¡Juro que no volveré a acosarte! – Capítulo 82: Cansada de las emociones

Traducido por Lugiia

Editado por Freyna


Una súbita calma podría llegar en cualquier momento: en medio de una guerra, en la pausa entre ataques violentos, incluso durante un breve respiro del dolor. Violette sufría hasta el punto de padecer insomnio, pero agradecía cualquier respiro que le permitiera recuperar el aliento. Esta era una de esas oportunidades.

—Es usted la princesa de Lithos, ¿verdad, señorita Rosette? No es de extrañar que tenga un cabello y unos ojos púrpuras tan hermosos.

—Sí, aunque la gente con el cabello y los ojos como los míos son raros hoy en día.

—¿En serio? Nunca he estado en su país… Aun así, he podido ver antes una joya lithosiana.

Una joya lithosiana era una gema púrpura que solo podía encontrarse en Lithos. Llevaba el nombre del país, y su brillo era lo suficientemente hermoso como para atraer los ojos de cualquiera. Se decía que su valor medio triplicaba el de un diamante.

Lithos, el país natal de Rosette, era una nación pequeña pero popular entre las demás. Muchos de sus ciudadanos tenían el cabello o los ojos de color púrpura, de ahí que dieran el nombre del país a esta exclusiva piedra preciosa. El conocimiento de Violette sobre este tema se limitaba a los libros de texto y a las habladurías, pero había oído que tales rasgos eran compartidos por casi todo el mundo en Lithos. Escuchar la verdad le recordó lo difícil que era discernir los rumores de los hechos hoy en día.

—Mis hermanos son gemelos, pero solo uno de ellos tiene el cabello morado, mientras que el otro tiene los ojos morados. Aun así, sus rostros son idénticos.

—Oh, entonces debe ser fácil distinguirlos —comentó Violette.

—Je, je, eso es lo que dice todo el mundo. No deben confundir la identidad de los príncipes, así que fue un gran alivio para ellos.

—Sí, eso es… bastante importante, desde luego.

La sonrisa que se dibujó en los labios de Violette fue como una broma cruel a su costa. No tenía forma de demostrar su propia identidad por sí misma. Tras brotar, nacer y finalmente recibir un nombre, su vida había sido reconocida, dirigida por ese nombre y, en última instancia, moldeada para convertirse en un individuo. Nunca llegaría a ser otra cosa que ella misma, por mucho que adorara, envidiara e imitara a los demás; sería una mera imitación. Eso era algo maravilloso a su manera. Algo cruel y magnífico.

No podía convertirse en otra persona, pero podía sustituirla. Incluso podía transformar elementos de sí misma, en consecuencia, cuando la presionaban, así que lo daba por sentado y olvidaba que no podía hacer más. Su incapacidad para ser otra persona se le había olvidado.

—Lo es, pero… precisamente por eso quiero algo más para diferenciarlos —dijo Rosette.

Rosette pensó que era una decisión inteligente diferenciar a sus hermanos usando el método más fácil, ya que significaba que era mucho menos probable que los confundiera. Al mismo tiempo, quería ir un paso más allá y encontrar alguna forma de apreciarlos aún más como individuos.

—Aprecio a mis seres queridos, pero odio la idea de confundirlos sin los colores de sus ojos y cabello para guiarme.

No debería ser especialmente difícil. Lo único que necesitaba era mirarlos más de cerca. Los hermanos mayores de Rosette eran dos personas diferentes que habían estado muy unidas a ella desde que nació.

—Parece muy unida a sus hermanos —observó Violette.

—Lo soy. Jugábamos juntos a menudo cuando éramos pequeños. Al ser la menor y una niña, eran bastante sobreprotectores conmigo.

Violette se tranquilizó al ver la sonrisa de Rosette mientras relataba sus recuerdos, tal vez debido a cierta simpatía autoindulgente por su parte. Si Violette tuviera que comparar esa sensación con algo, sería con la ternura que sentía al leer un libro ilustrado.

—¿Su pasatiempo se debe a sus hermanos?

La expresión de Rosette se congeló por un momento. Sus ojos parpadearon aquí y allá y, aunque ahora no la llevaba encima, se quedó mirando el lugar donde ayer había estado sujetando la guía.

—Puede que me hayan… influido. El primer libro que vi fue uno de los suyos.

—Muchos chicos los tienen. Yo también tuve uno cuando era joven —le dijo Violette.

—¿Usted también?

—Más concretamente, eran de mi padre.

Eran los mismos libros que su padre había leído de joven y que su madre le había preparado. Los ejemplares que su padre había utilizado estaban terriblemente deteriorados y no eran aptos para la lectura, pero Bellerose había encargado fácilmente otros nuevos a la editorial.

—Me gustaba la guía de minerales, así que la leía a menudo. No me interesaban tanto las joyas en sí; en cambio, me llamaba la atención los lugares de producción y el lenguaje de las piedras.

—¡Oh! ¡A mí también!

Poco a poco, el vaivén de su conversación continuó y fueron actualizando los límites de cada una y confirmando los de la otra. Para no pasarse de la raya ni pisarse los talones, conversaron eligiendo cuidadosamente sus palabras; tal contención pesaba sobre sus corazones y sus mentes y las dejaba agotadas. Sin embargo, era mucho más significativo pasar el tiempo de este modo que con sus tácticas habituales de congelar sus pensamientos, reprimir sus corazones y mantener la boca bien cerrada. Esta fatiga era cómoda, y ninguno de las dos la había sentido en mucho tiempo.

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