¡Juro que no volveré a acosarte! – Capítulo 55: Los sueños son ilusiones

Traducido por Lugiia

Editado por Freyna


Yulan tenía las cejas arrugadas y caídas, los labios apretados como si estuviera sufriendo un gran dolor. Se balanceaba hacia adelante y hacia atrás, tambaleante. No había ni rastro de lágrimas en sus ojos, pero la forma en que su agrietado rostro había caído era tan clara de leer como cualquier sollozo físico.

Violette no tenía ni idea de por qué estaba sufriendo.

—¿Yulan…?

Se giró para verle inmóvil. No tenía su habitual aire amable a su alrededor. Su penumbra era como un callejón después de la lluvia: oscuro, estancado y sofocante, con una atmósfera coagulada por la humedad y el humo.

—¿Te… ayudé?

Aun así, intentó desesperadamente sonreír a través de su máscara que se desmoronaba. Parecía que iba a derrumbarse en cualquier momento, y sus palabras ahogadas salían como sollozos espasmódicos.

Violette pensó que Yulan podría romperse.

Sabía que tenía que decir algo, pero no sabía qué. Estaba claramente herido, pero no podía identificar el arma que lo había herido. Podía presionar a la fuerza sobre la herida para detener la hemorragia, pero dudaba que eso sirviera de algo. Poner una venda sobre un pinchazo de espina solo haría que se agravara.

¿Qué palabras le llegarían a Yulan en este momento?

—Me hizo feliz —comenzó Violette.

A Yulan se le cortó la respiración y se mordió el labio, rasgando la piel. Era solo cuestión de tiempo que la sangre empezara a fluir.

Lugiia
No puedo verlo así!!! :\'((((

Aunque no tenía intención de hacer daño a nadie, Violette se sintió destrozada al pensar que había causado tanto dolor a Yulan. Se le daban mal las conversaciones, sus habilidades sociales estaban atrofiadas y su elección de palabras era deplorable. Le resultaba muy difícil expresarse.

—Me hizo feliz… que hicieras todo esto por mí —dijo Violette.

El maravilloso tiempo que pasó hoy fue un regalo de Yulan. El progreso en sus estudios, el ver una nueva faceta de alguien inesperado, y el resorte en su paso fueron todas las cosas que le otorgó Yulan. Se alegró de poder hablar con naturalidad con Klaude, pero sus sentimientos fueron más de alivio que de otra cosa. Todo el placer que experimentaba era gracias a Yulan. Ella no quería que su sonrisa fuera tan triste.

—Hiciste esto porque querías ayudarme, ¿verdad? Gracias a ti, podré dormir bien esta noche —dijo Violette—. Gracias. —Le dio las gracias de todo corazón, por pensar en ella, por querer ayudarla, por querer serle útil.

Incluso ahora, no sabía cómo transmitir sus sentimientos adecuadamente. Era tan raro que alguien actuara en su favor sin un motivo ulterior. Tampoco había agradecido nunca a alguien que se preocupara por ella de esta manera. Se había embriagado de su propia desgracia y solo se veía a sí misma como una víctima sin preocuparse por las personas que la cuidaban. Nunca supo que un agradecimiento pudiera ser tan superficial. Seguramente un simple “gracias” no sería suficiente. Quería meter sus pensamientos en el fondo, en lo más profundo. Esas siete letras eran demasiado pocas, pero por primera vez se dio cuenta de que no tenía otras palabras que ofrecer.

—Gracias —volvió a decir.

Violette se quedó mirando fijamente aquellos ojos dorados y vacilantes. A Yulan nunca le había gustado el color de sus ojos; no lo despreciaba, pero le hacía sentirse distanciado a ella. Después de todo, ella sabía que había otra víctima del magnetismo creado por ese oro brillante.

Klaude Acruxis.

Era el príncipe amado de Violette, su primer amor y con quien soñó que la salvaría. Para la Violette del pasado, este color dorado era su color. Era el mismo que el de la corona de un príncipe: el color brillante del pináculo. Solo durante sus agonizantes días en la cárcel se dio cuenta de que era solo un sueño para ella y un engaño para todos los demás.

—Son realmente hermosos —dijo.

—¿Qué…?

Ella extendió la mano y le tocó la mejilla, y él no retrocedió. Cuando los dedos de ella recorrieron sus ojos, la angustia que en su rostro se convirtió en sorpresa.

Ese precioso color dorado era el color del sol, el color de los girasoles que se estiraban para recibirlo. Era la prueba absoluta de la corona que encantaba a todos. A Violette le pareció precioso. Ella había perseguido este oro, este símbolo del rey, en Klaude. Inmersa en la tragedia, había buscado convertirse en la heroína, aunque no sabía cómo llegar allí.

En el fondo de su corazón, Violette se sintió como una tonta. Solo había tenido ojos para el príncipe. Solo había sido capaz de ver ese color en Klaude. Se estremeció ante su propia mentalidad estrecha. Todo este tiempo, ese color había estado tan cerca de ella. Si ella extendía su mano, había alguien que seguramente la aceptaría. Deseó haberse dado cuenta antes de que el color del sol era increíblemente suave.

—Este es tu color.

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