Prometida peligrosa – Capítulo 176

Traducido por Herijo

Editado por YukiroSaori


Una pequeña vela, varias cartas, un montón de informes, algunos papeles aparentemente reservados para órdenes secretas del emperador y un utensilio de escritura descansaban sobre la mesa junto a la cama. Aunque había dicho que terminaría su trabajo “lentamente”, parecía más bien que estaba a punto de sumergirse en él.

—Pensaba irme a dormir después de escribir algunas respuestas. Debo enviarlas a más tardar este fin de semana… —se justificó apresuradamente, consciente de su mirada inquisitiva.

Se dirigió con rapidez a su cama, luego se giró hacia ella.

—Ponte cómoda. Si quieres beber algo caliente, le pediré a Curtis que lo prepare.

Parecía dispuesto a cederle su cama. Ella lo miró en silencio antes de dejarse caer sobre el colchón.

—Marianne… —frunció el ceño. Ella se acomodó frente a la mesa, justo en el lugar donde él había estado sentado momentos antes.

—No voy a dormir hasta que tú lo hagas.

Él permaneció en silencio.

—Te lo dije, estoy aquí para vigilarte. Si tanto te preocupa, termina de escribir y acuéstate. Entonces dormiré a tu lado, en silencio.

Aunque no respondió, ella le indicó el asiento vacío a su lado con un leve golpeteo de los dedos.

Un nuevo estruendo sacudió la noche. Bajo la tenue luz de la vela, él vio cómo sus manos se aferraban disimuladamente a la sábana.

Se dejó caer a su lado con un gesto de resignación. Justo cuando ella se disponía a darle espacio, atrapó su mano y, con torpeza, le colocó el extremo suelto de su manga sobre la palma vacía. Ella lo miró con una expresión perpleja.

—Puedes arrugarla tanto como quieras.

Ella comprendió de inmediato. Sonrió satisfecha y se aferró al tejido con firmeza.

—Bien. Si no terminas rápido, verás tu sábana convertida en un trapo arrugado.

—Haré lo posible por evitarlo —replicó con suavidad.

Su voz grave y templada flotó en el aire por un largo momento.

Regresó la atención a los documentos sobre la mesa y revisó las cartas cifradas con rapidez. Mientras él trabajaba, Marianne tomó pluma y papel, anotando los nombres de los informantes y asesinos de Ober en el palacio, junto con algunos patrones de flores entrelazadas con figuras geométricas.

El trueno continuó resonando intermitentemente. Cada vez que estallaba, ella apretaba su manga con más fuerza. Sin embargo, el temor inicial había disminuido. La tormenta seguía rugiendo, pero tenerlo cerca hacía que el estruendo pareciera menos amenazante.

Pensando que era algo fascinante, desplegó unas notas dobladas como gesto de gratitud. Mientras observaba los papeles abiertos, rompió el largo silencio y preguntó:

—Por cierto, ¿todos estos mensajes secretos fueron enviados por tus espías?

—Correcto.

—Pero estos alfabetos me son desconocidos. No son Faisal, ni Sorman, ni Shina…

En un pequeño trozo de papel había letras que nunca había visto. Aunque la caligrafía variaba, parecía haber un sistema unificado en ellas.

—¿Es algún tipo de código cifrado?

Él asintió levemente sin dejar de mover la pluma.

—Sí, es el código que mis espías usan con frecuencia.

—Increible…

Ella rodeó su brazo con entusiasmo, sus ojos brillaban. Como siempre, sus músculos se sentían tensos.

—¿Tú creaste estos caracteres?

—La mitad de ellos. Modifiqué ligeramente los antiguos caracteres de Silan, que solo los miembros directos de la familia real de Lennox conocían. Enseñé a mis espías a usarlos. Como nadie más los conocía, el riesgo de filtración era menor.

Había un matiz de nostalgia en su voz. Ella lo miró con una expresión melancólica.

Así como él enseñaba nuevos códigos a sus espías, alguien le había enseñado los caracteres secretos de la antigua familia imperial. ¿Aquella persona habría imaginado que esas letras, confiadas a su único hijo, no servirían para registrar la historia de un imperio glorioso, sino como lenguaje clandestino de los agentes que ahora lo protegían? ¿Sabía que cada vez que su hijo usaba esos caracteres antiguos, revivía el dolor de los días en que aprendía relatos del pasado junto a ellos?

—¿Me los enseñarías también? —preguntó ella con voz animada.

Él la miró lentamente.

—Como es un idioma raro, no se lo diré a nadie. Después de aprenderlo, déjame usarlo solo contigo. En cierto sentido, soy tu informante, ¿no? Creo que estoy completamente calificada para aprenderlo, ¿no crees?

Él inclinó ligeramente la cabeza y se encontró con su mirada. Sus dedos, que sujetaban la manga de su túnica, descendieron lentamente hasta cubrir su muñeca, expuesta bajo la férula.

—Por supuesto que puedo enseñarte. No es difícil en absoluto.

Apartó la mirada de ella y continuó escribiendo sus respuestas. Aunque sus ojos azules permanecían fijos en la mesa, su muñeca perdía calor poco a poco. Su pulso latía con fuerza, y, en contraste con su ritmo acelerado, comenzó a escribir cada vez más despacio.

—Sin embargo…

Finalmente, dejó la pluma. Empujó con impaciencia las respuestas incompletas a un lado.

—No creo que necesites aprender hoy.

Se giró levemente hacia ella. Ella lo observó de cerca.

La tormenta rugía contra la ventana, pero su voz profunda y embriagadora resonaba con más fuerza que el trueno.

Tal vez era el reflejo de la luz cálida de las velas, pero sus ojos parecían un mar azul en llamas, vibrantes e inquietos, como un animal que anhelaba escapar de su jaula.

Me devorará.

Recordando su apariencia habitual, siempre impecable y distinguida, suspiró en silencio. Su aliento tembló ligeramente.

—No pretendía que me enseñaras hoy —dijo con calma, soltándole la muñeca.

Él retiró la mano con vacilación, pero ella la cubrió de nuevo antes de que pudiera apartarla del todo.

Con la punta de los dedos recorrió lentamente su palma, provocando una sensación punzante. Su atención se concentró por completo en aquel contacto. La estimulación periférica despertó un deseo profundo y latente.

Un trueno estalló.

Instintivamente, ella agarró su cuello, y sus hombros chocaron suavemente.

Mientras se concentraban el uno en el otro, el resto del mundo se desvaneció. Ella olvidó la tormenta. Él dejó atrás la situación compleja y las intrigas políticas.

El aliento de uno rozaba el rostro del otro, y sus cálidos toques se entrelazaban. En un impulso, sus labios se encontraron, interrumpiendo el espacio que quedaba entre ellos.

Cada vez que ella respiraba hondo, sus dedos delgados se aferraban con más fuerza a su cuello. Sus manos grandes y firmes envolvieron su nuca con suavidad. Sus dedos, extraños y desconocidos para ella, se deslizaron con intención entre su cabello, como si quisieran devorarla.

—¡Su Majestad! —Lo apartó levemente. Incluso en la penumbra, su rostro enrojecido contrastaba con la oscuridad—. ¿Acaso en la familia imperial enseñan a besar según el protocolo?

Su pregunta directa hizo que él frunciera el ceño.

—Supongo que es la primera vez que besas a una mujer, ¿cierto? ¿Tuviste algún amor secreto del que no me haya enterado? La señora Charlotte me dijo que nunca habías estado con una mujer, pero… eres demasiado hábil para ser un principiante.

—¿Un principiante? —preguntó él, apenado

Ella intentó calmarlo de inmediato.

—Oh, no me malinterpretes. Quiero decir que besas muy bien…

—Así que ya tienes suficiente experiencia como para comparar y juzgar si un hombre besa bien o no.

Su tono cambió. No le interesaban las explicaciones que ella le daba.

—Te lo juro… también es mi primera vez.

—¿Qué quieres decir? ¿Primera vez conmigo? ¿O primera vez en esta vida?

Ella mordió su labio inferior con fuerza para no soltar una carcajada. Su tono era agudo, pero lejos de molestarle, su incomodidad le resultaba encantadora.

Después de todo, él era el “Muro de Hierro Azul de Milán”, invulnerable a cualquier ataque. Y ahora, ese hombre impenetrable estaba perturbado por los ecos de un pasado inexistente en esta vida.

¿Cómo podía mantenerse tranquila ante una situación tan asombrosa y encantadora? Apenas podía hacerlo. Por primera vez, sus recuerdos de una vida pasada no eran una ventaja, sino un obstáculo que arruinaba el momento.

—Su Majestad, esto es un ataque de celos completamente innecesario. Lo sabes, ¿verdad?

—Por supuesto que lo sé.

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