Traducido por Shiro
Editado por YukiroSaori
Al levantarse a la mañana siguiente, Zhou Yunsheng sintió la garganta muy seca, lo que lo llevó a toser. Guo Zerui, Zhao Lingfeng y Lei Chuan, quienes estaban organizando algunas cosas, se detuvieron y lo miraron con expresiones que revelaban un temor palpable, como si se encontraran frente a un enemigo aterrador.
—¡Doctor, ¿qué le sucede? ¿Qué le incomoda? ¡Si no se siente bien, debe decírmelo, no lo oculte! —Zhao Lingfeng se acercó de inmediato, hablando sin parar. Este era un trauma que arrastraba de su vida anterior; la tos del médico le generaba pánico.
Lei Chuan también se mostró inquieto. Se apresuró a acercarse y puso su mano en la espalda del doctor, canalizando sin reservas su poder curativo, pero el rostro del médico seguía pálido, sin mostrar mejora alguna.
La debilidad física ocasionada por el daño que había recibido su alma no podía ser alterada por ninguna fuerza externa.
—Gracias, pero no intentes curarme. Cuando expulsé de manera forzosa la vid sanguinolenta, mi poder espiritual se dañó de manera irreversible.
El cuerpo de Lei Chuan se tensó; no esperaba que la situación fuera tan grave.
¿A qué se refiere con irreversible? ¿Significa que el doctor, al igual que en su vida anterior, tendrá que arrastrar su frágil cuerpo y realizar experimentos sin descanso para salvar a la humanidad auto destruyéndose en el proceso?
Incluso si había renacido, algunas cosas no habían cambiado. Lei Chuan sintió como si perforaran su corazón con una aguja, abrumado por el remordimiento y el miedo. Ver al doctor desaparecer frente a él una vez más era algo intolerable para él.
—¿Quién dijo que era irreversible? Cuando alcance un nivel más alto, podré curarle. —Acarició el desordenado cabello del doctor con expresión decidida.
Guo Zerui y Zhao Lingfeng se habían marchado en silencio durante la conversación. El primero, siendo el causante de la lesión del médico, temía quedarse frente a su superior. Mirando en retrospectiva, desde el día en que su jefe renació, había comenzado a sentir cierta hostilidad en su mirada. En ese entonces lo había tildado como paranoia de su parte, pero ahora todo estaba claro.
Ahora podía entender por qué su jefe y Zhao Lingfeng trataban al doctor como a un niño de tres años; era un hábito nacido del miedo de la vida anterior.
Lei Chuan ayudó al doctor a limpiarse la cara con agua caliente y luego sacó un paquete de fideos instantáneos. Acto seguido, se sentó frente al doctor comiendo sus propias galletas y observando al otro hombre con una mirada intensa.
Zhou Yunsheng sintió un escalofrío bajo su mirada penetrante, sin entender qué intenciones tenía Lei Chuan.
¿Es necesario ser tan atento solo porque sabe que puedo crear la vacuna? ¿O es que pretende ganarse mi confianza, usarme para que cree la vacuna y luego matarme en venganza?
La confusión de Zhou Yunsheng era equiparable a la de Guo Zerui, sin embargo, no sentía miedo. Mientras los resultados de la investigación cumplieran todos los deseos de Bai Mohan, podría salir de ese mundo en cualquier momento.
Que parta de aquí a través de una muerte natural u homicidio no importa. De todos modos, la vacuna se habrá difundido para ese momento y la salvación de la humanidad habrá llegado décadas antes. En ese momento, el destino del mundo se habrá desviado por completo de su rumbo y, gracias a ello, obtendré una deliciosa comida energética.
No tengo nada que perder.
Mientras reflexionaba, Zhou Yunsheng terminó su tazón de fideos, bebió el caldo caliente y, satisfecho, se dio unas palmaditas en su abultado estómago.
Lei Chuan observó a quien lucía como un gato complacido tras una comida y su estado de ánimo sombrío se alivió un poco. Le colocó un grueso abrigo sobre los hombros al doctor y, con gesto habitual, pasó un brazo alrededor de su delgada cintura mientras salían a caminar.
Debido a la fuga masiva de personas en pánico, las autopistas del país estaban en su mayoría infestadas de zombis y bloqueadas por vehículos abandonados o dañados. Irónicamente, las carreteras nacionales se habían convertido en la mejor opción en ese momento, y como ellos disponían de vehículos blindados y herramientas diseñadas para despejar el camino, a diferencia de los supervivientes más desafortunados.
La caravana estaba liderada por vehículos blindados y escoltada por un tanque al final, proyectando una imagen imponente. Los soldados, armados y vigilantes, se sentaban sobre los techos de los camiones, preparados para aniquilar a zombis o criaturas mutantes. Sin embargo, se les veía relajados, algunos incluso bromeando entre ellos.
No obstante, la tranquilidad no duró mucho. Parte de un puente había colapsado, cortando la carretera en dos. Antes del apocalipsis, una situación como esta era sencilla: utilizabas el GPS, buscabas una ruta alternativa o pedías indicaciones. Siempre y cuando no hubiera accidentes, tarde o temprano llegarías a casa. Pero después del apocalipsis, incontables grupos poderosos habían perecido tras perderse por caminos desconocidos. Incluso los que, con un poco de suerte, llegaban a su destino, lo hacían con grandes pérdidas.
Cuantas más curvas y complicaciones tenía el camino, más impredecible y peligroso se volvía el viaje. Esta situación era una mala noticia para todos.
—Jefe, ¿qué hacemos? —Guo Zerui agitó un mapa roto y desgastado.
Cambiar de ruta era inevitable, pero la pregunta era: ¿adónde ir? El sistema de navegación del auto era inútil, y el único recurso confiable era el mapa, el cual, para colmo, estaba desactualizado. Muchas de las carreteras ni siquiera estaban marcadas.
Abandonar la carretera estatal para adentrarse en rutas sin señalizar era como caminar a ciegas. Solo podían guiarse con una brújula para mantener una dirección aproximada, pero los peligros que podrían encontrar eran completamente desconocidos.
Además, otra preocupación urgía. Gracias a la ventaja de conocer el futuro por haber renacido, Guo Zerui sabía que en uno o dos días una lluvia de meteoritos de gran magnitud caería sobre China. Algunas de las rocas serían tan pequeñas como huevos, pero otras pesarían cientos de kilogramos. Si la caravana seguía atrapada en la carretera nacional cuando eso ocurriera, los vehículos quedarían pulverizados. Peor aún, los camiones transportaban grandes cantidades de armamento explosivo.
Era crucial encontrar refugio en una ciudad lo suficientemente grande como para salvaguardarse del peligro que representaba la lluvia de meteoritos.
Lei Chuan y Zhao Lingfeng también recordaban el peligro inminente de esa catástrofe. Sus expresiones eran un reflejo de la preocupación que compartían. Sabían que un pequeño pueblo ni una aldea podían ofrecer la protección necesaria. Debían buscar un edificio sólido en una ciudad cercana para resguardarse de la lluvia que inexorable.
Los tres renacidos intercambiaron miradas significativas. El conocimiento que compartían respecto al peligro inminente les daba un entendimiento tácito, pero no les ayudaba a tomar una decisión. Se alejaron del resto del grupo para discutir qué hacer en un lugar retirado, pero incluso después de mucho deliberar, no llegaron a una resolución definitiva.
Guo Zerui sugirió que los usuarios con habilidades con afinidad a los elementos de metal y tierra trabajaran juntos para reparar el puente. Sin embargo, considerando que solo habían pasado seis meses desde el inicio del apocalipsis, la mayoría de los usuarios apenas se encontraban en el nivel dos, lo que significaba que carecían del poder necesario. Esta propuesta era demasiado optimista.
Lei Chuan y Zhao Lingfeng, por otro lado, se inclinaban por cambiar de ruta. Sin embargo, uno proponía tomar un desvío a la izquierda, mientras que el otro quería regresar unos kilómetros hasta un cruce que habían ya pasado. En una discusión breve, pero acalorada, no lograron ponerse de acuerdo.
Frustrado, Guo Zerui revisó el mapa una vez más, pero era evidente que se encontraban en una zona que el mapa no cubría.
¿Dónde rayos puedo encontrar un nuevo mapa si estamos en medio de la nada?
—Pregúntele al equipo si alguno es oriundo de Suzhou. Tal vez sepan por dónde ir —sugirió Lei Chuan con seriedad.
Guo Zerui asintió de inmediato y se apresuró a preguntar al grupo.
A medida que se construyeron cada vez más redes de autopistas modernas, esta carretera nacional había quedado relegada al olvido hace ya más de diez años. Sus antiguos habitantes también se habían marchado, dejando el lugar completamente desolado. Los soldados preguntaron insistentemente varias veces, e incluso encontraron algunos habitantes originarios de Suzhou, pero, para sorpresa de todos, nadie sabía qué camino tomar.
Aquellos que no estaban seguros evitaban hacer sugerencias, temiendo encontrarse con peligros inesperados en el trayecto y exponer no solo al grupo a riesgos sino también a ellos mismos.
Al ver a los soldados regresar abatidos, Guo Zerui comenzó a sudar frío. La sensación de ventaja que había tenido gracias a los conocimientos de su vida anterior se desmoronaba ante los imprevistos del destino. Por fin entendió una verdad innegable: aunque conozcas los eventos importantes del futuro, eso no garantiza que todo vaya a ser un camino llano y seguro.
El peligro no solo era inminente. Podría incluso tener una muerte prematura en comparación a su vida anterior debido a decidir abandonar la Base B.
—Jefe, hay que tomar un camino y correr el riesgo. Si solo encontramos un pueblo pequeño o una aldea, los usuarios con habilidades espaciales pueden almacenar las armas. No podemos rendirnos. Cuando caiga la lluvia de meteoritos, nosotros podremos escondernos, pero no podremos hacer lo mismo con los camiones y las armas. Podrían explotar. —Guo Zerui apretó los dientes, su rostro mostrando una mezcla de desesperación y resignación.
Las armas eran suficientes para equipar a un ejército de diez mil hombres. Si no fuera absolutamente necesario, nadie estaría dispuesto a renunciar a ese arsenal tan potente.
Zhao Lingfeng tocó con pesar el vehículo blindado que tenía detrás, angustiado por la situación. Por primera vez, no tenía objeción alguna a las palabras de Guo Zerui.
Lei Chuan reflexionó por un momento y estaba a punto de asentir cuando, de repente, el doctor, quien descansaba junto a la ventana, despertó.
—¿Por qué no estamos avanzando? —preguntó con curiosidad al tiempo que se frotaba los ojos.
—El puente está en ruinas. No podremos llegar a Ciudad Y esta noche. Tenemos que cambiar de ruta, pero el mapa está desactualizado y no conocemos la zona. Estamos discutiendo qué hacer —explicó Lei Chuan de forma breve mientras se acercaba para tocar la frente del doctor y comprobar si tenía fiebre.
Zhou Yunsheng se apoyó en el asiento, tranquilo, y comentó con sencillez:
—¿Eso es todo? Si no hay mapa, usen el GPS.
—Los zombis destruyeron las estaciones receptoras terrestres casi en su totalidad. El GPS ya no funciona —replicó Guo Zerui, mientras una punzada de dolor de cabeza le atravesaba al notar la ingenuidad del doctor.
Parecía que la vida privilegiada del doctor no se había visto afectada por el apocalipsis, pues, de lo contrario, no sería tan ignorante del mundo actual.
Sin embargo, Zhou Yunsheng, como destacado hacker que era, sabía que no tener una computadora a su disposición lo dejaría acorralado, por lo que ordenó a Zhao Lingfeng que obtuviera algunas de las mejores laptops aún funcionales durante el apocalipsis. Además, había fabricado varios receptores portátiles de señal.
Acto seguido, sacó una computadora portátil de su mochila, conectándola a uno de los receptores de señal y comenzó a mover los dedos con una rapidez asombrosa, tan veloz que las teclas parecían un borrón bajo sus manos.
—Doctor, ¿está hackeando el sistema de satélites de defensa nacional? —preguntó Xiao Li, el oficial técnico apodado «genio de IQ de 180», mientras sus ojos se abrían como platos ante aquella escena. Antes de esto, él era el encargado de descifrar contraseñas, pero lo que veía ahora lo dejó completamente atónito.
El sistema de satélites de defensa nacional era un titán invulnerable en materia de seguridad. Controlaba directamente las estaciones de lanzamiento de las principales bases de misiles de China, y solo los altos mandos del ejército y los líderes nacionales tenían acceso a las claves secretas. Además, ese sistema estaba protegido por los mejores ingenieros en seguridad informática del país, diseñado para ser inaccesible.
Sin embargo, mientras Xiao Li seguía sumido en su incredulidad, el doctor logró penetrar ese sistema que consideraban imbatible hasta ese momento. Lo que antes se consideraba una muralla inexpugnable para Xiao Li, ahora se desintegraba como si fuera un fino papel higiénico. Apenas había pasado un minuto, y Zhou Yunsheng había atravesado la seguridad como si no existiera.
—¿Adónde quieren ir? —preguntó el doctor con calma, sin siquiera inmutarse ante el revuelo que había causado.