Prometida peligrosa – Capítulo 172

Traducido por Herijo

Editado por YukiroSaori


Posiblemente fuera él, y no ella, quien ya no podría ocultar sus sentimientos.

Eckart sintió una oleada de impotencia mezclada con una culpa leve, sensaciones que lo habían acompañado toda la vida pero que ahora, gracias a ella, ya no le resultaban incómodas.

Marianne, mientras tanto, cambiaba de expresión a cada instante: su rostro sorprendido se tiñó de rubor, luego entrecerró los ojos en una sonrisa y, finalmente, adoptó una serenidad artificial.

—Bueno, sí. Es respuesta suficiente… pero no basta para pagar la nueva información que te traigo —declaró con firmeza, retirando su mano con delicadeza.

Eckart frunció el ceño, no porque le molestara su exigencia, sino porque ignoraba qué podría satisfacerla.

—No sé qué recompensa mereces… pero si deseas algo, dilo. Haré que lo preparen.

Aun ante su petición más descabellada, respondió con absoluta seriedad, desmoronando por completo su fachada. Marianne contuvo en seco la tentación de exigir algo aún más imposible.

Era un hombre que jamás hacía promesas vanas… pero con ella, siempre juraba mover cielo y tierra.

Cada vez que percibía la profundidad de su afecto, el corazón le palpitaba con violencia. A veces le resultaba casi doloroso, pero a la vez la colmaba de dicha. Hasta anhelaba acaparar todo ese amor, aunque la aplastara bajo su peso.

—Llevé a Poibe conmigo  a la mansión ducal para presentar condolencias. Regresé temprano por la tarde, y Poibe volvió un poco antes de que yo viniera al palacio. Este pícaro inteligente escuchó algo muy importante.

Decidió responder a sus preguntas antes de negociar su recompensa.

—Poibe dijo que los testigos desaparecieron. Eran los que Ober necesitaba para testificar contra el duque Hubble. Seguramente también eran espías de los Chester. Ober no los mató, pero los hará “hibernar” por mucho tiempo.

Eckhart ya lo sabía, pero asintió fingiendo ignorancia. Esperaba lo que diría a continuación, aunque esto confirmaba lo que ya había escuchado.

—Ober y Elias unieron fuerzas para matar al duque Hubble. Aunque parece que la señora Chester y la esposa de Elias fueron más influyentes que ellos. Y pronto llegará un invitado especial de Faisal —continuó explicando.

Esta información sí era nueva e importante para él.

—¿De Faisal?

—Sí. Llegará a fin de mes o principios del próximo. La emperatriz Alessa podrá mostrarse reacia, pero tendrá que fingir cooperación. Y si logran ganarse a este invitado, será una pieza más valiosa que la propia emperatriz.

—¿Algo más? —preguntó Eckhart con expresión seria, cruzando mentalmente la información con el informe de Curtis.

—Bueno, en cuanto el sirviente anunció la llegada de nuevos visitantes, la señora Chester y Ober se retiraron inmediatamente, así que no pude obtener más información. No creo que sea relevante, pero por si acaso… Creo haber oído que llegaron el conde Spencer, el marqués Lehman y el vizconde Aquinas. Ah, y también escuché que cuando el invitado de Faisal llegue, pidió reunirse con ellos nuevamente.

—Hmm…

Eckhart hizo una pausa reflexiva antes de alzar la vista hacia ella, captando su mirada expectante.

Una sonrisa genuina brotó de lo más profundo de su ser. Sus labios habitualmente firmes y sus ojos penetrantes se suavizaron al unísono, creando una expresión que robaba el aliento. Entre sus pestañas entrecerradas, sin que él mismo lo percibiera, se filtraba el torrente de su amor más ardiente.

—Parece que te has convertido en una verdadera espía. Valoro mucho tu esfuerzo. Cuando Curtis confirme más detalles, te los haré saber. —Eckhart inclinó la cabeza hacia ella, que parecía absorta—. ¿Marianne? ¿Me escuchas?

—Ah… sí, lo sé.

Respondió con tardanza, como si acabara de despertar, incluso agitó una mano en el aire como ahuyentando una mosca.

—Buen trabajo. Pero… por favor, no sonrías así en público.

Eckart encontró su reacción un tanto peculiar, pero optó por aceptarla sin cuestionamientos, dejándolo pasar sin mayor indagación.

—¿Qué quieres decir?

—Exactamente eso. Reserva esa sonrisa para mí. Sigue siendo el «Muro de Hierro Azul de Milán». Si debes sonreír a otros, que sea con mesura.

—No comprendo…

—Mírame con atención.

Una sonrisa cálida iluminó su rostro mientras se desplazaba junto a la ventana, evitando cuidadosamente quedar en contraluz. Sus ojos no se apartaban de los de él. Al regresar a su lugar, su expresión se transformó en una máscara de serenidad calculada.

—¿Cómo te sentirías si le dirigiera esta sonrisa a Ober? Sé que debo hacerlo para el engaño, pero aparte de eso… dime, ¿qué sentirías?

La pregunta era absurda, pero Eckhart lo comprendió al instante.

En el momento en que imaginó la situación que ella proponía, pudo dar una respuesta mucho más precisa que cualquier explicación extensa.

Marianne riendo con inocencia y belleza ante ese hombre astuto y malvado, con una expresión que parece decir “te amo”. ¿Cómo me sentiría yo?

Eckart sintió una ira indescriptible. Probablemente, no había experimentado algo más desagradable en su vida.

Como si hubiera adoptado una mueca sin darse cuenta, ella aplaudió:

—¡Exacto! Así es como te sentirías en esa situación. ¿Ahora lo entiendes?

El significado de sus palabras le quedó claro. Una sensación de vulnerabilidad lo invadió, como si lo hubieran sorprendido en un acto que jamás debería haber sido visto por otros.

Avergonzado, agitó la mano en un gesto evasivo y se pasó los dedos por el cuello. Carraspeó sin pensar, conteniendo un suspiro antes de pronunciar palabras que jamás creyó decir:

—Marianne, esto no es más que un celo infundado.

—Lo sé. Pero en una relación, aunque trate de ser racional, no puedo evitarlo.

Eckart volvió a quedarse sin palabras.

¿“En una relación”?, su respuesta lo perturbó.

Esa frase habría encabezado su lista de imposibles vitales. Lo más alarmante era que no sentía el menor deseo de corregirla.

—Casi nunca sonrío, excepto contigo… ¿Qué significa “sonreír bonito”? Jamás lo he considerado… A decir verdad, ¿no eres tú quien sonríe constantemente? A sacerdotes, caballeros, sirvientes, incluso a las doncellas…

—Su Majestad —lo interrumpió Marianne sin piedad, mientras él murmuraba con expresión confundida—. Debo confesar algo. En realidad, soy más astuta de lo que crees. Tal vez sea egoísta, pero no quiero que tú lo seas, aunque sé que es una contradicción.

—Por supuesto, no puedo obligarte a hacer algo que yo misma detesto. Sé que no está bien pedirte que lo aguantes… Así que yo también debería intentar soportarlo.

—Pero me prometiste que me darías cualquier cosa que deseara a cambio, ¿verdad?

La compensación que exigía por su regalo era simple: que él dejara de sonreír o reír con dulzura ante los demás. En sus propias palabras, ese era su precio.

—Debes tener cuidado con las promesas que haces. Aunque siempre puede prometerme algo a mí. —Marianne se encogió de hombros como un general victorioso.

No le desagradaba esa maniobra tan evidente. Sentía que ni el Dios Airius podría salvarlo ahora.

Resignado, aceptó su petición sin resistencia cuando ella lo abrazó.

Aunque su temperatura corporal aumentó al contacto, no tuvo intención de protestar.

Era un juego que estaba destinado a perder desde el principio. Uno que jamás podría ganar mientras la amara.

—Bueno, ¿y si cenamos juntos ahora? En realidad, lo que quería pedir antes era que me invitaras esta noche. Pero como ya me concediste lo otro, ¿no podrías cumplir esto también?

—Por supuesto —asintió con una sonrisa tenue.

—Gracias. Durante la cena, te contaré lo que hablé con Ober y la señora Chester en la mansión ducal. ¡Ah! Y también sobre mi conversación con Roxanne.

Marianne parloteó satisfecha mientras abandonaba el estudio, guiada por él. Caminando juntos por el corredor, se prometió a sí misma que cada nuevo descubrimiento sobre la familia Ober sería una excusa perfecta para presentarle otra de esas “peticiones injustas” al emperador.

YukiroSaori
Aw! Este capítulo me gustó, a veces se olvida uno que es romance...

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