Traducido por Herijo
Editado por YukiroSaori
De hecho, ese día había pocas personas en la mansión que comprendieran la situación en detalle tanto como él. Y no muchos podían chismorrear al respecto sin su permiso. Por lo tanto, no fueron ni Roxanne, ni Marianne quienes difundieron esos rumores. Al final, fue el propio Ober, o algún sirviente o sirvienta, quien los propagó con su consentimiento tácito.
¡Maldito! ¡Tú inventaste todos estos rumores! Si te veo, seguramente intentarás consolarme, diciéndome que no me preocupe…
Marianne siguió caminando, pisando con fuerza el suelo inocente. Cordelli, rápida para leer su mente, la siguió en silencio.
El entorno cambió rápidamente. Al pasar junto a las paredes de flores enredadas con arbustos de rosas, de repente apareció un terreno vacío. Era un patio con un bosque de álamos a la izquierda y un pequeño estanque a la derecha. Al fondo, el jardín de flores se alineaba como un escudo protector.
Marianne se detuvo lentamente, observando la hierba espesa.
—Señorita, el joven Iric estará esperándola en la puerta principal. ¿No sería mejor regresar? Podría meterse en problemas si se pierde, ya que este camino no es familiar…
Cordelli estaba a punto de sugerirle que volviera, con una mirada de preocupación, cuando de repente escucharon un sonido.
—¡Haat!
Era el ruido animado del hierro chocando.
Una luz brillante y afilada surgió junto a un gran álamo, cegándolas por un momento. Cuando volvieron a mirar, vieron el reflejo de dos cuchillos. Como si estuvieran practicando esgrima, dos hombres se enredaban blandiendo sus espadas.
Cada vez que las espadas chocaban, las hojas cortaban el viento con gracia. No había vacilación en sus movimientos, que fluían entre empujes y ataques.
Aunque Marianne y Cordelli no eran expertas en esgrima, podían apreciar de inmediato que sus habilidades eran excepcionales.
—¡Dios mío! ¿No es ese el gran duque? —preguntó Cordelli, señalando a uno de ellos.
Para Marianne, era evidente que aquel hombre de cabello blanco y gran estatura era el gran duque Christopher.
—Y el otro… No logro ver bien su rostro. No creo que sea el emperador. Por el color de su cabello, parece un pariente del emperador…
Marianne entrecerró los ojos para distinguir al joven.
Su cabello dorado, atado como el del gran duque, ondeaba en el aire. Llevaba una camisa blanca holgada, pantalones azul marino y botas de cuero que llegaban hasta las rodillas, con las mangas enrolladas hasta los codos. Cada vez que blandía la espada, sus músculos bien definidos se hacían visibles. Aunque era más bajo que el promedio, sus piernas largas y hombros firmes denotaban una gran estabilidad.
Era un joven que, a sus ojos, parecía casi un niño.
—Es extraño. Por lo que sé, no hay parientes del emperador de su edad. Como sabes, el emperador no tiene hermanos, el gran duque está soltero, y la hija mayor de la difunta emperatriz ha sido la emperatriz de Faisal durante mucho tiempo. La duquesa Lamont tampoco tiene un hijo…
Cordelli repasó la línea familiar del emperador mientras sacudía la cabeza.
Marianne, recordando a los personajes que Cordelli mencionó, de repente abrió la boca, como si hubiera caído en la cuenta de algo.
Su amiga Evelyn, a quien había dejado en el norte, solía usar pantalones y montar a caballo. Por ejemplo, si sostenía una espada, podía derrotar fácilmente a cualquier espadachín principiante. También apostaba dinero en competiciones de tiro con arco, ganándole a Marianne cada vez. Cuando le prohibieron salir, se rompió el brazo al intentar escalar una pared en secreto. Incluso jugaba al cricket en el jardín con los sirvientes.
Al igual que los aristócratas y los plebeyos tenían roles distintos en la sociedad, se consideraba que los caballeros y las damas debían cumplir funciones separadas. La gente criticaba a Evelyn, diciendo que su comportamiento imprudente no era propio de una dama. Según esos estándares, Evelyn era algo así como un “bicho raro”.
Pero a Marianne le gustaba Evelyn precisamente por eso. Evelyn era más dinámica y vibrante cuando cabalgaba por el campo, usando un vestido incómodo, que cuando estaba en una habitación con Marianne, leyendo libros o usando un pincel, actividades que no le agradaban en absoluto.
En ese sentido, Marianne pensó que el joven enérgico que estaba frente a ella no necesariamente tenía que ser un hijo de la familia Frey.
—¡Señorita Rane! —gritó Marianne con todas sus fuerzas.
Fue entonces a persona que blandía la espada volteó hacia ella y exclamó:
—¿Eh? ¡Marie!
Rane, con una sonrisa familiar, levantó las manos en señal de bienvenida.
Tan pronto como confirmó la presencia de Marianne, Rane arrojó la espada que sostenía.
El viento de principios de verano enfrió el sudor en su frente y cuello. Su sonrisa brillante era tan fresca y liberadora como un pájaro en los prados.
—Dios mío. ¿Cómo supiste que estaba aquí? Este jardín está en una zona apartada, así que pocas personas vienen por aquí. ¿Viniste a verme a mí o a mi tío?
—No… Solo vine aquí mientras paseaba. No conozco bien el Palacio Imperial. Lo siento. ¿Te molesté? Estaba tan contenta de verte…
—No te preocupes. ¡De todos modos, casi gano el combate! —Rane se rió con una risa franca, presumiendo de sus habilidades. Marianne no pudo evitar sonreír.
Rane tenía ese don de hacer que los demás se sintieran cómodos y a gusto.
—Por cierto, hace mucho que no nos vemos. Estaba realmente preocupada por el accidente que tuviste en Roshan. Esperé tu regreso con tanta ansiedad como mi madre. Escuché que, afortunadamente, no estabas gravemente herida, pero cuando vi al emperador esta mañana, se veía bastante demacrado, así que también estaba preocupada por ti…
Rane habló sin parar sobre cosas que Marianne ni siquiera le había preguntado. Marianne frunció ligeramente el ceño mientras la escuchaba.
—¿Se veía muy mal?
—Bueno, ya sabes cómo es él, nunca se cuida. Pero no es nada nuevo. Por cierto, ¿no viniste aquí a ver al emperador?
—Oh, dijo que estaba en una reunión, así que pensé en volver más tarde.
—¿Más tarde?
—Sí.
—¿No le pediste a Kloud que le dijera al emperador que estabas aquí?
—No.
—¿Por qué no? Si Kloud le hubiera dicho que estabas aquí, habría retrasado la reunión para verte.
—Como estaba ocupado, no quise molestarlo…
—Mmm…
Rane entrecerró los ojos con una mirada de insatisfacción. Sus pupilas color aceituna, tan parecidas a las de su madre, se fijaron en Marianne.
—Mary, ¿te gustaría dar un paseo conmigo si tienes tiempo?
—Claro, suena bien.
—Entonces, espera un momento.
Rane se dio la vuelta y comenzó a correr. Rápidamente recogió la espada que había dejado caer y le explicó algo al duque Christopher.
Al escuchar sus palabras, él dirigió su mirada hacia Marianne. Ella, con educación, colocó sus manos sobre su pecho y levantó ligeramente el dobladillo de su vestido en señal de respeto. Christopher respondió con una leve inclinación de cabeza.
Pronto, desapareció en el bosque de álamos sin oponer resistencia. A diferencia de Rane, que llevaba pantalones cómodos, él estaba vestido de manera formal. Sus solapas impecables y su cabello bien peinado dejaron una imagen imborrable en la mente de Marianne.
—Todo listo. Vamos.
Rane regresó rápidamente y señaló el estanque cercano, invitando a Marianne a caminar juntas.
—Escuché que el loto que plantaron en ese estanque es una especie muy rara. Sé que te encantan las flores, ¿verdad? Vamos a echar un vistazo.
Marianne asintió con entusiasmo. Rane le ofreció su brazo con un gesto exagerado.
—¡Vamos, señorita!
Sonriendo ante su astucia, Marianne colocó su mano en su brazo.
Cordelli, siempre atenta, retrocedió un paso y observó. Su rostro, antes tenso, ahora lucía una sonrisa brillante, como si las nubes oscuras que la rodeaban hubieran desaparecido.
—Por cierto, ¿no estás sorprendida?
—¿Debería estarlo?
—Bueno, cuando estoy blandiendo una espada así, la gente suele abrir los ojos y cerrar la boca, como si hubieran visto a una mujer loca. Mi sirvienta Nancy todavía tiene miedo de acercarse a mí, justo como hace cinco años.
Los ojos de Rane brillaron con diversión. Marianne no pudo contener la risa.
Cordelli, conteniendo una sonrisa, se mordió el labio discretamente.
—¿No te parezco extraña?
—En absoluto. Tengo una amiga en Lennox que se parece mucho a ti. Ya he visto muchas de las cosas graciosas que hace.
—¿Una amiga como yo? —preguntó Rane con curiosidad. Marianne asintió con entusiasmo.
—Así que no creo que tus acciones sean extrañas. Solo son… un poco diferentes.
—Un poco diferentes… Vaya, esa es una forma muy moderada de decirlo. Citaría tu expresión como una de las tres más moderadas que he escuchado. Ellos son Su Majestad, mi madre, mi padre, mi tío… Y la siguiente persona eres tú.
Rane señaló a Marianne con una mirada.