Traducido por Lugiia
Editado por Freyna
Cuando Yulan llegó a la clase de Violette esa tarde, se dio cuenta de que algo iba mal.
Violette parecía emocionada, pero su sonrisa no era la que él esperaba. No se le daba muy bien sonreír, a menudo lo hacía de forma incómoda y tensa, pero normalmente se relajaba cuando estaban juntos. Su sonrisa complacida, su sonrisa asombrada o su sonrisa distante y autocomplaciente eran encantadoras a su manera, y mucho mejor que la máscara frígida tras la que escondía sus sentimientos. La mayoría de la gente se creía la máscara. No veían lo mucho que sufría. Idiotas ridículos… Él estaba de acuerdo con ellos en que ella era maravillosa, pero apenas habían arañado la superficie del porqué.
Quería que Violette sonriera todo el tiempo, sonrisas puras y felices. Y quería ser él quien la hiciera feliz.
Por eso la invitó a salir.
Deseaba poder sacarla de la casa de la familia Vahan, y se juró que lo haría algún día, incluso si eso significaba fugarse o algo aún más drástico. Quería aplastar a toda esa familia con sus propias manos, sin importar lo que le costara. Quería destruir todo lo que le hiciera daño. Pero por ahora, no había nada que pudiera hacer.
Todo lo que podía hacer era darle un poco de alivio. Quería hacerla olvidar su jaula por un rato. Ella nunca había tenido un día de diversión, así que él quería darle algunos recuerdos felices.
Recuerdos felices con él, específicamente. Sus motivos no eran totalmente altruistas.
Sin embargo, cuando entró corriendo en su clase, ella no llevaba la sonrisa que él había imaginado ni su máscara irónica. En cambio, su sonrisa era pequeña y vacía, como si estuviera triste o dolida y sonriera para forzar esos sentimientos.
Él conocía esa cara: era la que ponía cuando estaba con su padre, en las fiestas de la alta sociedad o cuando estaba rodeada de las chicas que la seguían, compitiendo por sus favores.
Violette había trazado una línea: estaba luchando en su interior, pero era algo privado, y si él le recordaba el dolor solo la heriría más. Así que puso su sonrisa más alegre y se metió de lleno en su papel de hermano menor. Se convirtió en ese chico dulce y amable con manos cálidas y gentiles que sabía que no podía cerrar sus heridas, pero que intentaba ayudarla a olvidarlas.
Cuando Violette se detuvo en medio de la acera, la ansiedad le invadió. ¿Estaba enferma o el estrés mental la había agotado? Pero cuando ella levantó la vista hacia él, su expresión no era de una persona enferma, sino de aprensión.
—Dime, ¿qué puedo hacer por ti…?
Sus ojos lustrosos le miraron directo a los suyos. Ella no sabía que verse reflejado en sus ojos le hacía más feliz que nada. Si él le hubiera dicho que se emocionaba solo con oírla decir su nombre, ella pensaría que estaba bromeando, y ahí se acabaría todo. Violette no tenía la confianza de creerle.
Utilizó su condición de amigo de la infancia como escudo.
Algo que Violette podía hacer por Yulan… Lo que Yulan quería de Violette…
Quería ir a lugares con ella, no solo hoy, sino una y otra vez. Y no solo un poco de compras en la ciudad: quería ir más lejos y encontrar más cosas divertidas que hacer. Quería elegir ropa para ella y presumir lo hermosa que era. Y quería encerrarla para que solo le perteneciera a él.
Quería pasear tomados de la mano. Quería rodear su delgada cintura con un brazo. Quería abrazarla con fuerza hasta que ella dijera que le dolía. Quería colmarla de amor hasta que sus frías y blancas mejillas se sonrojaran. Quería hacer suya cada parte de su cuerpo, desde la parte superior de la cabeza hasta los dedos de los pies.
Extendió su mano y cubrió la de ella en el punto en el que agarraba el asa del bolso. Los dedos de Violet estaban rojos, pero se sentían fríos al tacto. ¿Estaba nerviosa o inquieta? Si algo le disgustaba, él se encargaría de ello. Haría lo que fuera necesario para que se sintiera cómoda.
No dejaría que nadie hiciera daño a Violette.
Sin embargo, se alegraba de que ella pensara en él. Quería sonreír de par en par, sabiendo que él ocupaba parte de su mente, pero aún no estaba listo para separarse de su lindo personaje de hermano menor, así que lo contuvo.
—Gracias, Vio —dijo Yulan. Le agradeció que pensara en él y que quisiera devolverle su amabilidad, pero todo lo que hacía por ella también servía a sus objetivos. Quería hacerla feliz. Cuando ella era feliz, él también lo era. No tenía que hacer nada, solo tenía que estar ahí. Quería que sonriera cuando le apeteciera, y que evitara hacerse daño cuando pudiera. Quería ser él quien le diera todo lo demás.
—Quédate conmigo —dijo Yulan.
Sus labios se separaron, pero solo un pequeño suspiro escapó de su boca; su rostro estaba congelado, y sus ojos eran redondos como los de un gato. La había sorprendido.
—Quédate conmigo para siempre. Déjame estar a tu lado. No intentes nunca dejarme —continuó Yulan.
—Yulan… —susurró Violette.
—No olvides que estoy contigo.
Su boca se abrió, pero no dijo nada. Luego su rostro se arrugó mientras intentaba contener las lágrimas. Él vio cómo las emociones luchaban en su rostro: miedo, soledad y resignación. Él sabía que esto le asustaba: había pasado toda su infancia sola. Temía que si le quitaba los ojos de encima, ella se alejaría antes de que él se diera cuenta.
Se sentía sola pero abrumada. Tenía miedo al amor pero quería que la gente la amara. Quería estar sola, pero quería tener a alguien a su lado… ¿y quién se quedaría? Las contradicciones se arremolinaban en su interior, la marcaban, la desgastaban.
Mientras siguiera viviendo en esa casa, Violette nunca podría liberarse. Su corazón se desgastaba una y otra vez.
Él tendría que sobrescribirlo cada vez.
—Vio, no estás sola, ¿sabes?
Violette se mordió el labio y él le cubrió los ojos con una gran palma. Sintió que sus pestañas rozaban su piel, y la sintió cálida.
Lo amooo