Reina Villana – Capítulo 22: La Invitación de la Reina

Traducido por Kiara

Editado por Ayanami


Después de recibir el mensaje de la reina, expresando su deseo de encontrarse con ella en otra ocasión, Marianne, naturalmente, se sintió inquieta. Aunque había presenciado el cambio drástico de Anika, la simple mención del nombre de la reina malvada la hacía sentir cautelosa.

Tan claro como el día, la reina guardaba un rencor increíble contra ella. Al principio, Marianne no se alarmó por esto, esperando que mantener un perfil bajo, que era lo que había estado haciendo durante los últimos tres años, haría que Anika olvidará su existencia.

Sin embargo, incluso después de abandonar su posición, la reina la molestó cada vez más, al insistir en que fuera expulsada del castillo. Esto hizo que Marianne pensara en abandonar la capital en silencio e ir tan lejos como pudiera, a pesar de lo mucho que Kasser prohibía tal acción.

Con la lucha constante, su situación con Anika no la dejó sin cicatrices. A veces, solía menospreciarse a sí misma, diciéndose que la posición no era adecuada para ella. A diferencia de los principales generales en el pasado, ella no nació con un estatus noble e incluso había ingresado al castillo como niñera y, debido a eso, el Príncipe Kasser la trató como a su madre, por lo que Marianne recibió un asiento bastante alto.

Cuando todavía estaba en esa posición, siempre trabajaba con esta mentalidad: renunciar tan pronto como llegue alguien que realmente se adapte a su trabajo.

Cuando el príncipe, a quien crió como su propio hijo, finalmente ascendió al trono y se casó, no pudo pedir más. Marianne estaba dispuesta a dejar su puesto, ya que sentía que había cumplido su propósito. Y ella lo hizo.

Era una mujer simple, no tenía codicia dentro de ella. La felicidad del rey era su única alegría. Su último deseo era cuidar al rey y verlo de vez en cuando. Sin embargo, la reina la despreciaba tanto, que decidió alejarse de Kasser cada vez que la veía.

Cuando Anika afirmó que había perdido la memoria, Marianne esperaba, de alguna manera, “abusar” de esta oportunidad en un intento de crear una nueva buena relación con la reina. Su próxima reunión la hizo quedarse despierta toda la noche, tirando y girando sobre su cama. Al final, no había dormido ni un momento en toda la noche.

No quería perturbar la paz de la reina por la mañana, entró al palacio a primera hora de la tarde, aproximadamente, dos horas después del almuerzo. Al llegar, se aseguró de enviar un mensaje a la reina, informándole de su entrada. Luego, esperó pacientemente en el salón, entrelazando sus dedos con ansiedad.

Pasó una hora, pero las noticias de la reina uniéndose a ella, aún no habían llegado.

Contenida en su asiento, observó a los sirvientes, que pasaban frente a ella y le hablaban momentáneamente, cuando de repente, una figura demasiado familiar entró en la habitación.

Sin embargo, no era la reina.  Sarah entró y vio a Marianne esperando ansiosa ella sola. —Bienvenida, general Marianne —Dijon mientras inclinaba la cabeza en saludo.

La cara de Marianne se endureció.

—General Sarah, ya le dije, un par de veces, que deje de darme esa clase de saludo. No son necesarios.

Sin inmutarse por la advertencia de su antiguo jefe, la general Sarah le dirigió una sonrisa traviesa.

—Has venido a ver a la Reina hoy, ¿no?

Marianne no negó ni afirmó la pregunta de Sarah. En cambio, su expresión se nubló de consternación, lo que le dio a Sarah una idea más que suficiente de lo que estaba sucediendo.

— ¿La reina no te verá?

— No lo sé —fue la ágil respuesta de Marianne.

Sarah miró a su alrededor y respetuosamente ordenó a las criadas que salieran de la habitación lo antes posible. Cuando solo quedaban los dos, se sentó frente a Marianne y la miró a los ojos con gravedad.

—Probablemente, tengas que volver por la tarde o mañana.

— ¿Qué pasa?

—La reina todavía está en su cama.

— ¿Está enferma?

Sarah se encogió de hombros y declaró.

—El Rey vino anoche…puede que esté extremadamente cansada.

—Oh… —Marianne la miró sorprendida. Esto nunca ha sucedido antes.

En los años de su matrimonio, cada vez que la pareja compartía una cama, la primera noche de cada mes, las palabras de las criadas que limpiaban la cámara de la reina llegaban al oído de Marianne por casualidad, diciendo que las sábanas siempre estaban limpias y ordenadas, sin arrugas, como si Kasser hubiera pasado toda la noche levantado.

Con este hilo de pensamiento vino una resolución. Estaba tan ansiosa por ver a la reina que olvidó por completo que ayer era el primer día del mes. Por lo tanto, no era una sorpresa que la pareja real durmiera en una cama, siguiendo la tradición del reino.

Ella debe haber estado nerviosa por perder su memoria, para que no me hubiera convocado. Ella lanzó un profundo suspiro, deseando que todos le dieran a la reina algo de tiempo para adaptarse. Y, como señal de respeto, también se negó a arrastrar su sorpresa por la reciente noche de la pareja real. En cambio, estaba satisfecha de que el aparente agotamiento de la reina, negara las sospechas de que Kasser aún no había tocado a su esposa por asco.

Todavía había esperanza para los dos, y Marianne se aferró firmemente a ella.

Estaba lista para que esta conversación terminara, cuando notó la expresión extrañamente conflictiva de Sarah.

—Te ves abatida. ¿Hay algo más que quieras decir?

Sarah suspiró profundamente.

—La reina…al parecer, sangró anoche.

— ¿Qué?

La mirada en ambas caras reflejaban horror. ¡No podía ser sangre virgen! ¡Han estado casados ​​durante tres años!

¿El rey lastimó a su esposa? ¿O ella está enferma? Marianne se puso de pie y, frenética, se dejó caer en su asiento, luchando por recuperar la compostura. No importa cuánto tiempo se haya preocupado por el rey, ella o todos, no tenían derecho a entrometerse en sus asuntos secretos y privados. Sin embargo, esta era una noticia alarmante.

— ¡Por el amor de Dios!

Marian lucía una expresión preocupada en su rostro. Dirigiéndose a Sarah, preguntó con el tono más tranquilo que pudo reunir.

— ¿Cómo está la reina? ¿Llamaste al doctor?

—Se despertó un poco tarde en la mañana, se bañó y comió. Solo sé que las criadas que arreglaron la ropa de cama dijeron que había manchas de sangre en sus sábanas, lo cual es bastante desconcertante. La reina, al regresar a su habitación, durmió y aún no se ha levantado.

— ¿Qué debo hacer? —Marianne murmuró después de un largo silencio.

—Cuando ella se levante, pregúntale. Pregúntale a la reina si está bien, si hubo alguna disputa entre ella y el rey. Si no dice nada, no preguntes más.

—Bien —ella se sintió determinada. —Si esto sucede nuevamente, debes decirme. Solo entonces hablare con el rey.

—Puedes confiar en mí en cuanto a eso —Sarah aceptó rápidamente y echó una mirada alrededor del silencioso salón — ¿Vendrás mañana?

Marianne sacudió la cabeza, luego dio una respuesta severa.

—No, esperaré —Ella pensó que debía recuperar la paz para el final del día de hoy.

—Pero podría pasar mucho tiempo antes de que salga la reina.

—La reina me ha llamado y no debo irme por mi propia cuenta, no hasta que ella lo diga.

Al ver que ya no podía cambiar de opinión, Sarah asintió y se levantó para atender sus deberes.

—Si insistes.

Todos pensaban que la reina estaba en su habitación durmiendo, pero, de hecho, Eugene no volvió a dormir cuando se despertó en la mañana. Justo después de desayunar, se retiró a la seguridad de su habitación, se acostó en su cama y se entregó a la paz y la tranquilidad.

Miró fijamente la punta de sus dedos, con la mano suspendida en el aire, mientras descansaba en una posición reclinada. Cada parte de su cuerpo gritaba de dolor por las actividades de la noche anterior, en este momento, solo podía acostarse y dejar que sus músculos adoloridos se recuperen.

Ella suspiró y murmuró. —Qué vida tan dinámica.

Su vida anterior, estuvo llena de acontecimientos, pero, al comparar su vida con la de este mundo, parecía algo insípida. De hecho, ninguna película de aventuras sería más emocionante que sus pocos días aquí en el castillo.

En medio de dejarse arrastrar por la marea de eventos, repentinamente, la idea de volver a sus sentidos y encontrarse despierta en su cuerpo original nunca la abandonó. Sin embargo, durante los días que pasaron, siguió despertando en esta recámara con los rayos del sol golpeando su rostro, mientras se alza, orgullosamente, en el horizonte de este mundo llamado Mahar.

Sobre todo, lo que ocurrió anoche fue impactante en muchos sentidos. Muchas veces, había sospechado que, todo esto, eran meras ilusiones o, tal vez, se trataba un largo sueño, pero Kasser demostró que estaba equivocada.

Anoche, fue demasiado real. Él, era demasiado real.

El toque vivo en su piel, la sensación de sus manos deslizándose con sudor en su amplia espalda, el sonido de su respiración irregular contra su oreja y la intensa sensación de su cuerpo desgarrado por el deseo, ella no podría soñar todo eso de una forma tan vivida.

Por lo ocurrido la noche anterior, también descartó la hipótesis de que el alma de Jin Anika podría estar escondida, en algún lugar, dentro de su cuerpo. Jin Anika parecía valorar su pureza, de modo que, si hubiese podido, los había interrumpido. Ni una sola vez sintió que se apoderara de su cuerpo.

Se retorció descontenta en su cama, y ​​con ello llegó la incomodidad que sentía por sus músculos tensos. Gimió con cada movimiento. A Jin Anika nunca le han gustado mucho los deportes, por lo que no está en forma. De hecho, le dolía todo el cuerpo, como cuando Eugene subió por primera vez una montaña.

En particular, sentía dolor en su parte inferior.

Con las protestas de su cuerpo adolorido, se le recordó a la persona que merecía su resentimiento. La cara de Eugene tomó un aire contemplativo. No esperaba que un hombre de quien sospechaba era impotente, se levantará como una bestia.

— ¡Ah! Debo levantarme de una vez por todas.

Sacudió su cabeza. Cuanto más pensaba en esta plétora de pensamientos, más sentía que le latía la cabeza. Rápidamente, disipó los recuerdos de la noche anterior y centró su atención en cosas más importantes.

Definitivamente, resolví una cosa. Ahora, que el cuerpo de Anika no es puro, una condición para aceptar el poder de Mara se ha roto.

Debo averiguar por qué Anika se casó con el rey. Además, tengo mucho que aprender para adaptarme a este mundo.

Tiró de la cuerda cerca de su cama. Un momento después, Zanne entró con la cabeza gacha. Eugene le hizo señas para que se acercara a su cama.

—Zanne.

—Sí, Anika.

— ¿Le dijiste a la ex general que quería verla?

—Sí. De hecho, ella ya está en el salón.

— ¿Cuánto tiempo ha estado esperando? ¿Por qué nadie me lo dijo?

Su voz, a pesar de ser suave, hizo que la doncella temblara de miedo.

—Bueno…es solo que nadie quería perturbar su sueño —tartamudeó la joven.

—No te estoy culpando —Eugene la tranquilizó con una sonrisa amable. Después, escogió sus siguientes palabras con cuidado —Invítala después de unos minutos. Necesito estar presentable.

—Sí, Anika —dijo, luego procedió a salir por la puerta para hacer cumplir las órdenes de la reina. Pero, antes de que su figura desapareciera por completo, Eugene llamó su atención y rápidamente se dio la vuelta.

—En otros reinos, llaman a alguien con una posición como la mía como reina. ¿Estoy en lo cierto?

—No sé qué suceda en otros reinos, pero creo que sí…

—Ya veo. De ahora en adelante, debes llamarme reina, no Anika.

Con una mirada estupefacta en su rostro inocente, Zanne se quedó congelada en su lugar. Se apretó el vestido con fuerza a los costados, parecía no respirar debido a la tensión.

—Está bien. Llámame.

— ¿De verdad?

—Vamos.

Eugene le dio una mirada alentadora. Pensó que debería tratar de mejorar la imagen de la infame reina, que permanece en el fondo del pozo más profundo.

—R-reina —la voz de Zanne eran ronca y áspera, como si las palabras pesaran en su garganta. De inmediato, cerró los ojos, esperando las palabras de advertencia de la reina. Pero, nada de eso sucedió.

—Diles a todos que me llamen de esa manera —expresó Eugene con un asentimiento de satisfacción de su cabeza.

—Sí, mi reina —y se fue.

Jin Anika estaba demasiado obsesionada con el título de Anika. Solo cuando se cambiara el título, Eugene tendría un lugar en este mundo.

No importa qué bien haga, nadie debe hablar directamente conmigo. Soy la reina.

Un extraño estremecimiento se extendió por todo su cuerpo. Con tanto poder en sus manos, debe usarlo, pero, con precaución.

En este reino, mientras no cometa un crimen que sea castigado con la muerte, no necesita preocuparse por mantenerse con vida.

De todos modos, ¿quién se atrevería a tocar a la única mujer que puede dar a luz al sucesor de un rey?

♦ ♦ ♦

Eugene le dio la bienvenida a Marianne en su habitación. Como está es su segunda reunión, se sintió más a gusto con tenerla cerca.

—Adelante.

—Gracias, Anika.

—Siéntate —La condujo a una silla y se sentó frente a ella —Le dije a alguien más sobre esto. Ya no quiero que todos me llamen Anika.

Marianne miró a Eugene con asombro. Como si no la hubiera escuchado la primera vez, le lanzó una mirada inquisitiva.

—No tienes que llamarme Anika. Llamarme con mi título es suficiente.

—Me aseguraré de hacer eso, Su Alteza —Marianne sonrió cálidamente y preguntó respecto a lo que le había dicho Sarah — ¿Cómo estás, alteza?

Mientras hablaba, la preocupación estaba grabada en su rostro, preocupación que estaba reflejada en la salud de la reina y su difícil relación con el rey. Pero, Eugene, sin darse cuenta del alboroto que produjeron sus sábanas manchadas de sangre, pensó que Marianne solo estaba interesada en su pérdida de memoria.

—Estoy bien —Las palabras de Eugene aliviaron a Marianne.

Debajo de la apariencia exterior de Eugene, se desarrollaba un caos interno, al punto de hacerla sentir mal del estómago. No sentía presión al hablar con una joven sirvienta, pero confiar en un adulto mucho mayor y una persona equilibrada era un asunto completamente diferente.

—Marianne.

—Sí, mi reina.

—Eras la niñera del rey, la ex comandante en jefe y la persona que ocupa un lugar indispensable en la vida del rey.

—Es cierto, mi reina. —Marianne simplemente asintió y se mantuvo en calma.

Sus respuestas fueron directas, ya que no había tenido la intención de buscar el favor descaradamente. Era una persona que no era muy buena besando los pies de sus superiores, un rasgo de ella que, en este mismo momento, Eugene admiraba.

—Es por estas cualidades tuyas que he decidido convocarte aquí. Marianne, eres la única persona que puede ayudarme —Eugene le dijo su intención sin rodeos.

—Mi reina… ¿Dijiste que necesitas ayuda? —Preguntó con una mirada escéptica y agregó — ¿Para qué?

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