¡Juro que no volveré a acosarte! – Capítulo 30: El día en que el mundo cambió

Traducido por Lugiia

Editado por Freyna


Aunque Marin seguía teniendo pesadillas sobre aquel día, nunca le contó a nadie lo que había visto. Tampoco le preguntó a Violette, pero seguramente todos en la casa lo sabían. Si los sirvientes adultos no podían ayudar, no había nada que una niña como ella pudiera hacer, nada excepto apoyar a Violette tanto como pudiera. No obstante, sus esfuerzos se desvanecían cada vez que Bellerose la llamaba.

Medio año después de que Marin empezara a trabajar allí, algo cambió. Bellerose empezó a llamar cada vez menos a Violette a su habitación. Luego, Bellerose ya no podía salir de su cama. Al final, ni siquiera podía levantarse.

No hablaba con nadie, ni siquiera los miraba, solo murmuraba incoherentemente el nombre de Auld.

—Señorita Violette, ¿se encuentra bien? —preguntó Marin.

—Y-Yo… estoy bien.

Violette estaba sentada en el banco del jardín con el cabello ondeando al viento. Su aspecto había cambiado gradualmente desde que dejó de ir a la habitación de Bellerose. Le creció el cabello y empezó a llevar ropa más femenina. Solo entonces Marin se dio cuenta de que Violette era una chica.

Había intuido que había algo oculto en Violette durante un tiempo, e incluso a los diez años, las muñecas que asomaban por las mangas, el cuello visible a través del cabello y su fina cintura parecían demasiado delicados. Era alta y fuerte para ser una niña y había conseguido pasar por varón durante un tiempo, pero cuanto más crecía, más claro era que Violette era una niña hermosa.

Bellerose no podía soportarlo.

Su sustituto de Auld se estaba convirtiendo en una mujer; pero en lugar de aceptarlo y enfrentarse a la realidad, empujó a Violette fuera de sus delirios cuando ya no le era útil. Quizás ya había olvidado a su hija ahora que estaba fuera de ese sueño.

—Lo siento, Marin —dijo Violette.

—¿Eh…?

—Fui egoísta. Yo… te traje a este hogar problemático, y te hice ver cosas que no querías ver.

Tenía razón: Marin no quería ver una familia tan retorcida. Ella había renunciado a sus propios padres en el momento en que la abandonaron, pero seguía soñando con las familias de los demás. Había soñado con una madre amable y un padre estricto, o una madre que podría dar miedo cuando se enfadaba y un padre débil ante su hija…

Así es como deberían ser las cosas, pero esto: un padre que abandonaba a su familia, una madre tan obsesionada con su distante marido que obligaba a su hija a ocupar su lugar, y su hija abandonada y sin amor en una gran mansión vacía…

—¿Por qué…? —preguntó Marín. Ella no quería saber que un hogar como ese existía—. ¿Por qué me contrató?

Marin apenas pasaba de sirvienta. Había sido una niña sucia y sin hogar, sin talento ni contactos. Había muchas razones para despedirla, incluso ahora.

—¿Qué… espera de mí? —inquirió Marin. No tenía nada y no podía hacer nada. Las pesadillas la seguían despertando. No había nada que pudiera hacer para rescatar a Violette. Incluso había sentido celos de Violette al principio, aunque le debía la vida.

¿Qué podía querer esta chica de alguien así?

—Tus ojos —dijo Violette.

—¿Mis ojos…?

—Tus ojos son hermosos. —Violette sostuvo su mirada ante esas palabras. Marin odiaba sus ojos rojos, la prueba de la traición de su madre.

Nunca perdonaría a sus padres, pero a veces, cuando veía a las familias con niños llegar a la iglesia o pasar por la calle, no podía evitar imaginar cómo sería. Si sus ojos no fueran rojos, si se hubiera parecido a sus padres, ¿cómo sería de diferente su vida?

—Por lo general, no soy muy buena con los ojos rojos. Me hacen sentir como si mi madre me estuviera mirando —continuó Violette.

Aunque Bellerose no había sido infiel, Marin la veía peor que su propia madre adúltera. Solo con pensar en Bellerose ese día, las náuseas volvieron a aparecer.

—Por eso tus ojos me sorprendieron. No sabía que ese color pudiera ser tan hermoso. —Violette se acercó y se puso delante de ella. Pasó una mano por el cabello de Marin, apartando el flequillo para verla mejor.

♦ ♦ ♦

Cuando Violette conoció a Marin, vio los mismos ojos de su madre. Sin embargo, por alguna razón, no la incomodaron. No le producían un escalofrío como si le estuvieran lamiendo el cuello. Eran del color de un atardecer rojo brillante, marcando la cuenta regresiva hasta que pudiera salir de la habitación de Bellerose para pasar la noche.

—Son de un color realmente cautivador. Un rojo tan bonito —dijo Violette. Siempre había pensado que el rojo era como el hierro fundido, que fluía lentamente alrededor de su cuello y se endurecía para estrangularla, como la obsesión de Bellerose que se enredaba en su cuerpo. Había pensado que un día ella también sería arrastrada.

—Por eso te quería a mi lado —continuó Violette—. Cada vez que veo tus ojos, me recuerdan que las cosas pueden ser diferentes. ¿Crees que es una razón estúpida?

La mayoría de la gente probablemente se reiría de una niña de diez años que contratara a una sirvienta por la belleza de sus ojos. Tal vez era una razón estúpida para traer a un extraño a su casa.

—Es que… quiero cambiar mi vida. Cuando te miro, pienso que tal vez no esté siempre atrapada —dijo Violette. La mano que tocaba a Marin era delicada, y Violette parecía aún más pequeña que de costumbre. Aún no era adulta, pero su maestra parecía diminuta, frágil y joven.

—Siento haberte involucrado, y haberte hecho venir conmigo… Si quieres dejarlo, no te lo impediré. —La sonrisa torcida de Violette era triste y solitaria, pero aun así se esforzó por mantener algún tipo de expresión de felicidad en su rostro. Esperaba que Marin se quedara, pero no se atrevía a impedir que se fuera. Necesitaba a Marin. Nadie más entendía sus sentimientos, ni siquiera lo intentaba, pero ella sabía lo que era estar atrapada por los sentimientos de otra persona. Sintió que sus deseos para el futuro se desvanecían.

♦ ♦ ♦

Marin miró a Violette y se vio a sí misma, sola y huérfana a los cuatro años. Ella se había visto obligada a salir de su mundo sin amor, mientras que Violette no podía escapar del suyo, pero la soledad era la misma.

¿Encontraría alguna de ellas la felicidad?

Algunos vivirían una vida feliz con monjas amables después de huir de unos padres sin corazón. Algunos encontrarían la alegría en la riqueza y la influencia de la nobleza, aunque no fueran amados. Algunas personas se encontraban en una situación tan desesperada que se alegraban solo de estar vivas, pero repasar las listas de personas menos afortunadas no curaba realmente un corazón destrozado. Marin ya había oído a gente amable, de buen corazón e ingenua en la iglesia soltar esos tópicos; ella no podía encontrar la felicidad simplemente ignorando su dolor.

El dolor del abandono, al igual que el dolor de perder a una madre por culpa de los delirios, era real.

La simpatía floreció en el corazón de Marin.

—No voy a renunciar —declaró.

Marin no podía dejar a esta chica sola, no después de que sus padres le hubieran fallado tanto. Si los padres de Violette no la apoyaban, al menos Marin estaría allí para recibirla con una sonrisa después. Si no querían cuidarla, entonces Marin ocuparía sus lugares con gratitud.

—Estaré siempre a su lado —continuó—. Después de todo, usted me ha salvado la vida. —Violette podría haber pasado de largo y Marin no estaría aquí. Ella la alimentó, la vistió y le dio un lugar donde vivir. Y, lo que es más importante, Violette la quería aquí.

La iglesia creía que todo se solucionaba si se tenía fe en Dios, pero siempre estaban demasiado ocupados para atender adecuadamente a los huérfanos. No había nada ahí fuera para ella que se comparara mínimamente con vivir y trabajar en la casa de los Vahan.

Si eso era una estupidez, también podía reírse y participar en la broma.

Violette le dijo que sus ojos eran hermosos; esa pequeña amabilidad fue el comienzo de todo. Su corazón latía con fuerza en su pecho. Quería quedarse al lado de Violette. Quería asegurarse de que ella supiera lo hermosa que era. Esto ya no era solo simpatía. Por primera vez, Marin amaba a alguien.

Y ese día, el mundo de ambas comenzó a cambiar.

♦ ♦ ♦

Después de discutir el desayuno de la mañana siguiente con los cocineros, Marin volvió a su habitación. Aquel día se acostó tarde, así que se apresuró a cumplir con su rutina; si aparecía con bolsas bajo los ojos, Violette se preocuparía.

—Hmm, el horario de mañana… —Marin se dijo a sí misma.

Violette tenía planes después de clase y llegaría tarde a casa. Marin abrió su agenda preferida y hojeó hasta donde ya había rellenado el horario de mañana. Con el trazo de su pluma sobre el papel, lo editó.

Había pensado que esta pluma de color rosa pálido era demasiado bonita para ella, pero de todas formas la usaría el resto de su vida. Fue un regalo de Violette para celebrar su vigésimo cumpleaños.

Ahora ya era adulta, y Violette pronto cumpliría diecisiete años.

Desde el día en que decidió quedarse, Marin había estado al lado de Violette tal y como había prometido. En ese tiempo, lo había visto todo: el abierto egoísmo de los padres de Violette y cómo la deformaba. La compasión de Marin se convirtió en amor; cada día apreciaba a Violette más que el día anterior. Y cuanto más se preocupaba Marin por ella, más le dolía ver que la gente la trataba mal.

Me alegro de que sea feliz.

Violette rara vez mostraba sus sentimientos en su rostro. Marin tampoco lo hacía, pero para ella, era más bien un equilibrio y no la máscara que Violette utilizaba para ocultar sus verdaderos sentimientos… Solo rara vez se dejaba llevar por los altibajos emocionales. Hoy, sin embargo, Violette parecía legítimamente feliz. Incluso mientras estaba sentada en esa incómoda mesa a la hora de la cena, parecía estar perdida en una agradable ensoñación. Ninguno de los otros comensales se dio cuenta, y Marin se alegró de ello: si lo hacían, solo la sermonearían. No les importaba lo que sentía Violette.

Cuando le preguntó, Violette le contó a Marin sus planes con Yulan. Marin solo había conocido a Yulan Cugrus muy brevemente, pero seguía considerándolo un camarada. Él, al igual que Marin, apreciaba a Violette. Ambos solo querían que ella fuera feliz.

Si Violette hubiera hecho planes para salir sola, Marin habría sido más prudente. No obstante, si estaba con Yulan, no tenía que preocuparse. Violette sabía que llamaba la atención, pero no era del todo consciente de lo hermosa que era; ¿cómo iba a saberlo, viviendo en una casa donde la ignoraban constantemente? Pero fuera, cautivaba a la gente. Marin se alegraba de tener un compañero que la comprendiera.

—¿Debería reducir su porción para la cena…? —No sabía si Violette comería algo durante su paseo. Marin tomó algunas notas más en su agenda, luego preparó la ropa de mañana y se metió en la cama.

Justo antes de quedarse dormida, deseó que Violette volviera a casa sonriente mañana.

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