Traducido por Lugiia
Editado por Freyna
Después de terminar las clases, los compañeros de Violette salieron del aula uno a uno. Esa señal de que era hora de irse a casa siempre le pesaba en el corazón, pero hoy era diferente. Estaba muy agradecida con Yulan por haberla invitado a salir. Su tristeza seguía presente, pero por ahora estaba enterrada en lo más profundo.
Le costaba mucho manejar sus peores emociones. En el pasado, Violette había intentado reprimirlas, pero acababan estallando con más violencia de la que ella quería. Dejando a un lado la segunda oportunidad, seguía sin conocer una forma segura de dejarlas salir.
Si nunca se desahogaba con nadie, ¿desaparecerían por sí solas algún día? Esperaba que lo hicieran, que se librara de ellas en el futuro. Por ahora, sin embargo, ocupaban espacio en su mente, impidiéndole sentir plenamente sus emociones.
Tenía la cabeza revuelta y las náuseas le rodeaban la garganta.
No quería que Yulan la viera así, débil y dolorida. No quería preocuparle; quería que sonriera. Tenía muchas ganas de hacer este viaje, y deseaba con todas sus fuerzas disfrutarlo. Aunque no pudiera, no quería que él pensara que había provocado su mal humor.
¿Por qué soy así? ¡¿Por qué no puedo cambiar?!
Se sentía tan patética. Se decía a sí misma una y otra vez que debía ser diferente, que debía ser mejor, mientras empujaba esas negras emociones que se arremolinaban en su corazón. Si no podía desviarlas y no podía dejarlas salir, tendría que tragárselas. Algún día las digeriría y desaparecerían. Algún día podría dejar de luchar contra su propia mente. Se lo decía a sí misma, pero dudaba de que fuera cierto.
—¡Vio! Siento haberte hecho esperar —exclamó Yulan.
—Cálmate —dijo Violette.
Yulan entró en su clase como una avalancha grande, ruidosa e imparable. Parecía un poco agotado, como si hubiera corrido todo el camino; ¿era sudor lo que tenía en la frente? ¿Cuán rápido había corrido para llegar lo antes posible? La emoción que sintió anoche trató de salir a flote, pero amenazó con arrastrar el resto de sus emociones.
Apartó los ojos cuando todo ese dolor y esa tristeza la atravesaron. Se esforzó por no dejar que nada de eso se manifestara. Si dejaba que sus emociones se manifestaran, no sería capaz de reprimirlas por segunda vez; eran demasiado pesadas para sostenerlas y demasiado fuertes para desecharlas.
—¡Pero no quería que esperaras en absoluto! Tengo muchas ganas de salir juntos.
—Puedo esperar unos minutos. No quiero que te hagas daño —le amonestó Violette.
—Oh, vale… ¡Tendré más cuidado la próxima vez! —Su sonrisa parecía aún más brillante que de costumbre. ¿Era la luz que se reflejaba en su frente sudorosa? Él pareció sorprendido cuando ella alargó la mano para tocarle el cabello, despeinado por la carrera, y sonrió felizmente cuando se lo apartó. Al ver su expresión, un nuevo brote en su corazón se desplegó: una hermosa e inmaculada planta de semillero cuyas raíces se adentraban en la tierra.
Sus sentimientos estaban dispersos, su corazón seguía crudo, pero si podía fingir que estaba bien solo un poco más, tal vez todo estaría bien.
Si Yulan estaba con ella, estaba segura de que su entusiasmo volvería a brotar.
♦ ♦ ♦
El chófer de Yulan les llevó desde la academia hasta la ciudad; la llevaría a casa al final del día.
El distrito comercial estaba repleto de tiendas de lujo, lo suficientemente elegantes como para que dos estudiantes de la academia encajaran bien. No había mucha gente, pero los pocos peatones con los que se cruzaron iban bien vestidos a juego con los elegantes edificios que bordeaban las calles.
A Violette le preocupaba que ella y Yulan destacaran con sus uniformes de la academia, pero, sorprendentemente, los trajes elegantes y bien confeccionados encajaban a la perfección en las tiendas de lujo. No llamaban la atención en absoluto.
—Vio… ¿Qué quieres hacerrr? —se quejó Yulan.
—No me preguntes. Después de todo, se supone que esto es mi disculpa hacia ti.
—Sí, exactamente. Entonces, ¿a dónde quieres ir?
—Escucha lo que la gente te está diciendo…
Ella no necesitaba mirar a Yulan para saber que tenía una gran sonrisa en su cara, pero aún no habían elegido una tienda para entrar. Aunque este desvío pretendía ser una disculpa para él, Yulan seguía intentando empujarlos hacia las cosas que le gustaban a Violette. Él mismo nunca decía lo que quería.
Señalaba un escaparate y decía: “¡Mira qué cosas tan bonitas hay en el escaparate!” o “¡He oído que el chocolate de allí está delicioso!”. Pero todos esos eran los favoritos de Violette, no los suyos.
En realidad no sé nada de él.
Yulan entendía perfectamente a Violette, pero a veces sentía que apenas lo conocía.
No era un comensal exigente, pero no le gustaban los dulces. Era gentil y amable, pero tendía a mantenerse alejado de la gente. Era un verdadero amigo que se comportaba como su lindo hermano menor. Y quería pasar tiempo con Violette.
Hasta ahí llegaba su conocimiento. Yulan siempre estaba a su lado, y ella lo entendía mejor que un extraño, al menos. Le dejaba acercarse más que a nadie, y ambos bajaban la guardia cuando estaban juntos, o al menos ella lo hacía.
Pero a Yulan no le bastaba con entenderla.
Él siempre fue muy amable con ella, el primer noble que le había mostrado amabilidad. Odiaba sentir que recibía sin dar nada a cambio.
—Vio…, ¿qué pasa? —preguntó Yulan.
Cuanto más rápido pasaban sus pensamientos por su cabeza, más lentos y pesados se volvían sus pasos. Se dio cuenta de que su cabeza había caído cuando escuchó la voz de Yulan justo encima de ella.
—Estás cansada, ¿verdad? Vamos a descansar en algún sitio —dijo Yulan.
Parecía preocupado. Si ella levantara la vista, seguramente vería su rostro fruncido en una expresión de dolor. Incluso ahora, Yulan se daba cuenta de que algo iba mal sin tener que preguntar. Le pasó un brazo por la cintura para sostenerla e insistirle que dejara de caminar.
Apoyarse así en el costado de Yulan era muy cómodo. Él siempre la trataba con tanta delicadeza… Eso era algo más que no le había correspondido. El dolor de las palabras de su padre de aquella mañana volvió a pasar por su mente; cada vez que lo apartaba, aparecía en otro lugar.
Auld le dijo que no estaba sola, y eso era cierto. Tenía a Marin en casa, y a Yulan fuera…
Pero si Yulan se iba, si él la abandonaba…
Violette gimió.
Solo con imaginarlo se le enfriaba todo el cuerpo. Él era tan valioso para ella, más cercano que su familia… Su hermano menor elegido al que había cuidado todos estos años. Ahora se aferraba a ella, pero el sociable Yulan probablemente encontraría pronto una amante maravillosa.
Esperaba que, una vez que eso ocurriera, se le permitiera velar por él como una vieja amiga y hermana honoraria, pero eso no dependía de ella.
Si Yulan se marchaba, si se iba tan lejos que ella ya no pudiera verlo, seguramente se consumiría, atrapada en aquella casa sin él. Se apartó de su mano en la cintura.
—¿Vio…? —preguntó Yulan, confundido.
—Yulan…
Antes de que él pudiera preguntar qué ocurría, ella se apartó y se puso delante de él. El cuello del uniforme de Yulan estaba a la altura de sus ojos, y cuando ella levantó la cara, sus hermosos y dorados ojos estaban muy abiertos y congelados.
—Yo… quiero devolverte. Quiero devolverte tu amabilidad —continuó Violette.
—¿Eh…?
—Me das mucho. Me salvas cada vez que lo necesito. Por eso…
No podía seguir dando por sentada la amabilidad de Yulan. Probablemente sonara vacío, ya que había dejado que la mimara durante tanto tiempo, pero tenía que cambiar su dinámica. En una relación desigual, el que da se desgasta y el que recibe se convierte en un mimado con derecho, lo cual es inevitable, aunque ambos tengan buenas intenciones. Incluso el romance más bello o el amor familiar más bondadoso tenían su propio dar y recibir, su propio equilibrio que había que mantener.
Yulan era muy importante para ella. No podía perdonarse a sí misma si siempre ganaba y nunca perdía. Aunque Yulan no lo viera así, ella sabía que nunca le había dado nada. No quería ser desagradecida ni tener derecho a la generosidad de Yulan.
Su preciosa persona le dio sus preciosos pensamientos. Quería hacer algo a cambio que estuviera a la altura.
—Dime, ¿qué puedo hacer por ti…? —suplicó Violette.