Traducido por Shisai
Editado por Shiro
La Torre Negra no les dio respiro. Antes de que pudieran asimilar las nuevas reglas, la partida comenzó de inmediato.
En el centro del tablero, Mosaico —envuelta en la membrana luminosa— tarareaba una cancioncilla desafinada con alegría. Nadie hablaba ya. El silencio era prueba de la urgencia: cada jugador calculaba fríamente cuántos pasos podía dar, cuándo debía moverse, cómo causar el mayor impacto posible en esa ronda…
Tang Mo había participado en muchas instancias de la Torre Negra, pero era la primera vez que se encontraba con una modificación en pleno juego. Siempre, hasta ahora, la torre explicaba cada norma al inicio. Preparaba trampas, sí, pero jamás añadía reglas nuevas.
Y, sin embargo… recordándolo con cuidado, comprendió. La Torre Negra nunca había prometido que todos los jugadores tendrían el mismo número de pasos. Solo dijo que antes de cada ronda anunciaría cuántos podía dar cada uno.
Ellos habían caído en una trampa lingüística.
La nueva «regla» no era tal. Era el ajuste que la Torre Negra había planeado desde el principio, el detalle que equilibraba la balanza.
En esta tercera ronda, la disparidad quedó clara: Bai Ruoyao podía avanzar cuatro casillas; Liu Wansheng y Lin Qianxi tres; Tang Mo apenas dos. El libro resplandecía en la posición A2.
Con solo dos pasos, Tang Mo nunca llegaría. Bai Ruoyao tampoco: estaba demasiado lejos. Esta vez, solo Lin Qianxi y Liu Wansheng tenían la posibilidad de alcanzar el libro. El rol de Tang Mo y Bai Ruoyao era otro: controlar el brillo de las cuadrículas.
El segundo detalle oculto de las reglas era aún más venenoso. Excepto el jugador con mayor número de pasos —Bai Ruoyao—, los demás podían decidir cuándo moverse. Podían retrasar su avance, observar, esperar al instante exacto para entrar en acción. No parecía ser gran cosa, pero esa sutileza determinaba quién tendría la última palabra dentro de una casilla.
Tang Mo lo entendió al instante: debía reservar siempre un paso, asegurarse de ser el último en moverse.
La ronda avanzó veloz. Lin Qianxi y Liu Wansheng se acercaban a la cuadrícula A2. Bai Ruoyao, en cambio, ignoró por completo esa dirección y se movió con calma hacia E4, hasta quedar frente a Tang Mo, sonriendo.
Tras dos rondas de quietud, Tang Mo dio finalmente su primer paso: D5. Bai Ruoyao no dudó en seguirlo. Se colocó en E5, todavía sonriendo.
En la otra punta, Liu Wansheng observaba con cautela a la joven que tenía delante y dio un paso hacia A2.
Se oyó un clic y la luz de A2 se apagó.
Si Lin Qianxi no veía nada extraño, entraría en la casilla y la rejilla se iluminaría de nuevo. Bai Ruoyao perdería entonces todo control sobre el brillo o la oscuridad. Mientras Tang Mo mantuviera la luz de Mosaico encendida, Liu Wansheng y él tendrían la victoria asegurada.
Pero Lin Qianxi no lo hizo. Miró fijamente a Liu Wansheng y, sin dudar, avanzó hacia B1. La casilla A2 permaneció en tinieblas.
Liu Wansheng ya lo había intuido, pero aun así sus dedos se crisparon de frustración.
—¿Qué tan estúpida crees que soy? —La voz clara de Lin Qianxi cortó el aire.
Vestía aún las ropas ensangrentadas por la herida que Tang Mo le había causado al salvar a Liu Wansheng. Durante el tiempo que estuvo bajo la amenaza de la sombrilla, permaneció inmóvil y acobardada, pero esa debilidad ya no estaba allí.
—Yo también soy una jugadora que superó el primer piso de la Torre Negra. —Sonrió con frialdad—. Hace diez minutos creías que debíamos rogarte. Ahora es tu turno de suplicar. Si en la próxima ronda tu compañero solo puede avanzar una casilla y el libro aparece lejos de él… no podrá controlar nada.
—Eso no tiene sentido —replicó Liu Wensheng con dureza—. La Torre Negra no diseñaría un juego tan injusto.
—¿Injusto? —Lin Qianxi alzó una ceja—. Entonces dime, ¿antes de estas reglas nuevas, la Torre Negra fue justa?
Liu Wansheng quedó mudo.
La ronda terminó sin ganadores. Otra vez.
Su expresión se oscureció mientras repasaba cada jugada. Cuanto más pensaba, más miedo le crecía en el pecho. Lin Qianxi tenía razón: las reglas habían cambiado para limitar la ventaja del «último en actuar». Con ello, Tang Mo quedaba restringido.
Si llegaba a tener solo un paso disponible y el libro aparecía en el cuadrante A1–C3, no podría ni encender la luz de Mosaico. En ese escenario, Tang Mo sería… irrelevante.
—No puede ser… La Torre Negra no nos daría un juego tan injusto. Esto es demasiado ventajoso para ellos —murmuró Liu Wansheng, intentando convencerse a sí mismo.
Pero poco a poco, las palabras de Lin Qian resonaron en su mente como un eco venenoso:
«… Entonces dime, ¿antes de estas reglas nuevas, la Torre Negra fue justa?»
El corazón le dio un vuelco.
Tenía razón. Las reglas eran injustas. Primero, perjudicaban de forma evidente a Bai Ruoyao y Lin Qianxi; ahora, la balanza se inclinaba en contra de Tang Mo y de él. Ambos equipos sufrían las mismas arbitrariedades. De alguna manera, «menos por menos igual a más»: aquello convertía el juego en algo macabramente equilibrado.
Si se eliminaban todos los factores externos, ¿acaso todo se reducía a…?
—¡¿Vamos a tener que competir a ver quién tiene mejor suerte?! —escupió Liu Wansheng, la frustración hirviendo en su voz—. Si nos favorece la ubicación de los libros y los pasos, ganamos. Si los favorece a ellos, ellos ganan. La Torre Negra no puede basar todo en… en una ruleta de casino.
Su voz se extinguió al final. Ni él mismo se creía esas palabras. ¿Que la Torre Negra no valoraba la suerte? La suerte era poder. La Torre siempre lo había dejado claro: cada jugador que lograba superar la partida era, en esencia, un afortunado.
Después de rumiar la situación, decidió compartir sus conclusiones con Tang Mo. Pero al girarse… ¡Su compañero estaba hipnotizado, mirando fijamente al equipo contrario! Siguió su mirada y…
¿Otra vez clavando los ojos en ese psicópata? ¿Qué onda con esa obsesión?, refunfuñó mentalmente antes de toser.
—Ahem… Tang Mo. Como no queda otra, seguiremos el plan: yo ocuparé la casilla del libro y…
—De acuerdo —respondió Tang Mo, sin apartar la vista de Bai Ruoyao.
La rabia le subió a Liu Wansheng.
—¿Qué estás mirando?
Creyó que no contestaría. Pero Tang Mo giró hacia él y devolvió la pregunta con calma:
—¿Qué está mirando?
—¿Qué…? ¿No eres tú quien lo mira?
—Desde que cayó la pantalla insonorizante, no ha dejado de observarnos. Con esa sonrisa extraña. A ti y a mí —respondió Tang Mo en voz baja.
Liu Wansheng siguió la dirección de su mirada. Bai Ruoyao lo sorprendió con una sonrisa aún más radiante y, con gesto casual, sacó de su bolsillo una navaja de mariposa plateada. El filo giró ágilmente entre sus dedos. Al verlo, Liu Wansheng sintió un dolor helado recorrerle el cuello y apartó la vista de inmediato.
—¿Esa sonrisa…? ¿No sonríe siempre así…? —musitó, inseguro.
Tang Mo lo miró, pero no dijo nada más.
No. Esa sonrisa es distinta, añadió para sus adentros.
Esta vez, el psicópata mostraba una expresión distinta. Algo había descubierto: ¿acaso la clave para superar el juego? ¿O quizás algo más… divertido? Algo que justificara esa mirada gélida clavada en Tang Mo y Liu Wansheng.
De pronto, un relámpago de comprensión cruzó la mente de Tang Mo: ¿Está viendo el aura mortífera?
El corazón le dio un vuelco. Cerró los ojos, preparándose para activar su habilidad «Muerte Mortal» y comprobarlo… pero se detuvo en el último segundo. Los dedos se crisparon.
Demasiados riesgos.
Ya había usado esa habilidad dos veces con Bai Ruoyao hoy. Solo le quedaba un intento. Aún no era el momento. Debía reservarlo para una situación verdaderamente decisiva.
Mientras tanto, cada jugador hacía sus cálculos en silencio, buscando la forma de asegurar la victoria. Los cinco minutos de deliberación se agotaron y la voz fría de la Torre Negra volvió a resonar:
¡Ding, dong! En la cuarta ronda, el jugador 1 puede avanzar cuatro pasos, el jugador 2 puede avanzar cuatro pasos, el jugador 3 puede avanzar tres pasos y el jugador 4 puede avanzar dos pasos.
La voz se apagó. En el centro del patio, un destello azul iluminó las casillas y, al desvanecerse, reveló veinte nuevos objetos.
Tang Mo se tensó. Entre los vestidos pequeños, muñecos estrafalarios y un fósforo gigante… había cuatro libros. De B1 a C2, cuatro casillas enteras ocupadas por libros.
El corazón de Liu Wansheng se llenó de júbilo. Cuatro libros: la probabilidad de victoria para él y Tang Mo había aumentado drásticamente. Pero su alegría solo duró un segundo. El golpe de realidad fue inmediato: los libros estaban demasiado lejos de Tang Mo. Con apenas dos pasos, él no podía tocarlos ni controlar su luz. Todo lo que le quedaba era la rejilla de Mosaico.
Peor aún, la cercanía de los libros favorecía demasiado a Lin Qianxi. Bastaba con que Liu Wansheng encendiera una de esas casillas para que ella lo siguiera y la apagara, anulando todo su esfuerzo.
¡Maldito límite de movimiento!
La cuarta ronda comenzó oficialmente. Todos empezaron a moverse.
Tang Mo volvió a esperar hasta los últimos turnos. Finalmente, pisó la rejilla E3. La luz de Mosaico se apagó de golpe, forzando el fracaso de la ronda.
Bai Ruoyao, detenido en D2, se encogió de hombros, como si todo aquello fuera un juego sin importancia, y regresó tranquilamente a su casilla.
—Desde el principio… ¿qué estás mirando?
Bai Ruoyao detuvo sus pasos y se giró. Su sonrisa era tan inocente como inquietante.
—Tang Tang, no lo sé. Ni siquiera yo sé qué estoy mirando.
La sombrilla rosa apareció de golpe en su cuello. Bai Ruoyao ni siquiera pestañeó. Su sonrisa seguía intacta, pero en su voz se coló un tono extraño:
—¿Quieres luchar conmigo? Ah, pero si mueres… ya no podrás proteger a ese idiota. Y eso sería un problema, ¿no?
Las palabras desconcertaron tanto a Liu Wansheng como a Lin Qianxi. Tang Mo, en cambio, sintió que una pieza encajaba.
Mientras tanto, Tang Mo sintió que había notado algo.
No era la primera vez que se enfrentaba a Bai Ruoyao. Ya habían cruzado armas antes de entrar a la instancia real, sin que ninguno lograra ventaja. Esta vez, Tang Mo solo pretendía usar la sombrilla como advertencia, para arrancar la verdad sobre esa extraña mirada suya. Pero antes de que pudiera retirar el arma, Bai Ruoyao sacó su navaja mariposa y se abalanzó sobre él.
No era una.
Eran dos.
No había rastro de juego en su ataque, a diferencia del duelo contra Liu Wansheng.
Los ojos de Tang Mo se entrecerraron. Se inclinó hacia atrás para esquivar, apoyó una mano en el suelo y saltó. El brillo plateado de las cuchillas rozó el aire.
Bai Ruoyao no le dio respir. Sus cuchillos chocaron con la sombrilla abierta. El impacto lo obligó a retroceder dos pasos, mientras Tang Mo caía sobre una rodilla para estabilizarse.
Bai Ruoyao se rio suavemente.
—Je, je, ¿Tang Tang?
Los dos se midieron con la mirada. Luego se lanzaron al mismo tiempo.
El estruendo de sus choques retumbó en el patio.
Lin Qianxi y Liu Wansheng intercambiaron una mirada rápida y, sin mediar palabra, decidieron retirarse a un lugar seguro lejos del combate.
Mosaico en cambio, aunque estaba obligada a permanecer en el centro, no mostraba ni un ápice de miedo. Al contrario, seguía el combate entre de ambos con ojos brillantes de emoción, golpeando la mesa como si animara un espectáculo:
—¡Más fuerte! Ji, ji, ji, ¡despedácense!
Tang Mo esquivó un ataque con un giro ágil y contraatacó lanzando su sombrilla como un proyectil. Sin embargo, Bai Ruoyao revelaba una superioridad aplastante en el combate cuerpo a cuerpo.
Antes de que el arma lo alcanzara, Tang Mo agitó su mano derecha e hizo surgir una llamarada escarlata que se dirigió directamente hacia el psicópata.
El joven con rostro aniñado dio una voltereta hacia atrás para evadir el fuego con elegancia, y se lanzó de nuevo al ataque blandiendo sus navajas mariposas afiladas. Esta vez, su actitud había cambiado por completo: cada movimiento, cada golpe, apuntaba directamente a puntos vitales, sin rastro de su habitual juego. Lo más sorprendente era que la Torre Negra no intervenía, permaneciendo en un silencio que parecía aprobar tácitamente aquel duelo a muerte.
—¡Hah! —exclamó Bai Ruoyao cuando una patada baja derribó a Tang Mo.
El psicópata aprovechó la ventaja para lanzar su ataque definitivo, pero Tang Mo, con la mirada fría como el acero, ya movía los dedos, a punto de invocar su cerilla gigante.
En ese preciso instante, dos voces retumbaron simultáneamente en los oídos de Tang Mo. Una de ellas, un rugido gutural de mujer, gritó:
—¡Mosaico, pequeña demonio! ¿Dónde has puesto mi pavo? Quería llevárselo al tío Topo. ¿Te lo tragaste otra vez?
El efecto fue inmediato y absoluto. Todos los presentes, se paralizaron como si el tiempo se hubiera detenido. Lin Qianxi y Liu Wansheng detuvieron su intento de esconderse. Mosaico dejó de golpear la mesa de golpe. Incluso Bai Ruoyao, cuyo rostro mostró una rápida sucesión de expresiones —desde la sorpresa al terror— antes de quedar completamente pálido. Retiró sus manos como si hubiera tocado lava ardiente y giró la cabeza hacia la puerta principal justo cuando…
Las puertas de la Universidad de Beijing se abrieron de par en par con un estruendo. Una mujer lobo gigantesca irrumpió en el patio. Rugió, con la voz reverberando en las paredes
Al no ver libros en el pupitre de la niña, se detuvo un segundo… y luego bramó furiosa:
—¡Ustedes cuatro, estúpidos humanos! ¿Todavía no han conseguido que esta mocosa lea un maldito libro?
Liu Wansheng y Lin Qianxi estaban petrificados. Bai Ruoyao retrocedió con cautela, las navajas aún firmes en sus manos.
Solo Tang Mo permanecía inclinado hacia el suelo, como si no percibiera nada. Pero en sus oídos resonaba otra voz: grave, tranquila, inconfundible.
Era Fu Wenduo.
Tang Mo sabía que ese hombre nunca lo contactaría sin razón. Y ahora, sin rodeos, le pidió:
—Tang Mo, ayúdame a activar el archivador.
Tang Mo no dudó. Metió la mano en el bolsillo, dispuesto a dibujar la «S» en la cáscara del huevo de pavo.
Pero antes de que lo lograra, la mujer lobo pisoteó el suelo. El patio entero tembló como en un terremoto. Una grieta se abrió bajo sus pies, resquebrajando la tierra.
—¡Inútiles tutores!
Tang Mo rodó dos veces, recuperando el equilibrio. Volvió a meter la mano al bolsillo, decidido a trazar la «S».
Entonces la mujer lobo levantó la vista, lo localizó y se lanzó directo hacia él.
—Empezaré por ti —rugió, mostrando colmillos amarillentos—. ¡Explica por qué no hiciste leer a esta maldita criatura!
Tang Mo se quedó sin palabras.
¡Maldición!
♦ ♦ ♦
La autora tiene algo que decir:
Mo Tang: ¡Maldita sea! De tanta gente, ¿por qué yo? ¿No sabes que algo le pasó a mi Viejo Fu?
Viejo Fu: #¿Es deliciosa la carne de lobo? Esperando con urgencia ^_^#
