¡Juro que no volveré a acosarte! – Capítulo 32: Eso fue bondad

Traducido por Lugiia

Editado por Freyna


Marin seguía con los ojos llorosos, pero tenía una sonrisa en la cara cuando vio a Violette irse a la academia temprano.

Violette se dirigió mucho antes de lo habitual como táctica para evitar a Maryjun, pero hubo una ventaja inesperada: fue la primera persona en llegar a su aula y probablemente la tendría para ella sola durante al menos diez minutos. Se sentía más cómoda aquí que en su casa, y además tenía unos minutos de privacidad. Eso era prácticamente el paraíso para Violette.

Dejó escapar un suspiro involuntario.

Estaba más agotada mentalmente de lo que pensaba. Todavía tenía ganas de que llegara la tarde, pero la discusión con su padre la dejó muy deprimida. Alguien dijo una vez que el corazón de una mujer puede cambiar tan rápido como el cielo de otoño. Sin embargo, este rápido cambio del cielo al infierno era dramático para ella. El aula tranquila y silenciosa era el lugar perfecto para reflexionar.

No había pensado que las cosas pudieran empeorar, pero sus bajones seguían siendo cada vez más severos.

Me pregunto si Marin está bien…

Aquella casa era una tortura para Violette, pero tampoco era cómoda para Marin. Fue más fácil durante un tiempo cuando su madre estaba postrada en la cama, pero desde el regreso de su padre, Marin compartía claramente parte de su dolor. La joven fue una vez una niña a la que Violette arrastró irreflexivamente a su vida, y a pesar de ser ahora una adulta, seguía atrapada en esa casa opresiva. Marin era muy valiosa para ella; rara vez sonreía, pero su afecto por Violette era evidente. Violette no sabía mucho sobre la familia, pero se preguntaba si Marin contaba como la suya; podrían ser hermanas, tal vez. Aun así, siempre le preocupaba que Marin se sintiera herida por su culpa, así que mantenía un poco de distancia.

—Oh, ¿señorita Violette…? —preguntó una estudiante.

—Hm… Buenos días —respondió Violette.

—Buenos días. Hoy llega temprano.

—Sí, me desperté temprano.

Por reflejo, puso su rostro inexpresivo al entrar su compañera de clase; no podía imaginar los rumores que correrían si mostraba la más mínima tristeza en él. No sospechaba especialmente de esa compañera de clase, pero siempre era inteligente ocultar cualquier debilidad de la gente en la que no confiaba.

Hablaron de cosas sin importancia mientras la gente entraba lentamente en el aula. Su paraíso momentáneo duró poco, como sabía que ocurriría. Sin embargo, si tenía que sentarse aquí y mantener esta fachada hasta el comienzo de la clase, solo se sentiría más deprimida.

—Lo siento, pero tengo asuntos en la biblioteca —dijo Violette mientras se levantaba.

—Oh, me disculpo por retenerle aquí.

—En absoluto. Por favor, discúlpeme.

Violette se mantenía alejada de la mayoría de la gente, pero su belleza, su personalidad y su linaje atraían a los demás. Había perfeccionado el uso de las palabras para luchar o protegerse; sabía cómo desactivar una batalla de voluntades en un evento social, pero de alguna manera, la charla amistosa con sus compañeros en la escuela se sentía mucho más difícil.

Ahora que se había dedicado al estilo de vida de una marginada, no tenía muchas razones para trabajar en ello.

Se movió a contracorriente de la gente que se dirigía a sus aulas, buscando un lugar privado. Había muchas buenas opciones, pero no quería alejarse demasiado de su aula. A primera hora de la mañana, había mucha menos gente deambulando por los patios, así que el jardín parecía la mejor opción.

—Qué bonito… —murmuró Violette. Las flores del jardín estaban en plena floración, sus filas ordenadas contrastaban con el desorden de su mente. Dejó que el derroche de color y el dulce aroma que le hacía cosquillas en la nariz calmaran sus sentidos, pero no fueron suficientes para curar su corazón. Una vista podía curar a alguien, pero solo si tenía un buen recuerdo ligado a ella. Violette no podía recordar nada que pudiera superar lo que había pasado.

Ella no sabía cómo la gente superaba tener sus lugares más preciados pisoteados.

—Me quedaré aquí.

Pensar en ello solo la llevaría a meterse más en su propia cabeza. No era fácil olvidar las cosas a propósito, pero seguía siendo inútil insistir en lo que había pasado. Su padre nunca la entendería, nunca trataría de comprenderla, nunca apuntaría el amor y la amabilidad que le mostraba a Maryjun. Violette no esperaba nada de él. Entonces, ¿por qué seguía tan conmocionada por su insensibilidad?

Un viento sopló, revolviendo su cabello y revoloteando los pétalos de flores. Esperaba que sus sentimientos se esfumaran con ellos. Se giró hacia el viento para evitar que su cabello le tapara la cara, y se dio cuenta de que había otra figura en el jardín.

—Oh…

El cabello púrpura oscuro se deslizaba por su espalda. Un tenue color rosa decoraba las mejillas de su rostro; el resto de su piel era pálida. Se inclinó para admirar las flores, personificando elegancia, todo su cuerpo era tan hermoso como las flores que observaba. Sus ojos lavanda se entrecerraron y el aire que la rodeaba pareció llenarse de luz divina. Parecía una diosa.

Si Violette era una rosa, esta chica era un lirio blanco puro.

Violette la reconoció: la princesa Rosette Megan, de la realeza de un país vecino y alumna del mismo curso que Violette, aunque en otra aula. Pulcra, encantadora y elegante, la princesa Rosette era una dama ideal, querida por todos y la imagen de todos los atributos positivos que uno pudiera imaginar. Aun así, las etiquetas no captaban con exactitud su esencia. Envuelta en velos, venerada, alabada y deificada, su aspecto recordaba a Violette una vidriera de la iglesia.

Qué raro…

Siempre que Violette la veía de lejos, Rosette estaba rodeada de multitudes de personas. En la academia o fuera de ella, siempre era lo mismo. La princesa Rosette siempre sonreía con gracia en medio de la multitud.

Mientras Violette la observaba, sonó el timbre, advirtiendo que la clase comenzaría sin ella si no regresaba antes del siguiente timbre. La princesa debió de oír el timbre, pero, por alguna razón, Rosette seguía inspeccionando las flores y no daba señales de moverse.

Violette no pudo decir nada.

Sabía que debía llamar la atención de la otra chica, pero el simple hecho de llamar a alguien ya le resultaba difícil, y llamar a Rosette le parecía mucho más difícil. De todos modos, toda la escuela probablemente se sentía incómoda con Violette teniendo en cuenta todo el escándalo que había protagonizado. Era más amable no arrastrar a una desconocida a sentirse así.

Y aunque conocía a Rosette, nunca había hablado con la princesa. Presentarse ante alguien tan intimidante solo para advertirle que las clases comenzarían pronto le parecía un obstáculo insuperable.

Supongo que está bien.

No eran amigas, así que ¿por qué forzarse? Y lo que era más importante, no estaba segura de ser capaz de ponerse la máscara de su sonrisa mientras se sintiera tan cruda.

Violette se apartó de Rosette y de sus flores, empujó su depresión hacia lo más profundo de su ser y volvió a su aula.

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