Matrimonio depredador – Capítulo 39: Cuando la paciencia se acaba

Traducido por Yonile

Editado por Meli


—Ja… —se burló Blain.

En el dorso de sus manos aparecieron líneas azules ante la vista del juego explícito de debajo de la mesa.

Su sangre estaba irritada por el provocador intercambio que había presenciado entre Leah e Ishakan. Furioso, arrojó con desdén la vajilla que había recogido al tembloroso sirviente, que había estado esperando ansiosamente desde que el príncipe heredero se inclinó para recoger la pieza de porcelana él mismo.

Era la primera vez que lo veía hacer eso, su expresión fue aterradora.

Con una postura nerviosa y humilde, el sirviente le trajo una nueva vajilla de inmediato. Blain, que lo había recibido de mala gana, no podía olvidar la imagen que había visto. Sus manos agarraron con fuerza la fría porcelana blanca. Su agarre era tan fuerte que parecía que la vajilla se rompería bajo la presión.

Mientras el luchaba por contener su ira, Ishakan, sin prisa, acercó su taza a sus labios y sonrió. Su postura era siempre tan relajada, que se podía decir que encajaba cómodamente en el almuerzo.

A juzgar por su actitud, parecía que Ishakan había actuado deliberadamente para que Blain lo viera.

Cerdina ladeó la cabeza hacia ellos. Su mirada se entrecerró en el sirviente, una aparente expresión de insatisfacción se extendió por su rostro. Sus cejas se fruncieron con disgusto,vio a Blain recoger la vajilla él mismo.

Para que un príncipe actuara humildemente frente al estimado invitado, Cerdina inhaló bruscamente y disparó dagas al inocente sirviente tembloroso, que temía incluso mirarla a los ojos.

Leah no pudo encontrar sus zapatos. Sonrojada, escondió sus pies dentro de su vestido, con la esperanza de que eso impidiera que Ishakan la tocara provocativamente de nuevo.

Ishakan se rió en voz baja, con un destello de diversión en sus ojos. Su ruido sordo le hizo cosquillas en los oídos y le dieron ganas de esconderse. Sintió un empujón debajo de la mesa y rápidamente volvió a poner los pies en los delicados zapatos que él le había robado.

Blain agarró el cuchillo en su mano, la tensión le dificultaba cortar su comida. El cordero aromático aderezado con tomillo y lavanda ahumada que se había servido, yacía intacto.

Parecía estar tratando de soportarlo de alguna manera. Pero en el momento en que sus ojos se encontraron con los de Ishakan, que sonreía tranquilamente a través de la mesa circular frente a él, finalmente, con un gesto brusco, volvió a dejar la vajilla.

El príncipe furioso, que había ignorado a Ishakan hasta ese momento, le habló por primera vez.

—¿La comida se adapta a tu gusto?

La diversión cruzó por el rostro de Ishakan. Lo miró como si le preguntara si quería probarlo.

—Escuché que es difícil conseguir ingredientes en el desierto, pero me preocupa que la comida desconocida no sea de tu agrado.

Aunque insinuó que la comida era mejor a la que estaba acostumbrado, la expresión de Ishakan no cambió; relajado y despreocupado. Después de todo, él era un rey, no importaba cuán rara fuera la comida, ¿qué había que no pudiera conseguir?

—Eso es lo que estoy diciendo. Más de lo que esperaba… —respondió arrastrando las palabras.

Giró la cabeza y posó sus ojos en Leah y memorizó sus rasgos: grandes ojos color amatista, nariz diminuta, labios carnosos y barbilla pequeña. Viajando más lejos, llegó donde su piel de porcelana se unía con el cuello de su vestido, que estaba envuelto suavemente alrededor de sus hombros, como un capullo de seda.

Sus ojos examinaron cada suave curva y textura de la belleza que tenía ante él. Pronto, tomó una servilleta, intrincadamente bordada con encaje. La punta de sus dedos lo envolvió tranquilamente mientras se lo llevaba a la boca.

—Mucho mejor…

Fue extraño enterarse del cariño que podía expresar con el tono ligero, agradable y tranquilo. Para alguien que era una bestia absoluta en las sábanas y sabía cómo usar su cuerpo masculino para hacer que una mujer se sintiera bien, era sorprendentemente gentil. Con un parecido indescriptible en sus ojos, susurró.

—Quiero quedarme en Estia durante mucho tiempo.

El rechinar de dientes se podía escuchar desde el lado opuesto de la mesa. Los ojos de Blain brillaron mortalmente pálidos. Su incipiente sarcasmo de humillación, ni siquiera había dejado un pequeño rasguño.

Frente a un hombre que era la encarnación feroz de una bestia, las palabras duras eran débiles; todos ladran pero no le muerden.

En este punto, incluso el rey Estia, sin tacto, pareció reconocer que la situación había dado un giro extraño. Miró a Blaine e Ishakan con desconcierto.

Blain, quien estaba completamente atrapado en su ira, se olvidó de todo lo que le decía que permaneciera en silencio. La delicada naturaleza de la situación política que tenía ante sí se desvaneció con su enfado, y abrió la boca con furia en los ojos.

—Escuché que el rey de Kurkans aún no se ha casado —pronunció lo que no debería decir—. ¿Saquearás a una novia en Estia?

Sorprendida, Leah lo agarró por el antebrazo, pero él inmediatamente se soltó.

—Blain. —le advirtieron Leah y el rey de Estia.

—Al menos espero que el rey no haga eso. —Torció la boca con desprecio y agregó—: Se considera un acto de barbarie en el continente.

Los presentes se estremecieron ante la álgida atmósfera. Aunque el continente despreciaba a los kurkanos, llamándolos bárbaros, nunca nadie se atrevería a decírselo delante de ellos, y mucho menos a su rey.

Cerdina miró a Blain, sorprendida por lo directo que era.

Los ojos dorados brillantes y los ojos azules helados chocaron entre sí. Una batalla interna se desató. Un odio implacable transmitido en su mirada.

—Lo digo por preocupación.

Ishakan, que nunca había perdido una pelea en su vida, no era del tipo que evita una provocación. Se rio de la abierta hostilidad de Blain. Era una sonrisa que parecía la burla de un niño juguetón.

Inclinó un poco la cabeza hacia atrás y arqueó las cejas.

Al ver su mirada lánguida, Blain apretó la mandíbula, evitando que la cadena de palabras venenosas saliera de su boca. Despreciaba por completo al hombre que tenía ante él.

—Estia no parece tener muchas intenciones de hacer amigos. —Observó a Leah antes de centrar en Blain—. Pensé que tenías el mismo objetivo, pero ahora, no lo creo.

La risa relajada desapareció. Con la boca cerrada en línea recta, en sus ojos dorados, se formó una tormenta.

—¿El almuerzo de hoy es para interrogarme?

—No —respondió Leah—. Fue un malentendido, mi rey.

Ishakan, con rostro inexpresivo, volvió su mirada lentamente hacia Leah.

—El príncipe quiere la paz con los kurkanos más que nadie. Él es el que está aboliendo la esclavitud de los de tuyos.

No sabía lo que pensaban Blain o Cerdina, pero estaba desesperada por mantener la paz en Estia.

Blain abrió los labios para decir algo, pero se detuvo cuando sintió a Leah apretar su antebrazo.

—Cometió un desliz porque no es particularmente bueno para expresar sus sentimientos. —Suspiró antes de continuar—: ¿Puedo pedir perdón en su nombre?

Todos sabían que todo lo que Leah había dicho era pura adulación, en un intento de pacificar al irrespetado rey de Kurkans. Era solo una cuestión de si decidiría aceptar la disculpa o no.

Ishakan, que estaba mirando a Leah sin siquiera parpadear, hizo una pregunta.

—¿Es el trabajo del príncipe investigar la esclavitud?

—Eso es correcto.

Ishakan soltó una carcajada, como si estuviera de humor jovial. Leah se quedó en silencio. No había forma de que Blain estuviera interesado en los Kurkans ni en el comercio de esclavos. Todo fue su trabajo. Pero como siempre, sus logros se convirtieron en la contribución de Blain.

Este arreglo se había vuelto natural porque se había acostumbrado a que le robaran. Toda su vida no fue de ella.

—Esta es la segunda vez, princesa —dijo con voz suave.

—Gracias…

Por el bien de Leah, Ishakan volvió a aguantar. La paciencia no era una virtud de los kurkanos, especialmente para él. Ya no sabía cómo pagarle por controlar su temperamento por ella, dos veces.

El almuerzo continuó a pesar de la inquietante atmósfera. La conversación formal se interrumpió y nadie mencionó el acalorado intercambio que se produjo hace unos momentos. Los sirvientes esperaron con atención, sin atreverse a moverse para no equivocarse y desobedecer. Estaban pisando una fina capa de hielo.

Leah cortó el cordero en trozos pequeños. Era como si una piedra se hubiera alojado en su garganta. Se sentía doloroso incluso tragar saliva. Su apetito había desaparecido por completo, pero seguía llenándose la boca, manteniéndose ocupada.

De repente, una voz suave habló y ella se puso rígida.

—Leah. ¿Cómo está la comida hoy? —Cerdina sonrió alegremente mientras comía un trozo de carne mojado en crema agria.

Fue una advertencia, Leah dejó la vajilla mientras veía comer a la reina. Inconscientemente estaba comiendo en exceso , su forma de desviar su atención de Ishakan.

Su corazón se había calmado. Durante varios días, debido a su enfermedad repentina, pudo comer hasta sin la interferencia de Cerdina. Por supuesto, era ridículamente pequeño en comparación con una comida típica, pero estaba mucho más allá del estándar de la reina.

—¿No está comiendo demasiado la princesa? —preguntó para humillarla.

—No creo que coma mucho —respondió Leah, e inclinó la cabeza.

—Ah, la comida debe ser terrible. —dijo Ishakan.

Cerdina suspiró de disgusto. Fue un almuerzo ofrecido por el palacio real. El hecho de que la comida fuera defectuosa no era diferente a un insulto para ella.

Leah miró a Cerdina con nerviosismo. La expresión facial de la reina se volvió amarga desde el intercambio de Ishakan con su amado hijo.

—¿Es porque al rey no le gusta? Deberíamos haber preparado algo de comida kurkana, pero quería mostrarte la cultura de Estia, así que… —Sonrió, barriendo el vestido de seda que brillaba a la luz del sol.

Ishakan estaba emocionado, encontraba ridículamente divertido, que se atreviera a robarle el regalo a Leah.

—Incluso pensé en usar ropa kurkana. Ah, estoy avergonzada.

No habría tercera vez. Ishakan ya no tuvo paciencia. Su gran mano de bronce tomó una copa de vino, el contenido profundo y rico se arremolinaba en un rojo brillante. Se levantó de su asiento y luego, sin dudarlo, inclinó el vaso sobre la cabeza de Cerdina.

—¡Argh! —Cerdina gritó.

Su rostro perfectamente pintado y su cabello plateado estaban empapados, el vino goteaba por su barbilla. El vestido que llevaba también tenía una gran mancha de salpicaduras. La ropa preciosa que no se podía comprar, incluso con la riqueza de una familia noble, estaba arruinada.

—Oh querido. —Le disparó dagas con los ojos.

Ishakan tuvo el descaro de sonreír. Diversión e irritación bailando a través de sus ojos dorados.

—Es mi culpa, Su Alteza. Te enviaré un vestido nuevo. —Pero a diferencia de su boca sonriente, sus ojos eran fríos—. Esta vez, en un color que le sienta bien a la reina.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

 

error: Contenido protegido