Prometida peligrosa – Capítulo 137

Traducido por Herijo

Editado por YukiroSaori


Kling se reclinó en su silla con una sonrisa amarga. El sol resplandeciente que brillaba detrás de él iluminaba su escritorio, tiñéndolo de un tono rojizo. Aunque estaba exhausto después de un largo día de trabajo y ya casi había terminado, no sentía el menor deseo de regresar a casa.

En ese momento, una voz que lo había atormentado durante los últimos días resonó en su mente. No era la voz del duque Hubble, ni la de la señora Chester, ni la de Ober. Era la voz de su hija, la persona que más amaba en el mundo.

Solo recordarla lo hacía sentir como si ella estuviera frente a él, con los ojos y la voz temblorosos. Con un suspiro profundo, dejó caer la mano con desaliento.

Mientras viajaba en el carruaje que Curtis conducía apresuradamente hacia la capital, Kling comprendió que pronto llegaría el momento de contarle toda la verdad a su hija. La capital imperial era un lugar donde los secretos no permanecían ocultos por mucho tiempo. Una ciudad donde la compasión y el amor se convertían en herramientas de poder, y donde era difícil distinguir las dulces mentiras de las frías verdades.

De cualquier manera, Marianne sería ahora la nueva dueña de aquel imponente castillo.

Kling sabía que, en cualquier guerra, la victoria o la derrota dependían de un buen espionaje. Estaba dispuesto a proporcionar cualquier información que beneficiara a Eckart, incluso si eso significaba manchar su honor o perder su poder. Además, estaba preparado para gastar su fortuna, propiedades, aliados e incluso el resto de su vida para ayudarlo. Sin embargo, había algo que no estaba dispuesto a sacrificar bajo ninguna circunstancia: la seguridad y la tranquilidad de su hija.

—Por favor, no te preocupes demasiado. ¿De acuerdo? No me harán daño. Nunca. Si creo que es peligroso, huiré de inmediato. —Le había prometido a Marianne.

Ese mismo día en que llegó a la capital, Marianne le juró a su padre que nunca sufriría daño. Pero Kling no le creyó del todo. Sabía que era inevitable que ella perdiera algo al verse envuelta en el vórtice de una contienda política tan poderosa.

Y, efectivamente, Marianne fue amenazada en múltiples ocasiones, como si el destino quisiera demostrarle a Kling que su desconfianza estaba justificada. La serpiente en la víspera del baile, el accidente en Roshan y hasta la maceta de Adenium que recibió de la señora Chester como regalo de compromiso eran pruebas de que el peligro la acechaba.

La razón por la que había sobrevivido hasta ahora era simple: quienes querían hacerle daño aún no deseaban matarla, o simplemente había tenido la suerte de escapar por pura casualidad.

Kling se incorporó después de reclinarse en la silla.

Fui demasiado complaciente. Afortunadamente, esta vez se detuvo aquí… Fue un movimiento imprudente desde el principio. Si las cosas salen mal, será como si yo mismo le hubiera condenado.

Tragó saliva, apretando los labios con fuerza.

Aún no se lo he dicho, pero las cosas se están moviendo más rápido de lo esperado. Necesito darme prisa. La señora Chester no dará la misma advertencia dos veces.

Sabía que Marianne era demasiado bondadosa, y la señora Chester, demasiado astuta y despiadada. Comparando sus temperamentos, Marianne no tenía ninguna posibilidad de ganar esa lucha.

¿Y si realmente se enamoraba del emperador…?

El duque Kling se levantó de su asiento con determinación, como si hubiera hecho un juramento.

♦♦♦

Estelle, la difunta esposa del duque Kling, había sido una mujer honesta y recta. Cuando actuaba impulsada por la fe y el afecto, era más temeraria que cualquier caballero valiente, arriesgando incluso su propia seguridad por lo que creía correcto. Marianne se parecía demasiado a ella, algo que siempre inquietaba a Kling.

—Edgedio.

—Sí, señor —respondió Edgedio, quien estaba terminando un documento para enviar a la oficina de asuntos públicos.

—¿Dónde está Kloud en este momento?

—Me dijo que pasaría por el departamento del tesoro y regresaría pronto. Pero como es hora de reportarse ante el emperador, quizás haya ido directamente a su oficina.

—Entonces llama a un sirviente.

Edgedio asintió y se levantó para cumplir la orden. Sin embargo, antes de que saliera de la habitación, la puerta de la oficina se abrió suavemente.

—¡Kloud! —exclamó Edgedio con alegría al verlo entrar.

—Oh, ¿no fuiste directamente al palacio?

—Acabo de salir de la oficina del emperador y regresé aquí. Me detuve porque el emperador me pidió algunos documentos adicionales. —De repente, Kloud se detuvo al notar que tanto Edgedio como el duque Kling lo miraban intensamente—. ¿Qué ocurre? El ambiente parece un poco extraño aquí… —dijo Kloud, mirando a su alrededor.

—No, no hay nada especial… —respondió Kling, titubeando. Sacó una pequeña llave de su bolsillo y abrió el segundo cajón de su escritorio. Vaciló por un momento antes de sacar lo que había dentro.

—Kloud. Sal de la oficina temprano hoy. Como ahora estoy libre después de mucho tiempo, informaré personalmente al emperador esta tarde —dijo Kling con una sonrisa amable.

El atardecer detrás de él creó una profunda contraluz que resaltó sus delgadas mejillas.

♦♦♦

—¿Qué? ¿No está aquí? —preguntó Cordelli con una mirada triste.

—No, acaba de ir al palacio para dar su informe vespertino al emperador… —respondió Kloud con una sonrisa, mirando a Marianne, quien lo observaba con una expresión vacía.

—Creo que vine en un mal momento.

—Bueno, normalmente soy yo quien informa al emperador, pero no pude detenerlo porque parecía que quería reunirse con él. Lo siento.

—No, está bien. Como es el jefe de asuntos internos del palacio, creo que es el deber del duque Kling. Soy yo, no él, quien actuó mal al venir aquí sin avisar —dijo Marianne, negando con la cabeza y sonriendo superficialmente.

—¿Qué debería hacer? Había mandado preparar una cena para él en la mansión… ¿Tardará mucho en informar al emperador? Bueno, quizás cenarán juntos después de que termine, ya que es la hora de la cena de todos modos. Me dijiste que tendría una reunión exclusiva con el emperador. Supongo que tendrán muchas cosas de qué hablar, ¿no? —dijo Cordelli con un suspiro de pesar.

—Bueno… Quizás sí, quizás no —respondió Marianne con frialdad.

Cordelli la miró con expresión sombría. Marianne había estado débil toda la mañana, ya que había estado llorando hasta que la pálida luna de la madrugada se ocultó. Permaneció en la cama hasta el mediodía, rechazando cualquier comida o té, y ni siquiera se arregló. Pero por la tarde, parecía haberse recuperado, como si nada hubiera pasado. Redujo la hinchazón de sus ojos con una compresa fría, se vistió con un bonito vestido y le pidió a la señora Charlotte que preparara una cena como la del día anterior.

Luego, mandó preparar un carruaje para llevarla al palacio imperial. Pensó que su padre, aunque estuviera extremadamente ocupado, le haría un hueco si ella lo visitaba sin previo aviso. Pero fue Kloud, no el duque Kling, quien les recibió.

—¿Volvemos? —preguntó Cordelli con cautela, intentando leer su mente.

En sus ojos, la inocencia de Marianne era como enormes burbujas, una especie de barrera que se rompería con el más mínimo toque, protegiéndola completamente del mundo exterior. Y por eso nadie se atrevía a tocarlas.

Todo lo que Cordelli podía hacer era esperar mientras observaba a Marianne. Al final, tendrían que regresar con las manos vacías, ya que su plan de ver a su padre había fallado. Cordelli se preguntaba cómo podría consolarla, sabiendo que debía estar muy decepcionada.

—Es difícil predecir cuándo terminará el informe, pero no tardará mucho si ustedes esperan —dijo Kloud en un tono cortés, sugiriendo indirectamente que aguardaran hasta el regreso de Kling.

—Bueno, no me gusta tu sugerencia. No quiero incomodarlos para satisfacer mis propios deseos. Además, la cena en la mansión no es razón suficiente para invitar al emperador —respondió Marianne con frialdad.

error: Contenido protegido