Matrimonio depredador – Capítulo 16: Talón de Aquiles

Traducido por Yonile

Editado por Meli

 En un instante, sintió que la tierra se desmoronaba bajo sus pies. Sus manos formaron puños, sus nudillos se volvieron blancos, como si se fueran a salir en cualquier momento. Leah ya no tenía las fuerzas para enfrentarse a Ishakan.

¿El hombre con el que me deshice de mi castidad era el rey de los Kurkans?

Incluso los programas de comedia baratos en el mercado público no podrían ser más divertidos que esto. Casi se desmaya ante el hilarante giro del destino.

No, eso no podía ser una simple coincidencia. Era muy probable que el rey Kurkan se hubiera acercado intencionalmente a ella.

Sintió un dolor agudo desgarrando su pecho. La pillaron con las manos en la masa: el rey de los Kurkans conocía su talón de Aquiles.

Usó al hombre, Ishakan, como una herramienta para sus planes. Perdió su virginidad con él e incluso le contó su más íntimo deseo de morir.

El pavor la llenó. Él podría chantajearla con su mayor secreto.

Leah trató de recuperar la compostura conteniendo la respiración con calma en medio de todos los pensamientos que la bombardearon. Estaba en un lugar público, demasiados ojos la miraban; no podía mostrar ningún indicio de agitación.

Afirmó sus emociones y vio hacia adelante con una mirada en blanco en sus ojos, como una muñeca. Pero debido a que sus ojos dorados seguían traspasándola, esto se convirtió en un trabajo difícil.

Su mirada solo estaba fija en Leah desde que entró al salón, y solo desvió sus ojos cuando saludó al rey.

Además, la gente que no podía ignorar al deslumbrante rey, observaron como sus llamativos ojos, se posaban con descaro en cierta persona entre la multitud.

Después del silencio, los murmullos se extendieron gradualmente por el pasillo. Los aristócratas intercambiaron miradas entre sí de una manera peculiar.

Una hermosa princesa conocida como la flor de Estia y un joven y fuerte rey de una tribu salvaje.

De hecho, parecía fascinante y excelente para un cuento inventado. Y agregar el hecho de que Leah era la prometida de Byung Gyongbaek lo hizo más emocionante para los oídos de los espectadores.

Por ese motivo, algunos miraron intensamente al alto y poderoso Byun Gyeongbaek. ¿Cómo reaccionaría cuando un apuesto monarca mirara a su prometida como un caramelo?

Leah tampoco pudo evitar lanzarle una mirada fugaz.

Era muy probable que el tirano desde su asiento en lo alto, pudiera observar de cerca a Leah e Ishakan.

Su rostro se puso rojo. La ira hirviente brotaba en su interior. Su respiración era tan pesada y fuerte; se podía oír hasta donde Leah estaba sentada.

Incapaz de contener su ira, Byun Gyeongbaek estaba a punto de salir corriendo como un toro enojado, cuando la tos profunda y seca del rey de Estia lo devolvió a sus sentidos.

Fue la tos del rey de Estia, cuya presencia había sido ignorada hasta ahora la que atrajo la atención de todos.

Leah fue liberada de los ojos sofocantes de la gente y soltó un suspiro de alivio.

El rey lanzó una mirada de disgusto e Ishakan, en respuesta, esbozó una sonrisa maliciosa. Se encogió de hombros con frialdad por su falta de cortesía.

Mientras sus delgados labios se levantaban, una atmósfera agradable permanecía, ocultando ligeramente su salvajismo. La clase noble, que despreciaba a los de su especie, nunca había visto un aura semejante emanando de un bárbaro.

Su rostro radiante atrajo naturalmente los ojos de la gente. El rey de Estia tosió de nuevo para recuperar la atención mientras le dirigía una respuesta a Ishakan.

—Bienvenido al Reino de Estia.

—Gracias por la cálida bienvenida. —Ishakan le respondió con cortesía.

Asombrado por un saludo tan cortés, el rostro del rey se suavizó un poco. Leah escupió una maldición por dentro, mientras su padre creía ciegamente en la fingida cortesía de Ishakan.

Además de engañarla ahora ¿también está fingiendo interés en ella? Su llegada, de hecho, no significó más que problemas.

Seguro, tiene la intención de meterse con todo, pensó Leah.

¿Podría detenerlo? Él sabía su debilidad. Además, no quedaba mucho tiempo antes de que la llevaran a Oberde. Todo el tiempo restante lo gastaría realizando su trabajo en el palacio.

Mientras observaba con impaciencia la conversación entre Ishakan y su padre, reflexionó en lo que aún se podía hacer en una situación como esta.

Su conversación sobre el sondeo mutuo fue muy cortés. Ishakan había mostrado respeto al viejo rey al inclinarse ante él, pero no agacharse tan bajo que muestra inferioridad. No, actuó a la perfección al mismo tiempo que no faltó la decencia.

Desde la primera vez que puso sus ojos en el rey, supo que sería un oponente duro.

Después de terminar la conversación con el rey, Ishakan intercambió un breve saludo con Cerdina y Blaine. Y, por último, se sentó frente a Leah…

Esto atrajo instantáneamente la atención de los aristócratas que habían sido fortalecidos por la pura muestra de interés del Ishakan por la princesa. Leah enderezó la espalda y los hombros mientras se enfrentaba a los aristócratas cuyos ojos brillantes ardían de curiosidad.

—Soy Leah de Estia.

Su presentación, no delató su confusión.

Tranquila y majestuosa, extendió su mano al rey de Kurkans. Pero a diferencia de su exterior, las puntas de sus dedos temblaban visiblemente, revelando su ansiedad.

El tiempo se detuvo cuando Ishakan aceptó la diminuta mano de la princesa, más aún cuando su cabeza descendió para plantarle un beso en el dorso.

En Estia era una forma de saludo, un acto de respeto hacia una mujer.

A pesar de imitar la etiqueta de Estia, Ishakan no hizo un esfuerzo por ocultar su verdadera naturaleza. Presionando su boca contra su mano, separó los labios, asegurándose de que sus dientes rozaron su piel sedosa.

Los ojos de Leah se abrieron un poco por la sorpresa, pero permaneció tranquila en su puesto. En secreto, su mano libre enterrada en los pliegues de su falda formó un puño.

Los dientes que le rasparon la piel le recordaron la noche que compartieron. Trató de retirar su mano, pero Ishakan la agarró con más fuerza hasta que retiró sus labios.

¡Muchos ojos los miraron, pero no le impidió hacer un saludo valiente! La expresión “audaz” ni siquiera fue suficiente para describir su acto.

Es más, su rostro sereno y confiado permaneció, y su sonrisa no había vacilado ni una vez. Sólo la princesa parecía nerviosa, la coloración roja en sus mejillas era una clara señal.

Pronto, Ishakan soltó el agarre de su mano y, como escaldada, Leah la acunó con la otra mano. El sol brillaba y los candelabros del pasillo parecían deslumbrantes, con una luz intensa.

Pero el corazón de Leah estaba envuelto en tinieblas. Asfixiada, se sentía como si se estuviera ahogando en arenas movedizas.

♦ ♦ ♦

El banquete de bienvenida llegó a su fin. Leah se levantó de su asiento y como si un demonio la siguiera, salió del pasillo a toda prisa. No pudo despedirse de los nobles, pero no le importó.

Con un aire petulante, caminó sin pausa, solo queriendo volver a su habitación de inmediato, cerrar todas las puertas, esconderse debajo de sus mantas. Un fuerte deseo instintivo de huir a un lugar seguro era lo único comprensible en su mente en ese momento.

Sus doncellas la siguieron con rostros confusos, pero Leah guardó silencio.

Después de encerrarse en su dormitorio, se quedó despierta toda la noche. Quería dormir, pero de alguna manera no podía. Los pensamientos del hombre generaron caos en su cabeza.

La noche que pasaron juntos, las historias que compartieron y el calor apasionado, todo eso la perseguía.

Se sacudió, giró y rodó en su cama durante toda la noche, por lo que cerró los ojos solo unos pocos segundos.

Al día siguiente era un desastre. Las ojeras eran visibles a través del grosor de su piel, las ocultó poniéndose polvos y se dispuso a trabajar.

Mientras se establecía el acuerdo del tratado de paz, los kurkanos decidieron quedarse en el palacio real de Estia. Después del banquete, se esperaba que las dos partes llegaran a un acuerdo a gran escala.

A estas alturas, el rey de Kurkan ya se había dado cuenta de que el antiguo rey de Estia no era rival para él. No había ninguna duda de eso, pensó Leah con desdén.

El tratado era lo último en lo que pensaba en ese momento: el próximo banquete de bienvenida para los kurkanos era lo más urgente. La sola idea de encontrarse con todo tipo de personas, incluido Byun Gyongbaek en la conferencia, le daba vueltas en la cabeza.

Las perspectivas del tratado planeado se mantendrían a raya durante el banquete, ya que los kurkanos tendrán que mezclarse con Byun Gyongbaek, una persona atroz que muestra malicia contra los de su especie. Por tanto, las conversaciones sobre el tratado podrían suscitar una controversia.

Con la pluma a un lado, Leah firmó el último documento en su mesa. Frunció el ceño cuando un fuerte dolor de cabeza la golpeó y le dificultó concentrarse en su trabajo.

Se puso de pie para aclarar su cabeza. De lo contrario, cometería errores, lo que garantizaría desgracias irreversibles.

—¡Saldré a respirar un poco de aire fresco! —gritó.

La condesa Melissa, que la había estado ayudando, la miró preocupada. Había pasado un tiempo desde que Leah había usado esas palabras. Esta noticia estaba pasando factura a la princesa.

Leah salió a caminar con sus doncellas, solo después de asegurarle a Melissa que estaba bien.

Caminó por el pasillo junto al patio y aspiró el húmedo aroma de la hierba, que pronto calmó sus nervios.

Leah echó un largo vistazo al jardín.

En medio de las plantas ornamentales, había un campo de nardos. Los capullos de flores blancas de esta planta que se formaron en racimos se veían adorables. Un poco más de tiempo y estarían en plena floración.

Pero primero, esas flores necesitarían más cuidados. Leah estaba a punto de decirle al jardinero que se ocupara del nardo cuando su mirada captó una figura familiar en la distancia.

Al darse cuenta de quién era, se congeló al instante. El aire se esfumó de sus pulmones.

Él estaba ahí.

Bajo las motas de luz solar que asomaban por los huecos de las hojas, Ishakan estaba apoyado contra un árbol, fumando ociosamente.

Se sabía que a los kurkanos les gusta fumar tabaco, pero sus cigarrillos eran diferentes a los del continente. La neblina que se dispersa por el humo era bastante única. La fragancia fresca pero sutilmente dulce que llenaba sus fosas nasales le sentaba bien.

Inmediatamente, sus doncellas comenzaron a susurrar desde atrás.

—¿Es el rey de los Kurkans?

—Oh Dios mío. ¿Es real? ¡Su apariencia!

—¿Pero no es demasiado feroz? Le tengo miedo.

—Princesa, ¿qué debemos hacer?. —preguntó la condesa Melissa.

Tenía que alejarse; su relación con él no era algo público. Pero incluso si ella ya lo sabía, se detuvo y lo miró.

Levantó la vista cuando escuchó a las doncellas reír desde lejos. Reveló sus orbes dorados parecidos a un halcón.

Sus miradas se encontraron por un instante.

Él sacó un pequeño paquete de cigarrillos de su pecho y descartó las hojas de tabaco que fumaba. Leah se adentró más en la parte sombreada del pasillo sin dejar de observar los movimientos del hombre.

Después de dar unos pocos pasos, él estaba fuera de su vista. Leah le dio la espalda, con la intención de dejarlo en paz.

—Alto ahí.

Estaba sacando a las doncellas del pasillo cuando, de repente, unas manos grandes la agarraron de los brazos.

—¡Ahh..!

Leah chilló y tropezó cuando él tiró de su brazo, haciéndola golpear su sólido pecho. Rápidamente miró hacia arriba y sus ojos se encontraron en un instante.

—¿A dónde vas, princesa? —dijo en un tono bajo y malicioso.

En esta posición, el calor de su cuerpo la rodeó. Su suave susurro la conmovió intensamente.

—Estoy seguro de que tienes algo que decir.

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