Traducido por Lugiia
Editado por Ayanami
—Pero lady Dorothea… —protestó madame Reavoir. Su voz era firme, pero sus ojos temblaban y parecía bastante nerviosa—. Ya hice una promesa con lady Mariestella. No puedo cambiar mis palabras ahora. Eso me perjudicaría…
—Marie. —Dorothea interrumpió las palabras de Madame Reavoir y pronunció mi nombre.
Sentí que se me formaba un horrible nudo en el estómago, pero era una respuesta natural. ¿De verdad iba a robar mi vestido ahora? Me quedé sin palabras, sorprendida por tanta vergüenza. Curiosamente, Dorothea parecía más tranquila.
—¿Sí? —Respondí con una voz llana.
—¿Me darás ese vestido?
—Somos amigas. —Esta vez tomé la delantera primero. El rostro de Dorothea se iluminó, al esperar que mis siguientes palabras fueran favorables para ella. Una sonrisa sin humor se formó en mi rostro—. ¿Cómo puedes tomar lo que le pertenece a tu amiga, Dorothea?
Me sentía peor que de costumbre, y no quería andarme con rodeos. La sonrisa de Dorothea desapareció.
Seguí hablando en voz baja:
—Como amigas, no crucemos la línea. Si cambiáramos de posición, también te sentirías mal, ¿verdad?
—Entonces, ¿no puedes dármelo? —Dijo ella.
—En teoría, dártelo sería como si yo te hiciera un favor, Dorothea. —La miré fijamente, con el rostro desprovisto de toda emoción—. Y si uno da continuamente favores, una persona puede pensar que tiene derecho a ello. —Me tomé una pausa esperando su respuesta y luego añadí—: Como tú.
Dorothea me trataba como si tuviera derecho a mi sumisión; no, como si fuera mi deber hacerlo. Lo detestaba.
—Entonces, el significado de “un favor” se desvanecerá poco a poco, Dorothea. Y no pienso ceder ese vestido a nadie. Me gusta mucho.
—Marie —dijo ella.
—Entonces, ríndete ahora, Roth. No eres una niña. ¿No has crecido lo suficiente como para seducir al príncipe heredero? —Me callé un momento y volví a hablar—: ¿O acaso odias que me ponga un vestido que realmente me gusta?
—De ninguna manera, Marie. De verdad pienso en ti —insistió Dorothea.
—Sí. Porque, como has dicho, somos amigas. —Sonreí y asentí—. A tu amiga le gusta mucho este vestido. Y no quiere dejarlo.
»Me entiendes, ¿verdad, Roth? No quiero darle este vestido ni a ti ni a nadie. No quiero dejarlo ir porque creo que es hermoso.
No quería prolongar más esta discusión, así que me volví hacia madame Reavoir. Rápidamente, cambió su expresión a una amistosa, en cuanto hizo contacto visual conmigo.
—¿Puede ayudarme a ponerme el vestido, madame? —Dije con una voz suave.
Madame Reavoir y los demás empleados de la boutique me ayudaron a ponerme el vestido, me alegré de que me resultara más favorecedor de lo que esperaba. Los empleados no dejaban de prodigarme palabras llenas de admiración, y madame Reavoir se sentía orgullosa de que su juicio no fuera erróneo. La condesa Bellefleur tampoco podía dejar de sonreír y elogiarme por lucir muy hermosa con el vestido.
Fue un momento agradable para todos en muchos sentidos. Hubiera sido más perfecto si no fuera porque Dorothea se puso a dar vueltas.
La cara de Madame Reavoir se iluminó como si acabara de recordar algo.
—Oh, condesa Bellefleur —dijo—. Hay un vestido que le quedaría de maravilla. Lo surtieron ayer. Es un vestido del reino de Giesta.
—¿Ah, sí? —Dijo la condesa Bellefleur con interés.
El reino de Giesta era conocido por su industria de la moda, la cual mantenía al cuarenta por ciento de su población. Sus ropas, especialmente sus vestidos, se consideraban el apogeo de la moda. Sin embargo, su volumen de exportación no era elevado, ya que sus productos se consideraban artículos de lujo en los países extranjeros.
Madame Reavoir sonrió.
—¿Le gustaría echarle un vistazo?
—Por supuesto, madame Reavoir —dijo la condesa Bellefleur.
—Después de atender a lady Mariestella, iré enseguida. Hasta entonces, mis empleados estarán aquí para usted.
—Por supuesto, madame. Tómese su tiempo. No tiene que apresurarse.
La condesa Bellefleur se sonrojó ligeramente ante la expectativa de ver un nuevo vestido. Después, dirigió su mirada hacia mí.
—Estaré allí, Marie. ¿Está bien? —Preguntó con una voz suave.
—Por supuesto, madre —dije, asintiendo—. Termino de cambiarme de vestido y voy para allá.
—Muy bien, Marie. Te estaré esperando.
—Por aquí, condesa Bellefleur —dijo una empleada de la boutique, indicándole a dónde ir.
La condesa Bellefleur se dirigió con la empleada de la boutique a otro lugar. Me quedé con la madre y la hija de Cornohen. Su presencia era agobiante.
Intenté mantenerme en mi sitio sin decir nada, pero tras un momento de tensión, abrí la boca para hablar:
—¿Recibiste las hojas de té? —Le pregunté a Dorothea.
Me refería a las hojas de té de Xavier. Dorothea me miró fijamente después de escuchar mi pregunta, y pronto respondió:
—Sí. Me lo envió tu doncella. Pensé que me las darías personalmente.
—Quería entregártelas cuanto antes, pero ese día no me encontraba bien. —Le ofrecí una ligera sonrisa—. ¿Te gustó su sabor?
—Fue increíble. —Su reseña fue breve. Entonces, el tono de Dorothea se llenó de dudas—. ¿De verdad fuiste hasta el palacio Thurman para conseguirlas?
—Sí. Me las dio el príncipe heredero personalmente —respondí con una risa cansada.
—Siempre actúas de forma engañosa. ¿Y si tu amiga, Odeletta, se ofende?
—Ella lo sabe, así que no te preocupes demasiado —dije con una sonrisa de satisfacción.
La boca de Dorothea permaneció cerrada ante mi respuesta. No pude saber si simplemente me miraba o me fulminaba con los ojos entrecerrados, y rápidamente cambié de tema.
—Por cierto, ¿qué tal el vestido, Dorothea? —Sonreí, levantando con jactancia el dobladillo color perla para mostrar su belleza—. ¿No es hermoso?
—Sí…, es bonito —respondió Dorothea, con el ceño fruncido—. Pero no creo que te quede bien.
—¿Qué parte?
—Todo. No te queda bien.
—Ya veo…
La respuesta de Dorothea me dejó sin palabras.
Solo dime que quieres este vestido…
Sin embargo, ella no se detuvo.
—Lo mire como lo mire, el vestido me quedaría mejor a mí que a ti. —Miró a todos los presentes con una expresión de lástima—. ¿No piensan todos lo mismo?
—Lady Dorothea —interrumpió madame Reavoir a mi lado—. Por supuesto, este vestido es tan bonito que le quedaría bien a cualquiera… Excepto a usted que es pelirroja.
—¿Y? ¿Qué importa eso? —Desafió Dorothea.
—Creo que el verde, que es un color complementario de su cabello, o el morado le quedarían mejor. El color perla no va bien con el cabello rojo —trató de explicar pacientemente.
—Madame Reavoir, ¿está diciendo que ese vestido no me queda bien?
—Eso no es lo que quise decir…
Aunque se esforzó por no ofender a su clienta, Dorothea parecía estar molesta desde que se dio cuenta de que no podría tener el vestido que yo llevaba. Quería hacer evidente que estaba ofendida.
—¿Qué quiere decir con “no”? ¿Por eso le dio a Marie ese vestido en lugar de a mí?
Madame Reavoir mostraba una mirada incrédula ante el razonamiento extremista de Dorothea. Cualquiera podría decir que esta chica estaba haciendo un berrinche.
Cuando la dueña no dijo nada, Dorothea siguió adelante con el rostro lleno de confianza, pensando que su lógica había funcionado.
—No sabía que eso era lo que pensaba de mí.
—Ah, mi lady. No es eso… —protestó madame Reavoir.
—¿Qué quiere decir? Entonces, ¿dice que estoy equivocada? —Acusó Dorothea.
No tenía remedio.
