Traducido por Lugiia
Editado por Freyna
Cuando Violette se dio cuenta de que no podía dormir, le resultó aún más difícil hacerlo. Cuanto más nerviosa se ponía, más se acorralaba. No sabía si solo había cerrado los párpados o si realmente había dormido; lo único que sabía era que, al llegar la mañana, se sentía más agotada. Si esto continuaba, su cuerpo no podría soportarlo. Dormía cuando perdía el conocimiento, pero eso no contaba como descanso.
Violette soportaba una sensación de pesadez, distinta de su peso normal o de la atracción de la gravedad; era como si tuviera las tripas llenas de piedras. Todo su cuerpo se sentía aplastado por una presión invisible. Si no hubiera estado en su clase de la academia, habría agachado la cabeza con un suspiro sombrío.
Para bien o para mal, era la viva imagen de la melancolía. La belleza de Violette hacía que sus ojos abatidos mirando al vacío parecieran encantadores, pero no podía decir si la atención innecesaria que recibía por ello era una ayuda o un obstáculo. Era aún más difícil de discernir en un día como hoy.
Aunque ayer había vuelto pronto a casa para evitar a Yulan, no se había recuperado del todo. Eso debería haber sido un hecho, teniendo en cuenta que su casa era tan beneficiosa para su bienestar como un pantano venenoso. Sin embargo, hacía tiempo que debería haber desarrollado una resistencia a ella tras años de noches en vela.
Pensar en su relación con Yulan y en sus nuevas emociones al respecto llevaba a su cerebro a extrapolar todas las posibilidades a una velocidad vertiginosa. Quedarse dormida le provocaba pesadillas aterradoras. Esto la dejaba incapaz de dormir o desmayarse.
Gracias a la petición de Marin al jefe de cocina de que le proporcionara raciones más pequeñas para la cena y el desayuno, Violette consiguió terminar sus comidas. Y menos mal; si Marin no hubiera sido tan perspicaz, Violette habría sido torturada por los ingredientes mientras se los hacía tragar. Estaba agradecida, pero también le dolía el corazón por la consideración de su doncella. Apreciaba lo mucho que Marin se preocupaba por ella. Era una pena que no pudiera disipar por completo su dolor.
Por lo general, sería más fácil que esto.
Como era habitual, Violette habría renunciado a sus deseos más fácilmente, o bien habría encontrado soluciones antes. Debería haber elegido el camino, entre sus limitadas opciones, que menos daño le hiciera, o haber seguido órdenes obedientemente sin pensar en ello. Preocuparse no la ayudaría; necesitaba acallar su corazón y seguir adelante.
Lo mismo debía hacer ahora. No debía pensar mucho en ello. Todo lo que necesitaba era desechar esos sentimientos, ya que solo herirían a Yulan. No sufriría más, no sentiría más dolor. Solo tenía que ver cómo las células de su cuerpo trabajaban, se procesaban y morían poco a poco. La mejor solución estaba ante ella, clara como el cristal… pero no se atrevía a ponerla en práctica.
Supuse que ya no tenía ningún otro deseo.
El recuerdo de su pecado original brillaba en su mente, creía que ya lo había agotado todo. Sus deseos reprimidos habían estallado instantáneamente fuera de ella en aquel momento y habían concluido su vida en tragedia, pero aparentemente la raíz del asunto no había cambiado.
La Violette del pasado se aferraba a su esperanza con todas sus fuerzas. Tomaba la más débil chispa de luz y sus sueños la magnificaban hasta convertirla en un poderoso sol. Un día, estaba segura, un día su príncipe vendría a salvarla. Creyó erróneamente que era la heroína de una tragedia y que se le pagarían todas las veces que había tenido que aplastar su propio corazón bajo sus talones. Tendría su final feliz. Viviría feliz para siempre y todos serían testigos de ello. La felicidad era una necesidad para todas las heroínas, así que todas sus ofensas pasadas serían perdonadas. Por eso, había seguido sofocándose a sí misma todo este tiempo.
Ahora podía reconocer cuan ridículos y tontos eran esos pensamientos. Su simple anhelo se transformó en algo retorcido. Sus sueños superaron a la realidad. Un mal final era la conclusión apropiada para una heroína delirante que pensaba que podía hacer realidad sus ideales. Con sus emociones vacías y su corazón destrozado, ya estaba completamente hueca por dentro. A cambio de la pérdida de sus sueños y esperanzas, se había tragado incluso su desesperación. Ya no necesitaba aspirar a nada ni envidiar a nadie. Debería haber sido capaz de relajarse y vivir sin más complicaciones después de deshacerse de tales deseos.
—¡Señorita Violette…!
—¡¿Eh?! Oh…, lo siento. ¿Sí?
Sumida en sus deprimentes pensamientos, había olvidado dónde estaba. Ya sabía qué tipo de rumores surgirían si actuaba tan abatida delante de los demás.
La chica que la había llamado le resultaba vagamente familiar, aunque no podía ponerle nombre a la cara. Esta chica no era más que una conocida de la clase, así que no era alguien que pudiera mantener una conversación casual con ella.
—Perdona por llamarle tan de repente —dijo la chica—. Alguien ha venido a verle.
—¿Eh?
Imaginar quién podía ser ralentizó sus movimientos. No estaba segura de cómo le había ido a Violette en el pasado, pero su lista actual de amigos era sorprendentemente pequeña. Se limitaba a las personas con las que se relacionaba, y no podía llamar amigo a ninguno de ellos. ¿Quizás era un familiar? Aunque, si ese hubiera sido el caso, la chica habría dicho “tu hermana” en lugar de “alguien”, ya que mucha gente conocía bien el árbol genealógico de los Vahan.
Eso solo dejaba otro candidato.
¿Había venido Yulan a preguntar por lo ocurrido ayer? Sabía muy bien que había concluido su última conversación de una forma poco natural, por no hablar de la actitud que había tenido al intentar evitarle. Por supuesto que Yulan sospecharía.
—Gracias por informarme —dijo Violette.
—¡De nada!
Violette miró de reojo a la mensajera, quien parecía nerviosa por algo. Su asiento estaba terriblemente lejos de la puerta y, sin embargo, le pareció que había llegado allí en un santiamén. Si Yulan había venido, Violette no sabía qué tipo de emociones podría despertar en ella. Normalmente, se habría alegrado, ¿pero ahora? Le aterraba. Sentía una opresión en el pecho. Su alegría se vio atenuada por el dolor, y su entusiasmo, por la consternación. Todo iría bien si pudiera rechazarlo fácilmente.
Atormentada por estas contradicciones y conflictos, miró a la persona que estaba al otro lado de la puerta.
—¿Qué…?
Se encontró con la mirada de alguien mucho más bajo de lo que esperaba, y solo pudo quedarse paralizada por la sorpresa y la duda. Su mente se llenó de signos de interrogación que acallaron su agitación interior.
—¿Señorita Rosette?
—¡¿C-Cómo se encuentra?!
De pie, con expresión tensa, voz temblorosa y postura rígida, se encontraba la princesa.