¡Juro que no volveré a acosarte! – Capítulo 29: El día que aprendió de la locura

Traducido por Lugiia

Editado por Freyna


Como de costumbre, el estómago de Marin estaba vacío mientras deambulaba por los callejones en busca de comida. No le importaba lo que encontrara: restos de comida, basura podrida o incluso agua para beber. Su mente desnutrida solo le decía que se metiera algo, cualquier cosa, en el estómago, o moriría.

Se tambaleó, su visión se nubló y su conciencia empezó a perderse. Se suponía que estaba buscando comida, pero su cuerpo solo daba vueltas en medio de la confusión; apenas había dormido últimamente y vagaba sin rumbo, perdiendo la noción de dónde estaba. Su mente y su cuerpo estaban al límite.

Siguió moviéndose hasta que las piernas le fallaron. Pensó en cerrar los ojos un momento para recuperar fuerzas…

Cuando los abrió de nuevo, lo que vio era tan hermoso que la dejó sin aliento.

No podía entender lo que había pasado, pero no tenía energía para sorprenderse. Lo único que podía decir era que el hermoso techo que se extendía sobre ella no era el cielo, así que estaba dentro de algún lugar.

—¿Estás despierta? —dijo una voz.

Marin no podía hablar.

No había oído entrar a nadie. Ella trató de levantarse, pero su cuerpo impotente no pudo hacerlo: sus hombros se sacudieron de la cama y luego cayeron hacia atrás. El pesado calor la rodeó y la empujó hacia abajo. Se sentía como una marioneta con las cuerdas cortadas.

—Te he traído algo de comida, pero ¿crees que puedes comer? —continuó la voz.

Marin seguía sin poder decir nada.

—También te he traído agua. Tal vez sea mejor que pruebes eso primero. —La punta de una pajita tocó sus labios, y su cuerpo, sintiendo alivio, actuó por sí mismo. Se alegró de no haberse tragado todo el vaso de un tirón, porque había perdido completamente el control. Con cada sorbo de agua limpia y fresca, su mente y su visión se aclararon, hasta que por fin pudo ver a la persona que estaba a su lado.

—Si crees que puedes sentarte, deberías intentar comer un poco… Oh, pero no te fuerces. No te pasará nada si esperas un poco antes de probar comida sólida.

Su cabello gris claro estaba cortado en suaves ondas. Sus ojos grandes y abiertos le recordaban a Marin los de un gato, del color del cielo antes de una tormenta. Tenía la piel pálida con un toque de rosa en las mejillas, y sus finos labios eran de un carmesí vibrante. Solo llevaba una camisa blanca, pantalones cortos negros y tirantes, y la sencillez del atuendo no hacía más que realzar su belleza natural. Si le hubieran dicho que se trataba de un ángel, Marin lo habría creído.

El sexo de la persona no estaba claro. A simple vista, parecía un chico con un rostro sorprendentemente bello; al menos, su ropa y su corte de cabello eran masculinos. Sin embargo, no pudo evitar pensar que esa persona era algo más que eso.

Probablemente era unos años más joven que Marin, pero su belleza andrógina [1] hacía difícil saberlo. Marin era más alta que la mayoría de las chicas de su edad, pero su salvador no era mucho más bajo. Parecía bien alimentado y sano, y había algo extrañamente elegante en él, en su forma de estar y moverse…

—¿Quién er…? —trató de decir Marín. ¿Quién era esta persona? ¿Dónde estaba? Se había recuperado mentalmente, pero su garganta aún estaba demasiado irritada para hablar bien.

—Yo… —comenzó a decir la persona, y luego hizo una pausa, bajando la mirada. Por alguna razón, la simple pregunta la hizo dudar, pero solo por un momento—. Soy Violette. Violette Rem Vahan.

¿Cuán conflictiva había estado Violette para que el mero hecho de dar su nombre le tomara tanto valor? En ese momento, Marin tuvo que poner toda su energía en la recuperación mientras su mente vagaba entre los sueños y la vigilia, pero incluso entonces, había percibido que algo iba profundamente mal.

Marin estuvo postrada en la cama durante otros diez días.

♦ ♦ ♦

—¿Te gustaría trabajar aquí? —preguntó Violette.

—¿Qué…? —dijo Marin.

Habían pasado diez días desde que Marin había sido encontrada desmayada en la entrada trasera de la casa de los Vahan. La sirvienta que la encontró se lo comunicó a Violette, que no solo la acogió, sino que la cuidó todo ese tiempo. Cuando Marin escuchó la historia completa, le dio las gracias a Violette de todo corazón, y luego le preguntó si había algo que pudiera hacer a cambio. No tenía dinero, ni familia, ni siquiera comida suficiente para sobrevivir, pero apretó la frente contra el suelo e insistió en que haría lo que pudiera.

Y Violette, con una sonrisa de satisfacción, le ofreció un trabajo.

—No salgo mucho —dijo Violette—, y los sirvientes de aquí son todos adultos, así que me aburro. Pero si tú estás aquí, tendré a alguien con quien hablar. Entonces, ¿trabajarás para mí?

Violette parecía la imagen perfecta del hijo decente de un aristócrata mientras se sentaba con las piernas cruzadas en una silla. Sin embargo, aunque había algo en el chico que Marin no podía determinar, no le correspondía preguntar y no era el momento. Tenía cosas más importantes de las que preocuparse.

En primer lugar, no había forma de que los padres de Violette dejaran que su hijo contratara a una huérfana sin dinero al azar, ¿verdad? Sin embargo, Violette no creía que fuera un problema. “No te preocupes por mis padres, no se molestarán con nosotros”, le había dicho. ¿Tanto confiaban en Violette? ¿O tal vez había sido tan sobreprotegido de niño que decidieron dejar que Violette se descontrolara? Marin, quien nunca había conocido el amor de unos padres, no pudo evitar sentir una semilla de envidia brotando en su corazón.

Pero aun así, esta oferta de trabajo era increíble, y la deseaba tanto que podía saborearla. Tendría un techo, comida, ropa, incluso algo de dinero extra, y un empleador al que realmente quería servir. Un pequeño pico de envidia no era nada si significaba que iba a vivir esa vida tan cómoda.

Sin embargo, había algo extraño aquí. El padre desaparecido, la madre que no veía a nadie más que a su propio hijo, y Violette, que desaparecía en aquellas habitaciones durante horas y horas. Marin había sido contratada para pasar tiempo con Violette, pero rara vez podía cumplir con su deber. Empezó a aprender nuevas tareas de los otros sirvientes, pero ninguno de ellos respondía a sus preguntas.

Marin nunca debe entrar en la habitación de la señora, o se enfadará.

Marin nunca debe hablar del amo delante de la señora, o se enfadará mucho.

Marin nunca debe dirigirse a Violette donde la señora pueda oírla, o se enfadará mucho, mucho.

Y si la señora se enfada, Violette sufrirá.

Los sirvientes le dijeron a Marin todo esto con ojos llorosos y expresiones tristes. Las reglas no tenían ningún sentido para Marin, pero las cumpliría sin rechistar si la alternativa era ser expulsada a la calle.

Tras varios meses de trabajo, finalmente se enteró de la razón de las reglas.

♦ ♦ ♦

La puerta de la habitación de Bellerose solía estar bien cerrada, pero hoy estaba entreabierta. Marin no tenía intención de mirar dentro, solo pensaba cerrarla. No obstante, cuando se acercó a la puerta, oyó voces dentro y sus ojos la siguieron solos.

Marin jadeó. Consiguió contener el grito, tapándose la boca con ambas manos. Tenía ganas de vomitar.

—Eres tan, tan hermoso —dijo Bellerose.

Violette no respondió.

—Tu cabello, tus ojos, incluso las puntas de tus dedos son iguales… ¡Qué maravilla!

La señora estaba sentada en el sofá y Violette de pie frente a ella. Extendió la mano y acarició las mejillas, el cabello y las palmas de las manos de Violette, como una madre que acaricia a su hijo, pero había algo profundamente mal en sus acciones.

Los ojos de la señora brillaban de placer, pero los de Violette estaban tan vacíos como los de una muñeca. Marin había comparado antes a Violette con un ángel o una muñeca, pero eso eran solo metáforas: Violette era una persona viva, que respiraba. Pero ahora mismo, parecía tan inerte como un juguete inanimado.

Sin embargo, no era por eso por lo que Marin quería gritar.

¿Violette…?

Las paredes, las estanterías y el escritorio estaban llenos de marcos de fotos; el suelo repleto de fotos sin marco. Todas representaban a la misma persona: una persona con cabello  gris, ojos nublados, piel pálida y labios rojos. Al principio, Marin pensó que esta belleza angelical era Violette: el peinado y las expresiones faciales eran casi idénticas, pero entonces, se dio cuenta de las edades.

Algunas de ellas coincidían con la edad actual de Violette, o eran más jóvenes, pero había más de ellas que representaban a una persona mayor, un hombre adulto. Marin había visto esa cara antes: era el novio en las fotos de la boda que decoraban la entrada principal.

—Ahora llámame. Llámame… —le dijo Bellerose.

—M-Madre —dijo Violette.

—Incorrecto.

La voz de Bellerose destilaba un rechazo absoluto. Un padre nunca debería mirar a su hijo con tanto odio, y menos por llamarla “madre”.

—Eso no está bien, ¿verdad? Ahora… Auld —continuó Bellerose.

—B-Belle… rose —dijo Violette.

—Bien. Así está bien. Una vez más.

—Bellerose.

—Sí. ¡Una vez más…!

La escena infernal ante Marin se reproducía una y otra vez.

Marin nunca debía entrar en la habitación de la señora porque ese era su lugar seguro.

Marin nunca debía hablar del maestro porque eso destruiría su ilusión.

Marin nunca debe dirigirse a Violette… porque para la señora, este niño no era Violette. Violette no existía; era el amado esposo de Bellerose, Auld.

—¡Ugh…!

Marin, no pudiendo reprimir más sus náuseas, se tambaleó hacia atrás. No podía seguir mirando: la locura que se mostraba frente a sus ojos la destrozaba. Tuvo que salir corriendo.

—Te quiero. Te quiero… Auld —continuó Bellerose.

Incluso ahora, siete años después, Marin no podía olvidar esa voz, y la confesión que en realidad era una maldición.


[1] Andrógina: Una persona de rasgos externos que no se corresponden definidamente con los propios de su sexo.

3 respuestas a “¡Juro que no volveré a acosarte! – Capítulo 29: El día que aprendió de la locura”

  1. Fue un capítulo durísimo, me dio mucho asco, pobre Vio…
    Ahora entiendo a Marin, la aprecia de verdad.
    Gracias por la traducción, les amo 😘

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