Traducido por Herijo
Editado por YukiroSaori
Ober la siguió y pronto desapareció. Elias y su esposa se retiraron, murmurando que estaban cansados. Pronto, los pasillos del tercer piso quedaron sumidos en silencio.
El silencio persistió hasta que los sirvientes y criadas de la mansión llegaron para limpiar.
Afuera, tras la ventana entreabierta, había un árbol de frondoso follaje. La brisa de verano circulaba por el jardín. En ese momento, un pequeño pájaro de plumas blancas alzó el vuelo y desapareció rápidamente entre la luz del sol.
La mansión volvió a sumirse en el silencio. Seguía siendo una tarde tranquila.
♦♦♦
—Los testigos han desaparecido —dijo Curtis, inclinándose levemente ante Eckart mientras permanecía en la sombra entre los estantes de libros.
En lugar de responder, Eckart escribió algo en un papel. Curtis esperó ansioso su respuesta. Con su agudo oído, comenzó a identificar y clasificar cada sonido en el sereno estudio: el roce de la pluma contra el cuello del tintero, el sonido al guardarla en el portaplumas, el tintineo de la taza al ser tomada por su dueño, el sorbo de té, el arrastre suave de una silla, los pasos lentos e incluso los suspiros profundos y pausados.
—Supongo que Ober vendrá a informarme de la desaparición de los testigos —comentó Eckart al fin.
Curtis alzó la mirada y lo observó.
Eckart se puso de pie y contempló la ventana, donde la luz del atardecer se derramaba como un torrente.
Sus fríos ojos y su vívido cabello dorado parecían teñidos de añil bajo esa luz.
—Selecciona a los candidatos adecuados entre los caballeros o los espías para rastrear a los testigos desaparecidos.
—Sí, Su Majestad.
—Si capturas a un sospechoso, no lo lastimes. Tráelo aquí con vida.
—Sí, Su Majestad.
Curtis abandonó el estudio en silencio, tras hacer una cortés reverencia a Eckart, quien permanecía de espaldas. Sumido en sus pensamientos, Eckart ni siquiera notó su partida.
De pie frente al escritorio, reflexionó metódicamente sobre lo que debía hacer. Paso por paso.
Con los testigos desaparecidos, no podía celebrar un juicio para condenar al duque Hubble. Ober no proporcionaría más pruebas, pues ya había logrado su objetivo. Era demasiado pronto para usar el residuo del anestésico que Marianne le había entregado. En otras palabras, aunque la causa del crimen era clara, no quedaban acusados, testigos ni pruebas.
El incidente en Roshan quedaría en el olvido, desvaneciéndose poco a poco sin resolverse. Así, sería difícil responsabilizar a la familia Hubble. Tampoco podía detener el proceso de otorgar el título ducal a Elias, el único hijo del duque. Quizás esa era la estrategia de Ober: que Elias reemplazara al duque.
Eckart no solo estaba dispuesto a caer en el burdo truco de Ober, sino que deseaba que más nobles cayeran bajo su influencia esta vez.
Milán, la capital, era el coto de caza perfecto para nobles hambrientos de poder. Allí no se perseguían bestias, sino influencias, secretos y alianzas. Cada cual tenía su terreno preferido: unos optaban por las llanuras donde las presas se agrupaban con facilidad; otros preferían los valles áridos, acechando con paciencia infinita.
Eckart, cazador que empezó en desventaja, había perfeccionado el arte de las trampas y emboscadas. La caza abierta nunca fue su fuerte.
En lugar de perseguir a diez lobos jóvenes en campo abierto, era más eficaz acorralarlos en su guarida y prender fuego a la entrada para atraparlos de una vez. Había cavado una trampa y esperaba al lobo líder que los condujera al refugio.
En ese sentido, Ober era el hombre perfecto para ese papel. Un traidor más ambicioso que el duque Hubble, con un temperamento audaz e imprudente. Lo suficientemente cauteloso para ser astuto, pero lo bastante arrogante para cometer errores.
Ober no protegerá a Elias por mucho tiempo. Más de la mitad de los seguidores del duque Hubble transferirán su lealtad a él. El exceso de poder lo hará actuar…
Eckart se masajeó los músculos entumecidos, cruzando el brazo derecho sobre el izquierdo. Quizás por las férulas que siempre lo constreñían, hasta el más mínimo movimiento le resultaba forzado. Notó cómo los dedos de su mano derecha palidecían, más delgados que los de la izquierda.
Dobló lentamente sus torpes muñecas y brazos, como si no le pertenecieran. Los nudillos de sus dedos se contrajeron y luego se extendieron de nuevo.
Mientras, escuchó el sonido de una puerta abriéndose y cerrándose a lo lejos.
Sus profundas reflexiones lo habían distraído del paso del tiempo. Eckart pensó que no había transcurrido mucho desde que dio las órdenes a Curtis, y asumió que el ruido era señal de su partida.
Debería volver a usar el brazo derecho…, pensó mientras calculaba cuándo llegaría el doctor Ostaschu esa noche.
En ese momento de distracción, percibió pasos acercándose sigilosos por detrás. Cuando quiso reaccionar, ya era tarde: una presencia cálida se había pegado a su espalda, envolviéndolo en un contacto inesperado.
Instintivamente detuvo su intento de liberarse y de torcer lo que parecía un brazo humano, un aroma familiar y dulce le rozó suavemente la nariz.
Bajó la mirada hacia su cintura en lugar de apartarse. Lo que sostenía con su mano izquierda era un brazo delgado y cálido. Un anillo, inconfundible y brillante, adornaba la mano que rodeaba su cintura con delicadeza.
Incluso el modo en que apoyaba el rostro en su espalda herida era cuidadoso.
—Su Majestad, ¿en qué estás pensando tan profundamente?
Eckart se relajó poco a poco. Aunque su actitud era descarada y peligrosa, ni siquiera consideró reprenderla u obligarla a arrodillarse. La dueña de esa voz afectuosa siempre lo desarmaba.
—Aunque vine sin avisar, hubiera deseado que al menos me miraras…
Quería quedarse así. Parte de él anhelaba su calor, permitirse apoyarse un poco más en ella. Pero otra parte sentía la urgencia de separarse de inmediato. Era la primera vez que alguien se aferraba a su espalda. Le resultaba extraño y torpe, pero no tan terrible como habría imaginado.
—Parece que ni siquiera me extrañaste…
»Yo sí te extrañé mucho. Hoy, ayer y anteayer, deseaba verlo.
En realidad, estaba siendo demasiado aniñada, considerando que él ni siquiera había notado su entrada. Pero no le importó y lo abrazó con más fuerza, estirando el cuello para asomar la cara por encima de su hombro.
Sus ojos verdes, teñidos de rojo por el ocaso, se encontraron con sus ojos azules.
—Lo sé.
—¿Eh?
—Sé que pensaste en mí ayer. ¿No enviaste a Poibe con un recado?
Eso iluminó aún más la expresión de Marianne. Soltó sus brazos y se plantó frente a él.
—Entonces, ¿realmente concediste mi favor?
—Por supuesto, si tú lo pediste.
Al escuchar su respuesta satisfactoria, Marianne rió tímidamente.
Pero su rostro, lleno de felicidad, se ensombreció al instante.
—Entonces, ¿cuándo me responderás?
—¿Responderte?
—Si te escribí una carta, debes contestarme. ¿Acaso ignoras mi sinceridad después de recibir mi regalo especial? ¡Dios mío, no sabía que podías ser tan cruel…!
Eckart parpadeó lentamente, algo desconcertado. Sabía que estaba usando alguna de sus tretas para provocarlo, pero ante estas situaciones, hasta las técnicas retóricas que aprendió de Simon le resultaban inútiles.
—También vine a informarte sobre un dato muy valioso.
—¿Un dato valioso?
—Sí, importantísimo. Probablemente, solo Ober, la señora Chester, Elias y su esposa, Poibe y yo lo sabemos. ¿No sientes curiosidad?
—Por supuesto que…
—Entonces, responde primero.
Marianne giró sus manos y las extendió frente a Eckart, sacudiéndolas con impaciencia.
Eckart vaciló, tomando su mano izquierda. Envolvió sus dedos alrededor de los suyos y giró su muñeca para ver el dorso de su mano. Debido a la diferencia de altura, su mano se elevó desde su pecho hasta cerca de su barbilla.
Bajo su mirada brillante, besó su mano como lo había hecho en el jardín de la media luna.
Fue un beso cortés y elegante. Su aliento cálido se desvaneció como un sueño al rozar su anillo de compromiso.
—¿Es suficiente como respuesta?
