¡Juro que no volveré a acosarte! – Capítulo 90: Tweedia Azul [1]

Traducido por Lugiia

Editado por Freyna


El deseo de Violette surgió, retrocedió y volvió a surgir. Por mucho que creyera que la asfixiaría si lo dejaba crecer, no podía soportar matarlo. Sus semillas debían de estar sembradas desde hacía mucho tiempo, en algún lugar seguro de las profundidades más recónditas e inescrutables de su corazón, donde ni siquiera ella podía llegar. Por eso, nunca se había dado cuenta, y antes de que tuviera la oportunidad, la semilla rompió sus confines y extendió sus raíces por todo su cuerpo. Su corazón ya no podía ocultar este sentimiento.

Quería que alguien la arrancara de raíz, por la fuerza si era necesario. Luego, quería que alguien incendiara la tierra para que nada más pudiera volver a crecer allí. Eso la ayudaría a despertar y a darse cuenta de que esta felicidad era una ilusión.

—Marin, yo…

—Señorita Violette.

Violette parecía desesperada por ser rescatada de su terror. Su mano se aferró de nuevo a la doncella. Marin la agarró firmemente y se negó a soltarla. La calidez de la mano de la doncella y el tono de su nombre hicieron que la niña perdida la mirara finalmente a los ojos del color del sol.

—Está bien —dijo Marin con firmeza.

Cada palabra era vívida y clara, de esa manera, Violette las recibiría mejor. Las vibraciones auditivas transmitieron esas palabras, y su intención, hasta el último centímetro de su cuerpo.

—No pasa nada. No hay nada que temer. No tiene por qué preocuparse.

El tono cándido de Marin no era muy diferente del habitual. No había nada especial en esas palabras, anunciadas de hecho, pero a Violette le resultaba increíblemente difícil aceptarlas. Qué aterrador es que te aseguren sin pruebas que todo va bien.

—P-Pero yo… yo…

Los labios temblorosos de Violette no podían filtrar sus pensamientos dispersos. A la deriva en las profundidades de su miedo como estaba, sintió que incluso estar de acuerdo con la afirmación de Marin era un pecado.

Ya había cometido antes un grave error. El amor, el afecto, la fortuna… todo ello tenía un alto precio, y ella no se había dado cuenta de lo alto que había sido ese precio. El llamado “primer amor” de Violette estaba plagado de errores. Había hundido en la miseria a innumerables personas y había hecho llorar a muchas más. No presagiaba nada bueno.

—Si le hago daño —jadeó, luchando por mantenerse a flote—, ¿qué debo hacer?

Solo pensarlo la horrorizaba.

♦ ♦ ♦

Marin recordó el momento en que Violette le había hablado de su amor con todo lujo de detalles. Con una sonrisa encantada y una voz aguda, Violette le había contado a borbotones que había encontrado a alguien a quien amaba. Bellerose había dejado a la chica como una cáscara hueca, por lo que era significativo que la cáscara de Violette hubiera recuperado su corazón. Ilusión unilateral o no, nadie podía condenarla por soñar con la felicidad, y Marin y Yulan en particular eran las últimas personas en decir una palabra contra ella.

A pesar de lo estable que era cuando hablaba de Klaude, había algo decididamente extraño en los modales de Violette. Dado que sus sentimientos no eran puros, era de esperar; la desesperación de Violette por ser amada se vio avivada por la negativa de Klaude a ceder. Parecía preparada para explotar en cualquier momento… y Marin pensaba que probablemente lo haría, hasta hacía poco.

La pólvora se humedeció. El temporizador se detuvo. La temida bomba se convirtió en un montón de chatarra como por arte de magia.

—No pasa nada —volvió a decir Marin. Se lo repitió una y otra vez a la chica, presa de su propio pánico. Luego, cambió bruscamente de táctica—. ¿Le agrado, señorita Violette?

—¿Hm? —vaciló Violette—. P-Por supuesto. Te quiero.

—Yo también la quiero, señorita Violette.

Violette ladeó la cabeza, confundida. Marin le respondió con una sonrisa tan tenue que pocos la habrían reconocido como tal.

—Nunca me ha hecho daño. Me ha amado de verdad.

Ser amantes y ser ama y sirvienta eran dos cosas distintas. Marin, quien no había experimentado el amor por sí misma, podía sin embargo imaginar que la naturaleza de la relación, las emociones implicadas e incluso el significado de ese amor eran todos diferentes. Aun así, Marin sabía desde hacía tiempo que Violette la apreciaba y que eso era amor. Gran parte de la felicidad en la vida de Marin se había generado a partir de ese amor.

Entendía muy bien el miedo de Violette. La realidad que habían vivido y en la que habían crecido era sucia. Tanto ella como Violette, explotadas por la realidad, no podían permitirse creer en bellas historias de amor. El sueño de Violette de un “primer amor”, un sueño que anhelaba y por el que luchaba, y que finalmente consiguió, era un eco de su doloroso pasado, nada más. Marin no quería que Violette dejara de lado sus sentimientos por algo tan intrascendente.

—Por favor, no tenga miedo. No deseche su amor.

Violette, quien ya no podía mantenerse en pie, se sentó temblorosamente en el suelo. Marin habría acompañado a Violette al sofá de inmediato, pero en lugar de eso, también se sentó y apretó la cara contra la de su ama. La chica la miró como una niña pequeña, con el ceño fruncido por la inquietud, así que Marin le aseguró una vez más que todo estaba bien.

—Por favor, no rechace la idea de que puede ser feliz.

Estar al borde de las lágrimas mientras expresaba sus sentimientos era mucho mejor que hablar de su primer amor con una falsa sonrisa dibujada en la cara. Por mucho que Marin deseara ver sonreír a Violette, esta sinceridad era preferible. Marin nunca permitiría que el dolor o el odio inhibieran la felicidad de Violette a largo plazo, y eso era el doble de cierto en el caso de Yulan.

—Soy tan afortunada de ser amada por usted —le dijo Marin.

Desde el día en que le habían salvado la vida hasta ahora, Marin había recibido muchas bendiciones. Era completamente diferente a su vida en la iglesia, donde sus escasas emociones oscilaban entre la decepción y el fastidio. Aunque albergaba muchos sentimientos negativos e indescriptibles como el dolor y la ira, ninguno de ellos cambiaría cómo se sentía ahora mismo. Amar a Violette, y ser amada por ella, hacía feliz a Marin.

—Estaba… feliz —admitió Violette.

Por fin, el obstinado sentimiento de Violette salió a la superficie. Su vocecita solo podía llegar hasta Marin, quien estaba sentada a un cabello de distancia. No importaba. Marin no quería que nadie más la oyera. Los verdaderos sentimientos de Violette eran así de preciosos, sagrados y delicados para ella.

—Cuando me di cuenta, me… alegré.

—Cierto.

—Quiero decir… Yulan es… maravilloso.

—Sí.

—Es amable. Él… siempre sonríe para mí.

—Sí.

—Él… siempre está conmigo, escuchándome mientras… hablo.

—Así es.

—Me llama por mi nombre, me llama Vio. Su voz me hace sentir tan cálida por dentro.

Poner sus sentimientos en palabras les dio carne, sangre y forma. Su figura se hizo más nítida en su mente. Podía imaginarse las anchas formas de su amado volviéndose para mirarla, su suave cabello meciéndose con la brisa.

—Me dijo… que… no estaba sola.

Mientras Violette cerraba lentamente los ojos, pudo ver a Yulan sonriendo y dándole las gracias aquel día.


[1] Tweedia son plantas herbáceas erectas o enredaderas sufrútices.

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