Traducido por Herijo
Editado por YukiroSaori
Él quería creerle. E incluso sin pruebas, no quería dudar de ella. Cada vez que se encontraba con su mirada, se daba cuenta de lo doloroso que era distinguir las mentiras de las verdades en sus palabras.
—En otras palabras, morí una vez y sobreviví. Cuando abrí los ojos, me encontré de vuelta en la primavera de hace dos años. Pensé que esta era la segunda oportunidad que Dios me daba, así que lo visité.
»Por supuesto, no me creerás…
—Te creo porque son tus palabras. —dijo con firmeza.
Marianne apretó sus manos con fuerza. Le faltaba el aire en ese momento. Había querido escuchar esas palabras más que nada. Así que no podía creer lo que oía. Quería escucharlas una vez más.
—¿Puede decírmelo una vez más?
—Te creo. Sin importar si es verdad o mentira, te creo.
Su voz baja y calmada, sin engaños ni vacilaciones, resonó en sus oídos.
Eckart era el hombre que enfatizaba la desconfianza en lugar de la confianza desde que conoció a Marianne. Primero verificaba la posibilidad de que algo fuera falso, a pesar de la evidencia obvia ante sus ojos.
La señora Renault lo atribuía a su vida insegura. Decía que era su destino llevar una vida en la que no podía creer en nadie, y que debía usar la lealtad de los demás como un medio de control.
Marianne entendía completamente su desconfianza. Sabía bien que su meticulosa cautela era la fuerza que lo había mantenido con vida hasta ahora. Sabía que confiar en los demás sin pensar era una amenaza, como poner un cuchillo en su propio corazón.
Él solía ser ese tipo de persona hasta hace poco.
Pero ahora le estaba diciendo que creía en su absurda historia, sin siquiera preocuparse por la fuente de sus palabras. La creía simplemente porque ella lo decía.
—Su Majestad, yo soy quien te lastimó.
—Marianne, lo que pasó en Roshan fue un accidente. No es tu culpa.
—No es solo lo que pasó en Roshan. Has pagado el precio que yo quizás debería haber pagado.
Aunque su confesión era metafórica, Eckart reconoció de inmediato el verdadero significado de sus palabras.
Esta sería la razón por la que siempre quería disculparse con él: su expiación por la felicidad ignorante y brillante que había disfrutado mientras el duque Kling abandonaba la capital y llevaba una vida recluida en Lennox, guardando para sí mismo su promesa secreta con la difunta emperatriz.
—No te lastimaré en el futuro.
Lo único que le preocupaba era que su culpa era demasiado grande. El duque le había prometido que cumpliría la promesa del pasado y le ofrecía todo de manera condicional, pero ella actuaba como si también cargara con la culpa de su padre.
¿Se arrepentía acaso por no poder recuperar el tiempo perdido? Si no…
—¿Todavía me crees? ¿Puedes perdonarme?
Era habitual que él se detuviera a analizar las motivaciones detrás de sus palabras.
Pero eso no era importante. Mientras pudiera retenerla, no importaba si la razón era su sentido de culpa o inseguridad. No le importaba si era maldición y crítica u odio y resentimiento.
—¡Marianne! Nunca he pensado que me lastimaste.
—Su Majestad.
—Está bien. Puedes quedarte a mi lado incluso a riesgo de mi dolor y sufrimiento.
Eckart tomó sus manos nuevamente. Bajó un poco el torso y deslizó sus yemas de los dedos sobre sus mejillas. Sus dedos derechos barrieron suavemente las tenues cicatrices en su rostro.
—Araña mi cara todo lo que quieras, justo aquí frente a mí. Hazlo con tus ojos, tus labios, tus manos y tu calor.
Eckart la miró directamente a los ojos y llevó sus manos un poco más abajo.
En medio del silencio mortal entre ellos, posó sus labios en su palma, un beso terriblemente sagrado y, al mismo tiempo, más obsceno que cualquier otro acto.
—Su Majestad, ¿por qué eres tan dulce conmigo?
Marianne finalmente estalló en lágrimas. No podía seguir fingiendo indiferencia. Parecía que toda su tristeza, escondida en las venas de los rincones de su cuerpo, se derramaba. Lo abrazó y lloró en voz alta como una niña.
—Tú… me has convertido en la persona que soy ahora.
Eckart abrazó suavemente a Marianne, pensando que podría haberla abrazado un poco más fuerte si sus brazos estuvieran bien. Apoyó su cabeza sobre ella y la sostuvo en sus brazos.
—Así que todo lo que tienes que hacer es asumir la responsabilidad.
Habló con una voz cautivadora para que no pudiera escapar.
Tendió una trampa para bloquear su salida, esperando poder mantener su aliento, su llanto y su afecto por él dentro de la trampa, para que se quedara a su lado hasta el final de sus días…
♦ ♦ ♦
Sentía el traqueteo de las ruedas del carruaje al moverse. Mientras el cochero fustigaba a los caballos, aquel vehículo que transportaba a Eckart comenzó a adentrarse en un callejón solitario.
Eckart respiró hondo, apoyando la espalda contra el asiento de cuero. Ya no percibía aquél misterioso aroma que solía impregnar el aire del jardín, sino el áspero olor de la madera encerada.
Era un aroma que normalmente le resultaba indiferente. Sus sirvientes conocían bien la misofobia leve de su señor, y se aseguraban de mantener todo en un estado impecable: desde los utensilios que usaba hasta los espacios que habitaba, como su dormitorio o incluso su carruaje personal.
Para Eckart, la limpieza era más que un gusto… era una necesidad. Solo en la ausencia total de impurezas encontraba esa sensación de control, de transparencia absoluta donde nada podía esconderse.
Pero ahora… El aire dentro del carruaje le parecía gélido. Era una incomodidad desconocida, una rareza que se aferraba a su piel como un presentimiento.
Estoy loco…
Sintiéndose avergonzado, se acarició el rostro con la mano. Sintió una herida muy pequeña en la punta de sus dedos.
Entonces recordó lo que había hecho hace un momento. Su rostro se sonrojó como si hubiera fuego bajo sus pies.
Maldita sea. ¿Qué le hice? Creo que dije algo que no habría dicho si hubiera estado en mis cabales….
Se frotó los labios con rudeza. Solo después de abrir la ventana pudo recordar lo que le había dicho antes de despedirse.
Después de llorar un rato, Marianne se repuso rápidamente.
—En todo caso, no puedo aceptar la petición.
Se secó las mejillas húmedas con una notable resiliencia y dijo enfáticamente, con los ojos rojos e hinchados.
—Vine aquí con un solo propósito: aniquilar a Ober. Es el paso necesario para cumplir mi destino. Y no permitiré que nadie, ni siquiera tú, se interponga.
Era terca como una mula. Eckart lo había anticipado, pero no esa ferocidad, ese fuego que parecía consumirla por dentro.
—Prometí esa noche que no perdonaría a Ober. Quiero que pague por sus crímenes, y luego quiero vivir feliz para siempre. Puede ser presuntuoso, pero haré todo lo posible para hacerte feliz después.
»Su Majestad, así como te preocupas por mí, yo temo que te lastimen. Por eso quiero protegerte yo misma.
»Siempre he vivido una vida protegida por alguien más. Y sé cuál fue el resultado de eso. Lo que necesitaba no era esconderme detrás de alguien. Más bien, era un arma con la que pudiera defenderme de las armas apuntadas hacia mí.
»Piénsalo. Si mi padre me hubiera contado sobre sus maldades, nunca habría confiado en Ober. Entonces habría vivido una vida mucho menos lamentable hasta ahora. Así que decirme que me salga de esta lucha no es diferente a la decisión de mi padre de encerrarme dentro de los muros del norte.
»Dijiste que me creías, ¿verdad? No te traicionaré ni te abandonaré. Convenceré a mi padre. Así que, por favor, créeme y ayúdame a vivir una vida de mi elección y decisión. Solo ayúdame a vivir la vida que deseo.
Esas fueron sus palabras antes de separarse.
Al final, Eckart se dejó persuadir por ella. Había ido a verla para pedirle que no se involucrara en la lucha política, pero terminó prometiendo ser su mayor apoyo. Cuando pensó en cómo justificarse ante Jed y Colin, quienes le habían suplicado que la convenciera de no participar, se sintió estresado. También estaría ansioso por su seguridad al tomar la decisión de apoyarla, pero no podía evitarlo.
Si su madre le hubiera dado una elección hace cinco años, nunca le habría permitido tomar esa decisión. No quería que Marianne viviera una vida llena de resentimiento. No podía permitirse soportar su resentimiento.
—¿Cómo terminé en esta situación…?
Eckart se reprendió a sí mismo con un suspiro.