Matrimonio depredador – Capítulo 28: Poción de amor

Traducido por Yonile

Editado por Meli


Leah sintió como si le hubieran echado un balde de agua fría, atrapada en una pesadilla mientras su mente se nublaba al escuchar sus palabras. Su respiración se estremeció mientras luchaba por recuperar el control de su cuerpo, que comenzaba a volverse lento.

—¿Qué quieres decir?

Byun Gyongbaek se rió. Ella sabía a qué se refería, así que deseó que fuera solo una broma, sin embargo, él estaba borracho y no sería misericordioso.

¿Cuando terminarían los problemas del día?

—Ah, fingiendo ser ingenua, ya veo… —tarareó y le sujetó la barbilla con brusquedad.

A pesar del dolor, Leah no gritó. Todo su cuerpo era de plomo, tan pesado que no podía reaccionar.

—Te he tratado bien por tu condición de princesa, pero me pagas actuando como una perra. Pierdes la cabeza al ver a ese salvaje, ¿cómo puedo estar seguro de que permaneces intacta? —Se lamió los labios, la miró fijamente con suficiencia antes de inclinarse más cerca para susurrarle al oído—: parece que tendré que verlo por mí mismo.

El terror frío invadió a Leah mientras luchaba por moverse. Él levantó la mano y le acarició el cuello, bajó los dedos hasta su escote y tiró hacia abajo.

Cerró los ojos con fuerza en su impotencia. Nunca se había sentido tan indefensa. Quería alejarlo, pero todo lo que podía hacer era temblar bajo su toque. Contuvo un sollozo, incapaz de pedir ayuda.

Sintió que su vestido se aflojaba, la cinta que lo ataba cayó al suelo. Lo sintió acercarse, su aliento caliente golpeó su piel desnuda mientras ella se estremecía de disgusto.

Las risas de unos borrachos lo interrumpieron;hizo una pausa para buscar la fuente del ruido.

Leah aprovechó para darle un fuerte pisotón en el pie, clavó el talón con tanta presión que Byun Gyongbaek se apartó de ella con un grito y cayó al suelo.

—¡Perra! —siseo.

Leah no perdió ni un segundo, juntó toda su ropa cerca de su pecho y corrió. Byun Gyongbaek gritó blasfemias y se apresuró a levantarse para seguirla.

Mientras corría perdió sus zapatos y las ramas le maltrataban su delicada piel. Se tropezó con sus calcetines, miró a su alrededor frenéticamente, los sirvientes de Byun Gyongbaek la buscaban.

Se escondió entre los arbustos. Soltó un suspiro y ahogó su respiración mientras se tapaba la boca con la mano para evitar ser descubierta.

Cuando los sirvientes se fueron a otro lado, Leah bajo los hombros con alivio.

El jardín era como un laberinto. Los árboles y arbustos le brindaron la oscuridad que necesitaba y la privacidad que los amantes buscaban.

Recuperó sus fuerzas, le dolían los brazos y las piernas y, a pesar de su deseo de sentarse y descansar, debía escapar de Byun Gyongbaek.

En su desesperación, tomó fue un callejón sin salida. Sin forma de irse, se sintió invadida por la sensación de que era la presa, perseguida por deporte.

Podía ver cómo terminaría: la capturarían y se la llevarían. Su familia no intervendría y los aristócratas, se harían a un lado y difundirían rumores, verían con lástima su situación y pondrían excusas.

Nadie la protegería. Nadie podría ayudarla.

Ella no quería ceder ante Byun Gyongbaek de esta manera.

—¡Esperen! ¡La veo! ¡Está por ahí!

Algo fresco y dulce flotó en su nariz; con la última gota de fuerza que le quedaba en las piernas siguió la fragancia y esperó que la llevara a un dulce alivio.

Salió disparada,  se abrió paso a través de los arbustos y vio las nubes oscuras y la brillante luna. El cielo nocturno multiplicó su sensación de estar atrapada.

La ráfaga de aire fresco a su alrededor se aligeró cuando sintió la falta de aliento.

Vio a un hombre, estaba apoyado contra el árbol, el humo del cigarrillo lo envolvía. Él la miró en estado de shock, ella corrió hacia él y se aferró para salvar su vida.

Las lágrimas corrían por su rostro mientras sollozaba. Sus cálidas manos la envolvieron protectoramente, le acarició su desordenado cabello.

Ella estaba a salvo.

—I-Ishakan… —gritó su nombre, pero se atragantó con sus lágrimas.

Sentía que iba a estallar, todo su cuerpo le dolía: pecho, brazos, pies, cabeza.

Sus palmas subieron a sus mejillas, frotando las lágrimas mientras ella jadeaba en un suspiro. Se miraron en silencio.

—¡Leah~! ¡Oh Leah~! —Byun Gyongbaek la llamó.

Los escalofríos recorrieron su columna cuando lo escuchó. Se rió en voz alta mientras avanzaba lentamente hacia su ubicación.

La forma en que ella tembló, le hizo una idea a Ishakan de lo que había sucedido. Apretó la mandíbula y rechinó los dientes.

Con delicadeza, se alejó de ella, desabrochó su capa y la envolvió alrededor de su pequeño cuerpo.

Leah abrazó con fuerza la seda púrpura.

—Dime. ¿Debería deshacerme de él?—preguntó con frialdad, sus ojos fijos en ella.

Aunque su vista estaba nublada, pudo ver el brillo dorado de sus ojos con bastante claridad.

Leah negó con la cabeza. Él cerró los ojos, respiró profundamente antes de abrirlos y mirarla, sus ojos llenos de ira. Sus labios se presionaron en una línea delgada antes de colocarla detrás de él mientras se giraba hacia donde Byun Gyongbaek iba a entrar.

—Quédate aquí —le dijo en voz baja y se movió, pero ella lo detuvo

—Tú… —Tragó saliva para mojarse la garganta—. No puedes…

No puede matar a Byun Gyongbaek, no debe. El rostro de Ishakan se transformó en un ceño fruncido cuanto más trataba de disuadirlo de hacerlo.

—¡¿Incluso en este momento, todavía estás preocupado por la familia real?! —exclamó con furia. Sus pupilas se estrecharon hacia ella—. Incluso la bondad tiene sus límites, mi señora…

Él estaba colérico, pero no se dejó intimidar. Ella no debe retroceder ante esto.

—No… No es por la familia real —respondió mientras trataba de encontrar su voz—. Sino por Estia. No puedo dejar que… los inocentes sufran…

A pesar de su horrenda personalidad, Byun Gyongbaek había ayudado a Estia en gran medida cuando no solo bloqueó a los kurkanos, sino que también los mantuvo bajo control en las fronteras occidentales. Su vida estuvo ligada a muchos inocentes.

A diferencia de ella, donde nadie se vería afectado. Su muerte no traería ningún cambio.

—Solo… quiero salir de aquí. —Continuó, mientras Ishakan la miraba en silencio—. Por favor, te lo ruego… —Su agarre se apretó en su brazo.

El pecho de Ishakan subía y bajaba mientras pensaba en silencio. Maldijo en voz baja en idioma kurkan, levantó una mano y se frotó los ojos.

—Estás poniendo a prueba la paciencia de un Kurkan —le advirtió.

Quería disculparse con él, pero su cuerpo no respondió, su agarre se aflojó mientras se encorvaba con un ligero gemido mientras caía.

Se sentía más caliente a cada segundo, comenzó a jadear en busca de aire.

Creyó que la adrenalina se había agotado por tanto correr, y su fatiga había regresado con toda su fuerza, pero siguió empeorando.

—¡Tú! —Ishakan maldijo mientras se agachaba. Sintió que la temperatura de su cuerpo aumentaba y se reprendió a sí mismo por no darse cuenta de que algo andaba mal con ella.

Su toque se sintió frío, Leah dejó escapar un gemido.

—¿Qué comiste?

Recordó la copa de vino que bebió con su prometido y las palabras que le dijo: «Me harás compañía hasta que la droga desaparezca…»

—Byun… el vino… —susurró, veía manchas negras.

—Ven aquí. —le susurró preocupado.

La tomó por la cintura con un brazo para que ella descansara contra su pecho. Agarró su barbilla con la otra mano y la inclinó hacia arriba hasta que encontró sus labios.

Él empujó su boca para abrirla.

Fue como si algo eléctrico la hubiera impactado. Ella se aferró a él, ni siquiera fue capaz de pensar en apartarlo, su mente se nubló.

Su lengua entró como una flecha, probó los restos del vino en su boca y frunció el ceño. Lentamente se separó de ella y miró su tez.

—Se reunió con Dormaris el otro día, ¿recuerdas? —Leah asintió. Ishakan dejó escapar un suspiro. —Les compró una poción de amor a los gitanos.

El corazón de Leah se hundió.

¡¿Me enamoraré de Byun Gyongbaek?!

—Está bien, está bien —la consoló—. Es solo un nombre. En realidad, es un afrodisíaco barato. Pociones de amor, las verdaderas son pocas y difíciles de hallar…

Pero no podía oírlo correctamente. Su cuerpo se estremeció con violencia.

Caliente. Como si una bola de fuego le revolviera el estómago. Se sentía como si estuviera hirviendo. Su visión comenzó a volverse borrosa cuanto más trataba de mantenerse despierta y parpadeaba para mantener la cabeza recta. Pero solo empeoró.

Por encima de ella, Leah pudo ver a Ishakan mientras la miraba con expresión perpleja.

—Antídoto… necesitamos el antídoto… —murmuró.

—No te preocupes… —La abrazó y le susurró—: el antídoto está aquí.

Y su visión se volvió negra.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

 

error: Contenido protegido