Ochenta y Seis – Volumen 1 – Capítulo 06: Fiat Justitia Ruat Caelum [1]

Traducido por Lucy

Editado por Lugiia


—¿Qué…?

Al principio, Lena no pudo entender lo que Shin acababa de decir.

¿Los matarán a todos? ¿Su campo de ejecución?

—¿Qué está…?

De repente, se dio cuenta de algo: seis años atrás, había conocido a Rei, quien era un procesador. No obstante, si los Ochenta y Seis marcharon a ese angustioso campo de batalla a cambio de que sus familias recuperaran sus derechos civiles, ¿por qué el hermano menor de Rei, Shin —quien debería haber recuperado sus derechos como ciudadano a través del reclutamiento de Rei— estaba ahora mismo en un campo de batalla como un procesador, como un Ochenta y Seis? Lo mismo ocurría con los demás procesadores. Cada año, decenas de miles de reclutas eran enviados al frente. Sin embargo, si todavía estaban siendo enviados, ¿qué habían estado haciendo sus padres y hermanos mayores todo este tiempo?

—¡Imposible!

Es posible, ¿de acuerdo? Los malditos cerdos blancos nunca tuvieron la intención de restaurar los derechos de los Ochenta y Seis para empezar. Nos atraen para que nos alistemos con esa promesa y luego nos utilizan hasta exprimirnos la vida. Son unos malditos cerdos. No se puede caer más bajo que eso.

Lena sacudió la cabeza en el calor del momento. Quizás era imposible para ella aceptarlo, dado su sentido de moralidad. La República, la patria que le dio la vida y la había criado, sin importar la situación, no podía ir tan lejos.

—¡Esto no puede, no puede, no puede ser…!

Theo suspiró. No como una acusación, sino por amarga simpatía.

No le estamos culpando, pero… Usted ha estado en los ochenta y cinco sectores desde que empezó la guerra. ¿Ha visto alguna vez a un Ochenta y Seis allí?

—¡Ah…!

La cantidad de tiempo que un Ochenta y Seis tenía que servir a cambio de la restauración de sus derechos era de cinco años. Aunque los procesadores murieran durante la guerra, la atribución a sus familias debía estar garantizada. Después de nueve años de guerra, las familias de los procesadores muertos debería haber podido volver a casa, pero ella nunca había visto a ninguno de ellos. Ni a uno solo. Puede que Lena haya pasado toda su vida en el Primer Sector, donde los Colorata rara vez vivían, pero aun así, ¿ninguna? No podía ser.

¿Cómo podía ser tan inconsciente? Se sintió mal del estómago.

Había tantas pistas: Rei y Shin eran hermanos; procesadores que solo eran niños cuando sus padres o hermanos se alistaron; el Primer Sector estaba poblado solo por la raza Alba. Tantas pistas, y ella pasó por alto cada una de ellas. Después de todo lo que había visto, seguía creyendo en la infalibilidad de la República, como una maldita tonta.

La mayoría de los procesadores no viven para ver el final de su servicio, así que la República puede escabullirse del trato, sin problema. El problema somos nosotros, los portadores de nombre, bichos raros que no mueren y sobreviven durante años en el campo de batalla. Si sobrevivimos, significa que fuimos lo suficientemente inteligentes como para evitar que nos maten, y desde la perspectiva de otros Ochenta y Seis, somos héroes. Probablemente, no quieren que provoquemos una rebelión.

Aunque la voz de Raiden era tranquila, llevaba consigo la indignación hacia la República; era como si ya se hubiera cansado de estar enfadado.

Y por eso trasladaron a los portadores de nombre a las zonas disputadas de sus frentes. Ellos esperan que encontremos la muerte allí. La mayoría de las veces, ni siquiera los portadores de nombre expertos sobreviven, pero luego están los procesadores como nosotros, los que tienen la suerte y las agallas para sobrevivir a pesar de todo. Aquí es donde todo termina: la primera unidad defensiva de cada frente, el último lugar de eliminación. Este escuadrón es para los portadores de nombre marcados para ser eliminados. Son arrojados aquí y obligados a luchar hasta que mueran. Los refuerzos nunca vendrán, solo enviarán al siguiente grupo marcado una vez que estemos completamente eliminados… Es el final de la línea para nosotros. Todos vamos a morir aquí.

La perversión de todo esto hizo que su cabeza diera vueltas. No estaban luchando para defender nada. Solo luchaban sabiendo que acabarían muriendo. Esto ya ni siquiera era un reclutamiento forzoso, era un genocidio llevado a cabo por un enemigo extranjero.

—P-Pero… —Lena tartamudeó, aferrándose a ese último hilo de esperanza—. ¿Y si aun así sobreviven…?

Ah. Sí, hay mucha gente que no sabe cuándo rendirse… Y para deshacerse de ellos, la última misión de su mandato es una operación especial de reconocimiento con una tasa de supervivencia o de éxito del cero por ciento. Nunca nadie ha regresado de eso. Por lo que a los cerdos blancos les importaba, solo se deshacían de la basura que les costaba tirar. Un motivo de celebración, ¿sabe?

Fueron forzados a un campo de batalla de muerte casi segura para defender a otros sin ninguna compensación. Si vivían demasiado, les hacían trabajar hasta la muerte o les enviaban a un escuadrón diseñado para ser asesinado, y si sobrevivían incluso a eso, prácticamente les ordenaban morir.

Lágrimas de rabia nublaron su visión, llenas de cólera contra su país. ¿Hasta qué grado, hasta qué extremo, podía llegar a ser corrupto este país? Recordó a Theo y a Raiden quejándose una y otra vez de lo aburridos que estaban. Recordó haberle preguntado a Shin qué haría una vez que le dieran el alta y cómo había dicho que nunca había pensado en ello. Para empezar, nunca tuvieron un futuro, nunca tuvieron uno al que aspirar. Todo lo que tenían era una orden de ejecución firmada de antemano, sin forma de saber cuándo llegaría al final esa fecha.

—¿Todos ustedes lo sabían…?

Sí. Lo siento… Shin y Raiden, todos nosotros… No sabíamos cómo decírselo.

—¿Desde… cuándo…?

Su propia voz sonaba como si se estuviera quebrando. En contraste con ella, Kurena contestó con una brusquedad poco natural:

Lo sabíamos desde el principio. Me refiero a que, mi hermana mayor, los padres de Theo, la familia de Shin… Todos fueron al campo de batalla, pero los cerdos blancos nunca cumplieron sus promesas… Así que todos lo sabíamos.

—¡Pero si lo sabían…! ¡¿Por qué siguieron luchando?! ¡¿Por qué no huyeron…?! ¡¿Por qué no intentaron vengarse de la República?!

♦ ♦ ♦

Al oír el grito de Lena, Raiden cerró los ojos y sonrió con ironía.

—No tenemos a dónde huir, princesa. Hay un ejército de la Legión delante de nosotros y un campo de minas y un cañón de artillería a nuestras espaldas. Sin duda, una rebelión suena como una dulce idea, pero… los Ochenta y Seis ya han sido demasiado maltratados para eso.

Si se tratara de la generación de sus padres, aún habría sido posible, pero ellos habían priorizado garantizar la seguridad y la libertad de sus familiares para vivir de manera decente por encima de derrocar a la República, yendo al campo de batalla para ello. Si no lo hubieran hecho, sus familias en los campos de internamiento fuera de la Gran Mula habrían sido las primeras aniquiladas por la Legión. No tuvieron más remedio que aferrarse a las melosas palabras de la República.

Y cuando sus padres murieron, sus hermanos mayores se lanzaron al campo de batalla para demostrar a la República su lealtad y su valor como ciudadanos. Querían demostrar, tanto a sí mismos como a la República, la cual los trataba como basura, que eran ciudadanos orgullosos que podían recuperar su honor. Eran ellos, y nos los cerdos blancos que no se defendían, los verdaderos ciudadanos de la República. Sin embargo, Raiden y los demás ni siquiera tenían eso.

Hacía tiempo que habían perdido a sus familias y eran demasiado jóvenes para recordar su traslado a los campos de internamiento o los días que habían pasado a salvo en ese nutrido refugio llamado República. Cualquier recuerdo de haber vivido en las ciudades o de haber sido tratados como humanos estaba muy lejos y fuera de su alcance.

La única vida que conocían era la del ganado rodeado de alambre de espino y campos de mina, y la única República que conocían era la del perseguidor que los había llevado a esa situación. Nunca conocieron la República que decía defender la libertad y la igualdad, la hermandad, la justicia y la nobleza. Fueron reducidos a cerdos antes de que pudieran desarrollar cualquier tipo de conciencia u orgullo como sus civiles. Raiden y los demás no se veían a sí mismos como ciudadanos de la República.

Eran Ochenta y Seis, nativos de este campo de batalla donde vivían y morían, rodeados de enemigos hasta que exhalaban su último aliento. Este era el único honor que tenían que demostrar. Les importaba un bledo la República de San Magnolia. Ese país extranjero poblado por cerdos podía arder por lo que a ellos les importaba.

Entonces…, ¿por qué…?

Tampoco estaban obligados a responder a esa pregunta, pero respondieron, a pesar de todo, por esta chica. Esta chica tonta que se aferró a ellos sin importar cuánto le gritaron, cuánto la patearon, cuántas veces fue expuesta a los lamentos de los muertos persistentes. Tal vez, después de todo este tiempo, al final los había agotado hasta el punto de la resignación.

Raiden abrió la boca para hablar tras confirmar que no había ninguna objeción en el silencio de sus compañeros.

—Hasta los doce años, esta vieja bruja de Alba me dio cobijo en el Noveno Sector.

¿Qué…?

—Shin fue criado por un sacerdote que se quedó en el campo de internamiento tras negarse a evacuar, y ya has oído la historia de Theo sobre su capitán. Todos sabemos lo terrible que pueden ser los Alba. Kurena tuvo que lidiar con algunos de los Alba más horribles que puedas imaginar. Pero Anju y Shin también conocieron a Ochenta y Seis que eran igual de terribles.

Habían conocido tanto la despreciable vulgaridad de la humanidad como su más radiante nobleza.

—Y así fue como lo decidimos. Fue sencillo, en realidad. Decidimos que queríamos ser ambas cosas.

Se extenderían fuera de esa estrecha cabina y alcanzarían los cielos. Puede que haya olvidado las oraciones que aquella bruja le había enseñado o el dios en el que creía, pero aún podía recordar con claridad la desgarradora imagen de ella agachada en el suelo y llorando con amargura por ellos.

—Si lo que buscamos es venganza, entonces no es tan difícil de lograr. Todo lo que tendríamos que hacer es dejar que la Legión nos atraviese… Seguro que moriríamos, pero la República también estaría condenada. Imaginar a los cerdos blancos recibiendo por fin lo que se merecen… Bueno, tiene atractivo, lo reconozco.

Sus compañeros de los campos de internamiento también estarían perdidos, pero morirían en unos años, de una forma u otra. Darles la espalda porque todo era inútil de todos modos era… algo que los procesadores podrían hacer.

—Pero aun así, hay Albas que no merecen morir sin razón, y además, tomarse la molestia de morir por eso no lograría realmente nada.

Al parecer, Lena no podía entender. Su silencio parecía decir que si eso les complacía, que así fuera. No pudo evitar reírse. Esta princesita de verdad estaba demasiado bien criada y era una idiota. Era probable que nunca había pensado o querido vengarse de nadie. La venganza y el odio no eran tan simples como para resolverse matando a quienes se odiaba.

—No es venganza hasta que la otra parte se arrepiente de toda la mierda que ha hecho con cada fibra de su ser, hasta que se arrodilla y te pide perdón. En ese momento, es cuando los matas. Si no, no es venganza… No obstante, después de todas las desvergüenzas que hicieron, una rebelión o una masacre no haría que los cerdos blancos se arrepintieran de nada. Apartarían la vista de sus propios defectos y estupideces, se los atribuirían a otro, actuarían como una víctima trágica y luego morirían alegando inocencia… Ni en broma nos rebajaríamos al nivel de la República. Todo lo que haría sería alimentar su ego narcisista.

Su tono se había vuelto más duro sin que él se diera cuenta. Si había algo que no podía perdonar, era eso. El hecho de que la República de verdad creyera que no podía hacer nada malo. Como aquellos soldados que se burlaban de la vieja bruja, quien había seguido su conciencia y luchaba contra la opresión. O los ciudadanos que cerraban los ojos y tapaban sus oídos ante la realidad de la guerra, encerrándose en una realidad frágil dentro de sus muros fortificados. Los cerdos blancos que privaban a los demás de sus derechos a pesar de negarse a cumplir sus propios deberes y tenían la audacia de afirmar que tenían razón y eran nobles sin un ápice de vergüenza por sus acciones. Eran irremediablemente inconscientes, tan completo y absolutamente ciegos a la terrible contradicción entre sus acciones y sus palabras.

Nunca, jamás, actuarían como ellos.

—Si tratáramos a esos bastardos como ellos nos trataron a nosotros, nos convertiríamos en la misma clase de escoria. Si tenemos que elegir entre luchar contra la Legión y morir o rendirnos y morir, más vale que luchemos y sobrevivamos todo lo que podamos. Nunca nos rendiremos ni perderemos el rumbo. Por eso luchamos, esa es toda la prueba que necesitamos para saber que existimos… Y si acabamos protegiendo a los cerdos blancos en el proceso, bueno, no puedo decir que me guste, pero que así sea.

Eran los Ochenta y Seis. Un pueblo de guerra, lanzado al campo de batalla. Luchar hasta el momento en que las fuerzas les fallaran y vivir al máximo hasta entonces era su orgullo. La controladora se mordió el labio con frustración. El sabor de la sangre ajena, se extendió en la boca de Raiden.

¿Incluso si al final… lo único que les espera es la muerte?

Su voz sonaba como si quisiera que exigieran venganza. Raiden sonrió con tristeza ante su tono.

—¿Qué clase de imbécil se ahorca solo porque sabe que va a morir mañana? Aunque no tenga más remedio que ir a la horca, puede elegir cómo va a subir los escalones. Hemos hecho nuestra elección. Lo único que queda es vivir de acuerdo con ella.

Y justo por eso habían sido capaces de mirar, desafiantes, la inevitable muerte que les esperaba.

♦ ♦ ♦

Raiden se detuvo ante la persiana abierta del hangar, fijando su mirada en la silueta de un hombre y el gran armazón de un Scavenger. La luz azul de la luna atravesaba el aire nocturno mientras las estrellas iluminaban el oscuro cielo con su agudo resplandor. Las estrellas y la luna eran implacables; incluso en las noches en que alguien moría, brillaban de forma majestuosa. El mundo no era bello por el bien de alguien. Este mundo siempre fue apático a las preocupaciones de los humanos individuales.

—Está bien. No hay mucho que podamos hacer al respecto, en realidad. Gracias por lo de hoy.

—Pi…

Raiden observó cómo Fido dejaba caer sus hombros con desánimo (bajando de manera literal sus patas delanteras) al marcharse, y luego llamó a Shin.

—¿Era eso sobre Kino y el resto?

—Sí… No pudimos encontrar ninguna pieza del equipo de Chise. Hacía tiempo que tenía que buscar un repuesto.

—Solo hay que desmontar el modelo de avión en el que trabajó. Las alas se ven casi perfectas… Pero maldita sea, ni siquiera una pieza, ¿eh? Me imagino, ya que se llevó un proyectil de frente…

Fido se pasó un buen rato recorriendo el campo de batalla de ese día en busca de lápidas de aluminio para los fallecidos. Marcar estos fragmentos como objetivos principales de búsqueda, a pesar de que esta tarea no estaba relacionada con su propósito original, era un hábito que Fido había adquirido en sus años de servicio a la Parca.

Raiden había escuchado la historia de cuando ocurrió por parte de Shin. El primer fragmento de marca personal, que Fido había devuelto a la cabina llena de recuerdos del Juggernaut sin nombre de Undertaker, era el de un caballero esquelético sin cabeza y con una espada larga. Habían encontrado los restos de esa unidad en unas ruinas, y Shin la adoptó, cambiando la espada por una pala. Era la unidad de su hermano y la marca personal de él.

—Puede que no te moleste, pero lo diré de todos modos. No fue tu culpa.

La habilidad de Shin podría decirle dónde estaba la Legión, pero no le decía de qué tipo. Podía deducirlo hasta cierto punto basándose en su número y formación, pero no cuando estaban ocultos en la distancia entre muchas otras unidades, y menos aún cuando se trataba de un tipo completamente nuevo y desconocido que no tenía forma de saber que existía.

Shin lanzó una mirada fugaz a Raiden y se encogió de hombros sin decir nada. Raiden supuso que era probable que no le molestara, pero estaba bien. Endurecer la determinación y morir al final del camino era, después de todo, responsabilidad de los que morían.

Los claros ojos rojos de Shin se volvieron para mirar en dirección al campo de batalla de aquel día, y Raiden también fijó su mirada allí. Sus mentes seguían centradas en los acontecimientos de aquel día y en la Legión, de tipo artillería de largo alcance, que les había disparado.

—Me imaginaba que lo siguiente sería disparar a la base…, pero por alguna razón, no lo ha hecho.

—La artillería pesada está diseñada para suprimir el fuego o destruir objetivos fijos. No está hecha para disparar contra armas blindadas y no es algo que se usaría para derribar a un escuadrón. Probablemente, lo hicieron para bombardear ciudades y fortificaciones. Supongo que fue una prueba de tiro, y pensaron que también podrían apuntarnos a nosotros mientras lo hacían.

Raiden se rio con malicia.

—Derribaron a cuatro de los nuestros mientras lo hacían. Habríamos estado fritos si hubieran seguido disparando.

—Si lo completan, derribarán más de cuatro plataformas. Dejarán la República en ruinas. No es que nos importe mucho… Pero la mayor no puede dejar que eso ocurra. Sin embargo, ella es la que tendrá que pensar en un plan.

Shin había hablado con indiferencia, pero Raiden se sorprendió un poco. Era probable que el joven no se hubiera dado cuenta todavía.

—¿Qué…?

—Nada.

Nunca había escuchado a Shin expresar su preocupación por la controladora.

—Sea como sea…, este cañón de larga distancia es igual que Skorpion, en el sentido de que necesita unidades de observación de largo alcance. El propio cañón parece estar en silencio ahora mismo.

—¿Puedes notarlo?

—Por su voz. Podré saberlo la próxima vez que se mueva para atacarnos… Aunque probablemente no vuelva a disparar ese cañón.

Shin volvió a mirar a Raiden, quien lo miraba confundido, sin apartar la vista. Volviendo su mirada al cielo de aquel lejano campo de batalla, Shin entrecerró los ojos.

—Él me encontró. Probablemente, estaba mirando a través de los sensores ópticos de los Ameise que servían como unidades de observación.

—¡¿Tu hermano…?!

Raiden se congeló en su sitio. Nunca lo había visto en persona, pero se habían topado varias veces con las fuerzas dirigidas por esa Legión. Era un Shepherd que empleaba estrategias sutiles, frías y astutas de forma espantosa. Shin sonrió débilmente, mirando en la dirección donde era probable que estuviera el Shepherd. Era una sonrisa mezclada con miedo y temeridad, la sonrisa de un demonio de guerra que bailaba sobre las fauces de la muerte. Su delgado cuerpo temblaba de excitación y, sin darse cuenta, se rodeó con las manos, como si intentara detenerlo.

—Puedo sentir que está en el borde de esta sala, y parece que también se ha fijado en mí. Vendrá a por mí la próxima vez. No hay manera de que solo me dispare desde la distancia. Es una forma demasiado indiferente de acabar con esto.

Raiden hizo una mueca, apoderado por un miedo frío y penetrante. No quedaba ni una sombra de su camarada de confianza, quien siempre había sido tan tranquilo. Una profunda e hirviente locura se había apoderado de los rasgos de Shin. Iba tras la cabeza de su hermano. La cabeza del mismo hermano que le había matado una vez. Buscaba a la Legión que le robó la voz a su hermano cuando murió en aquellas ruinas del frente oriental.

La Parca se rio como una cuchilla, como la locura, como el filo escabroso y brillante de una vieja espada, astillada y afilada por innumerables batallas, mientras se balanceaba para reclamar la vida de su presa.

—Este es el mejor resultado que podía esperar, pero a ustedes les ha tocado la peor parte… ¿Qué harán? Sabiendo que morirán mañana, ¿se ahorcarán hoy?

También Raiden sonreía sin miedo. Hombre Lobo igualó a la Parca en ferocidad. Era una bestia salvaje que mordería hasta la muerte cualquier cosa que le amenazara; su fijación por la vida era salvaje y feroz. Pudo ver, por el rabillo del ojo, el mensaje de la cuenta atrás en el otro lado del hangar.

¡CIENTO VEINTINUEVE DÍAS HASTA QUE TERMINE MI SERVICIO! ¡MALDITA SEA LA GLORIA DEL ESCUADRÓN SPEARHEAD!

Y el final de su servicio significaba la muerte. Esta ridícula y jovial cuenta atrás marcaba los momentos que faltaban para su ejecución. El tiempo que quedaba en esta cuenta regresiva detenida era en realidad de treinta y dos días. Incluso si llegaba a cero, seguirían luchando y vivirían hasta ese día.

—¿Crees que esto es una broma…? Seguiremos con nuestra Parca hasta el final.

♦ ♦ ♦

—Vaya… Oh, Dios mío… Eso es tan propio de la República…

La expresión de Annette se tornó estupefacta al escuchar la historia de Lena. Ella había dicho que sería malo hablar donde otros pudieran escuchar, así que habían llevado la conversación a su laboratorio. Había servido café en sus tazas a juego, decoradas con conejos blancos y negros, junto con unas extrañas galletas mitad rosas, mitad moradas.

—Annette, por favor, tienes que ayudarme. No podemos permitir esto… Tenemos que pararlo.

Annette continuó mordisqueando sus galletas con apatía, con sus ojos plateados mirando a Lena.

—¿Qué quieres que haga exactamente? —Era una mirada fría y seca, como la de una bruja que ha vivido mil años y se ha cansado del mundo—. ¿Ir a dar discursos en la televisión? ¿Hablar con los altos cargos? Sabes que eso no cambiará nada. Puedes ser todo lo apasionada e idealista que quieras, pero si las palabras bonitas pudieran hacer que todo el mundo cambiará su forma de actuar, las cosas no habrían llegado tan lejos en primer lugar. Ya lo sabes.

—Eso es…

—Basta ya. No hay nada que puedas hacer. No importa lo que intentes, no llegará  a nada, así que solo…

—¡Basta, Annette! —Lena la cortó, incapaz de aguantar más. Era su preciosa amiga, pero no podía permitir que ni siquiera ella dijera esas palabras—. La vida de la gente está en juego. Lo sabes… Deja de intentar hacerte pasar por una villana solo para tener una excusa para no hacer nada. Déjate de tonterías.

—¡Tú eres la que tiene que dejar esta mierda! —Annette se levantó de repente. Lena tragó saliva sorprendida. Así de amenazante era la mirada de la muchacha—. Basta ya. En serio, basta. No hay nada que podamos hacer. ¡No hay nada en nuestro poder que pueda salvar a esa gente!

—¿Annette…?

—Tuve un amigo una vez… —En un instante, el bramido de Annette se convirtió en un suave murmullo. Era la débil e impotente voz de una chica que había sido llevada por completo al extremo de su desesperación—. Vivía en la casa de al lado. Nuestros padres trabajaban en la misma universidad. Eran amigos y yo jugaba con ese niño a menudo. La familia de la madre del niño tenía un poder misterioso, y la madre, el niño y su hermano mayor podían sentir los sentimientos de los demás, incluso a distancia.

El padre del niño era neurólogo e investigaba la forma en que el cerebro operaba al simpatizar con otros, para crear una IA que pudiera hacerse amiga de la gente. Aunque se trataba de una investigación, nadie hizo nada en especial peligroso. Utilizaban sensores con forma de juguete para que intentaran comunicarse desde distintas habitaciones, y como los experimentos eran todos de tipo lúdico, Annette se entrometió y exigió que la dejaran jugar a ella también.

El padre de Annette reunía voluntarios de la universidad para recrear estos experimentos, y todos participaban a cambio de créditos extra y de la merienda de su madre. Apenas había resultados, pero era divertido.

—Pero todo eso se acabó cuando empezó la guerra.

Aunque acababan de empezar la escuela primaria, el niño dejó de venir a clase. Así de grave se había vuelto la discriminación contra los Colorata. Annette fue acosada en la escuela por ser amiga de una “mancha”. Un día, llegó a casa del colegio y el niño le pidió que viniera a jugar, y ella arremetió contra él con rabia. Empezaron a discutir y, sin poder contener su irritación, le llamó “mancha”.

El niño no pareció ofenderse; solo la miró con la expresión confusa de un niño que no entiende lo que le acaban de llamar. Pero aun así, Annette se estremeció, dándose cuenta de que se había formado una fisura irreparable entre ellos, y que era ella quien había dado el golpe que la había provocado. Estaba aterrorizada.

Y por eso lo hizo. Sus padres sugirieron que dejaran que la familia de sus amigos se refugiara en su casa. Su padre estaba atormentado por el miedo al peligro que podría correr su familia si su acto de piedad quedaba al descubierto, así que le preguntó a Annette que debían hacer. Y ella se lo dijo. Ella empujó a su padre, quien era probable que hubiera estado buscando ese último empujón de afirmación, esa aprobación final… en la dirección opuesta.

No me importa él. No quiero estar en peligro por su culpa.

El niño y su familia fueron llevados al campo de internamiento al día siguiente.

Ella tenía que creer que no había nada que pudiera hacer en primer lugar, pero aun así, Annette tembló mientras reía.

Así son las cosas, como deben ser. Pero esta amiga mía…, ¿por qué siempre lanza esa mirada idealista en mi dirección?

—Sabes, Lena, puedes actuar como una santa todo lo que quieras, pero eres tan culpable como el resto de nosotros… ¿Tienes idea de cuántos Ochenta y Seis tuvimos que matar para desarrollar ese dispositivo RAID que llevas?

—No puede ser…

Experimentación humana…

—Transmite palabras, después de todo, así que no tenía sentido usar animales. El hecho de que los Ochenta y Seis no fueran considerados humanos era muy conveniente… Tenían que producir resultados lo más rápido posible, así que realizaban investigaciones sin tener en cuenta la seguridad de los sujetos de prueba. Papá estaba a cargo de ello.

Su padre no le había dicho nada a Annette en ese momento, pero ella lo sabía todo por los registros de investigación que había dejado. Innumerables sujetos de prueba murieron cuando sus cerebros se quemaron, incapaces de soportar la tensión de los experimentos. Y como todos los adultos fueron enviados al campo de batalla, tuvieron que utilizar niños. A los Ochenta y Seis se les asignaron números, lo que significaba que sus nombres nunca se registraban. Así que nadie —ni siquiera su padre— podía saber si alguno de los niños que sufrieron las muertes más horribles imaginables en los laboratorios de los campos de internamiento había sido ese niño.

—La muerte de mi padre no fue un accidente. Se suicidó.

Su padre había dicho una y otra vez: “Abandoné a mi amigo y causé el sufrimiento de innumerables personas. Más que nadie, merezco morir sufriendo”. La tasa de sincronización no se había puesto al máximo por error. Y Annette se consideraba igual de culpable por haber abandonado a ese chico, por lo que continuó con la investigación de su padre. Cuando recibió la petición de comprobar la relación del dispositivo RAID con los controladores que se habían suicidado, se había preguntado:

¿Qué pasaría si les dijera que tenían que atraer al procesador que se decía que era el causante de esos suicidios?

Haría que lo trajeran, alegando que era una muestra preciosa, y lo mantendría retenido hasta que terminara la guerra. Es cierto que sería un confinamiento, pero al menos sobreviviría.

El hecho de haber considerado eso la atemorizaba, porque ni siquiera pudo salvar a su amigo en aquel entonces. Así que cuando se enteró de que los cabrones de transporte se habían negado, diciendo que no era su trabajo, se sintió aliviada.

¿Ves? Después de todo, no puedo salvar a nadie.

—Pero eso es tan cierto para mí como para ti, Lena. —Se rio. Se burló de su tonta y bondadosa amiga que aún no podía comprender las profundidades de la maldad humana—. Lo que hiciste fue peor que no hacer nada. Tu interferencia los hizo vivir más tiempo, y por eso se les ha ordenado morir ahora. Si hubieran muerto por su cuenta, al menos se habrían matado sin tener que decírselo, pero por tu culpa, el Mando tuvo que adelantarse y dar la orden.

A Lena se le atascó la respiración en la garganta. Ver ese hermoso rostro contorsionarse en la agonía llenó a Annette de una alegría extática, pero al mismo tiempo la consumió una amarga pena.

Ah, ahí, lo hice. Lo he vuelto a hacer.

Annette recogió su taza y la tiró a la papelera. ¿Cuándo habían comprado esas tazas juntas? Habían decidido que tenían que ir a juego, las habían elegido juntas y las habían envuelto. Habían bebido café en ellas por primera vez en esta misma habitación.

El sonido de la frágil porcelana al romperse resonó en la habitación como un grito.

—Te odio, Lena… No quiero volver a ver tu cara.

♦ ♦ ♦

Después de eso, el escuadrón Spearhead fue enviado a dos misiones más. Durante el curso de esas operaciones, murieron otros tres procesadores.

Ambas veces, fue porque la Legión empleó claramente estrategias diferentes a todo lo que habían usado antes. El mismo tipo de estrategias precisas, sensatas, astutas y complicadas que cuando se desplegó por primera vez ese tipo de artillería de largo alcance. Shin dijo que el Shepherd estaba allí. No había salido desde la primera batalla con el tipo de artillería de largo alcance y los estaba comandando desde la retaguardia.

Y mientras todo eso se desarrollaba, Lena no podía hacer nada. No pudo disparar ni un solo proyectil para apoyarlos o anular su ejecución. Y al final, recibieron la orden.

♦ ♦ ♦

—¡¿Una misión de reconocimiento a largo plazo en territorio de la Legión?! —gritó Lena, incapaz de creer el contenido de la notificación en su terminal de información.

Los participantes eran todos los Juggernauts activos de la primera unidad defensiva del primer distrito. El objetivo del reconocimiento era una coordenada en el límite de la zona a la que avanzarían. La misión no tenía límite de tiempo. Cualquier intento de retirada durante esa misión sería percibido como deserción, y cualquiera que lo intentara sería ejecutado con rapidez. De acuerdo con esto, se borrarían todos los registros de objetivos de Resonancia Sensorial, los registros de datos de las máquinas y los registros militares de la República. A cada unidad se le proporcionaría un mes de suministros y municiones.

Era absurdo… Esto no era un reconocimiento. Esto ni siquiera constituía una misión. Se les estaba ordenando avanzar en territorio enemigo y morir. Lo único que no se les ordenaba de forma explícita era morir en vano. El mando ni siquiera intentaba que pareciera una misión. No durarían ni dos días, mucho menos un mes. Los números del grupo de exploradores disminuirían de forma gradual a medida que sufrieran un ataque tras otro de la Legión hasta que fueran aniquilados por completo.

Después de sus muchas y largas batallas sin sentido, su destino final era ser abandonados en el corazón del campo de batalla y morir. Y se permitió. La República ordenó que esto sucediera; esta era su verdadera forma. Apretando los dientes hasta el dolor, Lena dio una patada a una silla mientras se ponía de pie.

♦ ♦ ♦

—¿Me estás pidiendo que me retracte de la misión de reconocimiento, Lena?

—Por favor, tío Jerôme. Dejar que esto continúe es imperdonable.

Lena inclinó firmemente la cabeza ante Karlstahl, quien era su última esperanza. Había investigado un poco mientras intentaba encontrar la manera de que se cancelara la misión, pero al parecer, estas escandalosas operaciones eran una especie de “tradición” que se había mantenido, de forma ininterrumpida, durante años.

No era solo el escuadrón Spearhead. La primera unidad defensiva del primer distrito del frente sur, el escuadrón Laser Edge. La primera unidad defensiva del primer distrito del frente occidental, el escuadrón Longbow. La primera unidad defensiva del primer distrito del frente norte, el escuadrón Sledgehammer. Todas y cada una de estas unidades tuvieron a sus miembros prácticamente aniquilados en el transcurso de cinco meses, y en el raro caso de los supervivientes, la República había preparado misiones especiales de reconocimiento. La tasa de supervivencia, sin importar el escenario, era siempre cero. Los Ochenta y Seis que resistieron hasta el final fueron enviados a estos lugares de eliminación final para ser sacrificados…

La mirada de Karlstahl se posó en los documentos de su escritorio.

—Esto es impresionante… Por lo general, solo se envían uno o como mucho dos Juggernauts en misiones de reconocimiento especial. Tú eres el primer caso en el que tenemos suficientes procesadores para enviar una fuerza del tamaño de un pelotón, Lena. Por eso te lo dije, ¿no? “Haz lo mínimo”.

Tu interferencia los hizo vivir más tiempo.

Lena se estremeció, el último comentario de Annette surgió en su memoria. Apretando los dientes, pasó a la ofensiva.

—Por favor. La República… No podemos permitirnos pecar más.

»Y si la decencia humana y la justicia no son causa suficiente para conmover el corazón de las personas…, ¿entonces tal vez lo sea el interés nacional del país? Eliminar a los procesadores cualificados y experimentados perjudica con gravedad el potencial bélico del país y la seguridad de sus ciudadanos. Tío Jerôme, si lo presenta así al Consejo Nacional de Defensa y Relaciones Públicas, tal vez pueda…

Karlstahl escuchó las palabras de Lena con una expresión sombría y abrió la boca para responder con la misma gravedad.

—¿No puedes ver esto como que el gobierno de la República y sus ciudadanos están de acuerdo tácitamente en que la aniquilación de los Ochenta y Seis es beneficiosa para el interés nacional de la República, y que los militares de la República simplemente actúan de acuerdo con esta política?

—¡¿Qué…?! —Lena estaba atónita. Dejando de lado toda noción de cortesía, se inclinó sobre el antiguo escritorio—. ¡¿Qué está diciendo?! Como acabo de decir, esto perjudica tanto a la República como a su conciencia…

—Si la guerra termina y los Ochenta y Seis sobreviven, la República será objeto de censura y se hará responsable de su indemnización. Seríamos responsables de todo: de su internamiento, de la requisición de sus propiedades, de su reclutamiento forzoso. Solo la indemnización por sus propiedades confiscadas y las reparaciones costarían a la República una cantidad astronómica. ¿Crees sinceramente que los civiles serían capaces de aceptar el aumento de impuestos que supondría?

—Pero eso es…

—Y si alguno de los países vecinos sigue por ahí, se enteraría de lo que le hicimos a sus compañeros Colorata. Perderíamos tanto el prestigio como la dignidad, y la República sería tacha de país de opresores… Todas estas cuestiones se evitarían si extermináramos a los Ochenta y Seis.

Su respiración era superficial, y no podía dejar de apretar los dientes. Shin había dicho lo mismo.

—¡Así que por eso no les dejas recoger o enterrar a sus muertos…!

—Así es. Añadiré que no hay registros ni tumbas para los que murieron en la Gran Mula o en los campos de internamiento, y los archivos personales de todos los procesadores fallecidos se eliminan. Tan pronto como son exterminados, hacemos como si nunca hubieran existido. No se puede oprimir a alguien que no existe. Cualquier hecho que amenace la infalibilidad de la República se trata como si no existiera.

—No puedo creer que los civiles puedan ser tan asquerosos…

Karlstahl parecía un poco triste por alguna razón.

—Están aceptando tácitamente esto, Lena. Muy poca gente tenía la intención de que esto ocurriera, pero casi todo el mundo hace la vista gorda voluntariamente ante la realidad de que podría estar ocurriendo. O tal vez se podría ver a la mayoría de la gente que era obedientemente indiferente como defensores de lo ocurrido… Todo esto es resultado de la democracia de la que tanto nos enorgullecemos, Lena. La mayoría de los civiles han acordado que no les importa lo que ocurra con los Ochenta y Seis mientras puedan beneficiarse por ellos. Y es tarea de nuestros militares acatar esa decisión.

Lena golpeó el escritorio con la palma de la mano. Un sonido sordo y vacío resonó en el despacho.

—¡La democracia no permite a la mayoría tratar a la minoría como quiera! Nuestra política nacional, los valores de la bandera de cinco colores, se aplican a todos por igual, ¡y esa fue la base de nuestra constitución! ¿Cómo podemos pretender ser una República si ni siquiera podemos seguir eso?

Por un momento, una luz apagada se encendió en los ojos de Karlstahl. Era tanto por la irritación hacia Lena como una ira profunda y sin fondo hacia algo mucho más lejano, mucho más vago y sin forma.

—¿La constitución? Una constitución no es más que un trozo de papel si nadie reconoce su valor. ¡De la misma manera que el gobierno revolucionario condenó a la santa Magnolia, a la que no veían más que como un símbolo, a la muerte en prisión después de derrocar a la monarquía!

Su grito hizo que a Lena se le cortara la respiración. Era la primera vez que le oía hablar con tanta rabia.

—¡¿Llamas a esto barbarismo?! ¡Oh, sí, ciertamente lo es! ¡Y eso es lo que conseguimos por dar a las masas tontas todo lo que querían! Se aprovechan de todos los derechos que tienen, pero rehúyen los deberes que conllevan. Además, violan libremente los derechos de los demás; son bestias que no se preocupan más que de su propio beneficio y bienestar, ¡y esto es lo que conseguimos por dejarles mandar! Estos vagos y despreciables que asumen el nombre de la santa y manchan todo lo que ella representaba con cada una de sus acciones, ¡nunca podrían lograr nada más que el mal!

Su ira se convirtió de repente en cansancio, y se hundió en su sillón, suspirando con desaliento.

—La libertad y la igualdad son ideales demasiado prematuros para nosotros, Lena. Para nosotros, para toda la humanidad… Y quizás siempre lo serán.

Con los ojos vacíos de emoción, Lena miró al hombre que una vez admiró como un segundo padre. No tenía otra forma de reprimir el desprecio y el desdén que brotaban desde el fondo de su corazón.

—Eso es solo tu desesperación y tus excusas para justificarla… Quedarse de brazos cruzados, y permitir que innumerables personas mueran por eso, no puede ser más que un error.

La mirada de Karlstahl se elevó para encontrarse con la de Lena. Esa vieja mirada plateada y resignada.

—Y todo lo que dices es esperanza, pero la esperanza no puede salvar nada. Y los ideales tampoco. Los ideales son preciosos precisamente porque son inalcanzables, y como no se pueden alcanzar, nunca podrán influir en nosotros. La esperanza y los ideales no pueden impulsar a nadie a la acción… ¿No es por eso por lo que has venido a mí? —Lena apretó los dientes con amargura. Él tenía razón, y ella lo odiaba—. La desesperación y la esperanza son una misma cosa. Son dos caras de un mismo deseo que nunca se hará realidad. La única diferencia es como se llaman.

Incluso así, abandonar porque sabes que un sueño podrá hacerse realidad y solo sentarte a esperar que el destino te reclame…, o luchar contra el destino y gritar contra la luz que muere, aunque sepas que ese sueño nunca se hará realidad, son cosas muy diferentes. Pero este hombre no pudo ver esa diferencia.

Ah, así que es eso. Esto… esto es desesperación.

—Me despido…, comodoro Karlstahl.

♦ ♦ ♦

El escuadrón Spearhead recibió el aviso sobre la misión de reconocimiento especial, al mismo tiempo que Lena, y se pusieron a prepararse con solemnidad: recibiendo y organizando el equipo que la República había enviado por avión para la operación, asegurando los suministros que necesitarían de la propia base, seleccionando a los Scavengers que se encargarían de esos suministros, inspeccionando de forma elaborada los Juggernauts que no podían esperar más mantenimiento especial una vez comenzada la misión y resolviendo los últimos asuntos de los que debían ocuparse los procesadores que ya no volverían.

Todas estas tareas se resumían en el papeleo que el capitán del escuadrón —Shin— debía rellenar, y la confirmación de que se había abordado recayó en él como resultado. Aldrecht se encargó de la preparación y carga de los suministros, como de costumbre, y estaba de pie en la esquina del hangar, ahora bastante vacío, asegurándose de que los contenedores estuvieran bien llenos.

—Las provisiones, los paquetes de energía, la munición y las piezas de repuesto están en las cantidades solicitadas. Ah, y como cierto capitán tiene la costumbre de pilotar como un loco, también nos hemos asegurado de poner componentes adicionales para las piernas en tu equipo. Puedes hacer reparaciones sencillas, ¿verdad?

—Sí. Lo rompo a menudo, después de todo.

—¡No me hables así, mocoso! Solo queda un equipo para que te lo lleves. No te vuelvas loco, ¿entendido?

La gruesa voz del tripulante bajó con seriedad, pero Shin se limitó a encogerse de hombros. Incluso ante esas sinceras palabras, el muchacho no podía hacer ninguna promesa.

Luchar con todo lo que tenía cuando se enfrentaba a la Legión era la clave cuando se trataba de pilotar un Juggernaut.

Aldrecht sonrió con tristeza.

—Esta es la última vez. Mentir no te mataría, ¿verdad? O si no, escúchame por una vez en tu maldita vida.

—Lo siento.

—Tch, lo juro por Dios, chico, eres un verdadero pedazo de trabajo…

Aldrecht suspiró con tristeza, y el silencio se apoderó de ellos. Era probable que Shin no lo sintiera en especial incómodo, pero su compañero tardó unos instantes en rascarse el cabello canoso para continuar.

—Shin…, cuando termine de cargar esto, hay algo que quiero decirte. ¿Podrías llamar a los otros chicos para que vengan cuando termine?

El muchacho parpadeó sorprendido y miró las gafas de sol de Aldrecht. Parecía que quería preguntar por qué, pero al parecer, su para-RAID se activó, y calló.

Capitán Nouzen…

—Comandante.

Le indicó con la mano que continuarían la charla más tarde, y Aldrecht asintió y se dio la vuelta para marcharse.

He recibido la notificación sobre la misión de reconocimiento especial.

—Nosotros también la recibimos. Los preparativos van según lo previsto. ¿Ha ocurrido algo?

En contraste con el grave tono de Lena, Shin hablaba como si le hubieran notificado que iba a un campo de batalla cualquiera. Al escuchar la calma en su voz, la muchacha se mordió el labio.

Lo siento. No he podido convencerles de que anulen la orden…

Un momento después, Lena frunció los labios y guardó silencio. Sin poder contenerse más, abrió la boca para hablar.

♦ ♦ ♦

—Por favor, huyan. No deberían seguir estas órdenes absurdas.

Ella se sintió completamente patética. No podía hacer que se cancelara esta escandalosa operación, y lo único que le quedaba era esta irresponsable sugerencia. Sin embargo, la respuesta que ofreció fue tranquila y sosegada. Aunque formulada como una pregunta, fue una negativa rotunda.

¿Huir a dónde?

Lena lo sabía. No había ningún lugar al que huir. Y aunque huyeran, no sobrevivirían. Un grupo de personas solas no sería capaz de producir suficiente comida como para vivir. Fue justo por eso, porque el hombre no podía vivir solo, que la gente se unió y formó pueblos, ciudades y países. Y el mismo sistema que se creó para establecer y promover la vida ahora intentaba matarlos. Una profunda rabia hacia algo que no sabía definir de forma adecuada surgió de la boca del estómago, y Lena arremetió contra él, espoleada por esa emoción.

—¿Por qué? ¡¿Por qué eres siempre tan…?!

Esa compostura de él, que aceptaba con tanta calma la muerte irracional, la enfureció. Era como un pecador que había aceptado su sentencia de muerte, ¡pero no había hecho nada para merecer esto!

Porque no es algo que valga la pena resentir. Todo el mundo muere algún día. El hecho de que nos llegue un poco antes no es algo por lo que debamos condenar a los demás.

—¡Pero eso no es cierto! Te están matando, ¡y lo sabes! Te quitaron el futuro y la esperanza, y ahora vienen a quitarte la vida sin piedad, ¡¿y me dices que eso no es algo por lo que merece la pena condenarles?!

Ella estaba despotricando y gritando con lágrimas en los ojos, así que Shin se mordió la lengua por un momento. Cuando respondió, ella pudo sentir una leve sonrisa irónica en su voz.

Comandante, no vamos a ir allí a morir. —Era una resolución libre de remordimientos y apegos, una que se sentía de alguna manera aliviada—. Siempre hemos estado atrapados y subyugados aquí, y eso al fin está llegando a su fin. Finalmente, podemos ir al lugar al que estamos destinados a llegar, caminando por el camino que elegimos seguir. Por fin, vamos a ser libres. Así que, por favor, no hable mal de esto.

Lena agachó la cabeza con tristeza.

Pero eso no es libertad…

La libertad significaba no tener restricciones para ir a donde quisieras y convertirte en lo que quisieras, siempre y cuando no infringieras los derechos de los demás o la ley. O, si no, era poder desear esas cosas, a las que cualquier persona debería tener derecho. Si todo lo que podían desear era su muerte mañana y el camino que les había llevado hasta ese día, entonces no eran libres. Eso nunca podía llamarse libertad. Nunca.

—Entonces…, entonces, si no hay nada más, no luches. Puedes saber dónde está la Legión, ¿verdad? Así que avanzar evitando la batalla debería ser…

Eso no funcionará. Incluso si puedo saber dónde están, no seríamos capaces de deslizarnos por sus patrullas sin ser notados. Nuestra única forma de avanzar es luchando contra ellos… Y eso lo sabíamos desde el principio.

Shin estaba en definitiva, aunque de forma débil, sonriendo cuando dijo esto. Como si pretendiera transmitir que quería —no que sabía, sino que quería— esto desde el principio. Incapaz de controlar sus emociones, Lena cerró los ojos.

—Quieres matar a tu hermano que ha sido tomado por la Legión…, ¿no es así?

Un silencio momentáneo. Y entonces, Shin suspiró con fastidio.

¿Por qué siempre se da cuenta de cosas que es mejor no saber…?

—Me doy cuenta. Después de todo…

Sucedió cuando dijo que buscaba a Rei a pesar de que ya sabía que estaba muerto. Y lo hacía cada vez que hablaba del Shepherd del primer distrito. Cada vez, Shin había tenido la misma sonrisa fría y despiadada. Podía ser que no se diera cuenta por sí mismo, de forma similar a como la propia Lena no siempre era consciente de su propia expresión. Tal vez los sentimientos en el fondo de su corazón le traicionaron cuando menos lo esperaba. Esa emoción como el terror y el odio, la obsesión y la compulsión, como una cruel y fría hoja de locura que tenía preparada para apuñalarse.

Esta emoción no era un deseo. En todo caso, era todo lo contrario.

—Si eso es cierto, entonces es una razón más para no luchar. Incluso si se trata de la Legión, matar a tu hermano es solo…

Él es el Shepherd. Si no lo elimino, nunca podremos avanzar.

Su tono era frío y severo. Era la primera vez que ella escuchaba irritación en su voz.

—Capitán…

Si mandarnos es demasiado duro, puede dejar de Resonar con nosotros… Raiden y Kaie ya se lo han dicho muchas veces.

Su agudeza hizo que a Lena se le cortara la respiración. Al darse cuenta de que se había dejado llevar por sus emociones, el muchacho respiró hondo y retomó la actitud indiferente y de negocios que había tenido cuando la joven acababa de ser nombrada.

Comandante… Ya no necesitamos que nos ordene.

—Eso es…

Déjeme decirlo de otra manera. No quiero que escuche las últimas palabras de mi hermano.

Esa maldición. Ese resentimiento. Shin no quería pintarlas sobre la imagen de la sonrisa y la mano extendida de su hermano.

Y una cosa más. No puedo oír las voces de la Legión que solían estar más allá de la frontera oriental.

Lo hizo sonar como si hubiera olvidado presentar un informe. Tal vez fuera un intento de encubrir algo que estaba tratando de transmitir.

Tal vez sea solo el límite de lo que puedo oír, pero es posible que alguien siga vivo ahí afuera. Quizás, alguien venga a ayudar antes de que la República caiga… Si derribo al Shepherd, la Legión se sumirá en el caos durante un tiempo. Ese es todo el tiempo que puedo comprarle, así que, hasta entonces…, tiene que seguir viva, comandante.

Su tono la alejó, y su voz era indiferente, pero esas palabras que casi parecían una oración por su bienestar hicieron que Lena apretara los puños.

♦ ♦ ♦

Haruto murió cuando salieron a operar ese día. También fue la primera operación en la que Lena no los comandó de principio a fin.

Luego, llegó el día de la misión de reconocimiento especial. Montaron sus Juggernauts, los monitores se encendieron y se llenaron con sus secuencias de activación y los resultados de las comprobaciones de arranque. Raiden se burló al ver el número de unidades amigas en su sub-monitor.

—Solo somos cinco, ¿eh? Seguro que empiezo a echar de menos a Haruto ahora mismo…

Si hubiera vivido dos días más, podría haberse unido a nosotros en esta divertida excursión.

Theo suspiró con fuerza al otro lado de la Resonancia.

Así que, al final, la comandante no se registró una última vez.

—Bueno, qué sorpresa. No pensé que acabarías echándola de menos, Theo.

No es eso, imbécil… Pero aun así. —Theo ladeó un poco la cabeza—. Supongo que me arrepiento de no haber hablado con ella por última vez.

Ella ha estado con nosotros durante mucho tiempo. Al menos deberíamos poder despedirnos. Es justo.

Sí, lo entiendes, Anju. Es como, está totalmente bien si ella no está aquí, pero si lo estuviera, habría sido bueno decir adiós.

No importa de cualquier manera. Le decíamos que no se involucrara con nosotros, y finalmente lo entendió.

A pesar de sus palabras, Kurena sonaba un poco enfadada. Al oír a Theo y a Anju reírse a través de la línea, les espetó.

Raiden suspiró, mirando hacia la cubierta.

Sí, así es…

No creía que Lena dejara de resonar por completo con ellos después de todo lo que había pasado. No creía que fuera de las que se acobardaban ahora, después de todo este tiempo… No, era probable que estuviera melancólica y no fuera capaz de enfrentarse a ellos por su estúpido sentimiento de culpa. En definitiva, había algunas cosas que quería decirle antes de que tuvieran que irse… Pero si no tenían la oportunidad, que así fuera.

<Secuencia de comprobación final, completada. Inicio, reconocido>.

Las pantallas parpadearon, mostrando las espaldas del equipo de mantenimiento en retirada. Raiden bajó la cabeza en señal de agradecimiento a los maltrechos barracones y al equipo de mantenimiento que les había ayudado durante los últimos seis meses. Podía que no lo vieran, pero tenía que hacerlo de todos modos.

Las piernas de Fido estaban unidas a los contenedores cargados con munición para un mes, suministros y artículos de primera necesidad para cinco personas. El Scavenger se colocó detrás del grupo de exploradores como un ciempiés de tamaño excesivo. Eso marcó el último de sus preparativos. Una vez que salieran para la misión, sus nombres serían borrados del registro militar, y sus registros de datos de máquinas serían eliminados. Sus registros de objetivos de Resonancia Sensorial —su vínculo con su controlador— también se borrarían esta tarde. Si intentaban resonar con la República, el cañón de interceptación les dispararía. Debían avanzar todo lo que pudieran hacia el territorio enemigo, aunque les costara la vida.

Incluso con este sombrío futuro frente a él, el corazón de Raiden estaba, de manera sorprendente, sereno. Se había preparado para esto desde que fue designado para este escuadrón. Daiya estaba allí en ese entonces, y solo eran seis. Los seis subieron a un transporte que los llevó a su nuevo destino, donde se encontraron con Kaie, Haruto y Kino.

A todos ellos se les había hecho una nueva foto para sus archivos personales. Cada vez que se reorganizaba un escuadrón, sus miembros tenían que hacerse fotos actualizadas, y se habían colocado de espaldas a una pared con líneas para medir su altura, sosteniendo cada uno una tabla con su número personal. Era como una ficha policial. Estas se desechaban cuando se disolvía un escuadrón, así que para esta noche, ya se habrían eliminado. Sus retratos, que nunca se usarían para los funerales que nunca tendrían, se quemarían esta noche. ¿Y la otra foto que les hizo aquel tímido soldado de buen corazón? Quién sabía cuánto duraría esa.

Esa noche, todos renovaron su juramento de que, por mucho que los trataran como cerdos, nunca darían a sus opresores la satisfacción de actuar como tales. Que lucharían hasta el amargo final, aunque solo quedara uno en pie.

Esto es lo mejor.

Al final, quedaron cinco. Raiden sonrió, pensando que esto no estaba nada mal y, como era natural, encontró su atención atraída por Undertaker, quien se mantenía en la vanguardia. Esa marca personal de un esqueleto sin cabeza que llevaba una pala, representaba a su Parca, el que los había guiado hasta aquí, el que ahora los llevaría a las puertas de la muerte y era probable que mucho más allá, llevando consigo las quinientas setenta y seis lápidas de aluminio de sus camaradas caídos.

Pudo sentir como los ojos rojos de Shin se abrían mientras decía con solemnidad.

—Vamos…

♦ ♦ ♦

Conmovido por esa débil voz, despertó su fase de espera.

Ya viene. Todavía está lejos, pero se acerca.

Lo había buscado durante tanto tiempo y ahora, por fin, lo había encontrado de nuevo. El que llevaba tanto tiempo esperando conocer… Su impaciencia ardía como el hambre, como la lujuria.

No puedo esperar más. Tengo que darle la bienvenida. Y esta vez, seguro…

♦ ♦ ♦

El sonido de los fantasmas que siempre pudo escuchar se hizo más fuerte cuando comenzaron a avanzar en su dirección. La Legión se movía en un solo bulto, como un maremoto de tiranía que arrastraba la tierra, avanzando poco a poco hacia ellos. Los Eintagsfliege se desplegaron primero como un sutil enjambre plateado, extendiéndose como un filamento que ahogaba los cielos, borrando el sol.

Shin…

—Sí.

El muchacho respondió sin emoción al ronco susurro de Raiden. Estaban en curso de colisión. Intentaron cambiar de dirección, pero la vanguardia de la unidad enemiga se desplazó de acuerdo con ellos. Tenía sentido… Si Shin podía oír las voces de la Legión, como era lógico, debería ocurrir lo contrario. Teniendo en cuenta la topografía, cambió el rumbo hacia lo que sería el mejor terreno para enfrentarse. Si tenían que luchar contra la Legión, al menos deberían elegir un campo de batalla que les diera algún tipo de ventaja.

Sus pantallas de radar se llenaron de pitidos. Era un código que significaba la presencia de unidades hostiles. El número de señales aumentaba cada segundo, y el cambio hacia el punto de intersección se iluminaba en blanco. Se desviaron por los dobleces de las colinas que bloqueaban sus campos de visión, encontrándose frente a un matorral de árboles. Este lugar limitaba con los bosques, y una gran fuerza de la Legión, que se extendía hasta donde alcanzaba la vista, les estaba esperando.

Las unidades de reconocimiento de los Ameise de tipo explorador estaban en primera línea. A dos kilómetros detrás de ellos, había unidades blindadas mixtas formadas por el tipo tanque, Löwe [2], y el tipo dragón, Grauwolf. A varios kilómetros detrás de ellos, había una segunda oleada de la misma unidad acorazada, y apenas podían distinguir una tercera detrás de ella. Más allá era probable que se encontrara un campamento de tipos artilleros de largo alcance, Skorpion. Este ejército seguro incluía a toda la Legión del primer distrito.

Y en la vanguardia, avanzando hacia ellos con un aire de compostura y una fuerza de Ameise, esperando, estaba una unidad de tipo tanque pesado: Dinosauria [3]. Tenía una altura de cuatro metros y pesaba el doble que un Löwe, con su enorme estructura cubierta de una sólida y voluminosa armadura. Era tan amenazante como una fortaleza colosal, su enorme tamaño se apoyaba en ocho patas, que le otorgaban una movilidad aterradora. Su enorme torreta de ciento cincuenta y cinco milímetros y el armamento secundario, un cañón coaxial de setenta y cinco milímetros, giraban en dirección a los Juggernauts, haciendo que las dos ametralladoras pesadas adicionales de cincuenta y siete milímetros, que llevaban montadas, parecieran juguetes a comparación.

Era obvio, incluso sin oírlo, que este era el Shepherd de este ejército. Había desplegado sus fuerzas aquí, no solo porque esta era la línea recta en la que se movían, sino porque estaba de forma deliberada al acecho para desafiar a los Juggernauts. Había considerado la situación y analizado los movimientos de sus oponentes, una hazaña de cognición imposible para cualquier Sheep común. Y este Shepherd, que siempre había acechado en las profundidades del primer distrito, también era…

Shin…

Como para borrar cualquier duda, pudo escuchar esa voz grave, una que recordaba con claridad. Era la misma voz, pronunciando las mismas palabras que había escuchado por última vez cuando aún estaba vivo.

Esa voz que le llamaba de forma incesante.

Shin sonrió levemente.

Por fin, has salido… Por fin, me muestras tu cara.

La sonrisa de Shin era fría, afilada y feroz, como una espada, como la locura.

—Por fin, te he encontrado…, hermano.


[1] Fiat Justitia Ruat Caelum es una frase jurídica en latín, que significa: “Que se haga justicia, aunque se caiga el cielo”.

[2] Löwe: es una unidad de la Legión de tipo tanque. Está equipada con un cañón de 120 mm de ánima lisa, que es más del doble del tamaño del cañón de 57 mm del M1A4 Juggernaut, y está fuertemente blindado. Está especializado en la destrucción de objetivos que aprovecha su enorme tamaño, y destaca en la guerra de bombardeo con una potencia de fuego abrumadora que aplasta todo lo que encuentra a su paso.

[3] Dinosauria:  es la unidad de la Legión de tipo tanque pesado. Supera con creces a los demás tipos de Legión estándar, como el Ameise, el Grauwolf y el Löwe.

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