Traducido por Zico
Editado por Michi y Lugiia
Esta es la historia de una princesa de cierto reino.
Una historia que comenzó cuando nuestra princesa, quien siempre había albergado un profundo anhelo por la magia, recordó fragmentos de su vida anterior.
En ocasiones, ejerció su influencia y, en otras, su encanto; no obstante, siempre persiguió el fascinante poder llamado «magia».
Así es como comenzó su historia…
♦ ♦ ♦
Siempre me ha gustado la palabra «magia». Tiene una forma de hacer feliz a las personas, de poner una sonrisa en sus rostros.
Adoro la magia porque está más allá de los límites de la realidad. Si alguna vez me hubieran dado una lámpara mágica, con gusto habría gastado los tres deseos en poder usar magia, ya que nada me gustaría más que eso.
Entonces, por un repentino giro del destino, recordé detales de mi vida pasada.
Me llamo Anisphia Wynn Palettia y soy la primera princesa del reino de Palettia.
Todo comenzó cuando tenía cinco años y soñaba despierta, mirando al cielo y pensando en lo increíble que sería tener magia y poder volar.
Ese revoloteo por mi mente fue el catalizador.
Antes de que tuviera tiempo de preguntarme por qué tuve ese pensamiento, los recuerdos de mi vida pasada volvían a mí con la misma facilidad que un pequeño detalle olvidado.
Era como si las piezas de un rompecabezas finalmente encajaran, como si hubiera redescubierto algo que me había faltado durante toda mi existencia. Aquel día, fue un punto de inflexión.
Los recuerdos de mi vida pasada estaban llenos de misterio. Me venían a la memoria, uno tras otro: aviones que surcaban el cielo, carreteras asfaltadas, coches que las cruzaban a toda velocidad y otros productos de la civilización que me parecían tan corrientes.
No obstante, en este mundo, todas esas cosas eran desconocidas. Aquí, no hay «aviones» ni «coches». Lo único que surcaba el cielo eran los pájaros y los monstruos. Las carreteras no eran de asfalto y las recorrían carruajes tirados por caballos, no coches.
En mi vida anterior, los aristócratas y los nobles no habían sido más que personajes de cuentos, pero aquí yo era una princesa real.
Mientras todos estos recuerdos volvían a mí, de mi labio escaparon las palabras:
—Uh-oh…
El desconcierto que sentía comenzó a preocuparme. Desde que esos recuerdos de mi vida pasada volvieron a mí, su influencia en mis pensamientos, creencias y valores se estaba imponiendo a mi educación como la princesa Anisphia.
Era consciente de mis obligaciones como miembro de la familia real, de la dignidad y el aplomo que se esperaban de mí como aristócrata. Siempre fui consciente de ello. Y, sin embargo, mi sentido de la conexión con esos ideales se había desvanecido. En mi vida anterior, el mundo funcionaba incluso sin nobles. Cuando pensaba en ello de ese modo, empezaba a sentirme inquieta, como si de algún modo estuviera en desacuerdo con mi propia educación actual.
Sabía que yo era la extraña, la que estaba fuera de lugar. No obstante, aun así, al ser consciente de todo esto, no quería cambiar lo que me parecía el modo apropiado de hacer las cosas. Nada bueno vendría de revivir estos recuerdos ahora.
—¡Bueno, no importa!
Decidí no preocuparme por ello. Al fin y al cabo, solo tenía cinco años. Mis valores cambiarían inevitablemente con el tiempo y la experiencia. ¿Quizá podría arreglármelas?
En aquel entonces, fui demasiado optimista y suponía que podía dejar el tema para más adelante. Me preocupaba más cumplir los deseos que ahora tenía a mi alcance que preocuparme por los problemas que pudieran surgir en el futuro.
—¡Es cierto! ¡Este mundo tiene magia!
En este mundo, la magia no era solo algo que aparecía en los cuentos de hadas y las historias fantásticas, sino que existía de verdad.
La gente podía dominar el fuego, manipular el agua, dirigir el viento y la tierra. No podía comentar qué teoría o lógica había detrás de esas habilidades, pero el mero hecho de ser testigo de todo ello hacía que mi corazón diera volteretas.
Si pudiera utilizar magia, al ser consciente de su existencia, quizá podría volar. No podía dejar de pensar en ello. Mi imaginación volaba y mi corazón se aceleraba.
—No hay tiempo como el presente, ¿verdad?
Con renovada determinación, apreté los puños y salí corriendo de mi habitación tan rápido como mis pies me permitían.
Al atravesar los pasillos del palacio real y doblar una esquina, me crucé de repente con una joven, una doncella al servicio del palacio. Agaché un poco la cabeza e intenté escabullirme, pero…
—¡¿Su Alteza?! No debe correr por los pasillos —dijo aquella mujer, agarrándome por detrás para que ni pudiera escapar.
Forcejeé un poco, pero me atrapó con facilidad. Al fin y al cabo, solo era una niña.
Estaba poniendo toda su fuerza en sujetarme, lo que significaba que no tendría ninguna posibilidad de escapar. Me rendí y dejé que mis músculos se relajaran. Cuando levanté la vista, me di cuenta de que la suya era una cara conocida.
—Oh, Ilia. Perdona, tengo un poco de prisa.
—Incluso si dice eso, no debe correr por los pasillos de esa manera.
—Ugh, eres muy cruel…
Escapar parecía imposible, así que me resigné a mi destino. Al ver que mi resistencia se desvanecía, Ilia me bajó de nuevo a mis pies, antes de agacharse para encontrarse conmigo a la altura de mis ojos.
—¿Por qué tiene tanta prisa, princesa?
—Debo hacerle una petición a mi padre.
—¿Una petición…?
—¡Sí! ¡Quiero que me deje aprender magia!
—Ah, ya veo. Magia…
Aunque mi respuesta fue directa y clara, por alguna razón, una expresión de preocupación pasó por su rostro.
—Sí, Ilia. Quiero aprender a usar magia.
—Supongo que es bueno tener ambiciones, pero ¿de dónde ha salido ese pensamiento tan repentino? ¿Por qué está tan interesada en la magia de nuevo?
—¡Porque quiero volar!
—¿Eh?
—¡Quiero volar en el cielo!
—¿Con magia?
—¡Sí!
A juzgar por su expresión, Ilia no tenía ni idea de lo que estaba hablando; era comprensible. Hasta donde llegaban mis conocimientos, la idea de utilizar la magia como medio de vuelo era inaudita.
—¡Esa es una de las cosas que quiero hacer! Podría hacer mucho más cosas si aprendiera a utilizar magia, como ahuyentar villanos y ayudar a la gente.
—Ya veo… Es un sueño noble, ¿verdad? Pero, en estos momentos, Su Majestad está muy ocupado. Así que, ¿qué tal si le relato su petición más tarde, mientras usted vuelve a su habitación por ahora?
—Ugh… Supongo que está bien. ¡Permitiré que se lo pidas en mi lugar, Ilia!
—Muchas gracias, Su Alteza. —Ilia se dio un ligero golpe en el pecho, como queriendo decir que no sería ningún problema.
Su busto era modesto, y también su rostro era hermoso. ¿El hecho de ser tan atractiva fue la razón de ser contratada para servir aquí en el castillo?
Bueno, no podía hacer otra cosa, así que dejé que me acompañara a mi habitación. Intenté concentrarme en mis recuerdos como Anisphia, pero las clases de hoy habían terminado. Por ello, me dediqué a curiosear por mi habitación, pero eso solo sirvió para aumentar mi ansiedad.
Cuando miro en mis recuerdos, ese momento fue el comienzo de lo que se convertiría en mi nueva vida.
—Lo conseguiré —me dije—. ¡Algún día me convertiré en una maga!
♦ ♦ ♦
Tras el despertar de la joven, pasó el tiempo.
El reino de Palettia era una gran nación cuyo desarrollo estaba impulsado por la magia. En este país, el gobierno dirigía una academia para nobles y miembros de la familia real, la Real Academia Aristocrática de Palettia. La academia, que recibía estudiantes de intercambio, incluso de tierras lejanas, se consideraba un prototipo de la alta sociedad en general.
Por supuesto, se suponía que era un lugar de aprendizaje. Sin embargo, por mucho que los instructores quisieran animar a sus alumnos a centrarse en sus notas sin tener en cuenta sus respectivos estatus sociales, los nobles eran nobles, y la realeza era la realeza.
Era habitual que los estudiantes de alto estatus ganaran partidarios a su alrededor, mientras que los de bajo estatus corrían siempre el riesgo de perder su posición en la jerarquía social de la academia si no lograban ganarse el favor de sus compañeros más elevados.
Además, cualquier intento de los padres de un estudiante de intervenir en las disputas de sus hijos podía desembocar fácilmente en nuevas disputas. Por esta razón, la Real Academia Aristocrática de Palettia era una especie de mundo cerrado.
Bueno, hoy era un día propicio para la academia. Los exámenes finales de los futuros graduados estaban a punto de terminar, y se iba a celebrar una fiesta para festejar sus logros y todo el esfuerzo que habían dedicado a sus estudios.
Incluso había una orquesta tocando música refinada y elegante mientras los estudiantes se mezclaban. Era una reunión resplandeciente, llena de expectación y, al menos en apariencia, de lujo y esplendor…, pero entonces, todo cambió.
♦ ♦ ♦
—¡Declaro ante todos ustedes mi ruptura de compromiso con Euphyllia Magenta!
La voz pertenecía a Algard Von Palettia, primer príncipe y heredero del reino de Palettia.
Su cabello color platino, como relucientes rayos de sol, era una tonalidad que se encontraba a menudo entre la familia real; mientras que sus ojos azules, a pesar de su suave tinte, poseían un fuerte sentido de la voluntad.
El príncipe acababa de anunciar la anulación de nuestro compromiso. Con una sola frase, la magnífica fiesta se había transformado de golpe de celebración a un tribunal de acusación.
Yo, Euphyllia Magenta, solo pude mirarle atónita. Mis ojos se abrieron ante la vergüenza y me mordí el labio, incapaz de hablar. Lo único que podía hacer era observar con incredulidad.
Después de todo, yo era la hija del duque Magenta del reino de Palettia. Toda mi vida hasta ahora me había estado preparando para mi futuro papel como prometida del futuro rey…
—Su Alteza…, ¿por qué está haciendo esto? —dije con dificultad.
Ciertamente, no era la prometida perfecta, y sabía a ciencia cierta que Algard no me tenía mucho afecto; pero aun así, nuestro compromiso había sido ordenado por el mismo rey. Era necesario por el bien del país. Por ello, siempre había creído que, algún día, el príncipe Algard lo entendería.
A decir verdad, yo tampoco sentía ninguna chispa romántica por él, pero me había jurado a mí misma que cumpliría con mi papel y apoyaría al hombre que un día asumiría las responsabilidades de rey. Ese era el papel que debía desempeñar para mi país como su futura esposa.
Siempre lo había considerado, y por eso no me había importado que me tratara mal. Y, sin embargo…
—He decidido que usted no es digna de ser mi prometida. ¡No permitiré que se salga con la suya con sus escandalosos planes contra Lainie!
Lainie Cyan era la chica que estaba, en estos momentos, al lado del príncipe Algard. Era hija del barón Cyan, pero hasta hacía poco había crecido como una plebeya. El barón Cyan era también un antiguo plebeyo, un aristócrata prometedor al que se le había permitido unirse a las filas de la nobleza en reconocimiento a sus muchos logros.
Encantadora era una palabra excelente para describirla. Su sedoso cabello era del color del cielo nocturno y su mirada baja tenía un cierto atractivo. Era menos sofisticada que muchos de los invitados, pero era imposible dejar de mirarla. Si alguien posaba sus ojos en ella, le sería difícil dejar de fijarse en ella. Dada su belleza y sus orígenes, se había convertido en objeto de considerable atención.
Mis conocimientos sobre ella eran bastantes porque también había llamado la atención de mi prometido, el príncipe Algard. En un principio, nuestro compromiso se había concretado como una alianza política a petición del rey. Quizá por eso nunca me había encaprichado de mi futuro marido. Era innegable que ambos habíamos aceptado el acuerdo por sentido del deber y responsabilidad hacia nuestro país.
Tal vez… esa no fue una buena base para una relación. La señorita Cyan poseía un carisma del que yo carecía.
Tenía muchas virtudes genuinas: encanto, el atractivo de la juventud y una seriedad que hacía que uno quisiera tomarla bajo su protección.
Incluso cuando empezaron a circular rumores de que el príncipe Algard se preocupaba de ella, no me preocupé. Sabía que había tenido problemas para adaptarse a la vida en la academia, debido a sus orígenes humildes. En aquel momento, pensé que, tal vez, el príncipe Algard había estado cuidando de ella por esa razón. Y eso habría estado bien. ¿Cómo podía reprocharle que acudiera en ayuda de una compañera?
No obstante, el príncipe Algard y yo seguíamos comprometidos en matrimonio, al menos por aquel entonces. Debido a ello, le había dado algunos consejos sinceros sobre su excesiva comunicación con un hombre que pronto se casaría. Ese había sido mi único punto de contacto con ella. Por ello, no tenía ni idea de a qué se refería el príncipe Algard cuando dijo que yo había actuado de forma escandalosa con ella.
—Si se refiere a mis exhortaciones hacia la señorita Cyan, ¡no tengo intención de hacerle daño! ¿Por qué hace esto ahora? ¿Y precisamente aquí?
Más bien, me sentía víctima del mal genio del príncipe Algard. Nuestro compromiso había sido decidido por el reino. No podía ser revocado por la voluntad de un solo individuo. Y además, era inapropiado de su parte salir con algo así durante una ocasión festiva. Después de todo, los nobles que algún día se convertirían en sus vasallos también estaban aquí en esta fiesta nocturna.
No podía entender por qué había actuado así, ya que seguramente él mismo debía haberse dado cuenta de todo esto.
—Príncipe Algard, si no le importa que le pregunte, ¿Su Majestad ha aprobado esto?
—Haré que lo apruebe más tarde.
—¿Por qué quiere cancelar un matrimonio arreglado por sus padres? ¡¿Entiende lo que está haciendo?!
—¡No permitiré que mi padre interfiera, o mi madre! Decidiré mi propio camino, yo solo —gruñó.
Se me cortó la respiración y negué con la cabeza. Me costaba comprender lo que debía de estar pensando.
—¡Pero hay reglas que deben respetarse! Por favor, príncipe Algard, ¡reflexione en sus acciones! ¡¿Cuándo se volvió tan ignorante?!
—¡¿Ignorante?! ¡Si alguien lo es, sería usted, Euphyllia! ¡Está obsesionada con su ambición de convertirse en reina! ¡No es digna de ello!
—¡N-No entiendo a qué se refier…!
Intenté reunir fuerzas para explicarme, pero el príncipe Algard estaba siendo totalmente hostil conmigo.
—¡Lainie ha sido objeto de acoso, robo y daño de sus pertenencias personales, e incluso de un intento de asesinato! He estado investigando estos sucesos, ¿y sabe qué encontré? ¡Usted fue la responsable de todos ellos!
Para ser honesta, no tenía el menor conocimiento de estas acusaciones. Nunca había hecho nada por el estilo. No obstante, antes de que pudiera decir una palabra de defensa…
—Puedo atestiguar sus crímenes. La he visto conspirar contra la señorita Lainie con regularidad —declaró uno de los jóvenes que estaban detrás del príncipe Algard.
—¡Navre Sprout, Moritz Chartreuse y Saran Meckie…! —dije mientras apretaba los dientes.
Los tres eran hijos de algunas de las familias más notables del país.
Navre Sprout era hijo del comandante de la guardia real, responsable de proteger la capital. Tenía el cabello verde oscuro, que parecía negro si se observaba con menos luz, y unos ojos afilados, color miel, que ahora estaban entrecerrados y me miraban fijamente.
A su lado estaba Moritz Chartreuse, de aspecto nervioso, con su cabello plateado y sus hechizantes ojos púrpura. Era el hijo del conde que presidía el Ministerio de lo Arcano.
Un poco por detrás de estos dos se encontraba Saran Meckie, tan bello que su sola apariencia a menudo arrancaba suspiros a las desprevenidas espectadoras. No era noble, sino hijo de una influyente familia de mercaderes, y se había matriculado en la academia como alumno especial.
Respiré hondo al saber que los tres eran muy populares en la academia. Los miré fijamente, casi mordiéndome los labios.
Sabía que eran seguidores del príncipe Algard, y a menudo los había visto relacionarse con la señorita Cyan. Pero solo ahora me daba cuenta de que me habían incriminado por atormentarla.
—Puede que Lainie sea una plebeya y que su comportamiento a veces sea poco refinado, pero la señorita Euphyllia ha ido demasiado lejos con sus abusos —me acusó Navre con un tono de voz fuerte e indignado.
—En efecto. Siempre pensé que era demasiado cruel en sus reprimendas. Y pensar que incluso hacía que otros cumplieran sus órdenes para evitar ensuciarse las manos —añadió Moritz con un gesto exagerado de los brazos. En sus ojos había un claro desprecio mientras me miraba fijamente.
—Lainie se ha esforzado tanto por encajar… Puede que no tenga su estatus, señorita Euphyllia, pero todos somos de la misma carne y sangre. —Saran sacudió la cabeza fingiendo decepción.
Sentí que las miradas severas de los que me rodeaban se volvían hacia mí. Se me cortó la respiración por un momento, y luego protesté.
—¡Solo le he ofrecido consejos a la señorita Cyan! No recuerdo haber intentado nunca hacerle daño.
—¡Qué arrogante, señorita Euphyllia! ¡La hija de nuestro venerable duque y honorable futura reina se ha olvidado a sí misma por su estatus como noble! —gritó Moritz con dureza.
Murmullos de simpatía se alzaban en el interior de la sala. Miré a mi alrededor con incredulidad.
—¡Pero si nunca he ordenado a nadie que le haga nada! Ni una sola vez he querido derribar a la señorita Cyan.
—¡Es usted repugnante, señorita Euphyllia! ¡Usar a otros para hacer llorar a una joven! —bramó Navre.
Pero yo nunca había dado instrucciones de ese tipo. Quería preguntarles quién exactamente había estado implicado en este complot, pero dudaba que mis acusadores se dignaran siquiera a responder a esa pregunta.
¿Por qué demonios estaba ocurriendo esto? La sospecha y el resentimiento ya se extendían a mi alrededor por el pasillo.
Intenté explicar de nuevo que no había hecho nada de lo que me acusaban. Sin embargo, se me tensó la garganta y no me atreví a hablar. Solo me temblaban los labios al trazar las palabras.
—Lo siento, Euphyllia.
—Príncipe Algard…
—¡Arrepiéntase! ¡Discúlpese con Lainie por lo que ha hecho, Euphyllia Magenta!
¿De qué tenía que disculparme? No entendía nada de esto. Ni siquiera sabía qué había hecho mal. Sabía que tenía que declararme inocente, pero se me secó la voz y no pude articular palabra.
Había sufrido tantas burlas y desprecios para llegar hasta donde estaba hoy. Para bien o para mal, mi posición como prometida del próximo rey me había convertido en objeto de considerable atención. Nunca me había considerado débil. De hecho, siempre había hecho todo lo posible por mantenerme fuerte, por encarnar a la perfección las expectativas que la gente tenía puestas en mí.
Pero ¿realmente me comportaba como todos esperaban?
Una vez que esa pizca de duda se introdujo en mi mente, la fuerza se esfumó de mis rodillas. Nadie me escuchaba. Mis palabras no cambiaban nada. Siempre había creído que si me comportaba como me parecía correcto, las cosas buenas vendrían por sí solas, pero esto no era en absoluto lo que yo quería.
No era mi primer encuentro con la desgracia o las desventajas. No era la primera vez que me enfrentaba a personas que intentaban hacerme tropezar con malas intenciones. Pero estas personas no eran maliciosas, por lo que pude ver; sus acciones parecían estar motivadas por creencias profundamente arraigadas.
No podía entenderlo. Por eso, estaba tan sorprendida; por eso, me temblaban las rodillas; por eso, me preguntaba cómo había ocurrido todo esto.
Sentí como si mis piernas estuvieran a punto de ceder a medida que la realidad se hundía.
Fue entonces cuando… el aire de la sala empezó a cambiar ligeramente.
—¿Eh…?
No fui la única que lo notó. El príncipe Algard miró con desconfianza hacia la ventana de donde había emanado el sonido.
¿Cómo describirlo? Era como si algo estuviera rasgando el aire con gran fuerza… y gritando.
—¡Aaahhh!
Ciertamente, era un grito. Y, en ese momento, algo atravesó la ventana.
—¿Eh…?
Me quedé petrificada, casi olvidando que había estado a punto de perder mi fuerza. Algo había atravesado la ventana con tal ímpetu que rodó por el suelo hasta detenerse entre el príncipe Algard y yo.
La tensión en el ambiente había desaparecido por completo. Todos los presentes, incluidos los que se habían apartado de la trayectoria de lo que acababa de unirse a nosotros, observaban estupefactos.
—Ay… Perdí el control. Supongo que todavía tengo que investigar más.
Una hermosa joven se alzó ante nosotros, apartando con una mano los fragmentos de cristal pegados a su ropa.
Llevaba chaqueta y pantalones para moverse con facilidad, un atuendo que no era en absoluto adecuado para este entorno social. Sin embargo, emanaba encanto.
Su rostro infantil estaba manchado de hollín, pero su sentido de la gracia permanecía intacto. ¿O sería más exacto decir que su atractivo provenía de su energía y vitalidad? Yo solo podía mirarla, completamente cautivada.
Tomó un objeto que tenía a sus pies, con forma de escoba, pero que no era exactamente eso. Sus ojos eran de un verde pálido que recordaba a la verdura fresca, aunque también había en ella una tonta dulzura.
Y el color de su cabello dejaba a todos sin aliento. Era de color platino, como el del príncipe Algard, prueba de sangre rea. Mientras lo agitaba, me pareció aún más suave, aún más soleado que el suyo.
—¡Tú…! —La voz del príncipe Algard tembló.
Su expresión había pasado del asombro a la rabia indignada.
En respuesta, la joven, que se había convertido en el centro de toda esta conmoción, levantó una mano en señal de saludo casual. Luego habló, con una voz tan alegre que su nerviosismo anterior bien podría no haber existido nunca.
—¡Ah, Allie…! ¿Interrumpo algo?
—¡H-Hermana! —gritó el príncipe Algard.
La princesa Anisphia Wynn Palettia, la famosa «alborotadora» del reino de Palettia, le mostró a su hermano menor una sonrisa refrescante.
♦ ♦ ♦
En el reino de Palettia vivía una princesa.
Era la chica más poderosa y problemática de la historia del reino, su habitante más extraño y excéntrico. Era la pesadilla de la familia real y se había ganado muchos títulos poco elogiosos. Se llamaba Anisphia Wynn Palettia.
Sus peculiaridades y actos extravagantes parecían crecer exponencialmente día a día hasta que nadie se sorprendía de cualquier nuevo disturbio del que fuera responsable.
Se decía que podía utilizar el viento para elevarse hasta el cielo y sobrevolar los muros del castillo.
Se decía que se había quemado todo su cuerpo al intentar calentar agua para un baño.
Se decía que había aniquilado por completo a un monstruo que había estado interfiriendo en la construcción de una nueva carretera a la capital real.
Y se decía… que su excentricidad había roto el corazón del rey cuando declaró que no tenía intención de casarse.
Se contaban muchas anécdotas sobre los extraños actos de Anisphia, hasta el punto de que si algo en la ciudad parecía ir mal, era cuestión de tiempo que se descubriera que ella tenía algo que ver.
Era realmente la «Princesa Peculiar», una excéntrica egocéntrica, mitad tonta y mitad genio.
No obstante, la gente también la describía de otra forma: como un genio que amaba la magia más que nadie, pero cuyo amor no era correspondido.
Anisphia Wynn Palettia: una princesa que carecía del don de la magia, un don que todos los demás miembros de la realeza y la nobleza poseían. E incapaz de usar la magia, se había convertido en la herética progenitora del campo de la ciencia mágica, o como ella la llamaba, la magicología.
♦ ♦ ♦
Esto podría ser un poco incómodo…
Yo, Anisphia Wynn Palettia, me encontraba ante un grupo de niños bien vestidos, hijos de varias familias nobles. Estaba segura de que me había escabullido en una fiesta.
Las miradas que me dirigían eran extrañas. Para ser sincera, me sentía incómoda. ¿Acababa de cometer otro gran error? Además, había pasado mucho tiempo desde el último.
Estaba haciendo una prueba nocturna de mi último dispositivo mágico, cuando se me ocurrió que sería estupendo alcanzar el cielo para intentar atrapar una estrella. Sin embargo, eso me había hecho perder el control y estrellarme contra una ventana. Ese error me iba a traer problemas, ¿no?
Comprobé si mi escoba de bruja, que me ayudaba a volar, estaba dañada. Por suerte, no estaba rota. Si lo hubiera estado, habría llorado. Al menos, solo mi reputación había sido dañada. Todo iba bien.
Mirando alrededor de nuevo, fijé mi mirada en mi hermano menor, ¡Allie!
Hmm, sabía que no le caía muy bien, así que esta interrupción probablemente lo había dejado completamente enfurecido.
¿Eh? Nunca la había visto antes. ¿Por qué está abrazando a esa chica tan protectoramente?
Y todos parecían estar burlándose de la chica que en realidad se suponía que estaba comprometida con él. ¿Eh? ¿Está sucediendo algo nuevo? Qué curioso.
—Oye, Allie —dije—. ¿Por qué estás sosteniendo a esa chica? La señorita Euphyllia está sola por allí.
—¡Esto no es asunto tuyo…!
Ah, estaba muy enojado. Me lo esperaba, pero me estaba mirando como un puñal. Quiero decir, había mucha mala sangre entre nosotros, pero esto me pareció otra cosa.
Estaba bien que yo fuera un fracaso como miembro de la familia real, pero ¿que él, nuestro futuro rey, estuviera al lado de alguien que no era su prometida, nuestra futura reina consorte? Sin saber qué hacer con esto, dirigí mi mirada a la señorita Euphyllia.
—Eh, ¿señorita Euphyllia? ¿Qué ocurre? ¿Esa chica va a ser su concubina o algo así?
Euphyllia era hija de la familia ducal Magenta y una joven particularmente bella. Su exquisita belleza había sido objeto de admiración por parte de mucha gente.
Su cabello era de un pálido color plateado, como si hubiera absorbido la luz de la luna, y tan delicado que seguro que sería suave al tacto. Su piel era clara y suave, y sus ojos rosados me hacían pensar en rosas. Con su vestido azul cielo, destacaba incluso entre todos los demás en esta florida reunión social.
—¿Eh…?
Desviando mi atención de mi hermano, llamé a la señorita Euphyllia, que parecía estar aturdida. De repente, su expresión palideció y desvió la mirada.
—¿Eh? ¿Qué pasa?
—No, es que…
¿Euphyllia también? Su reacción era muy inesperada. Siempre la había visto como alguien sin miedo a expresar lo que opinaba, incluso a los adultos, y por eso muchas veces había supuesto que sería una buena reina.
Sin embargo, parecía a punto de echarse a llorar. ¿Tanto la había asustado mi repentina entrada por la ventana?
No…, tenía que haber otra explicación. Al notar dónde estaba y cómo todos la rodeaban, una idea surgió en mi memoria. En ese momento, todo encajó para mí.
—Ah, ya veo… ¿Mi hermano empezó a hacer falsas acusaciones y rompió su compromiso?
Euphyllia levantó la mirada, como preguntándome cómo era posible que yo lo supiera. Sus ojos se movían conmocionados; su expresión, normalmente tan firme como una máscara de hierro, estaba sufriendo una marcada transformación.
¿Eh? ¿Qué le parece? Recordaba esas historias de mi vida pasada, ¡pero pensar que algo así podía ocurrir de verdad! El mundo era un lugar extraño. Aunque, yo no era nadie para hablar. Qué ironía.
—Hmm, por lo que puedo ver, la señorita Euphyllia parece no tener amigos, ¿verdad?
—¿Eh…? ¿Cómo…?
—Hmmm… ¡Muy bien, eso lo confirma!
No era bueno intimidar a una chica. No sabía quién tenía razón aquí, pero de cualquier manera, era hora de algún arbitraje externo. Alguien tenía que ser el defensor de la señorita Euphyllia, sobre todo teniendo en cuenta que no tenía otros aliados.
No tenía ni idea de cuál era la situación ni de quién estaba equivocado, pero incluso si más tarde resultaba que la señorita Euphyllia había tenido la culpa, dudaba que me pasara algo malo por defenderla ahora.
—¿Y bien, señorita Euphyllia? Venga conmigo. Le voy a secuestrar.
—¿Eh…?
—¡Estoy secuestrando a la señorita Euphyllia, Allie, así que no puedes hacerla responsable de nada de esto! ¡Vamos!
—¿Eh…? ¿Q-Qué…?
—¡Así que eso es todo, Allie! ¡Me la llevo a casa conmigo! ¡Podemos tener una discusión familiar más tarde!
Me acerqué a la señorita Euphyllia, quien aún parecía desconcertada, y me la eché al hombro.
Lo siento.
En un secuestro real, probablemente sería mejor tomarla en brazos, ¡pero en aquel momento, no habría podido hacer nada si tenía las dos manos ocupadas!
Dejó escapar un débil jadeo cuando tiré de ella hacia arriba. Mi hermano también empezaba a impacientarse. Bueno, ¡no iba a quedarme aquí más tiempo para escuchar lo que tenía que decir!
—Espera, hermana…
—¡Nos vemos, Allie!
Mostrando una sonrisa a mi hermano, empecé a correr con la señorita Euphyllia al hombro, y luego salté por los aires, saliendo por la ventana por la que había entrado. La gravedad no tardaría en arrastrarme de nuevo al suelo.
La señorita Euphyllia pegó un buen grito.
—¡¿Qu…?! ¡Aaahhh!
—¡Es un salto de bungee sin cuerda! ¡Saluda a los viajes aéreos, señorita Euphyllia!
Agarré la escoba de bruja y enganché mi pierna alrededor de ella. Al mismo tiempo, vertí mi energía mágica en ella, y así empezamos a ganar altura justo antes de rozar el suelo.
La señorita Euphyllia seguía gritando, ¡pero ya era hora de ir a ver a mi padre!
♦ ♦ ♦
En el reino de Palettia, vivía una princesa poco querida por la magia, ridiculizada y despreciada por su incapacidad para hacer uso de los poderes libremente disponibles para otros miembros de los rangos noble y real.
Sin embargo, esta muchacha seguía adorando la magia, por lo que se dedicó a construir dispositivos capaces de recrear, e incluso trascender, la magia ordinaria.
Así comenzó el primer acto del viaje de esta princesa legendaria, cuyas hazañas (y excentricidades) dejarían una huella indeleble en la historia futura.