con su vistoso pelo blanco. Llevaba una serie de adornos brillantes, cuya visión era realmente divina. Los creyentes más devotos de la multitud se arrodillaron instintivamente para rezar.

El siguiente fue un caballero a caballo. Llevaba una armadura de color carmesí oscuro y, por su atuendo, se podía deducir que era un caballero de servicio. Era famoso por haber salido recientemente completamente indemne y victorioso de una batalla contra un centenar de templarios enloquecidos. Sin embargo, la multitud no esperaba que fuera tan joven. Aun así, lo reconocieron inmediatamente. De hecho, muchos de ellos lo conocían bien, ya que habían hablado con él en muchas ocasiones.

Y no fue sólo el caballero quien dejó a la multitud atónita. El mayordomo que hacía de cochero del carruaje del príncipe también era íntimamente conocido por la gente de la ciudad del castillo. Tenía un aire sombrío que lo hacía popular entre las chicas del lugar, hasta el punto de que sus novios y padres empezaban a preocuparse. Sin embargo, ahora iba vestido con un traje fino y con el pelo peinado hacia atrás, dando una impresión muy diferente a la que estaban acostumbrados.

Por último, la persona que más llamaba la atención y atraía muchas miradas confusas y emocionadas era el príncipe, quien sostenía el bastón de gran mariscal. Todos pudieron imaginarse su cabello dorado claro balanceándose afanosamente. Todos reconocieron sus ojos verde esmeralda, que sonreían suavemente. Era el hermoso muchacho que, a pesar de ser un noble, se encontraba a menudo llamando a los transeúntes en la frutería.

Ese mismo muchacho sostenía ahora el bastón del gran mariscal, otorgado a quienes servían como apoderados del rey. Su boca, habitualmente sonriente, era ahora una fina y seria línea mientras se mantenía digno sobre el carruaje real.

¿Cómo…?

Entonces, Luisa recordó de repente algo. Ryoko le recordaba a esa chica. La joven angelical que el rey había traído al castillo, habiéndose enamorado de ella a primera vista. Se había quedado embarazada del hijo del rey, había dado a luz y luego se había marchado al Jardín de Arriba.

—¡Luisa, me encantaría una de esas frutas! —había dicho la muchacha cada vez que venía corriendo, saludando a Luisa. Por aquel entonces, hacía poco que se había casado y había abierto una nueva tienda. Los tiempos habían sido duros, la mayoría de la gente apenas se las arreglaba, pero aquella hermosa joven siempre sonreía incondicionalmente.

Su único hijo partía ahora hacia la batalla.

A Luisa le pareció que Herscherik la miraba por una fracción de segundo. Luego bajó la mirada un momento antes de volver a levantarla, con su habitual sonrisa amable ahora en su rostro, la sonrisa que le recordaba a Luisa a su querida madre fallecida y que siempre había alegrado a la gente que lo rodeaba.

—Es… —Luisa murmuró, pero el resto se perdió en el ruido de la multitud. Su marido la sostuvo por detrás mientras se tambaleaba por un momento, pero incluso su robusta mano temblaba ligeramente.

¿Por eso Ryoko se despidió ayer? Era la primera vez que Ryoko decía “adiós” al irse por el día; normalmente se despedía con un alegre “hasta luego”. Sabía que hoy conoceríamos su verdadera identidad. Y no sabía siquiera si volvería sano y salvo.

Luisa no creía en los dioses. Pensó que en lugar de confiar en algo que ni siquiera se podía asegurar que existiera, prefería confiar en su propio trabajo. Hoy, sin embargo, se encontró rezando instintivamente.

—Por favor… Por favor, protege a Ryoko-no, al príncipe Herscherik.

Juntando sus temblorosas manos, era la primera vez en su vida que rezaba a los dioses en serio.

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