Traducido por Herijo
Editado por YukiroSaori
Al principio, pensó que era un poco intimidante, ingenua y frágil.
Aunque aceptó su trato porque no había una carta mejor, no esperaba ni deseaba mucho de ella. Lo que le importaba era el poder de su padre, el duque Kling.
Nunca había querido algo como que interpretará el papel de una esposa. Nunca había soñado con formar una familia feliz. La razón por la que aceptó su trato no era más que un truco para saltarse los procedimientos complicados y evitar las sospechas de los demás. Era su truco superficial para tomarla como rehén y prepararse para cualquier contingencia.
En algún momento, Eckart comenzó a apreciar su valentía franca y torpe.
No sabía exactamente cuándo había comenzado. Después de volver en sí, se sintió mucho más cercano a ella emocionalmente. La encontraba desconocida, pero la extrañaba. Pensaba que era imprudente, pero quería confiar en ella.
En conclusión, tenía que admitir que no quería volver a los días en que todas estas cosas no habían sucedido.
Eckart se puso una capucha negra que había dejado en un rincón de su habitación. Ajustó su frente con una correa larga y la abotonó hasta el cuello. Dudó por un momento antes de hacerlo. Solo entonces olió algo dulce en el cuello de la capa.
♦ ♦ ♦
El duque Kling regresó a casa poco después de la medianoche. El sirviente de turno tomó su equipaje.
Rechazó la oferta de té y se dirigió a su estudio temporal, junto al dormitorio.
Varias velas iluminaban suavemente el estudio. Como a menudo se quedaba despierto hasta tarde, el sirviente parecía haber encendido las velas de antemano. Caminando hacia el escritorio sin dudas ni recelos, se detuvo, frunciendo el ceño.
—¿Marie?
El duque Kling dudó, entrecerrando los ojos.
—Papá, pensé que vendrías aquí primero.
Marianne, que estaba de pie de espaldas al escritorio, se dio la vuelta y se acercó a él.
Su rostro, iluminado por la cálida luz, estaba sereno y radiante.
—¿Quieres trabajar más después de llegar a casa a esta hora? Creo que eres adicto al trabajo. Por favor, cena aquí en la mansión. Trabajar en exceso daña tu salud tanto como el alcohol o las drogas.
El duque Kling observó a su hija con una mezcla de ansiedad y desconcierto. Aquella actitud inesperadamente serena lo tomó por sorpresa. Desde su irrupción en el estudio del emperador días atrás, ella se había encerrado en sus aposentos, negándose incluso a recibir a su propio padre.
Desconcertado por su comportamiento, el duque respetó su aislamiento al comprender que no deseaba verlo.
No le importaba por qué actuaba así. Era cruel preguntarle cuando sus sentimientos estaban profundamente heridos, evitó cualquier medida drástica hasta que ella recuperara la calma.
Por eso, esos días se había convertido más en huésped del palacio que en señor de su mansión. Regresaba a altas horas de la noche, apenas para no perturbar su descanso, y partía antes del amanecer, como un fantasma que evitara despertarla.
Ya habían pasado cuatro días. Cuando volvió a ver a su hija, quería hablar mucho con ella, pero al encontrársela de repente, estaba más preocupado por su condición.
—Estoy bien. Marie, ¿estás bien? La señora Reinhardt y Cordelli me dijeron que no tenía que preocuparme por ti, pero… Te ves un poco demacrada. ¿Estás enferma?
—Papá. —Marianne no escuchó el final de sus palabras. En cambio, lo abrazó apresuradamente. Olía el perfume más familiar en él, con quien había estado durante veinte años.
Esas eran las palabras que le decía de niña.
Desde el día en que charló con él de niña en sus brazos, el duque Kling siempre había usado el mismo perfume. No la ignoraba ni siquiera cuando murmuraba algo en un sueño. Desde el momento en que nació, dio prioridad a todo lo que ella decía.
—Lo siento, papá.
Al igual que no sirve de nada llorar sobre la leche derramada, no podía hacer nada sobre lo que ya había sucedido. Quizás nunca olvidaría lo que pasó el día que su padre murió.
—Siempre te has preocupado por mí. Me consideras lo más importante, aunque soy una chica inmadura y torpe. No te enfadas…
Se culpaba a sí misma. Se ahogaba en emociones y lloraba. Dudando por un momento, él le dio palmaditas lentamente en el hombro.
—Marie.
Pensó que sus brazos alrededor de su espalda se sentían más pesados.
—Eres la hija más hermosa del mundo para mí.
—Papá…
—No tengo que enojarme contigo. Es mi culpa. Pensé que debería contarte todo algún día, pero no fue tan fácil. Al final, todos lo sabrían, pero no quería que tú lo supieras. Te crié así, aunque sabía que era egoísta. Lo pospuse para mañana, pasado mañana, un mes más, un año más… Seguí retrasándolo hasta que terminé en este punto…
Se frotó las mejillas contra su suave cabello. Su voz calmada ahora se mezclaba con lágrimas.
—Lo siento. Perdóname.
Su profundo suspiro impregnó su cabello. Su llanto interrumpió su respiración.
—Papá, me equivoqué. Nunca lo haré de nuevo. Lo siento mucho…
No podía negar que la sobreprotección de su padre había complicado su vida. Pero también se dio cuenta de que él tomó esa decisión con pura buena fe y un amor extremo. Sabía que era la mejor opción que podía tomar como su padre.
Y cualquiera que fuera su intención y las circunstancias que la rodeaban, fue ella quien fácilmente intentó abandonar la vida que su padre había estado tratando de proteger durante los últimos 20 años.
—Escuché del emperador lo que le contaste el día que me colé en su estudio. No sabía que habías hecho esa promesa a la difunta emperatriz porque no escuché la primera parte de tu diálogo con el emperador. Por eso pensé que te resistías a ver al emperador por el asunto de Lennox…
Eckart, que había notado el excesivo sentimiento de culpa de Marianne, le preguntó antes de irse del jardín. Le preguntó exactamente en qué punto de su conversación con Kling había comenzado a escuchar. Cuando Marianne le contó lo que había oído, él le contó con una expresión perpleja.
Marianne no respondió.
Aunque no mencionó algunos secretos de alto nivel, su explicación fue suficiente para aclarar su malentendido sobre su padre.
—Marie, está bien. Fue puramente mi decisión ocultar esa promesa. No tienes que compartir esa carga ni sentirte responsable por eso.
Eckart y su padre habían sido heridos por la promesa. Sin embargo, estaban más preocupados por su leve dolor que por su propio sufrimiento.
—Le devolveré todo al emperador. Si puedo sacarte de esta lucha, seré su lanza y su escudo.
—Papá. —Marianne se separó de sus brazos, secándose las lágrimas.
—Ya le dije al emperador que no huiría de esta lucha.
—Marie.
—Lo que Ober está tramando en este momento es traición. Independientemente de la tragedia de mamá que mencionaste, esta es una lucha que determinará mi futuro. Milán es un campo de batalla para mí.
El duque Kling vio un fantasma nostálgico en sus ojos verdes brillantes, ardiendo con una fuerte determinación.