Traducido por Yonile
Editado por Meli
Leah sabía que debería haber evitado que Ishakan continuará. Sus palabras no tenían sentido. La combinación de la política y el amor solo conducirán a una cosa: al desastre.
Ninguno pudo rebatir al otro. Fue un tira y afloja. La delicada línea se podía traspasar en cualquier momento, pero ninguno estaba dispuesto a soltar la cuerda.
Incluso si sonaba inverosímil, ella quería creerle. Anhelaba depositar su confianza en Ishakan.
Sin embargo, ¿cómo podía confiar en el enemigo de su país? Sus objetivos chocaban entre sí, y sus lealtades se dividían por su propia gente.
Él era el hombre más poderoso, rey de los kurkan, mientras que ella era una princesa indefensa de un país en decadencia.
Se sentía tonta, ridícula. Cada vez que estaba con él, su razonamiento y lógica se desvanecían, reemplazados por la tentación y los impulsos emocionales.
Quería hacer lo que su corazón le dictaba: usar el hermoso vestido de seda púrpura que Ishakan le había regalado; disfrutar de su comida en paz, en el almuerzo en un ambiente amistoso.
Ansiaba reclamar la gloria de sus contribuciones, que la gente reconociera que era ella quien se esforzaba por abolir la esclavitud y no el príncipe heredero.
Deseos tan simples que reprimía debido a la etiqueta y la disciplina que tenía que cumplir.
Desde que había conocido a Ishakan, su parte rebelde se había manifestado. Los sentimientos apagados, que deberían haber pasado a ser una chispa, se convirtieron en enormes llamas.
Le costaba resistir las ganas ardientes de dejarse llevar, de saciar sus deseos más íntimos y esos instintos desenfrenados.
Ishakan era combustible, lo suficientemente poderoso como para hacerla arder.
Cuando la condesa Melissa escuchó lo que había sucedido, se enfadó, en especial por el vestido de seda púrpura. Una prenda tan hermosa y delicada, que el dinero no podía comprar, fue robada y arruinada antes de que Leah pudiera siquiera tocarlo.
Melissa quería descubrir al culpable, pero la princesa se lo impidió:
—Te lo conté solo para desahogarme, no para que actuaras al respecto.
—¡Pero, princesa…!
—Como doncella principal, quiero que tomes la iniciativa, para que las sirvientas no se dividan. Sé que lo que te pido es difícil, pero…—Le tomó la mano y la miró a manera de súplica—. Si hubo una sirvienta que me vendió para ganar una fortuna, estoy segura de que fue por circunstancias inevitables. Me iré pronto de todos modos… No importa lo que haga la reina, solo tenemos que aguantarlo.
—¿Cómo es posible que no la dejen descansar? —Su mano seca y arrugada le cubrió su rostro. Luego de un momento agregó en un susurro—: Si tan solo viniera de una familia con más poder.
Cada vez que le pasaba algo malo a Leah, la condesa siempre se culpaba a sí misma, por ser incapaz de proteger a la princesa de las innumerables injusticias que tuvo que soportar.
—Condesa…
—Pido disculpas. Hablé incorrectamente frente a Su Alteza.
—No, yo soy el culpable aquí. No merezco tenerte. —Leah se acercó a la condesa y abrió los brazos.
La mujer la abrazó y tras un profundo suspiro, pronunció:
—No, no soy digna de tener una maestra como tú. Eres lo único que tengo, con quien puedo contar.
—No seas así, Melissa.
—Su Alteza podría pedirme que sirva a otro maestro una vez que abandone el palacio, pero odio la idea.
Leah sonrió. Sabía lo que la condesa Melissa quería decir.
Su destino estaba escrito en piedra: era la prometida de Byun Gyeongbaek y Melissa nunca podría cambiar eso. Ese era el poder que le faltaba y por lo que se culpaba a sí misma.
Leah recordó su elección final: la muerte en lugar de una vida miserable por delante. Rezó para que Melissa no sufriera demasiado. Entonces, una voz profunda emergió en su interior: «Si digo que asumiré la responsabilidad… entonces, ¿qué harás?». Palabras que martillaban su cabeza como un molesto insecto que volaba a su alrededor.
Su voz, ojos y nariz sobre labios bien formados… La expresión amable y sincera en su rostro, todo cobró vida en su mente. Podía seguir su suave mandíbula, el arco de sus cejas y sus ojos hundidos con los suyos.
Su recuerdo evocó algo muy profundo en ella. Todo el tiempo, su corazón había estado deseando algo: ¡quería vivir!
♦ ♦ ♦
Los nobles, en el salón, estaban muy satisfechos con los chismes que rodearon el escandaloso banquete de bienvenida para los kurkan. Estaban extasiados por la historia entre el joven y fuerte rey de los kurkanos y la hermosa princesa, flor de Estia.
La hija real, con sus vívidos ojos violetas, era una figura envidiada por todos los aristócratas, en especial por las mujeres. Varios nobles, estaban en desacuerdo con su compromiso con el viejo, pero poderoso Byun Gyongbaek.
—¡Pero el rey bárbaro apareció como carne fresca! Todos esperan ver a Byun Gyongbaek hirviendo de ira. —se jactó el conde Valtein, emocionado por los rumores—. Su belleza es excepcional, no sé cómo perciben ellos la belleza de Estia. Me interesa si me encuentran…
Al notar la mirada del ministro de hacienda, Laurent; dejó de fanfarronear. Incluso si su lengua seguía ansiosa por hablar, decidió cambiar el tema y sacó una pequeña caja de terciopelo envuelta en una cinta rosa de su bolsillo.
Con cuidado, abrió la caja y con orgullo, la empujó al centro de la mesa. El interior era de papel de seda color melocotón.
—Esta es la última tendencia —presumió el conde, mientras sostenía la caja como si contuviera una joya misteriosa y preciosa.
—¿Palmeras datileras?.
—Sí. ¿Te gustaría? Esta es la palma seca que comen los kurkanos. Me costó mucho conseguirla. Comer esto es bastante difícil. —Comenzó a mostrar la etiqueta adecuada para degustar las palmeras—. ¡Debes aprender la técnica correcta o sería un desperdicio! Te aseguro que muchos desconocen este método.
El interés del ministro Laurent despertó. Tomó el tenedor, cogió un dátil y se lo comió. Luego bebió el té de inmediato.
—Oh no, un poco de azúcar…
—¡Sin azúcar! —lo reprendió el conde—. Las palmeras datileras son naturalmente dulces.
El ministro frunció el ceño y tomó otro sorbo de té, el conde Valtein sonrió.
Aunque Valtein detestaba las cosas dulces, ya había comido dos dátiles, al igual que la estación, su paladar cambiaba. Lea, que estaba con ellos, solo pudo mirarlo con asombro.
—Creo que esto es popular hoy en día porque es bueno para el vigor —continuó Valtein, elogiando los dulces.
Mientras comían, el recuerdo de Ishakan comiendo los dátiles apareció en la cabeza de Leah, se sacudió la imagen de inmediato.
La cultura kurkan se estaba volviendo popular en Estia. Las costumbres extranjeras siempre habían sido muy atractivas para los aristócratas, aficionados a los nuevos entretenimientos.
Desde la perspectiva del gobernante, no era favorable. Sin embargo, cuanto más se tratara de reprimir esas tendencias, más fascinantes resultaría.
Todo lo que podían hacer era esperar a que los kurkan regresaran al desierto, luego de las negociaciones, llevándose así sus hábitos con ellos.
El conde Valtein le ofreció los dátiles a Leah, pero se negó a comerlos. En cambio, tomó un sorbo de té negro poco cargado y planteó el tema principal que quería abordar:
—¿Qué pasó con el favor que te pedí?
El conde Valtein dejó su taza de té.
—Descubrí que los Kurkan se están moviendo en Estia con tres divisiones. Una tiene la tarea de acercarse a las figuras clave del reino.
Leah ya habían visto esto en acción. Los kurkan habían tomado la iniciativa de acercarse al Conde Valtein.
—Otra rastrea a los gitanos y arrestara. Nunca han tenido buena relación, pero esto parece tener un trasfondo más profundo. Por último, y como la princesa esperaba. Han estado buscando a los esclavos kurkanos cautivos en Estia.
Leah asintió, la esclavitud era ilegal. Sin embargo, frente al dinero, la ley no existía. Había una inmensa demanda de esclavos kurkanos, eran fuertes y valiosos. Los traficantes hacían una fortuna a costa de llos.
—Por lo tanto, ¿hiciste lo que te ordené?
—Por supuesto. Procederá como usted desee.
Leah sonrió con satisfacción y el rostro del conde Valtein se iluminó como un niño que acaba de ser elogiado.
—El conde Valtein hizo una gran obra. Esto nos da la oportunidad de salir victoriosos de las negociaciones —declaró Laurent, con expresión sombría.
—Sin embargo, ¿no dificulta la negociación el reciente incidente en el palacio?
Leah, casi se dio por vencida.
—Deberíamos tratar de utilizarlo bien —insistió el ministro—. Como saben, no podemos quedarnos de brazos cruzados y no hacer nada.
Leah los miró uno por uno. Expresó claramente sus planes, enfatizando lo importante que era estar en buenos términos con los kurkan.
—El tratado es la última oportunidad para Estia.
Los hombres suspiraron profundamente y asintieron con la cabeza.
—Estaremos indefensos una vez que se vaya, princesa —dijo el ministro, tras un momento de reflexión—. Incluso si pudiéramos llorar un trato, ¿cómo podremos nosotros liderar un país en descomposición?
—No puedo dormir bien estos días debido a eso. ¿La reina de verdad cree que el príncipe heredero puede manejar todo esto?
—Eso parece. Tal vez sea porque el príncipe heredero es atroz y ambicioso.
—No sé por qué él es tan inmaduro, mientras que su madre se comporta como un zorro —se quejó el conde y de inmediato revisó su entorno. Acababa de insultar a dos de las personas más poderosas de Estia. Sonrió al confirmar que no había nadie y continuó—. Creo que la reina se arrepentirá una vez que se haya ido. Golpeará el suelo, llena de remordimientos, e inmediatamente la llamará de regreso.
El ministro de hacienda, asintió furtivamente con el apasionado discurso, incluso sugirió a Leah que no debía perdonar a la reina incluso si se arrodillara.
El conde Valtein solo dejó de balbucear después de que Leah levantó las manos, como gesto para callarlo. Ella suspiró suavemente y él arrugó la nariz, confundido sobre si había dicho algo mal.
—Conde Valtein. Estoy pensando en localizar a los esclavos yo sola.
El aludido abrió los ojos como platos.