Traducido por Lucy
Editado por Lugiia
La nieve revoloteaba hacia abajo, sin sonido y sin fin. La blanca nieve que caía del cielo era tan hermosa como la desesperación que llenaba el corazón y el alma, como la tiranía, como el propio mundo, rechazando cualquier cosa.
Rei estaba tumbado de espaldas en la cabina expuesta de su Juggernaut. La capota que se desprendía le había dado, al menos, una vista del cielo, mientras miraba la nieve que rezumaba en la oscuridad de la noche.
—Shin…
Cuando nació su hermano menor, a los diez años, Rei lo vio como un regalo, un precioso hermanito que había esperado durante tanto tiempo. Lo mimaba más de lo que hacían sus padres, por lo que su hermano crecería hasta convertirse en una especie de llorón malcriado. Rei, quien podía hacer cualquier cosa y lo sabía todo, siempre lo mantenía a salvo y lo apreciaba más que nada. Era el héroe de su hermano pequeño.
Cuando Rei tenía diecisiete años, estalló la guerra, y él, sus padres y su hermano dejaron de ser considerados humanos. Su madre patria dirigió sus armas contra ellos, los metió en camiones y luego los cargó en un tren de mercancías. Y durante todo ello, sus brazos siempre rodearon a Shin, quien lloró y se aferró a él durante todo el trayecto. Juró que protegería a su hermano, sin importar lo que les ocurriera.
El campo de internamiento consistía en un pequeño cuartel y una planta de producción, rodeados de gruesas alambradas y minas terrestres. Cuando recibieron un aviso en el que se les decía que podían recuperar sus derechos civiles a cambio del servicio militar, el padre de Rei fue el primero en alistarse. Sonrió diciendo que al menos tenía que enviarlos a casa, y se marchó para no volver jamás.
Nada más recibir el mensaje de que su padre había muerto, su madre recibió una directiva solicitando su alistamiento. Los derechos que deberían haber recuperado no les habían sido devueltos. La excusa burlona del gobierno fue que el servicio de una persona solo podía restituir los derechos de una persona, y desde la perspectiva de su madre, ella tenía dos hijos que proteger. Así fue como ella fue a su muerte, y justo cuando recibieron la notificación de su muerte, llegó la directiva de alistamiento de Rei.
♦ ♦ ♦
El muchacho se quedó quieto en la habitación que le habían asignado, con los ojos oscurecidos por la violenta ira que le atormentaba. Una directiva de alistamiento. Esa horrible pieza de sofisma —que el servicio de una persona podía restaurar los derechos de otra— se había mostrado falsa. ¿Hasta dónde iban a caer? El gobierno, los Albas… El mundo mismo.
¿Por qué yo no…? Ya tenía una vaga idea de que esto iba a suceder, así que ¿por qué no detuve a mamá en ese momento…?
—Hermano…
Shin.
Aléjate. Solo vete a algún lugar; no importa dónde. No puedo molestarme contigo ahora, no de la manera en que estoy ahora.
—Hermano… ¿Dónde está mamá? ¿No va a volver?
Ya te lo he dicho. No me hagas decirlo de nuevo.
La falta de inteligencia de su hermano le irritaba hasta la médula.
—¿Por qué…? ¿Por qué ella… murió?
Rei sintió como si algo se hubiera roto.
Fue por ti.
Es porque éramos dos.
Agarrando a Shin por el cuello y empujándolo al suelo, Rei rodeó con sus dedos la garganta de su hermano y apretó con todas sus fuerzas, intentando estrangularlo.
Sí, rómpete. ¡Rómpete, maldita sea! ¡Deja que le arranque la maldita cabeza!
Impulsado por la ira, gritó, culpando a Shin de todo.
Así es, mamá murió por su culpa. Si él no estuviera aquí, si el estúpido de mi hermano no estuviera aquí, mamá no habría muerto tratando de convertirlo en un humano de nuevo.
Golpearlo con condenas una tras otra era agradable. Esperaba que fuera insoportable. Cómo deseaba que el estúpido chico no pudiera aguantar más y se muriera.
—¡¿Qué estás haciendo?! ¡Rei!
Alguien lo agarró por el hombro, separándolo de Shin y haciéndolo caer al suelo. El muchacho volvió en sí.
¿Qué estaba… haciendo… justo ahora?
Todo lo que pudo ver fue la parte trasera de la sotana del sacerdote mientras se inclinaba sobre Shin y comprobaba su estado. Colocó sus manos sobre la boca del niño, le tocó el cuello y comenzó a reanimarlo, con un ritmo débil por el terror.
—Reverend…
—Fuera.
Aquel gruñido hizo que los ojos de Rei se movieran desconcertados.
Pero Shin, no se mueve.
Volviendo un ojo plateado hacia el muchacho, quien permanecía inmóvil, estupefacto, el sacerdote le bramó.
—¡¿Quieres que muera?! ¡Fuera!
Aquel grito de furia verdadera y sin adulterar hizo que Rei saliera corriendo como si la fuerza del grito lo hubiera arrojado fuera de la habitación. El muchacho se hundió en el suelo.
—Ah…
Los Albas habían perdido la guerra y oprimían a los Ochenta y Seis, quienes oprimían a otros Ochenta y Seis más débiles. Rei siempre detestó esa interminable cadena de opresión. La vulgaridad de utilizar a alguien más débil que tú como desahogo del dolor y la crueldad que soportabas… Y él había hecho justo eso. Tomó su dolor por la pérdida de sus padres, su indignación hacia la República, su frustración por lo absurdo de este mundo y, sobre todo, su rabia y odio por su propia impotencia… y lo descargó todo en alguien mucho más joven y débil que él: su hermano pequeño.
El peso de ese pecado le produjo escalofríos. Cayó de rodillas, agarrándose la cabeza.
—¡¡¡AAAHHH!!!
Yo… ¿Cómo pude…? Pero yo… ¡se suponía que debía protegerlo…!
♦ ♦ ♦
Por suerte, Shin había vuelto a respirar poco después. Había vuelto en sí, pero Rei no soportaba verlo. El sacerdote le había prohibido por cautela que los dos interactuaran, y su hermano mayor tenía miedo de enfrentarse a él. Aceptó la directiva, como si fuera a huir.
Cuando se marchó, el sacerdote le despidió con Shin, pero Rei seguía sin poder decir una palabra. La idea de volverse para mirar a su hermano solo para encontrar una expresión de miedo que nunca había visto antes le aterrorizaba. No podía permitirse morir. Tenía que vivir a toda costa y volver a casa. Ese pensamiento le impulsó a aferrarse a la vida, incluso cuando los compañeros morían uno tras otro a su alrededor.
Sin embargo…
La avalancha de nieve que parecía polvo le heló hasta los huesos. Rei se dio cuenta, a través de la bruma, de la pérdida de sangre que nublaba su mente, de que había llegado el final. Sus ojos vieron el emblema estampado en la armadura estampada de su Juggernaut. Un caballero esquelético y sin cabeza. Era una ilustración de un libro ilustrado.
El protagonista de un cuento de hadas.
Rei siempre había pensado que era espeluznante, pero por alguna razón, era la favorita de Shin. Pero ahora ni siquiera estaba seguro de poder recordar el libro o habérselo leído a su hermano todas las noches… Ni eso ni ninguno de sus otros preciosos recuerdos.
El joven hizo una mueca de agonía. Debería haber dicho algo el día de su partida. Debería habérselo dicho a Shin y dejarle claro que no era culpa suya. Aquella noche, él había lanzado una maldición sobre su hermano pequeño y había huido, dejándole con ella. Esas palabras, esas acusaciones de que la muerte de su familia era culpa suya, era probable que atormentarían a Shin durante años. Saber que había matado a la familia que amaba le retorcería el corazón sin remedio. La muerte de sus padres y la violencia de Rei le habían hecho llorar en innumerables ocasiones. ¿Era capaz de seguir sonriendo?
—Shin…
Una sombra gris se extendió sobre su blanco campo de visión: la Legión. Habían venido a por él. Por el rabillo del ojo, pudo distinguir a ese caballero esquelético. El héroe de la justicia que siempre acudía en ayuda de los débiles.
Si solo hubiera podido seguir siendo el héroe de su hermano. Había aplastado esa oportunidad con sus propias manos, y, sin embargo, quería volver a verlo, tenderle una mano…
Ese momento final definiría su forma.