¡Juro que no volveré a acosarte! – Capítulo 53: Su voz los alcanzó

Traducido por Lugiia

Editado por Freyna


Yulan, quien solo era gentil con Violette, y Milania, quien era un tipo caritativo, habían abandonado el salón. Los únicos en la sala ahora eran Violette, quien se esforzaba por comunicarse, y Klaude, quien se esforzaba por comunicarse con ella.

Naturalmente, esto provocó una gran incomodidad. El aire se sentía pesado y cargado.

¿De qué hablo cuando estoy a solas con Yulan?

Para empezar, Violette hablaba muy poco, así que, por lo general, ofrecía respuestas mínimas y dejaba que Yulan llevara la conversación. El silencio se instalaba a menudo entre ellos, pero ni una sola vez le resultó incómodo. Por ello, había asumido que le parecía bien el silencio, pero parecía depender de la persona con la que estuviera. Sabía que debía relajarse durante el descanso, pero esto era lo más alejado de la relajación.

—Eso me recuerda… —comenzó Klaude.

—¿Si?

Ella se quedó momentáneamente desconcertada; no esperaba que él iniciara una conversación. Esperando no tener problemas, asintió con la cabeza. La mirada de Klaude se fijó en la taza de té que él tenía en la mano. Probablemente, estaba dándole vueltas a sus pensamientos, encadenando sus palabras una a una. Sin duda, también se sentía incómodo.

—Hemos adoptado oficialmente el uso de las hojas de té de Cardina.

—¿Ha terminado el periodo de prueba?

—Algunos desaprobaron su limitada disponibilidad, pero todos los demás dijeron que el sabor era bueno.

Al parecer, Klaude había aceptado la propuesta de Violette de cambiar las hojas de té con relativa facilidad. El producto tenía que pasar primero por una prueba, por supuesto. Aunque los gobernantes solían buscar nuevas experiencias, también podían rehuir los cambios: una contradicción escandalosa. Una vez que se hacían adultos, adoptaban una actitud de despreocupación o redoblaban su terquedad.

En la academia, las cosas podían introducirse con más facilidad, ya que los alumnos eran todavía jóvenes y flexibles, pero algunos seguían dudando en probar algo nuevo. Violette no podía creer que se hubiera hecho una prueba, y mucho menos que el té se hubiera adoptado oficialmente.

—Todavía no he ido, pero he oído que ahora hay más gente que utiliza los salones —comentó Violette.

—Bueno, es nuestro deber conocer la calidad, y el cambio se hizo sin problemas.

El consejo estudiantil había salido bien parado gracias a su sugerencia. Ya que Violette lo había sugerido y les había dado más trabajo, estaba encantada de que ahora pudieran recoger los frutos de su trabajo. No podía precisar lo que sentía, pero pudo ver que los labios de Klaude se curvaban ligeramente en una sonrisa, su aura era más suave ahora.

—Todo es gracias a usted, señorita Violette. Se lo agradezco.

—Oh, no, en realidad no he hecho nada.

—Aun así, me impresiona que conozca la existencia de Cardina. Investigué un poco durante la prueba, pero apenas hay información sobre ello por ahí.

—Bueno, el país es poco conocido.

Aunque uno podría conocer su nombre si estudiara geografía, o si fuera alguien en la posición de Klaude, poca gente había estado allí. Era pequeño y carecía de características distintivas. Por lo tanto, era extraño que Violette supiera algo al respecto.

—Nuestro chef en casa suele tratarnos con raras mezclas de té e ingredientes exóticos —explicó.

El chef de la casa Vahan llevaba trabajando allí desde antes de que naciera Violette. Era experto, hábil en su oficio, selectivo con los ingredientes y dedicado a inventar nuevas recetas. En el pasado, también le apasionaba la nutrición. Cuando Violette era un “niño”, no le gustaba porque intentaba darle comidas increíblemente abundantes, muy probable bajo la orden de que recibiera exactamente las mismas comidas y porciones que su padre favorecía. Al ver que Violette, con los ojos llorosos, se obligaba a masticar y tragar la comida, el chef se dio cuenta de que había que hacer algo. Si lo hacía mal, Violette podría acabar odiando la comida. Era solo cuestión de tiempo que su cuerpo empezara a rechazarla.

A partir de entonces, cocinó todos los platos que conocía para descubrir los gustos de Violette: platos sencillos, manjares, incluso té y postres. Violette ya había renunciado a disfrutar del sabor de la comida, así que el chef empezó por encontrar cosas que ella pudiera comer sin sufrir. Poco a poco, Violette empezó a disfrutar de sus comidas. El chef pronto tuvo un menú que se adaptaba a su paladar y le proporcionaba todos los nutrientes necesarios. Había muchas cosas que no le gustaban, pero poco a poco consiguió adaptarse a sus preferencias.

Durante estos esfuerzos, el chef conoció el té de Cardina. Lo oyó mencionar de pasada mientras adquiría ingredientes, e inmediatamente preparó un poco para Violette.

—Estaba delicioso, y siempre me avisaba enseguida cuando teníamos más.

Sin embargo, ahora que su padre había regresado, eso ya no era posible.

Cuando Bellerose aún vivía, el chef podía gastar el dinero de la casa por el bien de Violette, pero ahora temía incurrir en la ira de Auld. Cualquier compra realizada para satisfacer los gustos de Violette sería criticada, y esa crítica se convertía en un elogio para Maryjun nueve de cada diez veces. Las personas que servían a Violette comprendían que si intentaban protegerla, solo le causarían más dolor. Tenían las manos atadas y la propia Violette no quería que lo intentaran.

Violette sabía que rendirse era mucho más fácil y pacífico, y por eso había deseado no haber sugerido el té en primer lugar.

—No puedo creer que finalmente pueda beber este té aquí en la academia. Me alegro de haberlo recomendado.

Violette siempre consideró que su voz, y por extensión, sus pensamientos y opiniones, nunca llegarían a nadie. Sus gritos serían considerados desagradables e ignorados. Solo una vez en su vida permitió que esos sentimientos acumulados en su interior salieran a la luz, dejando por fin que todo el mundo supiera lo que realmente sentía… pero no se dio cuenta de lo inútil que había sido todo hasta que fue acusada de su crimen.

Ahora, tenía personas en su vida que no solo escuchaban sus palabras, sino que realmente las consideraban e incluso actuaban en consecuencia. Klaude, a quien había herido y manipulado en el pasado, la escuchaba con generosidad.

—Soy yo la que debería estar agradecida —dijo Violette—. Muchas gracias.

Violette había cometido un crimen tan terrible que ningún arrepentimiento podría borrarlo, pero aun así decidió no disculparse con Klaude. En su lugar, le mostraría su agradecimiento. La expiación no era algo grandioso, y ahora podía expresar los pensamientos que antes se habían enroscado y retorcido en su interior.

—Ah. Bueno, entonces… supongo que estamos en paz —consiguió decir Klaude.

—¿Oh?

—Aceptaré la gratitud que me ofrece, así que… debería aceptar la mía a cambio.

Desconcertada, se preguntó si él estaba tratando de ejercer su autoridad. Con aspecto hosco, Klaude se apartó rápidamente para escapar de su mirada.

Sus orejas, que asomaban entre los huecos de su cabello, estaban teñidas de un precioso rojo.

Violette apenas podía creer la timidez que mostraba. Quería dudar de sus ojos, pero allí estaba él: sonrojado de color escarlata, con los ojos revoloteando de un lado a otro en señal de incomodidad. Tenía una arruga en el ceño y lo que casi parecía un puchero en los labios. Era una imagen poco común; sin duda, era la primera vez que Violette lo veía así. Una vez que se recuperó del shock, se encontró encantada. Una sensación de calma la invadió.

—Pfft… —exclamó Violette sin darse cuenta.

El ruido tomó a Klaude desprevenido.

—¡Uhh!

—Pfft… ¡Je, je! ¡Lo sient…! Pfft.

No pudo contenerse, incluso cuando se tapó la boca con una mano. Mientras reprimía las ganas de reírse, volvió a mirar su cara de sorpresa, perdiendo el control una vez más. Su voz tembló de risa a pesar de su tono de disculpa, dejándola sin ningún poder de persuasión.

—No se ría, por favor.

—S-Seguro… Pfft.

—Cielos…

Mientras los hombros de Violette temblaban, fue Klaude quien se quebró. Su expresión había perdido su agudeza, y dejó escapar una risa amarga como si quisiera anunciar su rendición. Había renunciado a intentar detenerla. Justo cuando se llevó la taza de té a los labios una vez más, oyeron el chasquido de la puerta al abrirse.

—Hemos vuelto… —La voz de Milania se interrumpió—. ¿Eh? Señorita Violette, ¿qué sucedió?

—¿Vio? —preguntó Yulan, lleno de dudas.

—No lo sé. Déjenla en paz —dijo Klaude.

Milania y Yulan se quedaron perplejos al ver a Violette tapándose la boca con una mano para contener la risa frente a Klaude, quien parecía totalmente desconcertado.

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