¡Juro que no volveré a acosarte! – Capítulo 83: Una pizca de picante

Traducido por Lugiia

Editado por Freyna


Cuando las dos agotaron un tema, pasaron sin problemas a otro. Pasó bastante tiempo antes de que Violette se diera cuenta de que este ciclo repetido se conocía como “charlar”. Había supuesto que esta chica era su polo opuesto, pero Rosette había callado mientras soportaba penurias como Violette. Cuanto más hablaban, más similitudes sentía Violette entre su yo interior. ¿Quién habría imaginado semejante evolución entre dos chicas que habían asumido que no tenían nada en común? Sin embargo, una vez que Violette lo pensó, tenía bastante sentido.

Violette había sido criada como un chico durante su etapa más influyente de la infancia, mientras que Rosette poseía aficiones y preferencias muy alejadas de su imagen de princesa perfecta. Las dos se aferraban a cosas que las alejaban del marco de una dama. Aunque sus intereses no coincidían exactamente, su parentesco en este sentido ayudaba a que sus temas de conversación convergieran sin problemas.

—Lo que más me estresa es tener que hacerme un vestido nuevo —dice Rosette—. Los estilos que prefiero siempre parecen ir en contra de lo que la gente espera de mí.

—Exacto… Los vestidos que me gustan nunca son los que me sientan bien.

—¿Usted también termina eligiendo siempre el vestido que le sienta bien?

—Sí. Puedo evitar montar una escena llevando ese, así que por eso lo elijo.

—Lo entiendo perfectamente…

Por mucho que se alejaran de las impresiones que los demás tenían de ellas, nunca podrían escapar a esos moldes tan estrechos. Una chica era un lirio puro y pulcro, y la otra una rosa encantadora y preciosa; elogios que serían difíciles de soportar en absoluto, si no hubiera una pizca de verdad en ellos. Estas dos caminaban por la misma senda, por lo que los problemas a los que se enfrentaban y los obstáculos que las entorpecían eran idénticos. Luchas como estas no podían discutirse con otros, así que ahora que cada chica había encontrado un oído comprensivo, era como si se hubieran abierto las compuertas.

Rosette miró a lo lejos y sonrió.

—Me hace feliz oír que los colores claros me sientan bien, pero acabo tomándome tantas molestias para no ensuciarlos que me canso mil veces más cuando los llevo.

Violette esbozó su propia sonrisa irónica.

—Las manchas resaltan más en los tejidos claros…

Fue un intercambio refrescante que la animó. Nunca habría tenido una conversación así con nadie más. Cuando estaba en la escuela media y poco después de pasar a la academia, Violette estaba rodeada de un montón de gente. Se preguntaba cuánto alboroto crearía si hablara así con ellos. Cualquiera que destrozara su imagen pública sería devorado vivo por sus antiguos admiradores. Los que se imaginaban a Violette como una reina en la cúspide nunca le permitirían mostrar el menor atisbo de debilidad.

En el pasado, esa sensación la había reconfortado: sumergirse en el sueño de ser todopoderosa la ayudaba a sentirse fuerte en el mundo real. Ahora se daba cuenta de lo presionada que debía de estar para creerlo. Una vez que la propia Violette se había creído la fantasía, y no solo los que la rodeaban, no tardó en abusar de su supuesto poder… aunque ahora no era el momento de hablar de ese oscuro pasado potencial. Tampoco tenía tiempo que perder revolcándose en la vergüenza. ¡Cómo deseaba poder borrar de su memoria todo rastro de aquella miserable historia!

—Yo soy todo lo contrario —dijo—. Los colores claros no me sientan bien, así que no tengo que preocuparme por eso… pero, ¿no le parecen los corsés dolorosamente restrictivos?

Lo que la gente exigía de Violette era elegante esplendor y sensualidad, que su sola presencia llamara la atención. Tales impresiones rara vez la hacían simpática a los demás, pero simpática era lo último que querían que fuera. El público quería que llamara la atención y que se mantuviera a distancia, lo cual se ajustaba a sus necesidades; aunque detestaba destacar, era preferible a la ira que recibiría si se vistiera con un atuendo soso y desaliñado.

Nunca le había gustado su aspecto. En todo caso, lo odiaba. En el pasado, se había negado a mirarse al espejo. Por aquel entonces, despreciaba todo lo que la componía, desde la sangre de sus venas hasta sus propios genes. Ahora se preguntaba cuándo sus rasgos se habían vuelto “normales” para ella. Pensó en la cara que odiaba, en su molesto cabello, en los detestables vestidos que cubrían su cuerpo. ¿Por qué todo había dejado de parecerle tan insoportable?

Era porque… Yulan me hacía cumplidos.

Lo que le vino a la mente fue el chico que siempre sonreía a su lado. Llevara lo que llevara —ropa de chico, vestidos para acompañar su cabello desordenadamente recortado, incluso su ropa favorita que otros despreciaban—, él la elogiaba con una amplia sonrisa que borraba las voces de los demás. Ni una sola vez había levantado la nariz, independientemente de quién la mirara mal o de lo mucho que se alejara su atuendo de la norma.

—Es precioso. No, adorable. Te sienta muy bien.

—Todo lo que llevas es maravilloso, Vio.

Sus palabras le permitieron sentirse orgullosa de sí misma, reconocer su cuerpo como propio. No le gustaba nada de sí misma, ni su cabello, ni sus ojos, ni su sangre, ni siquiera las células que formaban todas esas partes. De todos modos, había empezado a pensar que estaba bien. Yulan amaba y atesoraba las partes de ella que detestaba. Si él la amaba, tal vez ella podría amarse a sí misma a través de él.

—Er, ¿señorita Violette? —llamó Rosette.

—¡Ugh! Lo siento. Terminé… perdiéndome en un recuerdo.

—Por favor, no se preocupe. ¿Fue agradable?

—¿Eh?

—Je, je. Su cara lo decía todo. Parecía encantada.

Rosette lucía una sonrisa despreocupada, pero Violette se quedó sin palabras. Incluso el débil sonido de la brisa se hizo distante, de modo que solo la voz de Rosette sonaba clara y nítida en su mente. ¿De verdad había puesto Violette una cara tan feliz mientras pensaba en Yulan? ¿Aunque el recuerdo no fuera agradable?

Este mundo había convertido a Violette en una criminal retorcida y miserable que deseaba la desgracia y la muerte a los que la rodeaban. La ética, la moral e incluso la ley podían dejarse de lado. Y sin embargo, no todos sus recuerdos eran feos.

—Sí… —dijo lentamente—, era feliz. Era… muy feliz.

Consiguió forzar estas palabras, tan plagadas de pausas e intervalos temblorosos y silenciosos como estaban. Eran, sin duda, los verdaderos pensamientos de Violette. Rosette se preocupó cuando Violette bajó la mirada y se cubrió la cara con las manos. Todo lo que pudo hacer fue acariciar suavemente la espalda de Violette, incluso cuando la chica parecía tambalearse al borde del llanto.

No había lágrimas en los ojos de Violette. Incluso en medio de su caos interior y su desconcierto, lo único que podía sentir en ese momento era alegría. Se sentía mimada por la amabilidad de Rosette, ya que la princesa la había acompañado sin hacer preguntas.

Violette era feliz. Ese era el origen de su dolor. No era plenamente consciente de ello; no había intentado ver lo que había más allá. Violette anhelaba ser feliz… pero su verdadera felicidad siempre había estado a su lado, sonriéndole.

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