¡Juro que no volveré a acosarte! – Capítulo 84: La persona ideal

Traducido por Lugiia

Editado por Freyna


Violette mantuvo la cabeza gacha hasta que sonó el timbre de clase, pero Rosette no se entrometió. Solo preguntaba si Violette estaba bien, sin esperar de Violette más respuesta que un “lo siento” o tal vez un “estoy bien”. Entonces Rosette la tranquilizaba a su vez con una cálida sonrisa. Al parecer, la chica conocía bien la línea que separa la amabilidad de la imposición. Forzar más allá de las barreras podía resultar eficaz para ciertas personas en crisis, pero viendo que Violette no podía verbalizar sus propias necesidades, agradeció la contención de Rosette.

—Lo siento, señorita Rosette —dijo Violette.

Hoy era el primer día que Violette mantenía una conversación sincera, y acabó dejando ver en su rostro sus verdaderos sentimientos. Un desliz así habría sido impensable para ella normalmente. Aunque sus incipientes sentimientos hacia Yulan eran un factor, sospechaba que la razón principal era lo parecida que había sido su situación a la de Rosette, mucho más parecida de lo que jamás hubiera imaginado. Su corazón había reaccionado a la comodidad y la camaradería que sentía con Rosette abriéndose demasiado.

Violette y Rosette formaban parte de los pocos desafortunados que se enfrentaban a la misma presión tanto en la realidad como en el mundo idealizado. Aun así, no había que dar por sentado que todos los miembros de esta minoría se entendían a la perfección. Eso no los diferenciaría de los aspirantes que proyectaban sus ideales sobre Rosette.

—Le habré dado un buen susto —murmuró Violette—. Por favor, olvídelo.

—No hay por qué preocuparse. Además, fui yo quien le sorprendió ayer. Ahora somos iguales.

Violette pensó que había una diferencia significativa entre descubrir un secreto interior que chocaba gravemente con la propia imagen y un repentino arrebato de emoción, pero Rosette parecía comprensiva. No podía saber si la princesa era sincera al considerarlas iguales o simplemente actuaba por consideración a su bienestar, pero una cosa estaba clara en este breve intercambio: la amabilidad de Rosette. No ridiculizó a Violette, ni arrugó la cara con fastidio, ni la acosó para pedirle detalles, ni tampoco la reprendió. Violette se alegró de que le dieran ese espacio para estar tranquila.

—¿Volvemos por ahora? El timbre de la clase ya ha sonado una vez, así que dudo que nos quede mucho tiempo —dijo Rosette.

Si no regresaban antes de que sonara el segundo timbre, llegarían tarde. Tanto la desfavorecida Violette como la querida Rosette querían evitarlo a toda costa. La academia enviaba un grupo de búsqueda excesivamente numeroso cuando desaparecía un alumno. Era de esperar, ya que los hijos e hijas de la nobleza y la familia real asistían a esta escuela; sin embargo, a los propios estudiantes les resultaba sofocante causar tal alboroto.

El camino de vuelta a las aulas era esencialmente el mismo para todos los alumnos. Todos estaban agrupados en la misma esquina del campus, aunque estuvieran en plantas separadas. Sin embargo, incluso un solo rincón de esta academia tan grande era aterradoramente grande. Mientras caminaba codo con codo con Rosette, Violette sacó a relucir algo que le rondaba por la cabeza.

—Eso me recuerda —empezó—. Usted sabía dónde estaba mi clase.

Todas estas sorpresas habían eclipsado el hecho, pero sentía curiosidad por saber cómo alguien a quien nunca había conocido formalmente había sabido en qué clase estaba. Violette apenas conocía los nombres de sus propios compañeros. Obviamente, no estaba en la misma clase que Rosette, pero a la princesa no debería haberle importado dónde estaba si no tenía ni idea de por dónde empezar a buscar.

—Solo oí que estaba en la clase de al lado. Después de todo, usted es… famosa.

Aunque lo dijo dulcemente, Rosette se refería claramente a la infamia de Violette. Había causado problemas a Klaude, y había habido un clamor tras el asunto con su hermanastra. Lo más probable es que Rosette se refiriera a lo segundo. Lo primero era culpa de Violette, por supuesto, pero fue arrastrada a la fuerza al asunto con Maryjun. No sabía si enfadarse o asombrarse de que las interferencias de su padre tuvieran un impacto tan lejano como la academia, pero se decantó por el asombro. El enfado solo la llevaría a un mal final como el que había sufrido en el pasado. No merecía la pena gastar energía.

—Sin embargo, no pude saber en cuál de las clases vecinas se encontraba. Tenía la intención de mirar dentro de cada una de ellas. —Con una sonrisa adorablemente tímida, añadió—: Por suerte, acerté a la primera.

Desde su forma de caminar hasta las caras que ponía, Rosette personificaba la elegancia. Era lógico que los demás la alabaran como la dama ideal; Violette supuso que había dominado la imitación de ese ideal tan a fondo que ya era algo natural para ella. Puede que Rosette creyera que estaba lejos de ser ideal, pero su verdadera naturaleza era la de una princesa encantadora y respetable.

—Me toca a mí buscar su aula, entonces —dijo Violette.

—¿Eh?

—Sí… ¿Qué le parece a la hora de almuerzo?

—¡Oh! ¡A-Absolutamente! ¡Le estaré esperando!

Solo había una clase al lado de la de Violette, así que no necesitaba ir a buscarla, como había hecho Rosette. Rosette se había dado cuenta de su invitación indirecta y aceptó de inmediato con las mejillas sonrosadas y asintiendo extasiada.

Era sorprendente lo rápido que su refinada imagen cambiaba a una de inocencia infantil. Sus expresiones eran tan rápidas y claras que era fácil leer su mente, y aunque no era capaz de hablar libremente, sentía sus emociones con todo su corazón. No era una oyente pasiva de sonrisa suave; participaba activamente en conversaciones como esta. Aparte de su conducta impecable, esta Rosette era muy distinta de la imagen que se rumoreaba de ella.

Saber esto de ella no era necesariamente bueno. Violette se preguntó si habría sido mejor ignorar a alguien como Rosette, atormentada por un secreto pero capaz de comportarse con elegancia. Confiar en alguien no garantizaba que las cosas fueran a mejorar a partir de ese momento, y que alguien confesara un secreto no era prueba de que fuera digno de confianza.

Ella lo sabía, pero eso no cambiaba nada. Violette pensó que Rosette estaba preciosa ayer, hoy e incluso en ese momento. Con su sofisticada impresión anterior hecha añicos a su alrededor, esta versión de Rosette era todo aquello a lo que Violette aspiraba.

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