La Legión del Unicornio – Capítulo 2: Lágrimas de Sirena

Traducido por Kavaalin

Editado por Nemoné


Cuando Ellen salió del bar, no se podía decir que su condición fuera buena, pero al menos podía caminar por sí mismo. A comparación de aquellos a los que tenían que cargarlos, o de los borrachos que se recargaban contra la pared para vomitar, él podía considerarse relativamente sobrio.

La puerta del bar se cerró detrás de él, con un grave sonido metálico. Seguidamente, todo quedó en silencio.

El toque de queda impuesto en tiempos de guerra ya había sido levantado, pero durante la noche, los barrios bajos de la ciudad pertenecían a los carteristas, ladrones, asesinos y comerciantes ilegales, por lo que la gente normal no vagaba por aquí.

La luz de la luna descendía gentilmente, derramándose en las viejas calles. Las pequeñas callejuelas de ambos lados lucían como si estuvieran rechazando la luz, sumiéndose completamente en la oscuridad. Ni siquiera el elfo, con su visión nocturna, podía ver algo en ellas.

No te acerques, era como si le estuvieran dando una advertencia silenciosa. Entonces, algo pareció moverse en la oscuridad.

Ellen posicionó su mano en su daga y miró en esa dirección. Un grupo de personas salió en parejas de dos y de tres. El elfo dejó de retener su respiración.

Eran mercenarios. Y aunque había algunos que le eran desconocidos, la mayoría podían considerarse como rostros conocidos. Unos incluso habían participado en misiones junto a él.

El líder, quien era un bandido, pareció reconocer a Ellen. Le asintió en forma de saludo, y seguidamente se volteó en otra dirección.

Probablemente regresaba a la posada después de una misión, pensó el elfo mientras caminaba silenciosamente unos diez pasos detrás de ellos.

La posada era simplemente La Posada, no había nombre en el cartel. Pero ya que era el único lugar en los barrios bajos que aceptaba hospedar mercenarios, se había llegado a un consenso implícito de llamarla El Hogar de los Mercenarios. 

La historia era que el dueño fue salvado por un mercenario en su juventud. Este estaba feliz de aceptar personas que eran consideradas vagabundos y matones a los ojos de la gente normal, siempre y cuando estos estuvieran dispuestos a pagar una tarifa de habitación, incluso más cara que la de una persona normal.

El Hogar de los Mercenarios estaba ubicado en los límites de los barrios bajos, era una agrupación de edificios rodeados de murallas enormes.

Las historias decían que fue reacondicionada de una instalación de encarcelamiento, razón por la que estaba lejos de los barrios civiles y en el centro había un gran terreno baldío. Ese terreno había sido usado para albergar refugiados de todas partes, pero dado a que la guerra ya había terminado, estos fueron enviados de regreso. Ahora todo lo que quedaba eran cobertizos toscamente construidos, que aún no habían sido desmantelados.

Entre los múltiples cobertizos había un pequeño y gastado camino, el cual sólo era utilizable para pasar de un lado al otro. Desde que puso un pie en ese terreno, Ellen sintió una extraña atmósfera.

Tal vez se debía simplemente al efecto del alcohol, o quizás era debido a que esta era la primera vez que regresaba tan tarde o, tal vez era por… Sí, era por el silencio.

Un grupo de mercenarios que regresaban de una misión, completamente armados, no necesitaban preocuparse de que alguien buscara pleito, así que no había ninguna razón para que actuaran discretamente. En este momento deberían estar riendo y bromeando ruidosamente, pero ninguno de ellos hablaba.

Como si no estuvieran regresando a casa después de una misión, sino que estuvieran en medio de una…

Ellen levantó su cabeza, finalmente confirmando sus sospechas. El número de personas era diferente. Un grupo que comenzó con alrededor de diez personas, ahora sólo se constituía de cuatro.

Caminando delante de él había un guerrero, dos bandidos y un arquero. Ellen estaba casi seguro de que aquellos faltantes eran en su mayoría arqueros. Y naturalmente no era porque estuvieran perdidos, sólo escondidos, preparándose para pillarlo desde atrás, previniendo que la presa escapara.

No era una mala trampa, desafortunadamente, una vez que la presa se daba cuenta de todo perdía sentido. Los labios del elfo formaron una sonrisa socarrona, se agachó silenciosamente y desapareció detrás de uno de los cobertizos.

El primero en notar que algo iba mal fue uno de los bandidos. Cuando miró hacia atrás, se dio cuenta de que el elfo ya no los seguía, así que inmediatamente alertó a los otros tres.

Desde la distancia, Ellen observó cómo los cuatro se detenían, hablaban por un momento y, seguidamente daban media vuelta, regresando cuidadosamente por donde habían venido.

Qué mal que no fueran lo suficientemente estúpidos como para buscarme por separado, pensó Ellen con un poco de arrepentimiento. Ya que una lucha de cuatro contra uno seguía siendo un poco agotadora.

Mientras los cuatro buscaban exasperadamente por su presa, Ellen ya había encontrado a dos de los arqueros escondidos y se había hecho cargo de ellos. Después de eso, se coló con éxito detrás del grupito.

El último miembro del grupo de cuatro hombres era un guerrero. Este sentía ganas de maldecir. Pasaron todo el día buscando en las calles a este maldito bastardo y resultó que se estaba ocultando tranquilamente en el bar, y ahora…

El guerrero tiró su yermo de la frustración y miró a su alrededor, esperando encontrar al elfo borracho tirado en algún lugar del camino.

— ¿Me estabas buscando?

El guerrero volteó su cabeza sin pensar, y lo que lo recibió fue la empuñadura de una daga que lo golpeó en la nariz. El dolor hizo que sus ojos lagrimearan. Esto fue seguido de otro golpe en su nuca. El hombre cayó, al igual que su armadura y todo, en el camino enlodado.

Los dos bandidos y el arquero restante se posicionaron en formación de batalla creando una línea recta y encarando al enemigo. Entonces, los pocos arqueros que aún estaban escondidos se encontraron con que, incluso si quisieran ayudar, la única barrera entre ellos y el objetivo eran sus tres camaradas.

Tendrían que elegir entre abandonar su ventaja al atacar a distancia y, correr al frente de batalla a ayudar, o escoger la salida fácil, la cual era disparar de vez en cuando una flecha o dos, y entonces pretender haber muerto… Escogieron la última opción.

El puño del elfo golpeó al azar, dándole al pecho del arquero desprotegido de armadura y, así, el experto al que llamaban El que podía golpear a un jabalí a 100 pasos de distancia (también conocido como el Jabalí Veloz), se retorcía en el suelo como un moribundo.

En ese momento, uno de los bandidos al fin logró colarse detrás del elfo. Preparándose para apuñalarlo en su desprotegida espalda, justo cuando estaba por embestirlo, su rostro recibió un sonoro codazo y terminó acompañando a sus camaradas en el suelo.

El bandido restante era, indudablemente, el líder del grupo. Al enfrentar a este tipo de ataque no entró en pánico, sólo desenvainó su daga, bloqueando el cuchillo del elfo. Estaban básicamente igualados, pero el bandido se sintió aliviado.

El elfo frente a él no era bueno con los combates cuerpo a cuerpo, sólo dependía de su agilidad y su visión nocturna, ganando con ello un poco de ventaja en esta contienda. Además, el elfo no vestía ningún equipamiento protector, así que incluso un pequeño corte podría hacer decaer bastante su energía. En comparación, su armadura ligera ya había bloqueado varios intentos de ataque de la daga.

A medida que el tiempo pasaba y se extendía el combate, la victoria se asentaba cada vez más hacia su favor. Pero, en ese momento, el arquero oculto hizo su movimiento, como si despertara de una ensoñación.

Las flechas volaron hacia ellos, una detrás de otra, en un ángulo bajo, claramente apuntando a la parte baja de sus cuerpos. Siempre y cuando tuvieran la suficiente suerte como para darle al objetivo, estaría bien que un compañero sufriera una pequeña herida accidental.

El bandido comenzó a sentir la presión inmediatamente. Era como si el elfo estuviera danzando, deslizándose despreocupadamente a través de la lluvia de flechas mientras, al mismo tiempo, conducía a su oponente hacia la línea de tiro del arquero.

Una fría briza seguía al camino de las flechas, rozando una y otra vez contra la tela de sus pantalones. Hasta que una chocó contra el cuerpo del bandido y la tela cercana a sus piernas o, más exactamente, un lado de sus nalgas fue dejada con un agujero.

La herida no era profunda, pero ardía dolorosamente. El bandido ya no pudo soportarlo más y abrió la boca para gritar enfurecido.

— ¡¿Pueden los malnacidos, dejar de disparar?! ¡Son una panda de…!

Quién sabe si la siguiente palabra era cerdos o burros, pero la sensación de algo frío y duro contra su garganta lo detuvo. Los verdes orbes del elfo, que reflejaban la luz de la luna, lo miraban calmadamente.

—Aunque dudo que obtenga una respuesta, por educación te lo preguntaré. ¿Quién los envió?

El bandido finalmente tomó su decisión, cuando sintió el filo de la daga presionado contra su garganta. Cerró sus ojos y rasguñó una hendidura en su daga.

Una nube de gas morado se esparció silenciosamente desde en medio de ambos. Era gas venenoso. El elfo saltó hacia atrás instintivamente, conteniendo la respiración. Pero había juzgado mal, ya que el gas no apuntaba a sus pulmones.

El suelo nocturno se transformó en un bosque ensombrecido por árboles. El sol brillaba a través de sus copas dejando sitios iluminados en el suelo. De entre el sonido de las cigarras, el elfo levantó su cabeza, diciendo débilmente:

—Ellos…

Los vio de pie debajo de los árboles, saludando en su dirección.

Las Lágrimas de Sirena. Un alucinógeno creado usando las lágrimas de las criaturas mágicas, las Sirenas, junto a una poderosa magia psicológica. No era letal y, debido a su alto costo, casi no era usado en batallas reales. Hace trescientos años era una droga popular en el mercado negro. La gente decía que, en las lágrimas de una Sirena, podrías ser capaz de ver el cielo.

El elfo se tambaleó y cayó. El bandido, un veterano mercenario llamado el Tiburón de la Dentadura Dorada, suspiró con sincero dolor, guardando su daga.

La herramienta que su empleador les había dado fue usada como si nada. Aunque originalmente quería guardarla para emergencias, no planeaba intercambiarla por dinero. Pero, comparado con la recompensa de esta vez, a quién le iba a importar si se usaba.

El Tiburón de la Dentadura Dorada suspiró nuevamente y se arrodilló para comprobar el estado de sus camaradas. Parecía ser que el elfo había sido misericordioso, ya que todos respiraban. Era desafortunado, pero él arreglaría ese error rápidamente.

El Tiburón de la Dentadura Dorada tomó la daga del elfo y dibujó una línea a través de la garganta del guerrero La Coraza, seguido del arquero El Jabalí Veloz, finalmente su colega La sombra.

Los arqueros escondidos en el claro ya se habían levantado y se dirigían en su dirección.

Esos idiotas.

El Tiburón de la Dentadura Dorada rió con frialdad para sus adentros. El elfo era liviano, así que no requería de dos personas para cargarlo. Por lo tanto, sólo una persona saldrá con vida de este terreno para reclamar la recompensa.

2 respuestas a “La Legión del Unicornio – Capítulo 2: Lágrimas de Sirena”

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